GUADALAJARA Y SU VIAJE A LA LUNA.
Memoria de Emilio Herrera, que ideó el traje de los
astronautas
En estos días, que todavía se habla del cincuentenario del viaje a la
luna, no podemos dejar de echar la mirada a alguno de nuestros grandes hombres
que desde aquí, desde Guadalajara, llevaron a su tiempo hazañas semejantes; y
fueron admirados dentro y fuera de España cuando los hombres de ciencia, y de
nuestra aeronáutica, eran más populares que los jugadores de fútbol o los cantantes
de rock. Y que Guadalajara fue la cuna de la aviación española, por lo que a
estas alturas a nadie deberían extrañar nombres como los de Francisco y Pedro
Vives, José Ortiz de Echagüe, Mariano Barberán o mi más paisano, el atencino
Vicente Redondo, sin olvidar, claro está, a Emilio Herrera. Que cada uno de
ellos llevó a cabo sus propias hazañas; en tiempos que eran de hazañas.
Cierto que algunos de ellos, como Francisco y Pedro Vives, o Emilio
Herrera Linares, no vieron la luz del mundo en esta capital alcarreña que a
poco más y pone por vez primera el pie en la luna; pero sí que vieron la luz de
la ciencia aeronáutica en Guadalajara, y eso ya es algo grande, y muy a tenerse
en cuenta. Cierto también que el gran hombre de ciencia que fue Emilio Herrera
Linares nació al mundo en la hermosura de Granada, hijo de padre abulense y
madre granadina; pero en Guadalajara se hizo hombre, y aquí construyó, a más de
alguno de aquellos grandes ingenios que permitieron dar un paso hacia el
futuro, su familia. Aquí se casó, aquí nacieron sus hijos y aquí alzó por vez
primera los pies del suelo. En ese sueño del hombre por volar.
La de Emilio Herrera es una de esas historias que son dignas de llevarse
a las pantallas cinematográficas, a los libros, a los museos e incluso a los
cómics, puesto que fue uno de esos personajes que la historia da a los pueblos
cada cien, o cada mil años. Uno de esos personajes que buscan en todo momento
la superación, el dar un paso más allá en beneficio de la ciencia, y de sus
semejantes. Fue, junto con nuestro paisano Ortiz de Echagüe, el primer piloto
que a bordo de un avión cruzó el mar entre Tetuán y Sevilla, hace algo más de
cien años. Y fue el primer español en buscar un enlace aéreo, a través del dirigible
Zeppelin LZ127, entre Sevilla y Buenos Aires, en 60 horas de travesía a través
del mar. Después de dar la vuelta al mundo… ¡en 23 días! Pronto se cumplirán
los cien años también.
Para entonces, para 1928, cuando el Zeppelín que haría la travesía
atlántica en dirección al Río de la Plata estaba en construcción, Emilio
Herrera ya era una figura nacional. Veinte años atrás, en la Guadalajara en la
que aprendió a volar, y en donde se formó, había sido capaz de dominar por sí
sólo, un globo aerostático, de aquellos que precedieron a la aviación a motor.
Había logrado volar de Guadalajara a Alovera en lo que algunos medios de prensa
definieron como una especie de chorizo de
Candelario, y lo hizo sin sufrir el más pequeño contratiempo.
Claro que para Guadalajara ya era un personaje conocido, puesto que como
buen dibujante colaboraba con algunos medios de prensa con sus obras que nos
descubren una Guadalajara, a plumilla y blanco y negro, enseñoreada por los
cadetes de la Academia de Ingenieros Militares, a la que llegó cuando el siglo
XIX se marchaba para dejar paso al siglo de la ciencia y los inventos; el de
poner el pie en la luna.
Diecisiete años tenía Emilio Herrera cuando llegó a Guadalajara en 1896,
para formarse en la aeronáutica junto al
verdadero padre español de la aerostática, don Pedro Vives, quien por
matrimonio, pasó a ser poco menos que natural de Azuqueca, al menos, natural
consorte.
Catorce años después, en 1910, Emilio Herrera ya volaba a bordo del
dirigible España, que trataba de hacer sombra al Conde Zeppelin, y admiró a los
madrileños al surcar sus cielos en el mediodía del 5 de mayo. Algo más de
cuatro horas duró el viaje de ida y vuelta, Guadalajara-Madrid, y viceversa, y
quienes lo pudieron ver entrando en la capital del reino por el barrio de la
Guindalera y en línea recta dirigirse hacia el Palacio Real, no lo podrían
olvidar en mil años que viviesen. Debió de ser algo semejante al paso por
Sevilla del Graf Zeppelín en los prolegómenos de la gran Exposición Universal
de 1929. El Zeppelin, que se le adelantó en el sueño de ser el primer europeo
en llegar a América a través de su compañía de globos aerostáticos, la
Transaérea Colón, en 1918.
