Introducción:
La
fortaleza de Atienza
Pocos lugares resultan tan propicios para levantar una fortaleza, en
apariencia inexpugnable, como el peñón sobre el que se asentó la que dominó la
villa de Atienza y desde ella las líneas fronterizas de los antiguos reinos de
Castilla, el cercano de Aragón y los peninsulares de la Extremadura Andaluza en
tiempo de dominio musulmán.
Poco sabemos en cuanto a sus orígenes como fortaleza amurallada, si bien
los testimonios escritos más antiguos nos hablan de ella en época de la
invasión musulmana, siendo en ocasiones centro desde el que avanzar hacia el
Norte.
Se levantó la fortaleza sobre un enorme peñón que domina el cerro sobre
el que se asienta la villa y desde el que pueden dominarse las fronteras de los
reinos antedichos, así como el paso de la cordillera serrana que divide los
antiguos territorios de Castilla la Vieja y Castilla La Nueva. Peñón de
aproximadamente 130 metros de largo, por unos 30 de anchura máxima y 12 de
altura media, o lo que es más o menos lo mismo, en las crónicas anteriores al
siglo XIX, época de su parcial derrumbe: 152
pasos de largo de N. a S. y de 24 a 30 de ancho por algunas partes; mientras
que la elevación de la roca es varia, teniendo por el punto más bajo unas 10
varas. Roca caliza cortada por la acción erosiva del tiempo en la práctica
totalidad de su contorno, salvo en el meridional de acceso, que lo sería por el
hombre.
Por este lado se acedía, tras escalar la roca horadada formando escalera
en ella, al recinto propiamente dicho del castillo o fortaleza, flanqueada en
la actualidad por sendos torreones cuadrados y reconstruidos en torno a 1967,
malinterpretando las construcción primitiva.
En la actualidad el recinto no es sino una gran plataforma rodeada por
restos del muro que sirvió de muralla, sin necesidad de que esta, dada la
defensa natural de la fortaleza, tuviese una gran altura. Muralla a la que
debieron de estar unidos los edificios que sirvieron para el uso y habitación
de los moradores de la fortaleza, y de cuya existencia no queda, en apariencia,
el menor rastro. Salvo la llamada Torre del Homenaje, de gran consistencia
constructiva ya que sus muros llegan a tener un espesor de cerca de dos metros.
Esta torre consta de tres plantas: la baja, por la que se accede, con un único
habitáculo y de la que parte la escalera que conduce a las superiores; la
intermedia, de estructura diáfana, con huecos quizá para tinajas, quizá para
utilizarse a modo de dormitorio, y la terraza, desde que la que se dominan las
fronteras antedichas, en cuyo esquinazo sobresale el consiguiente garitón. La
antedicha crónica del XIX nos señala al respecto que: en las dos puntas de N. y S de la fortaleza hay dos torreones
cuadrilongos, hallándose en el del N. la subida al castillo propiamente dicho,
y en el del S. 2 habitaciones abovedadas; en la de encima existen 3 ventanas,
otros tantos huecos, sin duda para colocar tinajas y 1 chimenea; se sube a esta
habitación y a lo alto de la torre, por una escalera de piedra practicada en
una de las paredes; encima del torreón y en su ángulo meridional, hay una
garita que sobresale de la esquina.
Hacía el centro de la plataforma, horadados en la roca, se encuentran
dos aljibes de obra morisca, utilizados a lo largo de los siglos a modo de
almacén, de agua, nieve u otros productos que llegarían a ser necesarios para
la vida de la fortaleza. Ambos han perdido al día de hoy las escaleras de
acceso así como parte del muro que los cubrió: bóvedas de ladrillo que les servían de cobertizo.
Remontándonos en el tiempo a las crónicas medievales de las que toma
notas Julián Paz para su obra: Castillos
y Fortalezas del Reino, noticias de su estado y de sus alcaides y tenientes
durante los siglos XV y XVI[1], nos dice al respecto de la fortaleza de
Atienza: Tenía esta fortaleza su torre
del homenaje y otra torre que llamaban de los Infantes.
