domingo, abril 03, 2016

CARBONEROS SERRANOS.

Desde el pico del Ceño, que se levanta en un triángulo que forman los pueblos de Albendiego, Somolinos y ambos Condemios, el de Arriba y el de Abajo, se alcanza a ver un panorama suave de tierras de labor, de pinares y enebros, y de extensos pastizales comunales en los que destacan las vacas, negras como la noche, de la raza serrana avileña, y a su lado los terneros blancos como la nieve de la raza cherolesa, que son más dados al engorde y por ello su carne más apreciados en los mataderos.

Los terneros cheroleses son rollizos, de menor alzada que los negros, aunque miran igual a quien los mira.

Desde el Pico se avistan, casi a ojo de pájaro, además de los pueblos dichos, Galve de Sorbe, con la vigía de su torre castillera. Campisábalos, y más a lo lejos, rayando con las tierras segovianas, el solitario pueblo de Villacadima, abandonado a su suerte no hace demasiados años, cuando el cáncer de la emigración entró en esta tierra para no abandonarla.
 
 
 
 
Al otro extremo, hacia la izquierda se encuentra Cantalojas, que al contrario de lo que sucedió con Villacadima, su población se mantiene tratando de agarrarse a ese turismo rural que de una parte acá trata de que pueblos como este encuentren en el solaz vacacional una nueva forma de subsistencia. Las tierras de Cantalojas las besa el arroyo y luego río Lillas, ocultándose en la reserva del Sonsaz las ruinas de su castillete, de reminiscencias árabes, en el paso de Puerto Infante, por donde dice la tradición que pasaron los arrieros de Atienza camino de Segovia con el rey niño Alfonso VIII.

En frente del Pico del Ceño se encuentra el cerro del Buey; a la derecha el de la Sima, y a los pies, esparcidas a los cuatro aires, las ermitas de Santa Coloma, San Bernabé, San Antón o la Virgen del Pinar, ante la que bailan los danzantes de Galve al son de dulzaina o tamboril, entrechocando palos, enlazando el cordón o saludando a la patrona como solo ellos aprendieron a hacerlo.

Eres María, pura y bella,

De Joaquín bello clavel...

Lomas y llanos, altos y cerros, y cómo no, arroyos y más arroyos que vierten aguas a lo que será el Bornoba. Dehesa de los Hoyos, Cabeza de la Sima, Sandría, Molinillo, Regajo, Escalera.., y más molinos a su vera; en Campisábalos, Villacadima, Galve o Condemios, y muchos más en Cantalojas; que fueron mantenidos por arroyuelos que culebrean por todas las partes, señalándose con un hilo de juncos verdosos, de verde sobre verde. De una línea de chopos firmes y de álamos esbeltos.

Descendiendo por el oeste, hacia las Majadas de la Requica, se rodean ambos Condemios, se avanza por las lomas de los Vallejos y de Sotorredondo y aparece el Quemado del Poyato. Una extensión de pino que sirve de línea divisoria entre los Condemios y Galve de Sorbe.

El Quemado del Poyato sube ladera arriba hacia Valdepinillos, y más allá, escondida en el robledal, se encuentra Aldeanueva de Atienza, uno de los pueblos más hermosos y desconocidos de la provincia. Pueblos ambos, Valdepinillos y Aldeanueva, metidos en los más esbeltos parajes que ofrece la serranía del Alto Rey, agarrándose a sus pantorrillas, pues ya las cuestas comienzan a pesar.

Es tierra de pinar, de enebro y de roble marojo. Aunque sigue siendo el pino joven mientras que el roble se mantiene viejo, con esa edad indefinida que da la tierra añadiendo sabor, color y lustre a tantas cosas.

Por aquí, por estas dehesas de las laderas del Quemado, es tradición que los galvitos, los hijos de Galve de Sorbe, famosos por trasladarlo a toda la comarca, formaban sus piras de carbón vegetal para después vender la picona, que en otras partes llaman zaragalla, a las plazas de los pueblos. La picona y las piñas con las que encender la lumbre.

En Atienza, uno de los lugares a los que con mayor frecuencia viajaban desde su lugar de origen a lomos de sus propias caballerías o tirando estas de sus rústicos y artesanales carros, todavía existe la antigua plaza de Mecenas, que apellidaron de la picona, porque en ella se reunían para ofertar su producto y en ella se juntaban también cuando partían a su lugar de origen.

También, subiendo más a lo alto, otros pueblos tuvieron fama de carboneros. Bustares dicen que debe su nombre a ello. También por Aldeanueva se hacía carbón, y a los de Cantalojas les siguen llamando carboneros, y por toda la línea huesuda del espinazo serrano, una línea huesuda que llega y sobrepasa el Ocejón, desde Valverde de los Arroyos a Majaelrayo, bajando hasta Tamajón, y aún por las parameras de Molina; por Anguita, por Aguilar, Luzón, Maranchón, la Alcarria de Pastrana, Hueva...

