SOBRE LA
COFRADÍA DE SANTA CATALINA, DE ATIENZA
Tomás Gismera Velasco
Se conservan, en el Archivo de la Clerecía
de Atienza, las antiguas ordenanzas de una de las muchas cofradías que hubo en
la villa, como tantas otras de carácter asistencial y gremial. Datan las que se
conservan de 1541, con sus constituciones, en uno de los libros que con sus
actas llega hasta el año 1576, e igualmente se conservan los libros de cuentas
que median entre 1776 y 1831, poco antes de que desapareciese motivada, sin
duda, por las desamortizaciones.
Al
respecto, escribe Francisco Layna que:
La Cofradía de Santa Catalina, adscrita a la
iglesia de la Santísima Trinidad, en cuyo archivo se conservan las ordenanzas,
primorosamente escritas en un cuadernillo más la cubierta; las mayúsculas van
en colores, la letra capital bellamente decorada con finísimos dibujos a pluma
y lo mismo la cruz que ocupa toda la página segunda y sobre la cual juraban los
hermanos al ser admitidos, conforme a amplia fórmula inserta en la cubierta.
Estas ordenanzas son las renovadas en año 1541, declaran que la hermandad es
muy antigua y que se copian de las primitivas para que no perezcan; como
ejemplo de lo que eran las cofradías religiosas instituidas en la baja Edad
Media, he aquí una síntesis de dichas ordenanzas:
Esta cofradía de Santa Catalina tenía como
finalidad velar a los hermanos enfermos, acompañar su cadáver al cementerio y
celebrar sufragios por su alma; la menor infracción, la falta de asistencia a
esos actos o la desobediencia al priostre siempre que sus órdenes no
contraviniesen lo dispuesto por el reglamento, eran castigados con fuertes
sanciones pecuniarias, sin que el priostre se librara de ellas en caso de
negligencia o extralimitación de funciones; esta disciplina rígida recuerda la
draconiana preconizada por las Ordenanzas de La Caballada y que hoy continua
dando carácter ala histórica cofradía,
De los sermones en la fiesta titular se
encargaba a frailes del convento franciscano dándoles como recompensa o limosna
una buena pieza o trozo de vaca y un azumbre de vino. Cada nuevo hermano pagaba
de entrada dos libras de cera, una media de trigo, un tajador y una escudilla;
sería elegido en junta del cabildo o junta general mediante información de
buena conducta y a contento de todos; lo mismo habría de hacerse para
expulsarle.
Cuando enfermare un cofrade o su mujer el
manda, mandadero, sayón o servidor, muñiría, es decir avisaría, a los cofrades
más cercanos para que fuesen a velarle de dos en dos; si el cofrade muerto no
tuviera con qué ser amortajado, la mortaja sería pagada de los fondos del
común; al entierro del cofrade y también al de sus hijos no casados acudirían
todos los hermanos, diciéndose luego diez misas por el alma del muerto y a
costa de la hermandad.
El cargo de priostre o hermano mayor se
proveía por elección y el electo habría de prestar juramento conforme a la
fórmula incluida en las ordenanzas.
En esta cofradía, como en la de arrieros o en el Cabildo de Clérigos,
los hermanos se reunían en fraternal banquete, sometidos a severo ritual que
hoy sigue cumpliéndose en La Caballada; esta costumbre debió ser general en
todas las cofradías medievales, y he aquí lo que a tal respecto disponen las
ordenanzas que extracto: El Cabildo de Santa Catalina se reuniría el primer
domingo de noviembre para concertar las vacas y carneros que era necesario
adquirir, lo que presupone una cofradía muy numerosa, y para señalar
serviciales, servidores del ágape, si alguno no aceptara la designación pagaría
dos libras de cera como multa y quedaría obligado a servir so pena de ser
expulsado de la hermandad. El día de la comida, después se sacan las almonedas,
debe referirse a la subasta de cosas regaladas por los hermanos a favor de la
cofradía; si a alguno se le hubiere muerto la mujer, padre, madre, hermano o
hijo hasta quince días antes, o fuere padrino de boda el día de la comida,
queda excusado de acudir de asistir a ésta. A todos alcanzaba la obligación de
pagar sus escotes, lámpara, manda o mandadero y almonedas que debieren al
comer, quince días después de publicada la carta cuenta; lo que sobrare en la
mesa daríase a los pobres; al priostre y lo mismo al escribano fiel de fechos,
quien repartiere las raciones de vaca les darían una buena pieza de esta y un
azumbre de vino.
En la tarde del banquete, vigilia en la
iglesia de la Santísima Trinidad, por el alma de los cofrades difuntos, y al
día siguiente misa cantada por la misma intención; todos los cofrades harán su
ofrenda al responso, tanto en las vísperas como en la misa; el priostre llevará
el incienso, un cuartal de pan y medio azumbre de vino como ofrenda, y hará
decir una misa por Juan Sanz Escache, que regaló las casas de la cofradía y un
solar a espaldas de la Trinidad. Al cura y beneficiados de esta iglesia por
celebrar la fiesta de Santa Catalina, el 25 de noviembre, les dará el priostre
una buena pieza de vaca que pese cuatro libras y un azumbre de vino tinto, a
más de 10 maravedíes por la misa rezada. El manda o servidor tenía obligación
de abrir las sepulturas cuando hubiere que enterrar a algún cofrade.
Curiosas son las referencias al ritual de
las juntas generales y recuerdan bastante a las ordenanzas del antiguo cabildo
de clérigos.
Nada más nos dice Layna en torno a ella, que
estuvo dedicada a Santa Catalina de Alejandría patrona, entre otras
agrupaciones, de los carreteros, molineros, alfareros, traperos, hilanderos,
etc.; oficios que en Atienza tuvieron cierto auge, el de la carretería
relacionado principalmente con la arriería y el transporte de sal desde las
cercanas salinas del partido, a cuyo mercado se dedicaron desde al menos el
siglo XIII, numerosos vecinos de Atienza. Así como los restantes, pues hasta
seis molinos harineros, otros tantos batanes y no pocos atencinos se dedicaron
a la trapería e hilaturas, por lo que no es extraño que al igual que los
zapateros, los arrieros o tantos otros gremios se asociaron, lo hiciesen estos.
Tuvo, Santa Catalina de Alejandría, amplia
devoción en la comarca al menos desde el siglo XIII, cuando su culto fue
extendido por los primeros obispos seguntinos llegados desde Francia. Pudiendo
seguirse el rastro de su devoción desde los próximos pueblos de la vecina
provincia de Soria, hasta toda la comarca seguntina.
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