La
Torre de los Infantes
Prácticamente ninguna otra referencia encontraremos en épocas recientes,
salvo la de Julián Paz, que nos hable de la Torre de los Infantes de la
fortaleza de Atienza. Prácticamente desaparecida en 1912, cuando Paz da a la
imprenta su trabajo, si bien sobre la plataforma de la fortaleza se encontraban
los suficientes restos de sus muros como para poderla reconstruir. Muros que
llegaron hasta los inicios de la década de 1960 y de los que toma testimonio el
propio Benito Pérez Galdós para su obra “Narváez”,
de la serie de Episodios Nacionales, cuando describe a sus personajes
accediendo al castillo: Salvamos el
boquete abierto en el adarve, pasamos junto al cubo, que enhiesto y amenazador
se mantiene, desafiando al cielo…
Tendremos que remontarnos algunos años atrás, 1879, cuando el cronista seguntino
Manuel Pérez Villamil visite detenidamente la villa de Atienza e inspeccionando
el castillo nos señale la noticia de que: Dos
años hace que vino al suelo un torreón cuadrado que debajo de la torre del SE.,
se levantaba y en el cual subsistían perfectamente caladas las simbólicas
ladroneras de los ballesteros, formando una cruz rasgada sobre la mira
circular. Este género de ladroneras
caracteriza tan fielmente el tiempo de las cruzadas, que no sería aventurado
suponer que los caballeros templarios u hospitalarios tuvieron grande
intervención en la construcción de esta fortaleza.
A pesar de ello, todavía quedaban los suficientes restos como para
advertir en ella una construcción representativa, y nos añade en cuanto a su
reconstrucción medieval: Fundo mi opinión
en los restos de construcción que subsisten caracterizando el tipo
arquitectónico de esa época, en que el estilo gótico lucha con el sajón y
revela las innovaciones introducidas en la arquitectura militar por los
primeros cruzados, que trajeron del Asia importantes descubrimientos. El corte
de las arcadas; el tipo de los muros, la disposición de los adarves y troneras,
todo está declarando su abolengo[2].
Nos habla igualmente de bóvedas desplomadas o de piedras obstruyendo los
pórticos, y cierto era, puesto que no habían transcurrido demasiados años desde
que en la última de las guerras carlistas, sobre la fortaleza de Atienza,
refugio ocasional de distintas facciones, se tomase la decisión de dinamitar
los muros y edificios principales con el fin de evitar de aquella manera que
sirviese de defensa a los levantiscos. Muros y edificaciones que habían sido
reparadas en parte después de que, igualmente y en evitación de que sirviese de
resguardo a las tropas de Juan Martín, El Empecinado, durante la Guerra de la
Independencia, el Gobernador Militar de Soria a las órdenes del Ejército
francés procediese de la misma manera: volando a golpe de dinamita la parte
principal de sus muros. Y de cuyas reparaciones posteriores nos dan cuenta las
crónicas referentes a los acontecimientos que por la comarca tuvieron lugar con
motivo de la Primera Guerra Carlista: Nótese
que en Atienza hay un fuerte, casi inexpugnable, sobre roca viva, donde caben
de 400 a 500 hombres, con aljibes, almacenes, edificaciones, etc., que se
compuso y habilitó hace tiempo a costa de los pueblos del partido, sin gasto
alguno del erario. Allí hubo una pequeña guarnición de seguridad que impidió a
Merino alguna correría, pero ahora estaba abandonado y no ha servido de refugio
a los leales, ni de defensa para el país, sus caudales y armamentos. Con una
corta partida que lo guarneciese todos los Nacionales de los pueblos y personas
comprometidas, tenían allí un seguro para estos casos; pero era menester más
celo en las autoridades, más actividad en los pueblos, mejor espíritu en las
gentes[3].
Tenemos pues situada la torre, en la parte Norte de la plataforma sobre
la que se levantó la fortaleza, a la izquierda del acceso principal, frente a
frente de la actual Torre del Homenaje único resto de lo que fue castillo de
Atienza. El nombre de “Torre de los
Infantes”, nos aventuramos a señalar que fue debido a la estancia por
algunas temporadas en ella de los reyes de Castilla, Alfonso VIII y Sancho IV
en sus minorías de edad, entre otros.
