viernes, noviembre 04, 2016

FACCIOSOS, SALTEADORES Y BANDOLEROS EN TIERRAS DE ATIENZA Y GUADALAJARA. Angel Lanuza, el barrendero de Cogolludo



FACCIOSOS, SALTEADORES Y BANDOLEROS EN TIERRAS DE ATIENZA Y GUADALAJARA.
Angel Lanuza, el barrendero de Cogolludo

Tomás Gismera Velasco

   A no pocas personas en Cogolludo llamó la atención la figura desgarbada de Angel Lanuza cuando tras jubilarse de sus oficios madrileños se asentó en la población. Se trataba, a juzgar por las crónicas de su tiempo, de un hombre arrogante e indudablemente de mal carácter. A pesar de ello, capaz de atraerse al público. Cosa que muy pocos entendieron después de que se escribiese la última página de su historia.

   Angel Lanuza pasó a la historia como un simple barrendero de palacio quien, tras jubilarse, regresó a la tierra de sus mayores, Cogolludo, donde cuenta su historia que nació, sin que sepamos cuándo, si es que el nacimiento tuvo lugar en la villa de los Medinaceli, y en donde terminó sus días, lo que sí está claro, ya que de su óbito dieron cuenta las líneas de la historia. No es mucho lo que conocemos de él desde su nacimiento hasta su muerte, salvo el que pasó por el palacio real entre 1815 y 1820, desempeñando el ya citado oficio, de barrendero, como premio a su destacada labor anterior en pro del reino. Con anterioridad había sido carabinero, resultando herido en uno de los últimos enfrentamientos que el pueblo de Madrid vivió contra los franceses en 1814, siendo ese el motivo de que, al ser declarado inútil para el cuerpo en el que servía, se le ofreciese el siguiente empleo.

   De aquella acción en la que salió, poco menos que en brazos del heroísmo, tenemos el relato fidedigno de lo sucedido, en las páginas de la historia, así como el reconocimiento que tanto a él, como a sus compañeros de valentía, se les hizo cuando don Fernando VII, el rey al que defendió, llegó a Madrid tras años de guerra y real cobardía:

   El Brigadier don Manuel Ladrón de Guevara, segundo comandante de la brigada de Carabineros Reales, recibió la noticia de la venida de nuestro augusto y deseado Soberano D. Fernando VII a España el día 2 de abril a las cuatro de su tarde, que estaba ocupado en la instrucción de su tropa; fuera de sí con tan agradable nueva, suspendió la instrucción para comunicarla a la oficialidad, que llena de regocijo prorrumpió en alegres vivas y acompañándole a su casa los repitieron brindando por su amado Rey, y por la fidelidad que siempre le ha tenido y tendrá la real brigada de Carabineros y todas las tropas españolas.


   Para celebrar tan feliz suceso dispuso el comandante que el 5 se hiciese una función de iglesia con la mayor solemnidad, y se diese a la oficialidad y tropa una comida en la Alameda de dicha villa a la presencia del retrato de S.M., que le franqueó el Ayuntamiento.

   A las nueve de la mañana, tendida la tropa, y reunidos el comandante con el resto de la oficialidad, el ayuntamiento, autoridades, corporaciones y personas distinguidas, que al efecto se habían convidado, recibió el comandante de mano del alcalde el retrato de S.M., y con tan lucido como numeroso acompañamiento fue conducido a la iglesia colegial, repitiéndose las salvas y aclamaciones; y colocado bajo de un dosel, se celebró la solemne función de la iglesia, en que pronunció un elocuente discurso el Dr. D. Carlos Bustamante, y se cantó el Te Deum en acción de gracias al Altísimo por tan importante suceso. Concluido este acto condujeron el retrato con la misma solemnidad y regocijo a la Alameda, en que se había preparado la mesa para el convite de sesenta cubiertos en su centro para la oficialidad y demás convidados, y en los ángulos colaterales para los Carabineros se colocó bajo de un dosel en actitud de presidir la función. A la entrada de la mesa principal que la formaba un arco graciosamente adornado, se leía en un medallón la inscripción siguiente: La fidelidad, el amor y la constancia de la Real Brigada de Carabineros a su Rey el Señor Don Fernando el VII. La comida fue servida con abundancia, primor y esplendidez, y se observó el mejor orden; únicamente se oyó la música, y los expresivos brindis del carabinero, manifestando los transportes de su alegría. En la mesa principal reinó el mismo placer, repitiéndose los brindis por el Rey, por los aliados y por las tropas de la casa real.

