domingo, octubre 12, 2014

ISAAC ROMANILLOS SANCHO, VÍCTIMA DEL ATENTADO CONTRA ALFONSO XIII



 LA BODA DEL REY
     Madrid estaba preparado, el 31 de mayo de 1906, para celebrar uno de esos eventos llamados a pasar a la historia de las ciudades, de los reinos, e incluso de los continentes, puesto que la boda del rey de España, Alfonso XIII, con una de las princesas de Inglaterra, aunque la princesa fuese de las llamadas “de segunda fila”, atraía la atención de media Europa, y hasta Madrid, para asistir a las nupcias reales se habían trasladado, de media Europa, representantes de la mayoría de las casas reinantes.

   Se hemos de hacer caso a las crónicas del momento, “Madrid se encontraba desbordado de gente y animación”. Y había, por supuesto, entre los altos mandos policiales y miembros del Gobierno, un temor indiscutible a la posibilidad de un atentado. Por aquellos días se cumplía un año de lo sucedido en París, un año del intento de asesinato del Rey Alfonso en la calle Rohan cuando junto al presidente de la República de Francia regresaba de la ópera, en lo que era su primera visita al extranjero. El 31 de mayo de 1905.

   Hoteles y pensiones madrileñas tuvieron que colgar el cartel de “completo”, también los teatros y los espectáculos, y los cafés, puesto que a Madrid se desplazaron multitud de visitantes de las provincias limítrofes, y del resto de España para asistir a uno de esos espectáculos que la historia permite que se puedan ver dos o tres veces a lo largo de una vida. Se trataba, pues, de un momento realmente histórico para la historia de España.

   También, para colaborar en la seguridad real, y de los visitantes extranjeros, a Madrid se trasladaron policías de media Europa. Lo contó el conde de Romanones, entonces ministro de la Gobernación: Acudió a Madrid el personal más experto de las policías francesas, alemanas, inglesa e italiana. Y por supuesto la española se encontraba alerta, bajo las órdenes del experimentado Director General Emilio Moreno. Con vigilancia hacía los partidos políticos y personajes destacados que pudieran aprovechar la ocasión para armar revuelo.

   Se temía, nadie lo negaba, un atentado contra el Rey, o contra alguno de los muchos personajes que se reunirían en Madrid.


   Las mismas crónicas de aquel día nos dice: El propio Presidente del Gobierno habló con el Rey de la posibilidad de un atentado, temiéndose que ocurriese en la propia iglesia de San Jerónimo, que fue minuciosamente registrada, lo mismo que las calles por las que había de discurrir el cortejo de ida y vuelta, cambiando a última hora el trayecto de retorno, ya que en principio llegaría a palacio a través de la calle del Arenal y a última hora se decidió que lo hiciese por  la calle Mayor que, como todas por las que el cortejo discurriría, se encontraba tomada por el público, y por un ejército de policías, y militares, cubriendo carrera.
 
EL ATENTADO
   El trayecto de ida, desde palacio a la iglesia, discurrió sin apenas incidentes. Salvo los que cuentan de alguna caída de caballo de los carristas, o de los mareos del público, a pesar de que no era un día de demasiado calor, sino con amenaza de lluvia. Tampoco hubo incidente alguno en la iglesia, y el cortejo, que salió de ella pasada la una del mediodía, discurrió sin novedad alguna a través de medio Madrid, por la Carrera de San Jerónimo, uno de los lugares más complejos y temidos para caso de atentado, así como por la Puerta del Sol.

   El conde de Romanones vuelve a recordarnos aquel paso, que observó desde los balcones de su ministerio, con la tranquilidad de que ya había pasado lo peor. Cuando la carroza de los reyes entró en la calle Mayor, Romanones decidió retirarse a descansar a su casa, después de casi dos días sin apenas descanso. Imaginando que todo había acabado. Cuando salió del ministerio el cortejo de acompañamiento todavía continuaba subiendo por la Carrera, y algunos carruajes avanzaban por la plaza de la Cibeles.

