DAMIÁN SÁEZ SÁNCHEZ.
El Obispo del Rey
Del Rey Don Fernando VII, el Felón. Natural de Budia, don Víctor
Damián Sáez Sánchez. De Budia, ese hermoso lugar de la Alcarria en donde
nuestro hombre nació un lejano día del mes de abril de 1776, hijo de don Damián
Isidoro Sáez Mayor, nacido en Budia, y de doña María Teresa Sánchez de Oñoro,
que fue nacida en el lugar de Iriépal.
Como era costumbre en familias de cierta
hidalguía, como lo era la de don Damián Isidoro Sáez Mayor, Abogado de los
Reales Consejos de Su Majestad, algunos de los hijos del matrimonio debía
dedicarse a la iglesia; y al seminario de Sigüenza, para continuar la carrera
eclesiástica entregaron no a uno, sino a cuatro de los varones de la casa.
Cuatro varones del segundo matrimonio de don Damián Isidoro, quien lo contrajo
con doña María Teresa luego de que su primera esposa, doña Teresa de Olarte,
falleciese. Con Doña Teresa de Olarte le nació a don Damián Isidoro al menos un
hijo, de nombre José, que también se graduó en Cánones en Sigüenza.
Del segundo matrimonio vivieron algunos más,
don José Joaquín, quien siguió estudios en el colegio de San Antonio de
Portaceli, de Sigüenza, y fue cura párroco de Cantalojas por espacio de casi
veinte años; antes de serlo de alguna parroquia de Sigüenza, y de alguna otra
del obispado de Tortosa después del nombramiento como obispo de su hermano
Damián.
De Tiburcio, quien se doctoró en Teología en
Alcalá de Henares antes de ser párroco de Pareja y luego magistral de Sigüenza,
pasando después a ser canónico de Orihuela, y predicador y capellán de honor de
S. M. D. Fernando VII.
De Ambrosio, quien fue cura párroco de
Carabias y suplente de su hermano José Joaquín en Cantalojas, antes de acceder
al arcedianato de Sigüenza, y que murió siendo Deán de la catedral.
De doña Juana Antonia María Magdalena de
Pacis, a quien se ha definido como “Juana
la Hidalga”, por su extraño enterramiento en el trascoro de la nave
central, frente al altar de la Virgen de la Mayor, de la catedral de Sigüenza,
y que fue a su vez madre de otro obispo de Tortosa, nacido en Cantalojas, y
heredero en todo de su tío.
Y don Víctor Damián, nuestro hombre. Quien
ha pasado a la historia como uno de los más poderosos personajes de los últimos
años del reinado del torpe rey don Fernando VII. Don Víctor Damián quien fue el
salvaguarda de la familia y quien, a falta de hijos, Dios le dio primos y
sobrinos a quienes colocar y dejar en el recto camino de la vida para ocupar,
desde la Cantalojas natal de la mayoría de ellos, grandes puestos en la
industria, la política o la judicatura del reino; y para levantar de la ruina,
aunque fuese indirectamente, aquel lugar serrano, a medio camino, según los
tiempos, de las provincias de Segovia, Burgos y Guadalajara, llamado
Cantalojas.
Don Víctor Damián Sáez Sánchez, a quien bien
puede equipararse, en el ejercicio del poder a la vera del Rey, a nuestros
gloriosos Cardenales Mendoza o Cisneros.
Damián Sáez Sánchez fue predicador, confesor, consejero y Secretario de Estado de Fernando VII |
Entró don Víctor Damián en el seminario de
Sigüenza en el mes de junio de 1790, con catorce años cumplidos, y de él
saldría para ejercer la carrera eclesiástica. Pasó por Alcalá, por Cantalojas,
por Carabias y, finalmente, en 1804 tomaba posesión de una canonjía en la
catedral de Sigüenza. Allí comenzaba su verdadera carrera, a la sombra de sus
hermanos, ante todo de don José Joaquín, el mayor, el cura de Cantalojas,
cuñado a su vez de don Pedro Gordo, el cura párroco de Santibáñez de Ayllón
quien, al poco de que los franceses invadieran España, se puso al servicio de la
Junta de Defensa de Burgos junto a su cura vecino, el de Villacadima. Ambos
entraron por distintos caminos en la historia de España. Como en la Junta de
Defensa de Guadalajara trató de entrar don Víctor Damián sin lograrlo, pues
antes de que diese el paso entraba en Sigüenza el general Hugo y se lo llevaba
preso, con algunos rehenes más, a la cárcel de Brihuega. Allí estuvo don Víctor
hasta que recuperó la libertad en el mes de agosto de 1812. Cuando la invasión
francesa comenzaba a agonizar; las Cortes de Cádiz declaraban “Benemérito de la Patria” a su casi
cuñado Pedro Gordo, cura párroco de Santibáñez, y la Junta de Burgos entregaba
a su hermana Juana Antonia María Magdalena de Pacis y a su marido, Juan Gordo,
4.000 reales que con otros 4.000, sirvieron para reconstruir el pueblo de
Cantalojas; saqueado, destruido hasta los cimientos e incendiado por las tropas
francesas la madrugada del 25 de diciembre de 1811 cuando los franceses
buscaban a don Pedro Gordo y a don José Joaquín Sáez.
