BALTASAR DE
ELGUETA Y EL CRISTO DEL PERDÓN DE ATIENZA (II)
La imagen del Cristo del Perdón fue creada para presidir la
capilla del Hospital de Santa Ana
Tomás Gismera Velasco
Ana Hernando, de quien parte la idea de la construcción del Hospital de
Santa Ana, nació en Atienza hacía 1680, en el seno de una de aquellas nobles
familias que entonces habitaban la villa y comenzaban a abandonarla siguiendo a
la corte, como esta lo hizo, cerrando sus casas. Se encontraban a la espalda de
aquella que fuese calle Mayor por excelencia de Atienza: la de la Zapatería, en
el segundo recinto amurallado.
Casaron a doña Ana con un noble caballero, Manuel Morán de Mena, y pasó
doña Ana al servicio de la reina Isabel de Farnesio, como su cerera. Cargo, el
de la cerería en palacio, en el que la había precedido otro atencino, Juan de
las Huertas.
El Cristo del Perdón en su antigua capilla del Hospital de Santa Ana |
Falleció Manuel Morán de Mena y doña Ana, poco antes de morir, el 15 de
octubre de 1745, dictó testamento ordenando, entre otras muchas cosas, la
construcción de su hospital en Atienza, dejando para ello un importante caudal
monetario y nombrando para llevar a cabo la ejecución de la obra entre otros
personajes de la Atienza de la época, a don Baltasar de Elgueta Vigil.
Las obras del hospital atencino dieron comienzo cuatro o cinco años
después de la muerte de su promotora, levantándose un edificio al gusto de la
época, supervisado, indudablemente, por quien continuaba al frente de las obras
del Palacio Real de Madrid, don Baltasar.
Hacía
1750 ya se encontraba el edificio definitivo; un año después se techó y en 1753
se concluyó la capilla, que fue consagrada en 1755.
Ese año llegó, para presidirla, la imagen de la que hacemos memoria: el
Santo Cristo del Perdón, obra de Luis Salvador Carmona.
No era el primer “Cristo” de estas características que se tallaba en el
taller de nuestro artista, situado entonces en la calle de los Fúcares, de
Madrid, ni seguramente la primera obra que tallaba para este hospital, ya que
del mismo taller hubo de salir el medallón que coronó el edificio, y que
representa a Santa Ana aleccionando a la Virgen.
En 1749 D. Juan
Bartolomé, quien junto con D. Gregorio González de Villarubia pertenecía al
servicio de la reina Isabel de Farnesio y del Infante D. Luis de Borbón le
había encargado un Cristo del Perdón que llegó a la Granja de San Ildefonso el
28 de febrero de 1751, cuyo destino inicial se desconoce, pero que dos años más
tarde se convirtió en el titular de la Hermandad de la Esclavitud del Cristo
del Perdón de la que era hermano mayor y protector el citado Infante.
Nueva Alcarria, viernes 26 de mayo de 2017 |
En febrero de 1751
a punto de entregar esta obra, el escultor afirmaba que “sin que sea pasión sino conocimiento, que
le lleva muchas ventajas al que se venera en el convento del Rosario de esta
Corte”,
refiriéndose al que hizo en torno a 1648 el portugués Manuel Pereira, opinando
que le ganaba en “espíritu compasivo, en
carnes, en pañetes y en túnica”, y expresaba su no disimulado orgullo por
haberlo conseguido “para la mayor honra y
gloria de Dios”.
Es lo cierto que
desde hacía al menos cien años, imágenes semejantes, aunque sin tanta expresión
y realismo habían sido talladas por escultores de la escuela vallisoletana como
Bartolomé del Rincón o Francisco Díaz de Tudanca, llevando la misma
denominación de “Cristo del Perdón”. Siendo estas algunas de las que se
conservan de aquella época, al haber desaparecido la de Pereira en 1936/39.
Siguiendo todas ellas la misa temática iconográfica, repetida en pintura y
escultura entre los siglos XVII y XVIII.
Cristo suele estar de rodillas con un paño de pureza blanco
con franjas doradas. Mirando al cielo, implorando el perdón, con los brazos
abiertos y extendidos. Espalda flagelada y ensangrentada, como consecuencia de
la exaltación del dolor. Representando un pasaje que habría que colocar después
de llegar al Calvario, justo antes de la crucifixión, viniendo a ser un momento
análogo al de la Oración del Huerto
Los biógrafos de Salvador Carmona, al hablar
de sus “Cristos”, y concretamente del de La Granja, nos dicen: “Se le brindó una segunda oportunidad para trabajar el mismo
asunto cuando recibió el encargo de hacer otro ejemplar idéntico, en esta
ocasión destinado al Hospital de Santa Ana que se
construía en Atienza bajo la atenta mirada de D. Baltasar de
Elgueta, quien será, sin duda alguna, el responsable de encomendar al escultor
su segundo Cristo del Perdón, tan magnífico como el anterior”.