   Desde la Puerta del Sol a la plaza de la Villa debía de haber unos quinientos metros, y por allí, debía de andar la carroza real con los reyes, a juzgar por los vítores de la gente y el sonido de las campanas de aquella parte de Madrid, pues iban tocando al paso de la comitiva. Eran alrededor de las dos y media de la tarde ya.

   Entonces, a esas horas, en el espacio que a la altura del número 88 de la calle Mayor de abría, prácticamente frente a la Capitanía General, se escuchó el estrépito de la bomba que, oculta en un ramo de flores, cayó desde el balcón de la esquina del edificio, rebotó con los cables del tendido eléctrico, que lo desvió, y fue a caer a uno de los lados de la carroza real.

   La explosión fue inmensa, y el griterío del público lo llenó prácticamente todo. Al instante, una vez que el humo de la explosión permitió ver lo que sucedía, todo el mundo tuvo la certeza de la gravedad de lo sucedido. Algunos de los caballos de la carroza real agonizaban reventados sobre la calle, otros estaban muertos, y entre el   público   sucedía   lo mismo. El griterío de los heridos acompañó la salida de los reyes, quienes resultaron ilesos, en busca de la carroza de respeto con la que continuaron a palacio, atrás quedaba un reguero de muertos y muchos, muchos heridos. Las cifras posteriores darían 32 muertos y más cien heridos.

   En aquellos primeros momentos los heridos fueron atendidos en el mismo lugar, hasta ser trasladados a las diferentes casas de socorro. Al igual que los muertos, la mayoría civiles, aunque no faltaron militares de los que cubrían carrera, la mayoría pertenecientes al Regimiento de Wad-Rás número 50, dedicado a la escolta del Rey. Entre los muertos del Regimiento están uno de los capitanes, dos tenientes, varios soldados, un cabo, el tambor…

   El autor del atentado, que fue inmediatamente identificado, pues no ocultó su identidad al registrarse en la pensión desde la que llevó a cabo el atentado, escapó en medio del alboroto, ofreciéndose por cualquier información que llevase a su detención, 25.000 pesetas. Todo un capital.

   De tal magnitud fue la explosión que algunos de los fallecidos fueron las mismas personas que se encontraban viendo el paso del cortejo desde los balcones de la casa desde la que fue arrojada la bomba: Un fallecido en el cuarto piso, dos en el segundo y cuatro más en el principal, entre los que se contaron a la marquesa de Tolosa y una hija de los condes de Adanero.

   Algunas personas de la provincia de Guadalajara también se encontraron entre los muertos y heridos: Guillermo Molina y Zenón Llorente, naturales de la capital, y Vicente Taberner, de Hinojosa, y pertenecientes al Regimiento Wad-Rás, resultaron heridos. También algunos espectadores, entre ellos Daniela Hernández, de Molina, y Rafaela Barrios, de Guadalajara. Fueron los nombres que ofreció la prensa provincial, encargándose de dar la noticia de la muerte en el hospital, a causa de las heridas, de Guillermo Molina.
    Ningún medio comunicó la muerte de Isaac Romanillos Sancho.
 
ISAAC ROMANILLOS SANCHO
   La confusión de los primeros momentos hizo pasar a Isaac Romanillos por vecino de Madrid, y natural de la provincia de Soria. A pesar de que desde el Regimiento Wad-Rás 50 en el que servía, se apresuraron a informar de que era natural de la villa de Atienza, en la provincia de Guadalajara, a pesar de que por error se confundió su segundo  apellido, trastocando el Sancho por un “Sánchez”, con el que fue inscrito, tanto entre los fallecidos, como en el registro civil.
  
   Había nacido, efectivamente, en Atienza, en 1883. La fecha exacta la desconocemos, si bien tenemos el dato de que fue entregado al poco de nacer a la inclusa de Atienza, que por aquellos años todavía funcionaba, dependiente de la Diputación de Guadalajara.

   No conocemos el motivo por el que fue entregado a dicha institución para su crianza, pero en ella estuvo hasta el mes de febrero de 1885, que fue reclamado por su padre, Cándido Romanillos Cercadillo, y le fue concedida la custodia.

