ISABEL MUÑOZ CARAVACA, SU FINAL.
En 1914 la enfermedad comenzó a apoderarse
de ella, aunque trató en todo momento de sobreponerse al mal. Detestaba, por
encima de todo, que la compadeciesen, y así lo hizo saber al director de Flores
y Abejas cuando el semanario dio cuenta del mal que la aquejaba.
Falleció en la madrugada del 28 de marzo de
1915. Siguiendo sus instrucciones, Flores y Abejas, el semanario para el que
más escribió, se limitó a publicar la esquela dando cuenta de su fallecimiento.
Otros semanarios de Guadalajara ampliaron la
noticia, dando cuenta de su personalidad, como El Liberal, La Orientación, o La
Palanca.
Así lo recogió La Palanca:
“El domingo 28 entregó su alma a Dios la
notable escritora y profesora de primera enseñanza, doña Isabel Muñoz Caravaca,
viuda del que fue sabio catedrático del Instituto del Cardenal Cisneros de
Madrid, don Ambrosio Moya
La cruel dolencia que venía padeciendo hace
años ha dado fin a la existencia de una mujer que demostró en vida cuan
equivocados están los que entienden que solo es patrimonio de los hombres la
erudición y el estudio.
Trabajó siempre y deja muchas obras escritas
y no pocos artículos periodísticos; en unos y otros se vio siempre la gran
cultura que poseía.
Para muchos, por la crudeza de su estilo y
por la valentía con la que atacaba todas las cuestiones, pasó por escéptica en
materia religiosa, pero ha demostrado en los últimos meses de su enfermedad una
gran fe y con entereza inconcebible, ha cumplido todos sus deberes para con
Dios y dado ejemplo de humildad y resignación cristiana.
Conocedores de su modestia y de lo poco que
gustó siempre que se ocuparan de su personalidad, ponemos fin a estos
renglones, deseando la haya acogido Dios en su seno y rogando a nuestros
lectores la tengan presente en sus oraciones”.
La Unión decía:
“La enfermedad que a esta bondadosa señora
la tenía postrada y retirada de la sociedad ha tenido un triste desenlace.
Ha muerto como mueren las inteligencias
poderosas en nuestra católica España, confortada por los sacramentos y cuidada
por su hijo Jorge, único que vivía con ella desde que estuvo desempeñando la
escuela pública de Atienza.
Fue la finada una notable escritora,
teniendo como característica cuanto salía de su pluma la fluidez. Escribía con
una sencillez encantadora.
Dios haya acogido su alma preciosa en su
seno y de a sus hijos resignación para sufrir tan duro golpe”.
El Liberal lo contaba en su portada,
glosando su vida y obra:
“…del temple de su espíritu, de la fortaleza
de su ánimo, nadie puede hablar mejor que nosotros que hemos presenciado de
cerca los últimos momentos de su vida.
Tolerante mujer de su siglo, o mejor dicho,
de un siglo que no ha llegado aún, tenía para las debilidades ajenas una
sensibilidad exquisita… sabía llorar con los humildes, compartir con ellos sus
sufrimientos, y socorrer en silencio sus miserias físicas, morales e intelectuales…
Representaciones de las diversas clases sociales acudieron a rendir el último
tributo a la escritora distinguida, a la mujer buena, que de todos supo hacerse
amar y respetar”.