El
origen
Todas las crónicas alusivas al castillo o fortaleza de Atienza nos
describen el conjunto con una serie de edificaciones para el servicio de
quienes lo habitaron, con distintas dependencias que no han llegado hasta
nosotros, dándonos cuenta el propio Julián Paz de que en 1508 en la casa de la provisión había 22 tinajones
de tener vino y harina; y en la de la armería un tiro de fuslera con su carretón, que parecía ribadoquín; un trueno
de tiro de hierro; cinco cerbatanas con sus cureñas de hierro; una media
lombarda de hierro con su cureña; un trueno de hierro viejo y un espingardón;
un trueno de hierro muy viejo con su cureña quebrada; una cerbatana vieja e dos
buzanos e un servidor de hierro, todo viejo; un servidor de media lombarda; un
torno de madera de encabalgar ballestas; dos espingardones con sus cureñas;
cuatro espingardas; siete espingardones; seis ballestas de acero de pasa, las
tres con sus garrochuelas y las otras tres sin nueces; siete ballestas de palo,
las tres con sus garruchas; cuatro cajones llenos de tiros de almacén; ciertas
piezas de arneses viejos desguarnecidos; tres lanzas de armas; 65 paveses
darzones y dos
lanzones
viejos. La
puerta de la barrera, y algunas otras edificaciones, por debajo de la actual
fortaleza, en el lugar llamados “patio de
armas”, “de caballos”, o “albacar”, perfectamente delimitado, con
restos de los torreones que lo defendieron. Patio de caballos principalmente,
ya que hasta la plataforma superior difícilmente podían acceder los animales
por lo enriscado del terreno.
Era, sin temor a ningún tipo de duda la Torre de los Infantes, el
edificio principal de la fortaleza desde que fuese fortificada por los
almohades con anterioridad al año 900, y en la que se enfrentaron, conforme nos
relatan las crónicas, los caudillos Galib y Al-Mansur en el 980, pues de otra
manera no hubiese sido posible la escapada de Al-Mansur de la fortaleza: una vez que estuvieron a solas Galib comenzó
a hacerle reproches a Al-Mansur; después se abalanzó sobre él espada en mano y
lo alcanzó cortándole parte de los dedos y haciéndole una gran señal en la
sien. Huyó Al-Mansur ante él y se desplomó desde lo alto de la ciudadela,
alcanzando en su arriesgado lanzamiento un pasadizo adosado a la construcción.
Escapó herido, salvándose prodigiosamente de un peligro, como una muestra más
de su buena fortuna[4].
Andado el tiempo, reconquistado el territorio y reparada la torre tras
la ruina a que Almanzor redujo la Villa en torno al año 995, sería residencia
ocasional de alguno de los distintos reyes castellanos que habitaron la
fortaleza por breves espacios de tiempo hasta que los disturbios ocasionados en
Castilla durante la llamada Guerra de los Infantes de Aragón, mediado el siglo
XV, relegaron la Villa de Atienza, tras la ruina a la que fue sometida en el
intento de conquista por las tropas castellanas tras la ocupación de los
navarros, quienes se hicieron fuertes en el recinto de la fortaleza a las
órdenes del capitán Rodrigo de Rebolledo, sin que nunca se llegasen a rendir.
La
torre de los Infantes, Prisión de Estado
Con la pérdida de la muralla, derribada
en algunas partes por las tropas castellanas a lo largo del verano de 1446, y
la posterior unión de los reinos peninsulares, la Villa de Atienza dejó de
tener el carácter defensivo de siglos anteriores, sin embargo su alejamiento de
los caminos principales y el buen estado de la fortaleza la hicieron figurar en
los años finales del siglo XV y comienzos del XVI como uno de los enclaves
principales para convertir la Torre de los Infantes de la fortaleza atencina en
una de las más seguras prisiones de Estado durante la regencia castellana de
Fernando de Aragón, así como del Cardenal Ximénez de Cisneros, quien ya la
utilizó siendo Arzobispo de Toledo, en 1496, como más adelante veremos.
Con anterioridad a que Fernando de Aragón enviase a la torre a los
primeros prisioneros ya había cobijado entre sus muros al autoproclamado obispo
de Sigüenza, el deán de aquella catedral Diego López de Madrid entre 1467 y
1470, en que fue puesto en libertad tras su arrepentimiento. Junto a López de
Madrid se encontraban sus hermanos y criados.
No era la de Atienza la única fortaleza convertida en prisión de Estado
por orden real. Otros castillos y fortalezas cumplían idéntico papel en aquel
tiempo para miembros de la alta nobleza. Por la misma época cumplían el mismo
fin el castillo de Simancas, el de Santorcaz, Villalba del Alcor, Mora o los
mismos alcázares de Segovia y Toledo.