   Cándido Romanillos, el padre, figura en algunas partidas como pastor, y en otras como labrador, de lo que si tenemos certeza es de que residió en varias poblaciones de los alrededores de Atienza, probablemente ejerciendo su labor.

   Cándido Romanillos Cercadillo nació en Bochones en 1858, y se casó en Atienza con Vicenta Sancho Somolinos, marchando a vivir a Madrigal, de donde pasaron a Atienza, y tras una estancia de casi 12 años en Barcones, regresaron a Atienza, de donde salió Isaac Romanillos en 1904 para servir al Rey, y morir por el Rey.

   Un gesto tuvo Su Majestad para con los muertos y heridos, ya que a todos se les concedió una paga, dependiendo del carácter de sus heridas y del estado al que pertenecían,  civil o militar. Los militares fueron condecorados y ascendidos un grado. Aparte de ello, y de resultas de las suscripciones populares para ayudar a las víctimas y levantarles un monumento, se repartieron algunas cantidades. A Cándido Romanillos se le entregaron 700 pesetas de lo recaudado, y le dejaron una paga anual por la muerte de Isaac de 273 pesetas con 75 céntimos.

   Los padres de Isaac no pudieron asistir a los funerales, celebrados al día siguiente, 1 de junio, en Madrid.

   Su cuerpo, junto a los militares  fallecidos de su Regimiento fueron trasladados a una sala de la planta  baja de  la clínica  militar instalada en la iglesia del  Buen Suceso,  en la  calle de la Princesa, que sirvió de capilla ardiente, y que en la tarde del 31 fue visitada por el Rey.

   El entierro constituyó una auténtica manifestación de duelo, saliendo a las seis de la tarde del 1 de junio, desde la capilla ardiente, hacía el cementerio:

   El aspecto que presentaba la calle de la Princesa por aquellos alrededores era imponente por la inmensa multitud de gente que aguardaba el paso de la triste comitiva.
   Era un contraste muy marcado, los adornos y vistosas colgaduras que adornaban la calle de la Princesa e iglesia del Buen Suceso con las fúnebres carrozas que aguardaban se depositasen en ellas las inocentes víctimas.
   El infante don Carlos de Borbón, acompañado del infante don Fernando y del príncipe Alejandro de Battemberg, llegaron al Buen Suceso a las seis en punto y poco después el príncipe de Baviera y los príncipes Alfonso y Rainiero.
  
   A las seis y veinte comenzaron a salir los féretros, el del capitán Rasilla, tenientes Prendergast y Reilli, y los soldados Lorenzo Guerrero, Gregorio Sánchez, Isaac Romanillos, Guillermo Gracia y el escolta José Márquez.

   A través de unas calles de Madrid totalmente abarrotadas, fueron conducidos al Cementerio del Este, donde recibieron sepultura.

   A finales de aquel año, y por suscripción popular, se levantó frente al lugar en el que cayó la bomba un gran monumento de recuerdo, en el que figuraron los nombres de  todos y cada uno de los fallecidos, monumento que dañado durante la Guerra Civil, terminó retirándose para ser suplido por el hoy existente.

   La partida de nacimiento de Isaac Romanillos, el único recuerdo de aquel muchacho de 23 años que perdió la vida en el atentado contra el Rey de España, se encuentra en los archivos eclesiásticos de Atienza, la partida de defunción en Madrid, en el registro  civil del distrito de Palacio, libro de defunciones, folio 90, libro 123, en él podemos leer:

   Por don Manuel Kreisler Ubago, Secretario, se procede a inscribir la defunción de Isaac Romanillos Sánchez (Sancho), natural de Atienza, provincia de Guadalajara, de veintitrés años de edad, soltero, soldado del Regimiento de Infantería Wad Rás núm. 50, hijo de Cándido Romanillos y Vicenta Sancho, cuyas naturalezas y demás fuentes se ignoran, falleció delante de la casa número 88 de la calle Mayor, a las catorce horas y treinta minutos del día 31 de mayo de 1906…

Tomás Gismera Velasco