FACCIOSOS,
SALTEADORES Y BANDOLEROS EN TIERRAS DE ATIENZA Y GUADALAJARA.
Angel Lanuza,
el barrendero de Cogolludo
Tomás Gismera Velasco
A no pocas personas en Cogolludo llamó la
atención la figura desgarbada de Angel Lanuza cuando tras jubilarse de sus
oficios madrileños se asentó en la población. Se trataba, a juzgar por las
crónicas de su tiempo, de un hombre arrogante e indudablemente de mal carácter.
A pesar de ello, capaz de atraerse al público. Cosa que muy pocos entendieron
después de que se escribiese la última página de su historia.
Angel Lanuza pasó a la historia como un
simple barrendero de palacio quien, tras jubilarse, regresó a la tierra de sus
mayores, Cogolludo, donde cuenta su historia que nació, sin que sepamos cuándo,
si es que el nacimiento tuvo lugar en la villa de los Medinaceli, y en donde
terminó sus días, lo que sí está claro, ya que de su óbito dieron cuenta las
líneas de la historia. No es mucho lo que conocemos de él desde su nacimiento
hasta su muerte, salvo el que pasó por el palacio real entre 1815 y 1820,
desempeñando el ya citado oficio, de barrendero, como premio a su destacada
labor anterior en pro del reino. Con anterioridad había sido carabinero,
resultando herido en uno de los últimos enfrentamientos que el pueblo de Madrid
vivió contra los franceses en 1814, siendo ese el motivo de que, al ser
declarado inútil para el cuerpo en el que servía, se le ofreciese el siguiente
empleo.
De aquella acción en la que salió, poco
menos que en brazos del heroísmo, tenemos el relato fidedigno de lo sucedido,
en las páginas de la historia, así como el reconocimiento que tanto a él, como
a sus compañeros de valentía, se les hizo cuando don Fernando VII, el rey al
que defendió, llegó a Madrid tras años de guerra y real cobardía:
…El
Brigadier don Manuel Ladrón de Guevara, segundo comandante de la brigada de
Carabineros Reales, recibió la noticia de la venida de nuestro augusto y
deseado Soberano D. Fernando VII a España el día 2 de abril a las cuatro de su
tarde, que estaba ocupado en la instrucción de su tropa; fuera de sí con tan
agradable nueva, suspendió la instrucción para comunicarla a la oficialidad,
que llena de regocijo prorrumpió en alegres vivas y acompañándole a su casa los
repitieron brindando por su amado Rey, y por la fidelidad que siempre le ha
tenido y tendrá la real brigada de Carabineros y todas las tropas españolas.
Para celebrar tan feliz suceso dispuso el comandante que el 5 se hiciese
una función de iglesia con la mayor solemnidad, y se diese a la oficialidad y
tropa una comida en la Alameda de dicha villa a la presencia del retrato de
S.M., que le franqueó el Ayuntamiento.
A las nueve de la mañana, tendida la tropa, y reunidos el comandante con
el resto de la oficialidad, el ayuntamiento, autoridades, corporaciones y
personas distinguidas, que al efecto se habían convidado, recibió el comandante
de mano del alcalde el retrato de S.M., y con tan lucido como numeroso
acompañamiento fue conducido a la iglesia colegial, repitiéndose las salvas y
aclamaciones; y colocado bajo de un dosel, se celebró la solemne función de la
iglesia, en que pronunció un elocuente discurso el Dr. D. Carlos Bustamante, y
se cantó el Te Deum en acción de gracias al Altísimo por tan importante suceso.
Concluido este acto condujeron el retrato con la misma solemnidad y regocijo a
la Alameda, en que se había preparado la mesa para el convite de sesenta
cubiertos en su centro para la oficialidad y demás convidados, y en los ángulos
colaterales para los Carabineros se colocó bajo de un dosel en actitud de
presidir la función. A la entrada de la mesa principal que la formaba un arco
graciosamente adornado, se leía en un medallón la inscripción siguiente: La fidelidad, el amor y la constancia de la
Real Brigada de Carabineros a su Rey el Señor Don Fernando el VII. La
comida fue servida con abundancia, primor y esplendidez, y se observó el mejor
orden; únicamente se oyó la música, y los expresivos brindis del carabinero,
manifestando los transportes de su alegría. En la mesa principal reinó el mismo
placer, repitiéndose los brindis por el Rey, por los aliados y por las tropas
de la casa real.
