EL MOLINO DEL HOCINO
Atienza llegó a contar, en sus mejores
tiempos, con hasta cuatro molinos harineros, dos situados en el cauce del
arroyo Pelagallinas, o “río de las Huertas”, y los otros dos entre el Cañamares
y el Bornoba.
El Molino del Hocino fue uno de los
principales, aunque no vamos a remontarnos en el tiempo para contar su
historia.
Conocemos que el Molino del Hocino,
propiedad de Francisco Hernando en 1752, estaba arrendado en treinta y cuatro
fanegas de trigo puro. Y su estimación de utilidad anual era de novecientos
sesenta reales.
Pasó a la familia Delgado Asenjo a fines del
siglo XIX, explotándolo hasta el fallecimiento del titular, Antonio Delgado
Romanillos, en 1912, cuando pasó a Cipriano de Blas, quien lo mantuvo hasta
1945, año en el que se hizo cargo del mismo el titular del molino de Naharros,
quien a su vez lo pasó a manos de Eulogio Abad, natural de Galve de Sorbe, en
1955, el hijo de este, Angel Abad, fue el último molinero, trasladando parte de
la maquinaria, mediada la década de 1960, a la villa de Atienza, funcionando
hasta la década de 1980, tras el cambio de motores, empleando en ellos la
energía eléctrica, funcionando el nuevo molino en el propio casco urbano de
Atienza, y quedando abandonado el del Hocino.
El del Hocino, en la actualidad, se
encuentra arruinado, e incluso parte de la piedra que compuso su edificación,
desapareció.
Sin embargo su estructura nos muestra una
impresionante construcción, llevada a cabo con toda probabilidad en torno a los
siglos XVI-XVII, sino en su totalidad, sí al menos en parte.
Se encontraba situado, conforme a la
normativa que seguían entonces los molinos, en una especie de isla rodeado de
las dos corrientes de agua que componían por una parte la del propio arroyo o
río que lo abastecía, y por el otro el canal o aliviadero que tras mover los
motores, regresaba al cauce.
Sobre el molino, a un nivel superior, se situaba
la gran alberca o estanque en el que se almacenaba el agua para caer a través
de un perfecto cubo construido en sillería, al rodezno que movía el árbol o
turbina que a su vez, y sobre ellas, hacía girar las piedras que ejecutaban la
molienda.
En perfecto estado también, aunque el paso
del tiempo terminará con ello, se encuentran el cárcavo, el aliviadero y la
salida de aguas.
Recuerdo para un oficio, el de molinero, que
pasó a la historia, y de un molino, el del Hocino, que hizo historia.
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