Fiesta Serrana en Condemios de Arriba.
En
la población se celebra el XII Día de la Sierra
Según desde donde se mire, Condemios de
Arriba puede parecernos uno de esos pueblos que se tienden al sol, como los de
la Campiña; o uno de aquellos que se visten de verde al pie de la montaña; e
incluso desde uno de los puntos más altos, el mirador de su iglesia parroquial
de San Vicente, tiene un aire a poblachón suizo que en nada se asemeja a los
pueblecitos que conocemos por la Serranía de Guadalajara. Un poblachón moderno
y urbanizado, con hermosas casas que denotan su gran pasado ganadero, en mezcla
con otra de las industrias que le dieron fama, y continúan siendo de alguna
manera un pequeño motor que sostiene alguno de sus servicios, la madera de sus
extensos pinares. Madera de pino llevada por los numerosos arrieros de esta
parte de la Guadalajara serrana a cualquiera de los confines del reino, en sus
enormes carretas tiradas, en ocasiones, hasta por una docena de bueyes.
Famosos fueron los arrieros de estos Condemios, a los que se venía a
buscar desde la próspera Hiendelaencina, cuando la riqueza de la plata
transformó la comarca, para que en sus carretones llevasen el rico tesoro de la
tierra a la cercana estación ferroviaria de Jadraque, o a Guadalajara o Madrid.
También fueron buscados para transportar la sal, desde las salinas de Bonilla,
La Olmeda o Imón, a los lejanos alfolíes de Burgos, Valladolid, Zamora o
Salamanca.
Los grandes caserones a tres aguas, tan peculiares de la comarca
atencina que desde Riba de Santiuste llegan hasta Cantalojas, hermosean sus
calles hoy como las hermosearon ayer, cuando estos caserones, copiados unos de
otros, eran habitados por las grandes familias que por aquí asentaron sus
reales, los Manrique Lozano, principalmente. Unos Manrique Lozano que dejaron
su sello no sólo en ambos Condemios, o en Campisábalos, Miedes, Somolinos o
gran parte la serranía, también en la provincia, a través de Atienza, donde
levantaron caserones con hidalgotes emblemas y sonoras laudas, como la de su
casa más emblemática de la calle de Cervantes: “La verdadera nobleza no la da el
nacimiento, sino la vida; la vulgar es la que se funda en los honores de
los padres”.
Nobleza que da nombre a la población, si hacemos caso al erudito serrano
que puso en libro los topónimos de los pueblos de Guadalajara. En ese libro, de
consulta obligada para todo buen bibliófilo guadalajareño que se precie,
Eusebio Monge Molinero nos dice que Condemios proviene de conde. Nada extraño,
a pesar de que no tenemos noticia de ningún personaje que llevase semejante
título entre sus posesiones. Sí que sabemos que fue Señorío de rancio abolengo,
junto con las vecinas poblaciones de Campisábalos, Somolinos y Albendiego,
entre otras, del muy alto y noble señor don Álvaro de Luna, caballero histórico
donde los haya, que trató de dominar la tierra desde Atienza hasta San Esteban
de Gormaz, pasando por Ayllón; cosa que al rey su señor, don Juan II le debió
de parecer excesivo dominio y únicamente le permitió serlo desde aquí hasta
Gormaz. De ahí que, cuenta una parte de la historia, ordenase demoler la
Atienza de 1446 hasta los cimientos, y después, por si algo se libró, prenderla
fuego, como queriendo decir a su Señor el Rey que, de no ser suya, de nadie
sería.
Que tampoco es que estuviesen estas tierras durante mucho tiempo en los
estados de don Álvaro; el cadalso se las quitó, como el rey se las dio; y tras
aquello se las entregó, para premiar sus desvelos y ganarse su favor, a don
Gastón de la Cerda, que fue conde y luego duque de Medinaceli, y a través de
este se mantuvieron en el apellido, uniéndose después a las tierras, mal
llamadas, del condadillo de Miedes, que terminó en la hidalguía de los Mendoza.
Que no hicieron mucho por aquí, dicho quede, salvo lo de cobrar sus
derechos y recibir, por Navidad, un carnero o su valor en reales; uno de cada
uno de los pueblos y lugares que formaban parte de sus señoríos, con lo que
echadas cuentas nos sale que cada Navidad los señores duques del Infantado
formaban un cumplido rebaño de carneros.
Que estuvieron en el origen, los carneros y sus madres, de las grandes
fortunas que por aquí, a base de oveja y lana, reunieron los Manrique y los
Lozano. Algunos de ellos se quisieron enterrar en la iglesia parroquial, y en
ella descansan, bajo sus losas, a la eternidad eterna de los siglos, en la
capilla mayor, en la que hasta no hace demasiado tiempo se veían sus laudas
sepulcrales; y en la de San José, cuyo retablo costearon y que se corona con
los emblemas de la familia.