Escudo heráldico de los Elgueta, en la casa natal de don Baltasar |
Y todavía, tras el de Atienza,
llegará uno más para su localidad natal, Nava del Rey, y un cuarto, para la
localidad de Priego, en Cuenca, debido este a las manos de su sobrino José, de
quien igualmente en Atienza hubo obra señalada, en la ermita de Santa Lucia, y la
hay en la iglesia de la Santísima Trinidad.
La obra del Cristo del Perdón de Atienza la ajustó don Baltasar de
Elgueta en 3.600 reales, en que se tasó la talla posterior de Nava del Rey, a
semejanza de la de Atienza.
Su descripción es en medio mundo conocida: Su figura expresa una oración implorante, con el torso inclinado
hacia adelante, los brazos semiextendidos y separados del cuerpo mostrando al que
le contemple las palmas de sus manos horadadas por las llagas. Cubierto tan
solo por el paño de pureza. Jesús se arrodilla sobre el globo terráqueo con una
genuflexión que le permite apoyar su pie derecho en el suelo mientras que tiene
extendida en el aire la pierna izquierda. En la bola del mundo, parcialmente velada
por la túnica, aparece pintada la escena del Paraíso Terrenal, en la que Eva
ofrece a Adán el fruto del árbol prohibido, entre la representación del diluvio
y la historia de Lot con sus hijas huyendo del castigo de Sodoma.
La amistad y dedicación que ambos se tuvieron, Luis Salvador Carmona y
Baltasar de Elgueta Vigil, llevó a nuestro paisano a introducir a Salvador
Carmona en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, manteniendo
amistad hasta el fallecimiento de ambos.
No fue el único gran artista que llegó a Atienza de manos de don
Baltasar, puesto que años después de su muerte llegarían los encargos que el
concejo mandó a otro de los arquitectos introducidos por don Baltasar en
Palacio, Ventura Rodríguez.
Para entonces Baltasar de Elgueta había
fallecido, adelantándose en unos años al gran escultor. Los muchos
trabajos, falta de salud y edad, sin abandonar las obras de Palacio, le
hicieron irse retirando de sus trabajos en la Real Academia, dejando el cargo
de Viceprotector para ocupar el de Consiliario y Académico Honorario perpetuo,
hasta el día de su muerte.
Antiguo Hospital de Santa Ana |
En
los anales del año de su fallecimiento, se escribió en el Boletín de la
Academia: “El señor Don Baltasar de Elgueta Vigil, Caballero del Orden de
Santiago, Comendador de Museros, Brigadier
de los Reales Ejércitos, Intendente del nuevo Real Palacio, murió en cuatro de
marzo de este año. Debe contarse igualmente entre los fundadores de la
Academia. Encargado de la obra del nuevo Palacio, como Intendente de su
fábrica, promovió los intereses de las Artes aun antes de ser individuo de la
Junta Preparatoria. Por muerte del señor don Fernando Triviño fue creado
Vice-protector de ella, y jamás olvidarán las artes y sus profesores los
auxilios que les franqueó. Su empleo le daba los más oportunos medios, y así
trabajó en beneficio del Instituto hasta ponerle en estado de merecer el título
de Academia. Entonces fatigada ya su crecida edad con los continuos y
gravísimos cuidados del nuevo Palacio, hizo dimisión del oficio de
Vice-Protector, admitióla la piedad del Rey y la justificación del Ministro,
pero no quiso S. M. privar a la Academia de un individuo tan digno y le creó
uno de sus primeros Consiliarios y en esta clase continuó sirviéndola hasta sus
últimos días con el mismo celo que siempre”. Tuvo lugar, su muerte,
en Madrid, en su domicilio de la calle de Segovia, el cuatro de marzo de 1763.
Apretadas líneas para hablar
de un personaje que tanta huella dejó para la posteridad de Atienza, y del que hoy,
por aquello de que el tiempo pasa, pasó al olvido, y ni tan siquiera se cita su
nombre, junto al de tan famoso Cristo, como lo es el del Perdón de Atienza, de
tanta y gran admiración.
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