viernes, junio 03, 2016

LA HISTÓRICA COFRADÍA DE LA CABALLADA DE ATIENZA



LA HISTÓRICA COFRADÍA DE LA CABALLADA DE ATIENZA, DE FRANCISCO LAYNA SERRANO, AHORA EN AMAZÓN: http://www.amazon.es/dp/1533570337



   Tras conocer su historia algo más: La Caballada. Hay que remontarse al siglo XII para encontrar sus raíces, a la niñez y orfandad de quien más tarde reinaría como Alfonso VIII. 

   Al momento en el que, tras las disputas por su tutoría, el infante es llevado al amparo de la peña fuerte de Atienza, donde los castellanos que trataban de mantener su soberanía buscaron la forma de que el reino no pasase al vecino. Su tío, Fernando II, rey de León, ambicionaba el trono uniendo ambos reinos bajo su corona. Una historia de disputas reales del medievo. 





   Fueron los arrieros de Atienza, uno de los gremios de la población los que, sitiada la villa por el rey leonés, y a punto de perder Castilla su independencia, y a su rey, idearon la manera de buscar la liberación del chiquillo burlando al enemigo en uno de esos episodios que, cuenta la tradición, cambió el rumbo de Castilla. Un día, hacía 1162, a punto de amanecer, los arrieros, con el rey entre su carga, dejaron la villa sin levantar sospechas hasta que, quienes custodiaban sus murallas, quisieron comprobar que con ellos no marchaba Alfonso. 

   Cuenta la tradición que les dieron alcance en las proximidades de la ermita de la Estrella, y que los más diestros, el rey con ellos, continuaron camino en tanto el resto entretenía el tiempo en danzar ante la patrona de la ermita. Siete días después el rey Alfonso se encontraba al abrigo de las murallas de Ávila. A partir de ahí la historia se llena de pergaminos, privilegios y reconocimientos hacía una hermandad, y una villa, que fue capaz de escribir una de las páginas memorables de aquel tiempo. De entonces a hoy la historia se repite. 

   Es domingo de Pentecostés. Los herederos de la tradición, a lomos de sus cabalgaduras vistiendo sus atuendos casi medievales, capa a los hombros y sombrero, hacen el camino de sus antepasados. Hasta la ermita de la Estrella, la bandera real al frente. Tamboril y dulzaina marcando el ritmo de la marcha, de la romería y de la rigidez casi medieval de la cofradía, del ágape y sus danzas. Al cabo de la tarde, a los pies del castillo, como si se rememorasen los torneos medievales, galopan en honor a su rey quien, desde entonces, parece hacerlo con ellos bajo el pesado capote de la historia. 

   En sus archivos los antañones pergaminos y sus constituciones medievales. A través de las calles de la villa la sobriedad de una cofradía, con su orden y vocablos, ocho veces centenaria. 

Tomás Gismera Velasco

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