El comandante, para dar una prueba del aprecio que le merecen las
acciones brillantes distinguió particularmente a los carabineros José
Escribano, Angel Lanuza, Rafael
Castuera y al músico Lucio Varela, con el alférez D. Hipólito de Silva,
haciéndoles una particular expresión después de haberles hecho comer con él de
varios platos. En estas y otras demostraciones se empleó la tarde, hasta las
seis, que con el mismo orden, alegría y aplausos se devolvió el retrato de S.M.
al Ayuntamiento, entre las aclamaciones del pueblo, fuegos artificiales,
iluminación y continuos vivas. Al entregarlo pronunció el comandante un
discurso enérgico y muy propio del objeto de la función.
Sin embargo Lanuza, como otros muchos de su
promoción, pronto se dio cuenta de que Fernando VII no era el Rey que mejor
convenía a España. Su absolutismo pronto se vio contestado, y protestado, por
el pueblo, o una parte del pueblo, culminando en alguna que otra revuelta que
con intentos de ensayo democrático trataron de derribarlo del trono cuando
comenzaba la década de 1820. Para entonces nuestro Angel Lanuza ya se había
retirado de palacio y con media pensión vivía apaciblemente jubilado en su
Cogolludo, sino natal, al menos patria de algunos de los suyos.
Hasta que llegó el mes enero de 1822, y todo cambió para nuestro
paisano. Se contaba en el periódico El Espectador:
Por fin se reventó la mina que hace mucho
tiempo se nos estaba anunciando en este país, y ¿cuál les parece a Vds. que fue
el resultado de tantas combinaciones misteriosas y tantas amenazas? Que Angel
Lanuza, barrendero de palacio y retirado en este pueblo con no se cuánto
sueldo, ha seducido a seis u ocho infelices y haciéndose general de ellos salió anoche en gabilla a reunirse con
otros tantos que le esperaban a media legua de aquí.
Pero no es eso lo particular porque no es
nuevo, sino el que se han puesto unos cuantos uniformes que habían hecho del
benemérito cuerpo de guardias españolas para imponer a las gentes. Yo si fuera
el coronel de guardias pediría permiso para
destacar una compañía en su persecución y borrar la impresión que puede
causar este disfraz. La milicia nacional de esta villa e inmediatas ha salido
en su alcance; pero como no se detienen más que lo preciso para robar algunos
caballos y otras cosas en los pueblos pequeños, no fue posible darles pique.
Yo señalaría con el dedo a los autores de
las desgracias que van a suceder, y acaso las hubiera evitado si las leyes
vigentes me hubieran permitido en virtud de los indicios que tenía, el
registrar la casa donde guardaban algunos preparativos.
Cuando Vds. Reciban esta ya pueden
encomendarse a Dios, pues a las doce debo ser hecho pedazos contra la lápida de
la Constitución, pero yo no sé cómo será eso. El Juez de Primera Instancia,
Rodrigo Castañón.
La carta a las
autoridades, en crónica periodística, la escribía, claro está, el juez de la
población a quien, según se desprende de su contenido, había prometido colgar
públicamente de la plaza Mayor, como seguidor que era, y defensor, de las leyes
que el pueblo comenzaba a desobedecer.
Unos días después
de que Lanuza con los suyos y sus caballos abandonasen Cogolludo en dirección a
Arbancón buscando el resguardo de la sierra, el mismo juez volvía sobre sus
pasos para decir lo que había escuchado por los contornos:
Van jurando que esta noche me quitan la
vida, pero esta satisfacción no debe llenarles mucho, porque no faltaría otro
juez que me reemplazase para su castigo....
Era el 26 de enero
de 1822 y, efectivamente, el juez estaba en lo cierto ya que pasó la noche sin
que los facciosos cayesen sobre él. Mientras que a la mañana siguiente, desde
Fuencemillán, salían también en su persecución:
Salió una hora después (del amanecer) con 18
hombres, los facciosos también son 18, entre ellos algunos de Fuencemillán…
Se referían a la
gente de la guardia de la localidad, capitaneados por el juez de Cogolludo, y
las tropas de esta villa. También desde Guadalajara partió un cuerpo de
ejército en su persecución, mientras crecía la alarma en la comarca y de unos a
otros se iban pasando las cuentas de las tropelías y barbaridades que los de
Lanuza cometían desde Cogolludo al otro extremo del Ocejón, resguardándose en
las estribaciones del Alto Rey. Por donde fue perseguido, y detenido, apenas
media docena de días después de su levantamiento, por lo que no era posible que
hubiese cometido tantos desmanes como se le atribuían en una tierra y entorno,
en el que la nieve ya cubría las faldas desde los tobillos hasta la cintura.
