MEMORIA
DE LA CASA DE GUADALAJARA EN MADRID
Abrió
sus puertas el 4 de junio de 1933
Tomás
Gismera Velasco
Y las cerró, sus puertas, para los socios en general, el 19 de enero de
2015. Algunos directivos nos quedamos unos días más, a recoger los trastos,
como quien dice, para cerrarlas detrás de nosotros, y para siempre, después de
que los últimos furgones de la Excma. Diputación Provincial de Guadalajara con
aquellos “trastos”, o sea, nuestras bibliotecas, nuestros archivos, nuestras
colecciones…, los recuerdos que caben en poco menos de cien años, emprendiesen
camino de la ciudad que quienes los fuimos/fueron almacenando, llevábamos en el
corazón: Guadalajara.
Eran los últimos días de un enero que se nos antojó demasiado gris. Días
antes, el 13, habíamos tenido aquella Junta General Extraordinaria en la que se
acordó la disolución, porque había llegado el momento. Los directivos nos
habíamos dado cuenta de que, como algún periodista provincial escribiese
“Guadalajara no se quería”, o se quería poco, o había dejado de creer en
románticas aventuras, o sueños, como lo era el de mantener una Casa que en
cuanto al acogimiento de los provinciales fuera de su tierra, había dejado de
tener sentido. Los últimos años fueron de una intensa dedicación a la promoción
cultural y turística, sin perder el sentido de “casa de pueblo” en la capital
de España. Los viejos románticos que nos vimos obligados a dejar el pueblo,
teníamos allí nuestro rinconcito de Plaza Mayor.
Los intelectuales o los artistas, o los promotores, un escenario desde
el que anunciar a la capital del Reino, y desde él a toda España, sus obras o
productos. Muy pocos de los que en los últimos años pasaron por él, a pesar de
las invitaciones a la participación, se ofrecieron a colaborar con la Casa,
haciéndose socios. Daba a veces la impresión de que la Casa era una cosa de
usarse y ya está. Ignorando que la inmensa mayoría de sus muchos gastos, los
pagaban religiosa y anualmente su medio millar, poco más o menos, de asociados.
Incluso los políticos, que siempre tuvieron muy buenas palabras para la Casa,
pasaron de largo. Claro está que desde el cariño, a quienes nos esforzábamos
por abrir las puertas todos los días, todo nos pudiera parecer poco, porque en
los últimos tiempos no llegábamos a fin de mes y había que estirar la peseta, o
el euro.
Hubo políticos que pasaron por la Casa y fueron vistos y no vistos,
llegaron, prometieron y marcharon, eso sí, sin cumplir la promesa; y políticos
comprometidos que trataron de engrandecerla, sin tintes políticos, aunque son
de destacarse nombres como Jesús Alique, Francisco Tomey, José María Brís o
María Antonia Pérez León que llegó a reunir en Diputación, en un ideado plan de
salvación de la Casa, a los principales industriales de la provincia. De los
congregados y comprometidos, que fueron todos, únicamente dos cumplieron la
promesa. Y en ese no olvido no me da la gana dejar de lado a Magdalena Valerio
Cordero quien, a la menor, pasaba por la Casa, porque, decía, estaba donde
debía de estar, ella, como representante de los guadalajareños. O de Enrique
Núñez Guijarro, porque era casi de Atienza y debía su corazón a la tierra de su
padre.
En aquella triste junta en la que se iba a aprobar la disolución de la
Casa, la del 13 de enero, todos los directivos estuvimos conformes en que no
había otra solución. La Directiva siempre mantuvo que antes de comprometerse en
deudas impagables era mejor el cierre, con valentía aunque con tristeza; pero
con la cabeza alta. A última hora dos directivos cambiaron su voto, sorprendiendo
al resto; y de los cerca del centenar de socios presentes, tan solo hubo diez o
doce votos en contra. La mayoría por añoranza, pero concienciados en que no
había otra solución. Uno de los socios del “no”, antes de emitir su voto
preguntó si decir “no” le comprometía a algo –asumir deudas o cosa parecida.
Conforme a los Estatutos, todo lo que había en la Casa, salvo lo que
eran particularidades, iría a parar a la Excma. Diputación Provincial:
Bibliotecas, Archivos, Trofeos, Cuadros, colecciones fotográficas…. Cuanto
atañía a aquello que ha de tener un interés para futuros investigadores de los
movimientos migratorios provinciales.
Mientras empaquetábamos, un equipo de Televisión Española se presentó en
la Casa para rodar un reportaje sobre nuestra vida cultura y, encontrándonos
haciendo las maletas, al Bibliotecario y a un servidor, tuvieron que cambiar el
sentido de su crónica.
