VILLARES DE JADRAQUE: JARA Y PIZARRA
Al son de una novela: “Te daré gusanos de seda”
La Cuesta Gorda, en Villares de Jadraque, fue uno de los parajes en los que, pronto hará dos siglos, los vecinos del entorno del Alto Rey comenzaron a horadar la tierra en busca del filón de plata que los hiciese ricos, como en otras ocasiones hemos apuntado, a la cercanía de la lumbre de Hiendelaencina. Por allí, por la Cuesta Gorda, se registraron unos cuantos pozos. Alguno de ellos con nombre tan curioso como el de "Asombrosa” dejaría a un lado la famosa leyenda que nos cuenta que un día de 1844, en el Canto Blanco, de Hiendelaencina, se descubrió la piedra de plata y, a partir de aquí, se inició la fiebre minera.
Parece que no fue como se nos cuenta, al menos no lo que dicen los papeles oficiales; de ello ha quedado reflejo en algunos escritos de esta “Guadalajara en la Memoria”. A pesar de que, a partir de aquel mes de junio de 1844 en que se registraron los pozos mineros que dieron fama y riqueza a don Pedro Esteban Górriz y asociados, la fiebre subió de grados.
El pozo de la mina La Asombrosa, perteneciente a la sociedad minera “La Fabril”, de la que era apoderado y titular don José Martínez, quedó registrado, y a partir del registro listo para los primeros trabajos, el 4 de julio de 1842. Claro está que no se registró como “mina de plata”, sino como mina de “hierro y otros metales”; puesto que por aquellos primeros años de la década de 1840 lo que se buscaba eran metales, hierro y plomo argentíferos.
El paisaje
Nos lo describe, con alma y sentimiento, José Ignacio Llorente Olier en su primera novela. Una novela con título significativo: “Te daré gusanos de seda”. Novela que, a más de trasladar el pensamiento a esa tierra que se nos funde entre pizarrales y jaras a las faldas del Alto Rey de la Majestad, nos deja el regusto, amargo en ocasiones, de un tiempo que pasó como en un soplo de viento helado, aunque a veces se entretuvo demasiado en hacer de las suyas. Ante todo, por estos andrajosos andurriales que hasta muy avanzado el siglo XX no contaron con caminos medianamente carreteros a través de los que poder escapar de la miseria, como hoy llamaríamos al conformarse con lo que nos dio la tierra, de las gentes que por entonces la habitaron.
GASCUEÑA DE BORNOVA, El libro, pulsando aquí
Llorente y Olier son apellidos ilustres de estas, el Llorente está cosido a esta parte de Guadalajara, en ese seguimiento que vamos haciendo a los apellidos comarcanos; el Olier tiene algo de tinte y lustre, puesto que los Olier tuvieron casa señorial, con escudo esculpido en piedra, en Sigüenza; y un Olier, don Sebastián de Olier y Sopuerta, alcalde mayor que fue de la villa, recibió, por estos mismos días de enero de hace cosa de trescientos años, en su casa palacio de Atienza, nada menos que a quien sería uno de esos reyes que dejan huella, aunque sea a través de la guerra y sus batallas, don Felipe de Borbón. Y entonces, aquella noche en la que la casa de don Sebastián de Olier se convirtió en palacio real, nevaba si Dios tenía qué, como por aquí dirían. Que para eso corrían los días medios del mes de enero de 1702 cuando don Felipe V hizo por aquí su alto.
El paisaje que de su pueblo nos traza el autor de la novela a la que nos referimos, en las primeras líneas de su prefacio, no puede ser más sencillo, ni más evocador, refiriéndose a un pueblo conocido: Pueblo de piedra negra, hondonada entre riscos de pizarra, lugar serrano. Fuente vieja, pozo de la Cuesta Gorda, olmo de las eras…
Pues ya está, ese es el marco en el que, como en un espejo, se refleja el pueblo, que lo es Villares de Jadraque, que también lo fue del Alto Rey, como Gascueña y tantos más de su vecindad en los que, por estos días próximos al Carnaval, debieron y debieran de sonar los cencerros de la tradición a la luz de la luna y la sombra de los chaparros.
El paisaje de esta parte de la provincia es en muchas ocasiones arisco con el caminante, pero siempre espectacular y dichoso. Por los lugares más asombros puede que discurra entre barrancos un arroyo que se empeña en llegar, aunque sea a trompicones, al padre río, que por aquí es el gran Bornova que pone nombre a tierras, pueblos y entornos. En otras se nos asoman las armaduras huecas de aquellas explotaciones mineras de las que más arriba hacíamos reseña. Por las tierras de Villares quedaron los ojos abiertos de la San Félix, la Oportuna, la Judiht, la Protectora, el Compromiso, San Rafael… y, si apuramos, un ciento más; en parajes con nombres acordes al entorno: Valdecarrascoso, Valdepeñascoso, la Tejuela o, por supuesto, Cuesta Gorda.