La llegada a España del Rey don Fernando
trajo la reorganización de la corte a partir de 1814. Don Víctor Damián
presentó solicitud a la plaza de predicador real, y mientras aguardaba la
resolución opositó a una lectoralía en la catedral de Toledo. Obtuvo ambos
puestos y fue el encargado del sermón mortuorio de la reina María Luisa de Parma.
Sermón que debió de llegar más que a otros al corazón de su hijo, el rey don
Fernando, quien después de escucharlo nombró a don Víctor Damián, su confesor.
Corría el año de 1819, cuando la muerte de
la reina; y llegó el de 1820 con todas las novedades que trajo, entre ellas la
del “trienio liberal”, con el
alzamiento del general Riego, que obligó a nuestro don Víctor a refugiarse en
Francia huyendo de los muchos enemigos que en tan poco tiempo se había ganado
tras condenar el alzamiento, y de donde tornó con los Cien Mil hijos de San Luis; para entrar, desde entonces, a formar
parte del Gobierno interino del reino, presidido por el duque del Infantado, en
el que nuestro hombre pasó a ocupar el cargo de Secretario de Estado. Y aquí
comenzó otra carrera; de represión, según la historia. Contra los constitucionales,
los liberales, los masones y los enemigos políticos, siempre al servicio del
Rey. Hasta que el Rey recuperó el trono, lo confirmó en el cargo, creó el
Consejo de Ministros y lo nombró a él como su primer Presidente, como primer
Secretario de Estado que era. Desde su cargo promovió el decreto que condenaba
a muerte a todo aquel que resultase sospechoso de liberal o masón; firmó la
condena a muerte del General Riego y comenzó a llenar las cárceles con todo
aquel que le pareció desleal a la figura del Rey.
Budia, la localidad alcarreña en la que vino al mundo don Víctor Damián |
A tal grado llegaron sus venganzas, condenas
a muerte, y represiones que desde Francia, como cabeza de la Santa Alianza cuyas
tropas al mando del duque de Angulema colaboraron a devolver el trono al rey Fernando,
pidieron la destitución de su poderoso y sanguinario ministro de Estado, don
Víctor Damián Sáez Sánchez, quien nombraba y destituía, y hasta casi reinaba,
en el nombre del Rey.
A cambio de la destitución se le nombró
Obispo de Tortosa, de donde tomó posesión en 1824, sin dejar de lado la
política, aunque fuese en segunda línea como consejero del Rey.
El decreto de cese y nombramiento lo firmo
S.M. el 2 de diciembre de 1823:
…
Habiendo cesado por Decreto de este día don Víctor Damián Sáez en el Despacho
de la primera Secretaría de Estado, he venido en nombrarle para el Obispado de
Tortosa, conservándole los honores de mi Consejo de Estado…
Allí, en Tortosa, continuó hasta la muerte
del don Fernando en 1833, con algún que otro viaje a la corte. Regresando al
tiempo que estallaba la primera Guerra Carlista en la que, se cuenta, se
declaró partidario de la niña reina Isabel, mientras que el resto de la familia,
a la que había colocado en lugares claves de la política, la judicatura y la
industria, se situaba al lado del pretendiente don Carlos, entre ellos su
sobrino Ambrosio, quien desde las Canarias cruzó toda España para ser, entre
otros cosas, Asesor General de la Hacienda Carlista. Así nuestro buen obispo, ganase
quien ganase la partida guerrera. aseguraba su futuro.