De esa manera en la primavera de 1502, y tras ser derrotado por las
tropas del Gran Capitán cumpliendo órdenes de Fernando El Católico en su
intención de repartirse con Francia aquellas tierras tras los tratos de Nápoles
con Turquía, fue llevado a la Torre de los Infantes el duque de Calabria,
heredero del reino Nápoles, apresado el primero de marzo de aquel año, y
mantenido preso en la Torre, si bien y según las crónicas con cierta libertad
en el interior del recinto, donde permaneció por un espacio de tiempo de 11
años: Allí permaneció el desventurado
duque once años hasta 1513, en que fue trasladado al castillo de Játiva, donde
sus cuitas, lejos de suavizarse, arreciaron de modo que asombra cómo un
temperamento tan delicado, culto, sensible y dado á la música como el suyo,
pudo resistir pruebas rigurosísimas capaces de blandear, así la voluntad como
la salud del hombre más entero. Nos cuenta la crónica de Vicente Castañeda
en torno a la prisión del joven Fernando de Aragón que el duque, tras ser hecho
prisionero y enviado a Atienza con sus servidores, estos fueron ahorcados en su
presencia.
Compartió presidio el joven duque con el obispo de Badajoz, Alonso
Manrique, mandado apresar por Fernando El Católico en 1508 cuando el obispo,
contrario a la política castellana de Fernando, trataba de escapar de Castilla
con rumbo a Flandes, siendo apresado por Francisco de Luján el Domingo de
Ramos, 16 de abril de 1508, en las costas cántabras, llevándolo el propio Luján
con sus hombres a la torre de Atienza, en la que permanecería por espacio de
dos años, hasta ser trasladado a Toledo. Lo que nos hace imaginar la torre como
un lugar con varias dependencias y cierta amplitud para mantener en su interior
a distintos personajes, entonces con su servicio; sin contar con las destinadas
probablemente al alcaide y, por supuesto, a los custodios de los prisioneros.
Algo imposible de sustentarse en la actual torre del Homenaje, como algunos
autores sugieren al relatar los episodios en los que la fortaleza de Atienza
ejerció como prisión de Estado.
A pesar de ello, las estancias destinadas a los prisioneros debían de
carecer de las más mínimas medidas de comodidad, a juzgar por la queja que años
después, con motivo de la llegada a la fortaleza de los principales caballeros
navarros derrotados en la batalla del Roncal, envió el alcaide de la fortaleza,
Juan Ortiz Calderón, al Cardenal Ximénez de Cisneros, recibiendo Ortiz Calderón
la orden de adecentar en lo posible la torre para cobijar a los nuevos “huéspedes”, en número superior a los
anteriores. Teniendo en cuenta, además, de que habían pasado cuatro años sin
que la torre tuviese utilidad o fuese reparada.
Los
navarros de la Torre de los Infantes
Con motivo de la estancia en Atienza de algunos de los principales
capitanes de las derrotadas tropas navarras, tendremos la oportunidad de
conocer con absoluta seguridad la estructura de la torre.
Será en 1516, en uno de los últimos intentos por la restauración del
reino de Navarra en la cabeza de Juan de Albret cuando se enfrenten en el campo
de batalla las tropas navarras y las enviadas por el Cardenal Ximénez de
Cisneros, como Regente del Reino por Carlos I, siendo derrotados los navarros
el 22 de marzo de 1516 por las tropas castellanas al mando del coronel
Cristóbal de Villalba.
Para algunos de aquellos principales caballeros derrotados señaló el
Gobernador de Castilla el envío a la fortaleza de Atienza, como más segura y
alejada de posibles intentos de liberación, y para que allí fuesen guardados a muy buen recaudo.
Eran estos el Mariscal don Pedro
de Navarra; Juan Ramírez de Baquedano, señor de San Martín y Ecala; los
capitanes Petri Sánchez y Juan de Olloquí y Yatsu, señor del palacio de su
apellido, primo carnal de San Francisco Javier; el cascantino Pedro Enríquez de
Lacarra; Antonio de Peralta, primogénito del marqués de Falces y de doña Ana de
Velasco, defensora del castillo de Marcilla; el capitán Francés de Ezpeleta,
señor de Catalaín hijo del Vizconde de Valderro y pariente del santo; y por
último Valentín de Yatsu, igualmente primo carnal de San Francisco Javier.
