Se cumplen 350 años, de su llegada a la villa
Trescientos cincuenta años
cumple la venerada imagen de la Virgen de los Dolores, de Atienza. Trescientos
cincuenta años que bien podríamos decir no son nada, porque el tiempo vuela; y
si pasados todos estos años cualesquiera de quienes intervinieron en que la
talla de la patrona llegase a la villa estuviese entre nosotros, seguro que nos
lo confirmaba.
La Virgen de los Dolores, Patrona de Atienza |
Fue un capricho especial de uno de aquellos
hijos de Atienza que mejorando su estado pasó a la Corte, a Madrid, para
emplearse como cerero en el alcázar real, don Juan de las Huertas se llamaba;
de la familia “de los Vienvistas”,
que ya por aquellos años el apodo estaba a la orden del día. La talla era una
imagen única, puesto que se trataba de una copia de la tallada por Gaspar
Becerra para el convento madrileño de la Victoria, aquella por encargo de la
reina Isabel de Valois con una leyenda añadida que nos lleva a los sueños del
autor, y al milagro que lo llevó a tallar una imagen que rompió moldes para su
época, ya que aquella, como la nuestra, es una imagen de las llamadas “de vestir”, es decir, que únicamente son
talla las manos y la cara. La de Gaspar Becerra fue la primera de estas características.
Una imagen que desapareció de la madrileña iglesia de Santiago, a donde fue a
parar tras la demolición del convento de la Puerta del Sol, y de donde se
perdió para siempre en aquellos aciagos días de 1936.
Y si conocemos casi todos los pormenores en
cuanto hace a la llegada de la imagen a Atienza, nos falta un dato importante:
el nombre del autor. Que sin duda hubo de ser, dada la calidad de la talla y de
los intervinientes, de renombre. No
aventuraremos nombre, por no errar. Aunque es digna de un Mena, o un Montañés. También
es la primera talla de estas características en la provincia de Guadalajara; y
la primera en contar con un Rosario de Faroles de Cristal que hoy cumple ciento
ocho años de edad; salieron por vez primera en la procesión de Atienza el 18 de
marzo de 1910.
La Virgen de losDolores, Patrona de Atienza, el libro, aquí |
La imagen, recibida por el párroco de la
iglesia de San Juan del Mercado a la que iba destinada, don Juan Sancho del
Olmo, llegaba como “Nuestra Señora de la
Soledad”, nombre con el que era conocida la madrileña. Fue convertida en “Nuestra Señora de los Siete Dolores”
casi cien años después, al tiempo que el entonces Concejo de Atienza la tomó
por patrona celebrando su festividad el 17 de septiembre. Hasta entonces fueron
patronos de la imagen, y de su capilla, o altar, la familia de lo “Vienvistas”, los Huertas, y después los
Paniagua, los Madrigal y, los últimos, los Ruilópez, don Bruno Pascual y su
hermana Francisca, quienes la dotaron con todo lo dotable, incluido el famoso
Rosario de Cristal que la acompaña en su procesión nocturna por las calles de
la villa. Justo es decir que cuando la imagen llegó a Atienza la iglesia de San
Juan todavía se encontraba en proceso de unas obras que se prolongarían durante
casi cien años y dejaron a la iglesia, por falta de fondos, sin torre
campanera.
La imagen llegaba con un completo
equipamiento: una corona de plata, un
manto de damasco de seda con frontales bordados y cuatro pares de cortinas;
unas de tafetán morado, otras de raso bordado en blanco, unas negras para la cuaresma
y las últimas de tafetán encarnado; a lo que se añadió, a la moda de
Madrid, un completo vestuario que de alguna manera, y modernizado a través del
tiempo, ha llegado hasta nosotros; puesto que la imagen primitiva, la de Gaspar
Becerra, fue vestida con los ricos ropajes de viuda de la condesa de Ureña,
dando paso a la costumbre de que las damas nobles de la corte donasen sus
vestiduras para las imágenes religiosas, casi siempre en dos colores, blanco y
negro; los colores del luto de la nobleza, componiendo el vestuario de nuestra
patrona una falda negra, una mantilla de paño, un velo blanco de la cabeza a
los pies y sobre este, un mantón negro (no olvidemos que llegaba como Virgen de
la Soledad). Y de aquella manera se vistieron las tallas de “La Soledad”.
La Procesión concluye a las puertas de la iglesia |
Ocupa en la iglesia de San Juan del Mercado
su actual emplazamiento desde mediados del siglo XVIII, cuando ya era una de
las imágenes de mayor devoción de la villa y pueblos vecinos; tanta devoción
que, desde esa época, cuenta con una de las reliquias más significativas de la
provincia: un pedazo de velo auténtico de la Virgen María y un lignun crucis
(ajeno al conocido de la reliquia de las Santas Espinas), donados por un
confitero de Albendiego, Mariano Núñez de nombre. Con auténtica papal desde
1786.
Del mismo modo que el altar fue poco a poco
dotándose con nuevas donaciones, entre las que destacó un niño Jesús Nazareno con dos vestidos, uno de
terciopelo encarnado con faldones de oro y otro de damasco morado con
guarnición carmesí, junto a una cestilla pequeña de "firigrana", en la que se conservaban una pequeña cruz, unos
clavos, un martillo y "aquello otro
que hace referencia a la Santa Pasión". Esta pequeña talla, que pasado
el tiempo sería conocida como San Juanito, fue sustraída de su altar en la
década de 1990.
En 1770, Rosa de Paniagua, desde Madrid, envió también para el altar de
la Virgen, unas sacras de plata, una cortina portuguesa, doce ramos de plata, y
setecientos reales que habían de emplearse en hacer una mesa de altar a la
romana "toda dorada". La
hizo el atencino Lorenzo Forcada, y el dorado lo llevó a cabo el también
atencino José de la Fuente.
Por éstos
años no fueron los únicos que dotaron a la imagen. Isabel de Madrigal, en 1737,
pagó 400 misas en su altar, y el 26 de abril de 1764, "Bentura del Castillo y Aguilar, natural de Atienza y avecindado en Madrid, envía desde la Corte
una sabanilla de tela con encaje, para la Virgen de los Dolores". Existen otras muchas donaciones y pago de
misas ante aquella imagen, sin embargo la donación hecha por Ventura del
Castillo y Aguilar tiene el aliciente de que a la Virgen de la Soledad se le da
el título de Virgen de los Dolores. O de los Siete Dolores, como anteriormente
decíamos, nombre que le impone el entonces cura de la iglesia de San Juan, don
Joaquín de Iturmendi, coincidiendo con la visita que a la villa hacen don
Andrés Cano, obispo de Azadén, y don José de la Cuesta, obispo de Sigüenza, al
tiempo de la inauguración de la actual capilla del Santo Cristo, patrono de la
Villa.
Su devoción, tanto como su
procesión son, y fueron, uno de los grandes acontecimientos de Atienza; antaño
se acompañaba la procesión con disparo de cohetes y fusilería. Hoy con luces
oscilantes en los faroles de su Rosario. Es, sin lugar a dudas, la reina de
Atienza, por admiración y devoción. Trescientos cincuenta años se cumplen de la
talla. A Atienza llegó el 12 de enero de 1669. El próximo año trescientos
cincuenta de su llegada. Seguro que Atienza lo celebra por todo lo grande, o
no. Lo veremos. Hoy toca disfrutar de un día festivo, y admirar una imagen, un
Rosario de Cristal y una procesión, única en la provincia.
Tomás Gismera Velasco
Nueva Alcarria, 23 abril, 2018
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