viernes, marzo 23, 2018

LAS COMENDADORAS DE CALATRAVA


Que nacieron a la historia en Pinilla de Jadraque



   Doña Gerónima Velasco se plantó ante el rey de los arrepentimientos, don Felipe IV, le pidió el favor y Guadalajara poco menos que se olvidó de ellas. De las madres Calatravas que surgieron a las riberas del Henares, cuando el Henares era río bravo y si le calentaban los cauces se salía de madre y desde Matillas a Espinosa se lo llevaba todo por delante. Cuando llovía en condiciones, claro está, y los melocotones de las huertas de Jadraque se cotizaban por encima de los de Calanda. Guadalajara también se olvidó de aquel rey, que parecía pasmado; del rey que por la noche pecaba y porque se lo podía permitir, por la mañana acudía a confesarse, limpiando de pecados el alma, para volver nuevamente a pecar con el alma limpia de polvo y paja. Don Felipe IV, que se llamaba.

Las Comendadoras de Calatrava, que nacieron a la historia en Pinilla de Jadraque (Guadalajara)


   Doña Gerónima estaba entonces al cargo de unas cuantas freiras que, traseros de mal asiento, habían levantado la casa primitiva y aposentadas se encontraban en Almonacid de Zorita, y como de Almonacid, riberas del Tajo, cuando el Tajo bajaba bravo de aguas, hasta la Corte del Manzanares, río siempre escaso de corriente, había la suficiente distancia como para aburrir al propio Benitillo, el borriquillo con el que Cisneros acudió a ver a la reina Isabel, le pidieron el favor de que, apiadándose de ellas, las buscase alojamiento en el Madrid rumboso.

   Hasta Aranjuez, donde se encontraba don Felipe, el IV, acudió doña Gerónima con doña María de Jesús, y ambas postradas a los pies de quien era por derecho administrador de la Orden de Calatrava suplicaron de tamaña forma que, a pesar de haberse saltado todos los reglamentos y hacer el viaje a escondidos, Su Majestad les concedió lo que pedían, de forma y manera que, al volver a Almonacid, prepararon las maletas y… ¡Si te he  visto no me acuerdo!

   Es quizá uno de los episodios más desconocidos de la historia provincial, el de que en la provincia de Guadalajara se fundase el primer monasterio calatravo para la educación de las mujeres nobles de la orden. En tierras del obispado de Sigüenza, como la historia dice; lo que en ocasiones esconde es que fue en tierras a medio camino entre Atienza y Jadraque, y que los fundadores eran, para más señalamiento, hijos de aquella villa en la que la historia, caprichosa, tanto se ha cebado en ella que empachada en capítulos gloriosos todavía no ha sabido digerir su pasado para vivir de él. Puesto que, como si de una serie televisiva a lo moderno se tratase, capítulo de historia tiene  para cada día del año.


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   Fundaron el primitivo monasterio, los atencinos que lo dotaron, don Ruy Fernández, sus hermanos y su mujer, doña Toda, en unas hazas de terreno que disponían en el paraje bautizado como Sothuel de Hachan, que a lejano nos suena y queda mejor decir que lo hicieron en la hoy tierra de Pinilla de Jadraque, donde permanecieron por espacio de tres o cuatro siglos, hasta que hartas las damas de entorno tan poco favorable pidieron el traslado y se les concedió a Almonacid desde donde, hartas de nuevo, vivieron el episodio anteriormente reseñado.

   Cuatro siglos, poco más o menos, estuvieron en la  provincia, y su entrada en Madrid, a los pocos días de verse con el rey Felipe en Aranjuez debió de ser espectáculo digno de cualquier mirada, pues tal debió de ser la súplica de la priora, que compadecido don Felipe de los grandes sufrimientos que Almonacid las procuraba, las envió el remedio por mano de la reina doña Isabel de Borbón, quien las dispuso para el traslado ocho coches de sus caballerizas, para acomodar a las señoras calatravas, y los carros necesarios en los que traerse equipaje y mobiliario, con los que entraron en Madrid, el 31 de octubre de 1623. A recibirlas salió media Corte, y antes de dirigirse al aposento que las tenían preparadas, en el convento de Santa Isabel de Agustinas Recoletas, pasaron, como solía Su Majestad al entrar y salir de Madrid, por la Real Basílica de Atocha, a dar gracias a Nuestra Señora por la bondad del arribo.