Los charlatanes de feria
El cementerio de Villares de Jadraque es uno de esos que se abren al horizonte hermoso de la serranía. Los cementerios no tienen por qué ser lugares tristes y fríos, lo queramos o no, será nuestro último destino, para él nacemos. El poeta Ochaíta encontró la hermosura y la belleza en el de Hontoba; y el periodista Carandell escribió que el de Atienza es de los que mejores vistas gozan. Hay otros mucho más solitarios que por sí solos entristecen. No es el caso.
Al de Villares de Jadraque lo rodea un mediano tapial de pizarra que no impide la fusión del horizonte, ni que a él se asome el conjunto mágico de una montaña que por cualquiera de sus lados está presente en la vida de todos los serranos.
Parecido debió de ser el cementerio de Cerviños, el pueblo que el autor de la obra nos retrata por estos pagos, vecino de Villares, Zarzuela, Gascueña, Las Minas… En el de Cerviños debían de haber enterrado al herrero, que no lo hicieron, por el mes de noviembre de 1937, después de una noche oscura, fría y con nieve. En aquel los muertos, nos cuenta el autor en su obra, daban miedo a los enterradores.
Por estos pueblos se vivieron días duros en la década de 1930; primero la falta de trabajo; después tres guerras: las de los que vinieron a tomar los pueblos; la de los que los vinieron a echar, y la que siguió a la victoria o la derrota; de hambre, miseria y miedo.
ZARZUELA DE JADRAQUE, y de los alfareros (pulsando aquí)
En esta tercera guerra, más o menos, fue cuando comenzaron a aparecer por las plazas de los pueblos los últimos charlatanes y los últimos titiriteros, que se ganaban la vida arrastrando un oficio de engaños, o de sueños.
Por Atienza, la cabeza del partido, aparecían en cualquier época del año; establecían sus tiendas de campaña en la pradera de la ermita de la Soledad y, por unos días eternos, en los que ni las gallinas podían salir a la calle, hacían de las suyas. Que era cantar, embaucar o hacer soñar. Llevarse las gallinas a escondidas, también.
En Cerviños acamparon en la plaza del lavadero, y Mingo, el herrerillo, se fue a soñar con ellos; a buscar gusanos de seda.
El son de la tierra
El son de la tierra, por estos pagos, próximos como nos encontramos al Carnaval, es el cencerreo de los vaquillones que como espíritu que no encuentra descanso, meten miedo. Lo intentan al menos. Los vaquillones de hoy, cuando salen a cencerrear montaña y pueblo, lo hacen por cumplir la tradición. Lo hicieron siempre, pero mucho más en estos tiempos.
El vaquillón de Cerviños, que salió la noche del sábado de Carnaval de 1940, también lo hizo por cumplir la tradición, y eso que eran, como los que ahora vivimos, tiempos duros.
TE DARÉ GUSANOS DE SEDA, la novela, pulsando aqui
Aquella, la del sábado de 1940, el espíritu rondó las faldas del Alto Rey como nunca antes, y cuando el mozo que dio vida al vaquillón se despojó de los andrajos y la cornamenta, respiró aliviado después de cumplir la tradición. Días después llegó lo que llegó, pero… Aquella noche el sonar de los cencerros espantó el miedo de las gentes sencillas del entorno de Villares, Zarzuela, o Gascueña; aunque retemblasen con el sonar de los disparos de fusil que lo trataron de cazar sin conseguirlo.
No queda otra que soñar y espantar los malos tiempos. Los malos momentos. Quizá es algo de lo mucho que nos muestra la novela, que es como la vida, río que a veces se atranca y otras se desliza ameno, y siempre invitando al sueño. Nada mejor que invitar a leerla; buscarla, y leerla.
Al autor se la puso en el mundo de la lectura la Editorial Bubok. No es mal momento para echarle mano y disfrutar de ella, al sonido lejano de los cencerros, que sonarán, también en este año atípico y oscuro; al amor de la lumbre; a la luz de la luna; recrearnos con esta tierra hermosa que se nos mece al arrullo del Alto Rey soñando, sin duda, con gusanos de seda, mientras los Vaquillones de Villares de Jadraque se preparan, un año más, para espantar los males y traernos buenas nuevas, por la Cuesta Gorda o por el puente del molino, por donde pronto comenzarán a florecer los cerezos, como lo hicieron entonces.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 14 enero 2022
VILLARES DE JADRAQUE Y SUS VAQUILLONES (Pulsando aquí)
Muchísimas gracias, querido Tomás, por tu magnífico artículo y tus maravillosas palabras sobre Villares, el Alto Rey, su cementerio y mi novela.
ResponderEliminarEs un verdadero honor.
Un fuerte abrazo.
José Ignacio Llorente Olier