   El comandante, para dar una prueba del aprecio que le merecen las acciones brillantes distinguió particularmente a los carabineros José Escribano, Angel Lanuza, Rafael Castuera y al músico Lucio Varela, con el alférez D. Hipólito de Silva, haciéndoles una particular expresión después de haberles hecho comer con él de varios platos. En estas y otras demostraciones se empleó la tarde, hasta las seis, que con el mismo orden, alegría y aplausos se devolvió el retrato de S.M. al Ayuntamiento, entre las aclamaciones del pueblo, fuegos artificiales, iluminación y continuos vivas. Al entregarlo pronunció el comandante un discurso enérgico y muy propio del objeto de la función.

   Sin embargo Lanuza, como otros muchos de su promoción, pronto se dio cuenta de que Fernando VII no era el Rey que mejor convenía a España. Su absolutismo pronto se vio contestado, y protestado, por el pueblo, o una parte del pueblo, culminando en alguna que otra revuelta que con intentos de ensayo democrático trataron de derribarlo del trono cuando comenzaba la década de 1820. Para entonces nuestro Angel Lanuza ya se había retirado de palacio y con media pensión vivía apaciblemente jubilado en su Cogolludo, sino natal, al menos patria de algunos de los suyos.

    Hasta que llegó el mes enero de 1822, y todo cambió para nuestro paisano. Se contaba en el periódico El Espectador:

   Por fin se reventó la mina que hace mucho tiempo se nos estaba anunciando en este país, y ¿cuál les parece a Vds. que fue el resultado de tantas combinaciones misteriosas y tantas amenazas? Que Angel Lanuza, barrendero de palacio y retirado en este pueblo con no se cuánto sueldo, ha seducido a seis u ocho infelices y haciéndose general de  ellos salió anoche en gabilla a reunirse con otros tantos que le esperaban a media legua de aquí.

   Pero no es eso lo particular porque no es nuevo, sino el que se han puesto unos cuantos uniformes que habían hecho del benemérito cuerpo de guardias españolas para imponer a las gentes. Yo si fuera el coronel de guardias pediría permiso para  destacar una compañía en su persecución y borrar la impresión que puede causar este disfraz. La milicia nacional de esta villa e inmediatas ha salido en su alcance; pero como no se detienen más que lo preciso para robar algunos caballos y otras cosas en los pueblos pequeños, no fue posible darles pique.

   Yo señalaría con el dedo a los autores de las desgracias que van a suceder, y acaso las hubiera evitado si las leyes vigentes me hubieran permitido en virtud de los indicios que tenía, el registrar la casa donde guardaban algunos preparativos.
   Cuando Vds. Reciban esta ya pueden encomendarse a Dios, pues a las doce debo ser hecho pedazos contra la lápida de la Constitución, pero yo no sé cómo será eso. El Juez de Primera Instancia, Rodrigo Castañón.

   La carta a las autoridades, en crónica periodística, la escribía, claro está, el juez de la población a quien, según se desprende de su contenido, había prometido colgar públicamente de la plaza Mayor, como seguidor que era, y defensor, de las leyes que el pueblo comenzaba a desobedecer.

   Unos días después de que Lanuza con los suyos y sus caballos abandonasen Cogolludo en dirección a Arbancón buscando el resguardo de la sierra, el mismo juez volvía sobre sus pasos para decir lo que había escuchado por los contornos:

   Van jurando que esta noche me quitan la vida, pero esta satisfacción no debe llenarles mucho, porque no faltaría otro juez que me reemplazase para su castigo....

   Era el 26 de enero de 1822 y, efectivamente, el juez estaba en lo cierto ya que pasó la noche sin que los facciosos cayesen sobre él. Mientras que a la mañana siguiente, desde Fuencemillán, salían también en su persecución:

   Salió una hora después (del amanecer) con 18 hombres, los facciosos también son 18, entre ellos algunos de Fuencemillán…

   Se referían a la gente de la guardia de la localidad, capitaneados por el juez de Cogolludo, y las tropas de esta villa. También desde Guadalajara partió un cuerpo de ejército en su persecución, mientras crecía la alarma en la comarca y de unos a otros se iban pasando las cuentas de las tropelías y barbaridades que los de Lanuza cometían desde Cogolludo al otro extremo del Ocejón, resguardándose en las estribaciones del Alto Rey. Por donde fue perseguido, y detenido, apenas media docena de días después de su levantamiento, por lo que no era posible que hubiese cometido tantos desmanes como se le atribuían en una tierra y entorno, en el que la nieve ya cubría las faldas desde los tobillos hasta la cintura.