Ya no queda ninguno de aquellos montaraces serranos que día a día levantaban las simas de leña y tierra, y paja y brezo, y les prendían fuego y esperaban horas y horas, y días y semanas enteras a que el conjunto se fuese consumiendo lentamente con un humo negro y un olor penetrante que delataba la pira de leña. Fue un oficio duro, como tantos otros.

Lo contaban los hijos y los nietos de aquellos que, a pesar de haber ido dejando desarbolado un buen número de hectáreas de tierra, porque la mejor madera fue siempre la del roble, el marojo, el rebollo y la encina, precisamente los árboles que por su madera dura más tardan en crecer, dejaron su nombre y su recuerdo en muchos pueblos de la provincia.

Los campos que quedaron desiertos se cubrieron después con jaras y estepas.

Una queja parece quedar ahora presente sobre esos enormes calveros del terreno en el que otrora crecieron enormes las encimas, sombreando un gran perímetro; también los robles, y también es cierto que se talaron en gran número para hacer aquel carbón, como en gran número se talaron para ganarle terreno al monte hasta finales del siglo XIX, para ganar tierras de labor donde apenas las había, y contra eso nadie dijo nada.

Resulta curioso pensar que una tercera parte de los beneficios del carbón repercutía en los impuestos del lugar de venta u origen, suponiendo para muchas poblaciones un ingreso más que extra, del mismo modo que para hacer cortas o talas era necesario pedir el correspondiente permiso municipal, concedido casi siempre en otoño, cuando la savia del árbol, está baja, con lo que sufren menos los retoños.

La villa de Atienza, a la que estuvo sometida gran parte de la zona, era la encargada de dar las correspondientes licencias, como fue la encargada de mantener sucesivos pleitos con los señoríos que se fueron desgajando de su territorio, Jadraque, Cifuentes o Cogolludo, por citar algunos, en defensa de sus intereses:

...otorgamos e tenemos por bien que puedan cortar e facer carbón los de Cogolludo, más que no puedan sacarlo ni venderlo fuera de su término.

Eso lo cuenta la concordia suscrita entre los maestres de Calatrava y el Concejo de Atienza, y que por poner paz entre ambos firmaron el 6 de marzo de 1284.

También el municipio atencino cobraba la décima parte de los arrompidos, aquellos lugares que eran despoblados de vegetación arbórea para dedicarlos al cultivo del cereal.

De lo que no queda duda es que la provincia de Guadalajara, a costa de las talas, sufrió lo indecible. En una de sus cartas al Príncipe, Antonio Ponz, a su paso por la provincia, escribe:

Bien quisiera añadir algo del estado a que la necesidad de carbón para esta Corte va reduciendo sus montes, pero es asunto triste y lo será más si no se toman providencias muy serias y muy prontas que lo remedien, y me mantengo en lo que he dicho repetidas veces de que llegará tiempo y acaso tardará poco, en que se duplique y aún triplique el precio del carbón y no se encuentre, vea V. si mis sermones de plantíos son inútiles y fuera de tiempo.

No quedan carboneros por estas tierras. Sí quedan en cambio buenos carpinteros en Galve y los Condemios. Si bien los que quedan andan metidos en esa edad en la que se vive reverdeciendo los sueños.

En Galve trabajaron los carros, y en los Condemios las puertas de cuarterones que con el tiempo y los años se han ido comiendo las carcomas.

Las gubias, formones, escofinas, escoplos y mazos para dar forma a la madera de nogal se apretujan ahora en los talleres, albergando capas de polvo entre maderas roídas, porque aquellos carpinteros que trabajaron con aquellas herramientas las mejores maderas, son hoy gentes mayores que trabajan por el simple gusto de no olvidar su oficio, como no olvidan la forma de hacer los carretones, carros o carretas; cortando las piezas en el taller y armándolas en plena calle rodeados de chiquillos. Carros de una mula, grandes y sólidos. Carros alevines para el tiro de un asno pequeño. Carracos de yunta con una sola lanza para uncir al yugo. Galeras con miriñaque volador para llevar mieses, y carretones para transportar todo tipo de mercancías.

A los carreteros también les vino mal la revolución industrial. La modernidad ha podido con demasiadas cosas. Ahora los enormes camiones con troncos de pino pelados, otra industria que le creció a la zona, hacen la ruta por carretera hacía las serrerías de los polígonos industriales de las grandes capitales.

Tomás Gismera Velasco

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