Trabajó con Juan de la Cierva en el proyecto del autogiro y su mayor
sueño fue ir un poco más allá, llegar a la estratosfera, acercarse a la luna.
Quienes escucharon sus planes, en una de las más significativas
conferencias que acogió la Casa de Guadalajara en Madrid en su sede de la calle
de Sevilla número 6 en la primavera de 1934 no podía salir de su asombro cuando
Emilio Herrera anunció que antes de final de siglo el hombre pondría sus pies
sobre la luna, y volaría a velocidades indecibles, a 800 o 900, o mil
kilómetros a la hora. Entonces las velocidades aéreas, como mucho, alcanzaban
los doscientos kilómetros a la hora, y no sin poco esfuerzo.
Lo más glorioso del anuncio en
aquella conferencia fue que proyectaba no sólo acercarse lo más posible a la
luna, sino que construiría un globo capaz de llegar a los 26.000 metros de
altura y, lógicamente, para llevar a cabo la hazaña construiría también, porque
no se podía viajar de cualquier modo, un traje con el que llevar a cabo la
gesta. El traje estratosférico. Herrera Linares ya estaba en posesión del
record nacional de altura; había logrado elevarse en Barcelona hasta los 6.000
metros.
España se ponía, con el proyecto, a la altura de las grandes potencias
mundiales. Ya habían intentado alcanzar aquella altitud los Estados Unidos,
Alemania, Francia e incluso Rusia y Polonia. Ninguno había alcanzado los 19.000
metros, quedando el record, hasta aquel momento, en poder de los EEUU, en algo
más de 18.500.
Subir a lo alto del firmamento tenía un objetivo: estudiar las
corrientes de aire, la atmósfera, la temperatura…, todo aquello que pudiera
servir para que, a partir del primer ascenso, los aviones pudiesen ir
adaptándose, salvar las dificultades, alcanzar altura y, por supuesto,
velocidad.
Claro que también podía ser un viaje sin retorno. No sería el primer
aeronauta que desaparecía en el empeño. Cercano estaba, cuando Herrera Linares
proyectaba su ascenso, la gloria y desgracia del vuelo del Cuatro Vientos. El
suyo era un ascenso que patrocinaría la Sociedad Geográfica Nacional, presidida
por el doctor Marañón, a bordo de un globo, construido para la ocasión, de 36
metros de diámetro, en los talleres aeronáuticos de Guadalajara por el maestro
ingeniero Juan Pino. Los peligros, muchos, el seguimiento sería igualmente
numeroso, con gentes de renombre para la ciencia, más que española, mundial,
desde el casi mítico Leonardo Torres Quevedo, a Juan de la Cierva, que tendría
previsto un autogiro para volar inmediatamente al lugar en el que el globo de
Herrera Linares, tras el descenso, tomase tierra.
En
1933 comenzó Herrera Linares a trabajar en el traje estratosférico que había de
aguantar temperaturas de hasta 80 grados bajo cero. Un traje semejante al que
utilizaban los buzos en sus descensos a las profundidades marítimas, pero con
alguna complejidad más: una escafandra de
duraluminio convenientemente sujeta al traje, compuesto de una capa exterior de
cuero con forro de piel, traje interior impermeable de caucho, con calefacción
eléctrica, manómetro, medidor de ascenso, válvulas de comunicación, conductores
de radio… Se proponía permanecer en
el aire, a la máxima altura, cinco horas. Las suficientes para poder llevar a
cabo todo su estudio.
El ascenso estaba previsto para el mes de
mayo de 1934, que las condiciones climáticas fueron retrasando hasta el verano
de 1936. En Santander se encontraba Emilio Herrera, presentando el proyecto,
cuando el calendario marcó el 18 de julio, y todo se desbarató. Herrera, que
había permanecido fiel a Alfonso XIII, hasta que el rey le liberó del
compromiso, permaneció después fiel a la República, y con la República marchó al exilio. Fue presidente de la República
Española, en el exilio, en los primeros años de la década de 1960.
Emilio Herrera, uno de los científicos más insignes que España conoció,
que nació para la ciencia en
Guadalajara, no ascendió a la estratosfera, pero su traje estratosférico sirvió
de modelo para el que llevaron los primeros astronautas que pusieron el pie
sobre la luna, en cuyo viaje colaboró, sin conocer su final, falleció dos años
antes de que se llevase a cabo. Pero de alguna manera, Herrera Linares, y
Guadalajara, hace cincuenta años, subieron a la luna.
Tomás Gismera
Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 25 de octubre de 2019
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