   De su detención se hizo eco, con la alegría lógica de saberse libre de sentencia, el propio juez, don Rodrigo Castañón, tanto como el comandante que llevó a cabo el arresto, don Antonio Lecina:

   El día 26 de enero se manifestaron en este país síntomas de insurrección, y se advirtió que varios facciosos, capitaneados por un tal Lanuza, robaban los caballos del país. Por sus expresiones y movimientos conocieron las autoridades que estaban sostenidos y que su intento era atentar contra el sistema constitucional; en vista de esto avisó por extraordinario al jefe político de Guadalajara; al coronel del batallón de milicia activa de Sigüenza de las ocurrencias; y este jefe dispuso que una columna de 120 soldados al mando del capitán don Antonio Lecina, y cuatro subalternos marchasen con la mayor rapidez y destruyesen la canalla; persiguiéndolos sin cesar.







   Esta columna haciendo una marcha forzada entró el 28 en Cogolludo habiendo descansado doce horas, cuyo tiempo era preciso para combinar los movimientos, salió aquel día con la mayor alegría decidida a no descansar hasta su total exterminio. El éxito acompañó al ahínco que les persiguió. La columna dividida en destacamentos y combinando sus operaciones con otra que se formó de un batallón ligero de Valencia al mando de un subalterno de dicho cuerpo, varios voluntarios de Guadalajara y Cogolludo al mando del capitán don Juan de Obregón, recorrió sin interrupción por cuatro días y noches las ásperas montañas de Alto Rey y Ocejón logrando dispersarles, cogerles las armas y tranquilizar el país; si no hubiese sido por el cura de Retiendas que acogió y proporcionó toda clase de auxilios a los cabecillas, hubieran sido aprehendidos porque media hora después de su salida hizo su entrada la columna. Estos pasaron la barca de Talamanca el 31 entrando en Madrid el 1º de febrero.

   Las justicias de Mesones y Talamanca los auxiliaron a pesar que por las requisitorias sabían lo que eran. Las tropas regresaron a esta villa llenando de júbilo a todos los amantes de la Constitución por ver tanta decisión y entusiasmo en unos soldados que acababan de cambiar el arado por el fusil; hay nueve facciosos presos que se les forma causa con arreglo a la ley.

   La causa, claro está, no tenía otro final que el de la pena de muerte. Mucho más después de haber amenazado con quitársela a quien, por aquel extraño designio del destino, era el encargado de juzgarlos. El extracto de la sentencia trataba de ser con todo, justo y ejemplarizante, como era entonces la justicia que, de justa…

   En la causa formaba por el juez de primera instancia de Cogolludo y remitida a la audiencia de esta capital (Guadalajara) contra Angel Lanuza, portero jubilado de la secretaría de Hacienda, casado, vecino de la villa de Cogolludo; Celestino Carrascosa, de Fuencemillán; José Ramón, natural de Lozuelo, partido de Borja, desertor del Regimiento de Guardias y Balbino Goné, igualmente desertor de los trabajos públicos de dicha villa de Cogolludo, prófugo, en su
representación el procurador Manuel de San Millán, por haberse alzado con otros en cuadrilla y con armas contra el actual sistema de Gobierno, dio sentencia en 19 de junio último por la que condenó a Angel Lanuza a la pena ordinaria de garrote; a Celestino Carrascosa a 10 años de presidio en África; a Ramón Goné a 8 años en el  mismo presidio con las costas de la causa mancomunadamente si en algún tiempo tuviesen bienes y en el reintegro a sus dueños de los caballos y efectos robados.

   Y  por sentencia dada en segunda instancia en 12 de julio corriente por la audiencia territorial de Castilla la Nueva, confirmó la de primera instancia, entendiéndose condenado en la pena ordinaria de garrote Celestino Carrascoso y que los 8 años de presidio que respectivamente se imponen a José Ramón y Balbino Goné sean el primero en Ceuta y el segundo en Melilla.

   En la plaza Mayor de Cogolludo, unos días después, se cumplieron las sentencias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

No se admitirán mensajes obscenos, insultantes, de tipo político o que afecten a terceras personas.