ISABEL MUÑOZ CARAVACA Y EL CARNAVAL
El
carnaval será su preocupación anual. Sobre todo la “corrida de gallos” en
Atienza, coincidiendo con el día de Jueves Lardero.
Ya vimos que doña Isabel está en contra de todo
el maltrato a los animales, sea cuales sean, no obstante, la fiesta de toros y
lo que ella denominará “bárbara costumbre”, atencina, centrarán una buena parte
de su lucha en contra del maltrato:
“Lo he de decir una vez más, lo he de
exponer al juicio público; sensato y desapasionado y sea cual fuere la
interpretación que se de a mis palabras; esos jueves, esos sacrificios crueles
de animalillos indefensos, son un ultraje a nuestra educación, y a la que
nuestro siglo exige de nosotros”.
En ocasiones se dirigirá a los maestros,
compañeros de escuelas atencinas. En otras a las autoridades provinciales,
muchas más a los alcaldes de Atienza.
“Usted señor Alcalde de Atienza, sabe
adoptar medidas higiénicas; eso está bien, pero no olvide usted que la higiene
del alma vale más aún que la otra higiene. Usted señor Alcalde puede hacer la
vista gorda sobre el descanso dominical, porque nada significa ni a nadie
ofende el llenar un cántaro de agua o un costal de trigo, pero usted debió
salir el jueves por el pueblo, recoger los gallos, dispersar los chicos,
prohibir en absoluto el bárbaro suplicio, la bárbara diversión que borra por un
día los signos de la civilización de la faz de un pueblo”.
Siendo su hijo, Jorge Moya, corresponsal del
semanario Flores y Abejas en Atienza, en alguna ocasión, cuando aquel sale de
viaje y no se encuentra en la villa tendrá que sustituirlo escribiendo
sencillas crónicas sobre lo que acontece en Atienza. Estas, en época de
carnaval, las resume en cuatro líneas. Algo parecido llevará a cabo con motivo
de cualquier festejo que se celebre en la población:
“Ha habido muchos mamarrachos por la
calle…”.
El carnaval, desde que llega a Atienza, será
su suplicio anual:
“Yo creo que no vine aquí solo para enseñar
a las niñas a utilizar estúpidamente una aguja. El carnaval del año 96 fue el
primero que conocí en Atienza, y ejerciendo mi cargo, cuando tuve noticia de la
fiesta del Jueves Lardero y de sus pormenores, me propuse acabar con ella, al
menos intentarlo. No faltó quien me llamó insensata.
Como jueves, no debe de haber clase por la
tarde, pero yo empleé la tarde y la víspera de aquel día especialmente en
hablar a las niñas de lo odioso de la fiesta, y las exhorté a que, aunque
jueves, vinieran a clase por la tarde. Se dio la clase, en efecto, y en los
años siguientes se ha dado también y aun prolongado la sesión; y he permanecido
en mi puesto con las niñas que han concurrido, como protesta de la escuela,
institución moralizadora y civilizadora, contra una costumbre bárbara.
El primer año vinieron ocho niñas, el
siguiente vinieron hasta treinta y tres, el año 98, cuarenta, el 99, cincuenta
y una…
En nuestras manos está la generación futura.
Ella confirmará o derogará los usos que
encuentre, según se les eduque, según se le de capacidad para juzgarlos”.
Las corridas de gallos en Jueves Lardero,
serían suprimidas de la vida de Atienza muchos años después de la muerte de
doña Isabel.