   Para ellas se edificó, con señorío y elegancia, un nuevo Monasterio en el lugar más céntrico de Madrid, en la calle de Alcalá, donde anteriormente se alzó uno de los pecaderos del rey, que no tardaría en convertirse en lugar de cita de la nobleza madrileña; donde se discutían en Capítulos de Caballeros, los asuntos de la Orden, y se resolvían algunas cuestiones laicas que tenían más que ver con las intrigas de las gentes que con la necesidad de la religión. Según contaban los cronistas. Así que el locutorio llegó a ser el primer salón de la Corte, y las Calatravas, las primeras señoras que supieron recibir con finos modales y elegantes formas a sus invitados. Al nuevo hogar se fueron en 1678, reinando ya don Carlos II, de tan hechizada memoria.

Imagen actual de la Concepción Real de Calatrava, en Madrid


   Visto el imperial sillón frailuno que ocupase su maestre, hoy en una de las sacristías del templo, al pie de uno de esos lienzos para los que se necesita la pared entera de dos casas, cualquiera puede hacerse idea de la grandiosidad que el paso del tiempo dio a la orden. Que pasó, de las veinticinco damas que llegaron, veintidós monjas y tres novicias, a más de un centenar en pocos meses.

   El traslado de la casa de acogida al nuevo templo hubo de llevarse con la misma pompa con la que entraron en Madrid, si no mayor. Y fue el  nuevo templo, en la hoy calle de Alcalá, uno de aquellos destinado a llamar la atención, perfilado por uno de los arquitectos de mayor mérito y fama del momento, fray Lorenzo de San Nicolás quien, en una de las capillas, dejo los trazos a lápiz de su obra, como el carpintero que va anotando en la madera por dónde hay que ir puliendo.

   Hasta que un día, finales del siglo XIX, antes de que las damas de la orden pidieran nuevo traslado, por aquello de que Madrid crecía en otras direcciones, algunos caballeros profesos de la Orden acordaron exclaustrar a las monjas y echar abajo el convento en 1870. El templo quedó a salvo gracias a la duquesa de Prim, y las Comendadoras Calatravas se acogieron al amparo de las Comendadoras de Santiago, donde continuó la historia y en donde permanecieron hasta que Dios quiso.

   Del viejo convento, o Monasterio, de las Calatravas Reales, en la actualidad no queda más que su imponente iglesia, hoy remozada por dentro y fuera gracias al empeño del que fue uno de sus mayores defensores, casualidades del destino, natural de la provincia de Guadalajara, aunque algo lejano de las tierras de Atienza y Jadraque donde nació la orden. El reverendo nació en Labros, don José María Berlanga, que no es cardenal quizá porque él no quiso, o no lo quiso el destino, que tan caprichoso es como  los hombres con sus propias decisiones, cuando decidir pueden.

   Hoy el monasterio primitivo, el de las cercanías del Henares que en la actualidad es río manso, apagado por sus riberas que se lo comen a bocados y sin melocotones que regar en las huertas de Jadraque, aunque la vega luzca un verde chillón al llegar los primeros días de septiembre, por el maíz, que da menos trabajo y más producto, es pura ruina. Piedra sobre piedra que cabecea con los fríos, los vientos, los hielos y el agua, cuando llueve. Aunque resiste, casi mil años después de que se alzase. Nadie diría que allí se puso la primera piedra de una fundación que fue gloria y enseña del reino.

Estado actual del viejo monasterio de Pinilla


   Y pocos saben, de dentro y fuera, al pasar por la calle de Alcalá y ver el rumboso edificio de la hoy Concepción Real de Calatrava, que aquella fundación tuvo sus orígenes en esta provincia que en ocasiones se achaparra a lo que viene de fuera y presume poco de lo que tiene e hizo, y parece que se relame las heridas viéndolo perder. Así que, para reivindicar que las calatravas nacieron en estas tierras, antes de que el  monasterio primitivo sea solar roído por las zarzas, que ya comenzaron a llenar el plato, hacemos memoria de aquellas monjas que a las órdenes de su primera abadesa, doña Urraca Fernández de Atienza, salieron a correr mundo entre Pinilla y Torremocha, antes de que se marchasen a Almonacid y doña Gerónima Velasco se las llevase a Madrid, con la anuencia del Rey, para que la reina, Doña Isabel de Borbón, las saliese a recibir.

   Memoria es, de un tiempo que pasó, y que no se ha de olvidar. Que como diría don Ricardo Sepúlveda, cronista que fue de la villa de Madrid, así pasan las glorias de la vida por los desiertos de la historia; así pasan, sin dejar huella de su tránsito en el polvo del camino. A menos que alguien, de cuando en cuando, lo memore.
  

Tomás Gismera Velasco
Nueva Alcarria, Guadalajara, 29 de febrero 2018

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