Eran los tiempos de la primera epidemia de
cólera morbo que se vivía en España. El mal del Ganges, que llegó en barco al
puerto de Vigo y extendió su reguero de muerte por los cuatro puntos cardinales
de España, por lo que nuestro obispo determinó que un Madrid apestado y lleno
de enemigos políticos no era el mejor lugar para conservar la vida; por lo que
optó por marchar a Sigüenza, en la esperanza de que hasta allí no llegasen la
peste ni sus perseguidores; que llegaron.
A estas alturas no debían de ser muchos los
políticos que en Madrid se fiaban de nuestro hombre, quien jugaba con los
isabelinos y con los carlistas y a ambos prometía fidelidad, como tampoco
nuestro hombre debía de fiarse de quienes gobernaban el reino en medio de la
peste y la guerra.
Reclamado a Madrid por la reina gobernadora,
a Madrid, donde tantos eran sus enemigos, simuló el viaje; tomó el coche de
caballos y cuando la ocasión fue propicia se bajó de él, regresando a Sigüenza
sin ser visto, para permanecer escondido hasta que le llegó la muerte, sin
saberse muy bien cuando, aunque se cita, como casi segura, la noche del 3 de
febrero de 1839, después de esconderse durante cinco años, y como no se le
podía enterrar, porque no convenía anunciar su muerte y dejar al descubierto a
quienes lo protegieron, se embalsamó el cuerpo y optaron los suyos por
mantenerlo en una tinaja de aguardiente, donde el alcohol lo mantuviese
incorrupto.
Damián Gordo, sobrino del obispo, fue su heredero, en el obispado, y en sus legados familiares. |
Nueve meses lo tuvieron en aquel “espíritu” de vino. Al decir de unos, en
una casa particular de la calle de Guadalajara; al de otros, en las bóvedas de
la catedral. Hasta que llegó la paz de Vergara; la amnistía a sus amigos y familiares
y su cuerpo, con los honores debidos, fue entregado a la tierra en la catedral
el 13 de septiembre de 1839.
Años después, cuando su sobrino y heredero
accedió al obispado que dejó vacante el tío, pidió el traslado del cuerpo a
aquella catedral, la de Tortosa. Otro de sus sobrinos, el ilustre hombre de
ciencias don Francisco Javier García Rodrigo fue el encargado de llevarlo desde
la de Sigüenza a aquella catedral, y en ella reposa, a la eternidad de los
siglos, desde el año de gracia de 1850.
Sus
sobrinos, hijos de su hermana, de doña Juana, la extraña hidalga que desde
Cantalojas fue a morir a Sigüenza para enterrarse en su catedral, continuaron
gozando los bienes terrenales de los puestos en los que su tío los colocó:
Don Damián Canuto lo relevó en el obispado
de Tortosa; a don Víctor, a quien casó con su prima doña Juliana Isidra García
Rodrigo, lo situó al frente de los negocios mineros junto a otro de sus
sobrinos, el insigne don Francisco Javier García Rodrigo, quien a su vez se
casaría con la hija del médico de cámara del Rey; a don José lo colocó al
frente de la contaduría general del Ejército de Castilla; a don Ambrosio
Antonio, en la magistratura de las audiencias de Canarias, Zaragoza y
Valladolid. A doña Andrea la casó con el Fiscal de Penas de Cámara; a doña
Juana Francisca con don José Antonio de Oriol y Salvador, llegando a ser
marquesa madre de Casa Oriol y uno de sus descendientes, don José Luis,
fundador de algo con lo que siempre se soñó que llevase la prosperidad a Cantalojas,
el tren y la electricidad. Don José Luis de Oriol, descendiente de nuestro
serrano pueblo, fue el fundador de las empresas Talgo e Hidroeléctrica
Española. Llegando incluso, los sobrinos varones, a aspirar a ocupar cargos de
senadores y diputados representando a la provincia de Guadalajara en la que
finalmente quedó incluida la Cantalojas natal de casi todos ellos. Pero esa es
ya otra historia que forma parte, como la vida de nuestro obispo, de la que
podría ser una compleja trama novelesca.
Don Víctor Damián
Sáez Sánchez nació en Budia (Guadalajara), el 12 de abril de 1776; falleció en
Sigüenza (Guadalajara), el 3 de febrero de 1839. Fue obispo de Tortosa; ministro
de Estado, confesor y predicador de Fernando VII.
Tomás Gismera
Velasco
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