FACCIOSOS,
SALTEADORES Y BANDOLEROS EN TIERRAS DE ATIENZA Y GUADALAJARA.
COGOLLUDO: La
Banda del Quincallero
Tomás Gismera Velasco
Serían las cuatro y media de la tarde del 6
de junio de 1850, cuando de Cogolludo salió un tendero llamado Antonio
Espejeleta que acostumbraba a ir al mercado que en la ducal villa se venía
celebrando desde tiempo inmemorial todos los sábados, le acompañaba uno de sus
hijos, de doce o catorce años, y se dirigían, desee Cogolludo, una vez hechos
los apaños correspondientes, a Membrillera, lugar del que eran vecinos. Una
legua, de las de entonces, distanciaba ambas poblaciones.
Montados en una mula, y con la mercancía adquirida, con intención de revenderla
en su pueblo, a eso de la media legua de distancia del lugar de salida, y media
también del de la llegada, se vieron sorprendidos por la imprevista visita de
los salteadores de caminos, tan frecuentes en la época. Se trataba de una
cuadrilla compuesta por cuadro hombres, y quien la comandaba montaba a un
elegante caballo castaño, y fue este quien les dijo lo de: ¡Tente quieto!
Lo
dijo en singular porque el hijo de nuestro buen Antonio poco antes de llegar al
punto del encuentro se había desmontado, por dejar descansar al animal y se
había orillado del camino para atarse la alpargata, que se le había soltado. El
chaval, cuando quiso ver, había perdido al padre de vista, pero se encontró con
que un pastor se encontraba atado a un árbol, que había sido previamente
asaltado por los del caballo castaño. También, al poco, rodearon al muchacho y
frente al pastor lo dejaron, atado también. Sin que del padre Antonio Espeleta
volviese a saber.
No
pudieron identificar a los asaltantes porque la cara la llevaban cubierta, al
uso de aquel tiempo, con un pañuelo que únicamente les dejaba los ojos a la
vista. Por los ojos, y por alguna muestra más de la cara que el hijo de Antonio
pudo ver en un golpe de suerte, señaló a un fulano de nombre Gregorio y natural
de la Ledanca alcarreña. No podía dar muchos más datos del individuo, salvo que
era hijo de un tejedor de paños de aquella localidad, que estaba casado, porque
se le conocían unos cuantos hijos, y que además habían coincidido en algún
mercado de la comarca, pues el Gregorio de Ledanca se dedicaba al oficio de la
quincallería.
Esa
identificación llegó después, pues como Gregorio y el hijo no regresasen a casa
en el plazo que se habían impuesto, y temiendo la mujer que algo malo les
sucedió, desde Membrillera se echó ella al camino con tres vecinos más en busca
de sus hombres, hasta encontrar al chico y al pastor, sin que de su Antonio se
encontrase rastro.
La
mujer, con el hijo y uno de los vecinos se volvieron a Membrillera, los otros
dos hombres a Cogolludo, a dar parte, pues supusieron que Antonio fue
asesinado, por la partida. De Cogolludo, y al mando del Alcalde, salieron en su
búsqueda unos veinte hombres a caballo y con su trabuco al hombro, y a estos se
unieron otros tantos, con Alcalde al frente, de Membrillera, y los cuarenta,
durante toda la noche, anduvieron buscando por la comarca los rastros del
desaparecido y sus asaltantes, regresaron a Cogolludo de madrugada sin
encontrar rastro, y por seguir buscando pistas, los que llegaron fueron
suplidos por otra cuadrilla compuesta por 28 hombres y caballerías respectivas,
encontrando por fin al pobre Antonio en las cercanías de un barranco próximo a
Cogolludo. Sin vida, pues había recibido unas cuantas puñaladas que se la
quitaron. Puñaladas y algo más, pues el parte completo de quienes lo
encontraron daba cuenta de que: “además de tener una pierna rota por la caña,
había recibido tres o cuatro puñaladas y tenía la cabeza aplastada a pedradas”.
Todo para robarle dos cargas de tela, el macho en el que iban cargadas y el
poco dinero que le sobró de hacer las compras. El juzgado de Tamajón, pues en
su territorio jurisdiccional se encontró el cadáver, fue quien tomó parte en el
asunto, y quien ordenó la búsqueda del criminal, que inmediatamente fue
identificado, pues en el rifirafe, perdió la cartera con la documentación.
Se
trataba de un conocido asaltante a ratos perdidos, con oficio oficial de
quincallero, y por nombre José Ramosostro, de la Tudela de Navarra.
Al
desdichado Antonio, tras la práctica de las diligencias oportunas, se le dio
tierra, por orden del juzgado, en el cementerio de Tamajón.
Al
de Tudela se le atribuirían unos cuantos asaltos más, en Tamajón, Retiendas,
Valverde… Con tamañaza audacia que nunca lo tomaron preso, ni a él, ni a sus
cómplices. Un día desaparecieron y de ellos nunca más se supo.
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