También
es patria, Condemios de Arriba, de gentes como Restituto Martín Gamo, que fue
uno de los grandes escultores que vio el siglo XX, y que llegó a esculpir la obra más grande, y más
efímera también, que conoció la España de la década de 1960, el Coloso de Rodas, que todavía se puede
ver en las cintas de cine; y patria chica fue de Manuel Fernández Manrique, uno
de los más prolíficos autores legislativos de la última mitad del siglo XIX; y
de Ángel Garrido Herrero, considerado como uno de los primeros introductores en
España del estudio de lenguas orientales; Garrido Herrero dominaba, entre
otras, el hebreo, el árabe, el copto o el arameo.
También hay por sus calles otros emblemas que hacen mención a la
devoción creciente, a partir del siglo XVII, de la fiesta del Corpus o del
Santísimo Sacramento.
La
escenografía, sobre las puertas y ventanas de las casas de Condemios de Arriba,
y en mayor número en las de Condemios de Abajo, se repite por las vecinas
tierras de Hijes, de Galve y hasta de Miedes. La labra de alguna de ellas es
llamativamente hermosa, como tallada por un orfebre, en lugar de por un
cantero, por finos que fuesen sus trazos. Son también emblemas, aunque menos
llamativos que nuestros castillos o murallas, dignos de tenerse en cuenta, y de
protegerse. Como las leyendas gravadas en algunas de sus fachadas, en sus
ventanas o las dovelas de sus puertas, que nos dan idea de que sí, de que
Condemios de Arriba fue pueblo importante, como tampoco desmerece su vecino de
Abajo. Hoy lo continúan siendo, pero con menos gente y también con menos
codornices, de aquellas que gustaba cazar el señor conde de Romanones por los
inicios del siglo XX, que parece que no se le escapaba ninguna desde Cañamares
hasta los confines de Villacadima.
Una fiesta, montaban las autoridades cada una de las veces, aunque no
fuesen muchas, que don Álvaro de Figueroa se perdía por aquí. Afortunadamente
no eran muchas, porque cuando lo hacía no quedaba una codorniz en veinte o
treinta kilómetros a la redonda.
Otro tipo de fiesta montaban sus lugareños,
en honor a sus patronos, San Antonio y San Benito Palermo, a los que festejaban
incluso con danzas, de las de palitroque, cordón y castañuela; con música de
tambor y de gaita. Nuestros danzantes, tan populares que fueron por esta
serranía provincial, y que tan pocos nos quedan; aunque los que lo hacen valen
por casi todos los que se fueron y, de vez en cuando, salen hacía otros lugares
para mostrar su arte. Los de Condemios la vez primera que salieron de su pueblo
para danzar en fiesta que no fuera la propia lo hicieron en 1908, cuando a las
autoridades de Hiendelaencina se les ocurrió cambiar sus fiestas de Santa
Cecilia por las de San Miguel, y se armó el belén, sin que los danzantes de
Condemios tuviesen arte ni parte, que estos danzaron con el arte acostumbrado.
También
lo harán este sábado, junto a sus vecinos de Galve de Sorbe, a honor de la
Serranía de Guadalajara, que en sus calles celebrará su Día. Su Día doce, o su
doceavo año, que ya son, de celebrar que la Sierra continúa viva, y que al
menos una vez al año se reúne en cualquiera de sus pueblos para proclamarlo a
los cuatro aires. Este año el poblachón elegido es Condemios de Arriba.
El
programa es amplio, pues la fiesta da comienzo con las primeras horas y las
primeras rondas de las dulzainas y los tambores que, como en las grandes
fiestas, van anunciando la alboreá, que ahora llamamos pasacalle, a quienes
todavía no sepan que amanece fiesta.
Y
a los visitantes los recibirán los Vaquillones de Villares de Jadraque, y se
les ofrecerán rosquillas y vino dulce; y habrá pregones serranos, y
reconocimientos a aquellos serranos, hombres e industrias, que hacen patria; y
se juntarán los escritores de la Serranía para ofrecer sus libros; y se mostrará
alguna de las muchas carencias que nos
van empujando hacía la soledad; se hablará de despoblados; y se mostrarán las
imágenes de los pueblos que quedaron al raso de los recuerdos; y habrá cantos
tradicionales, y juegos de los de siempre y… una voz, seguro, saldrá de casi
todas las gargantas cuando, al cabo de la tarde, cada cual marche al lugar de
donde vino: ¡Viva la Sierra, viva, con gente que la celebra, la baile, la cante, y la escriba!
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 18 de octubre de 2019
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