De su detención se
hizo eco, con la alegría lógica de saberse libre de sentencia, el propio juez,
don Rodrigo Castañón, tanto como el comandante que llevó a cabo el arresto, don
Antonio Lecina:
El día 26 de enero se manifestaron en este
país síntomas de insurrección, y se advirtió que varios facciosos, capitaneados
por un tal Lanuza, robaban los caballos del país. Por sus expresiones y
movimientos conocieron las autoridades que estaban sostenidos y que su intento
era atentar contra el sistema constitucional; en vista de esto avisó por
extraordinario al jefe político de Guadalajara; al coronel del batallón de
milicia activa de Sigüenza de las ocurrencias; y este jefe dispuso que una
columna de 120 soldados al mando del capitán don Antonio Lecina, y cuatro
subalternos marchasen con la mayor rapidez y destruyesen la canalla;
persiguiéndolos sin cesar.
Esta columna haciendo una marcha forzada
entró el 28 en Cogolludo habiendo descansado doce horas, cuyo tiempo era
preciso para combinar los movimientos, salió aquel día con la mayor alegría
decidida a no descansar hasta su total exterminio. El éxito acompañó al ahínco
que les persiguió. La columna dividida en destacamentos y combinando sus
operaciones con otra que se formó de un batallón ligero de Valencia al mando de
un subalterno de dicho cuerpo, varios voluntarios de Guadalajara y Cogolludo al
mando del capitán don Juan de Obregón, recorrió sin interrupción por cuatro
días y noches las ásperas montañas de Alto Rey y Ocejón logrando dispersarles,
cogerles las armas y tranquilizar el país; si no hubiese sido por el cura de
Retiendas que acogió y proporcionó toda clase de auxilios a los cabecillas,
hubieran sido aprehendidos porque media hora después de su salida hizo su
entrada la columna. Estos pasaron la barca de Talamanca el 31 entrando en
Madrid el 1º de febrero.
Las justicias de Mesones y Talamanca los
auxiliaron a pesar que por las requisitorias sabían lo que eran. Las tropas
regresaron a esta villa llenando de júbilo a todos los amantes de la
Constitución por ver tanta decisión y entusiasmo en unos soldados que acababan
de cambiar el arado por el fusil; hay nueve facciosos presos que se les forma
causa con arreglo a la ley.
La causa, claro
está, no tenía otro final que el de la pena de muerte. Mucho más después de
haber amenazado con quitársela a quien, por aquel extraño designio del destino,
era el encargado de juzgarlos. El extracto de la sentencia trataba de ser con
todo, justo y ejemplarizante, como era entonces la justicia que, de justa…
En la causa formaba por el juez de primera instancia de Cogolludo y
remitida a la audiencia de esta capital (Guadalajara) contra Angel Lanuza,
portero jubilado de la secretaría de Hacienda, casado, vecino de la villa de
Cogolludo; Celestino Carrascosa, de Fuencemillán; José Ramón, natural de
Lozuelo, partido de Borja, desertor del Regimiento de Guardias y Balbino Goné,
igualmente desertor de los trabajos públicos de dicha villa de Cogolludo,
prófugo, en su
representación el procurador Manuel de
San Millán, por haberse alzado con otros en cuadrilla y con armas contra el
actual sistema de Gobierno, dio sentencia en 19 de junio último por la que
condenó a Angel Lanuza a la pena ordinaria de garrote; a Celestino Carrascosa a
10 años de presidio en África; a Ramón Goné a 8 años en el mismo presidio con las costas de la causa
mancomunadamente si en algún tiempo tuviesen bienes y en el reintegro a sus
dueños de los caballos y efectos robados.
Y por sentencia dada en segunda
instancia en 12 de julio corriente por la audiencia territorial de Castilla la
Nueva, confirmó la de primera instancia, entendiéndose condenado en la pena
ordinaria de garrote Celestino Carrascoso y que los 8 años de presidio que
respectivamente se imponen a José Ramón y Balbino Goné sean el primero en Ceuta
y el segundo en Melilla.
En la plaza Mayor de Cogolludo, unos días
después, se cumplieron las sentencias.
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