Por supuesto que nadie quería cerrar las puertas. Aunque las cerrábamos
con la alegría de haber dedicado a nuestra tierra unos cuantos años de nuestra
vida. Como aquellos pioneros que las abrieron por vez primera para que, quienes
en Madrid no tenían Casa, la tuviesen. Cuentan las crónicas que se llegaron a
reunir, en la calle de Alcalá, donde entonces las abrió, más de un millar de
guadalajareños. La mayoría, sucesores de otros guadalajareños que a comienzos
del siglo XX abrieron el llamado Centro Alcarreño de Madrid. La Casa de
Guadalajara era su continuación. La del Centro Alcarreño, la de la Sociedad
Benéfica Briocense, la de la Peña de Amigos de Cifuentes, de Atienza, de
Sigüenza…, todos aquellos grupos de amigos que se fueron reuniendo en la
capital y quedaron retratados en aquella gran historia de la Casa de
Guadalajara en Madrid que un valiente alcarreño, Javier Blánquez Alcalde, con
Budia en el corazón, animosamente se ofreció a patrocinar, aun a sabiendas de
que la Casa tenía los días contados y su empresa no obtendría otro beneficio
que el del cariño de su autor, y de quienes, gracias a él, pudieron tener en
sus manos una historia irrepetible.
Decenas de símbolos, emblemas, anécdotas y recuerdos quedaron de la
Casa: El hermanamiento con las guadalajaras del otro lado del mar, la de México
o la Colombiana; el melero en Peñalver; el Pairón en Madrid; calles, fiestas,
recuerdos… De la Casa salió Camilo José Cela para su segundo “Viaje a la
Alcarria”, y en la Casa celebró alguno de sus más significativos galardones; de
la Casa salió el primer Festival Medieval de Hita, con su colaboración se
llevaron a cabo los “Días de la Provincia”… y tantas cosas más. En una
entrevista, creo que la única que se la hizo, me contaba doña Isa Borasteros de
Criado de Val que si no hubiese sido por la Casa, y porque la Casa ponía los
autocares en aquellos primeros y difíciles comienzos de los años 60, el
Festival no hubiese sobrevivido a los cuatro o cinco años primeros. Después de
la entrevista llegó la bronca de don Manuel, porque a don Manuel no le gustaba
que doña Isa hablase para la prensa sin estar él presente.
El Viaje a la Alcarria cincuenta años después, con el andarín Mariano
Escolano a la cabeza; o el Viaje a la Alcarria sesenta años después; o la
reivindicación del primer obispo de Madrid con naturaleza molinesa; o el traer
los cantos y bailes y danzas y paloteos desde los más apartados rincones de la
provincia, a Madrid. Su teatro, su poesía, su literatura, los colores de sus
lienzos naturales… Y tantas cosas más que se quedan en el tintero.
Rafael Pedrós Lancha, gran pintor que se afincó en la Alcarria, nos
pintó su “Alegoría de nuestra tierra”, en la que estaba representada toda ella,
con sus horizontes, sus castillos, sus tradiciones, sus personajes…, toda. En
color miel. Miel de la Alcarria. Rafael se nos murió, de improviso, un día
próximo a la Almudena, y en su catedral, esperando a que la Excma. Diputación
Provincial de Guadalajara, a donde fue a parar su “Alegoría”, encuentre un
lugar en el que exponerla a los ojos de todos los guadalajareños.
No es de extrañar que en Guadalajara sus autoridades no hayan tenido
tiempo de recibir a los últimos directivos de la Casa de Guadalajara en Madrid
para decirles que recibieron sus Archivos, Bibliotecas, recuerdos…, todo
aquello que los corazones de unos cuantos miles de guadalajareños atesoraron
durante cerca de ochenta años. Han sido tantos y de tanta importancia los
acontecimientos vividos por la ciudad y provincia que, lógicamente, no se puede
estar a todo y en todas partes. Las Carmelitas de San José, a donde mandamos
nuestra patrona, la Virgen de la Antigua, nos recibieron encantadas. Claro que
las monjitas, entre rezo y meditación, tienen más tiempo.
No estaría mal que alguien, cualquiera de estos intelectuales que
pasaron por la Casa (levante el dedo quien no), pidiesen que Guadalajara
tuviese un recuerdo a esa Casa que les abrió las puertas, a ellos y a los
guadalajareños que llegaban a Madrid a buscarse la vida; que alguien, desde
alguna institución provincial o local, tuviese tiempo para llamar a alguno de
sus directivos, aunque fuese su presidente para, en acto institucional,
decirle: “gracias, en nombre de la provincia, por lo que hicisteis”. No estaría
mal que alguien, desde esas instituciones que incesantemente trabajan por el
bien provincial, sacase tiempo para decir: Recibimos lo vuestro, vuestras bibliotecas,
libros, recuerdos…. Muchas gracias. No estaría mal que, antes de que poco a
poco vayamos desapareciendo, pudiéramos ver, en algún lugar, esa “Alegoría”,
que con recuerdos de miel, presidió nuestra sede en Madrid. No estaría nada mal
que alguien recordase que en Madrid hubo una Casa que trabajó por, y para
Guadalajara. Porque el silencio es el olvido; el olvido duele y el dolor mata,
como el tabaco, poco a poco.
P.D. El autor fue el último Secretario
General de la Casa; y Secretario de su Junta de Liquidación.
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