Previamente a su llegada a Atienza, tras una breve estancia en
Valladolid, visitaron la fortaleza, conforme a la carta que remitió el alcaide
del castillo de Atienza a Ximénez de Cisneros: el aposentador Juara y los criados de sus altezas Juan de Velasco y
Diego Ortiz con el fin de ver y mirar la dicha fortaleza y lugar donde habían
de estar los caballeros que a ella vienen presos e así mismo para que recibiese
a los dichos monteros para guarda de los dichos caballeros prisioneros.
En la misma carta que Ortiz Calderón remite al Cardenal Regente, le da
cuenta de que la torre no se encuentra en las mejores condiciones para recibir
a tan señaladas personalidades por lo desapacible del clima que la rodea, ni
dispone de las medidas de seguridad necesarias. A pesar de ello, y no sin
ciertas prisas, se acometerán algunas obras menores en una primera fase, a fin
de recibir a los prisioneros a mediados del mes de abril de ese mismo año. Los
prisioneros navarros llegarán en compañía del licenciado Francisco Galindo, el
cual será portador de una provisión real dirigida al alcaide para que: Los recibiese y tuviese a mucho recaudo
porque importaba mucho al servicio de sus altezas.
A los pocos días de recibir a aquellos llegarían tres nuevos
prisioneros. Prisioneros llevados a Atienza por el capitán Gonzalo de Oviedo
para que nuevamente: de parte de sus
altezas los recibiese, que habían sido
tomados en la misma demanda que los otros. Y por ser cosa que tocaba al
servicio de sus altezas acordé de lo
hacer hasta que vuestra reverendísima señoría lo supiese para mandallo remediar
y de manera señor que ellos quedan aquí por quince días y en tan trabajoso y
estrecho lugar, que si no se remediase yo desconfiaría de su salud, de lo cual
más larga relación podrá hacer el dicho licenciado y el dicho aposentador[5].
Consta en la misma información testimonial que los prisioneros llegaron
con parte de sus posesiones, cofres con armas y vestuario, así como con algunos
criados y sus cabalgaduras, en número próximo al medio centenar entre jacas,
caballos y mulas, que les fueron confiscadas a su llegada a Atienza,
despachándose igualmente a los criados, de los que únicamente quedaron dos.
En la misma carta Ortiz Calderón solicita del Cardenal que nos mande aliviar destos presos y
repartirlos o nos mande reparar los aposentos donde más seguros los podamos
tener.
La respuesta de Cisneros no se hará
esperar, pues pocos días después de la llegada de aquellos, el 25 de abril,
firmará la cédula por la que comisiona al mismo licenciado Galindo que a
Atienza los llevó, para que: entienda en
facer un aposentamiento conveniente en esa dicha fortaleza para que los presos
navarros puedan estar a buen recaudo, ordenando a las autoridades de la
villa y su comarca que le proporcionen los materiales necesarios que fuesen menester pagaderos al precio que
entre ellos valen; igualmente que pongan a su disposición para el acarreo las bestias y carretas y
bueyes e otras cosas que oviere menester, pagándoles su justo jornal.
El Licenciado Francisco Galindo llegaría de nuevo a la fortaleza de
Atienza el dos de mayo de aquel mismo año y tras notificar al alcaide su misión
y obtener de él acatamiento a la orden, el día cinco se dedicó a examinar las
prisiones en compañía del alguacil Vallejo y de los monteros del castillo.
Su primera visita fue a la torre: que se dice de los Infantes, donde están
presos el Mariscal de Navarra e don Antonio de Peralta, e Francisco de Espeleta
e Valentín de Jaso. De todo lo cual levantó acta el escribano Baltasar
Rodríguez[6].
A partir de aquí el propio Galindo en su informe al Cardenal nos dará
cuenta de cómo era la Torre de los Infantes, en la que encontró una puerta
tapiada por la que se accedía al lugar en el que se guardaban los prisioneros,
y no encontrándola con el suficiente grosor ordenó derribarla y reconstruirla
nuevamente, obra encomendada al cantero atencino Juan Alonso, quien la remató más ancha que estaba, lo cual el dicho
cantero la puso luego por la obra e cerró la dicha puerta de cal y hieso e
piedra, de siete palmos de gordo e aun de algo más.
Cerrada pues la puerta de acceso a la
torre, situada a ras de suelo, ordenó que la entrada se hiciese por la planta
media, a través del adarve de la muralla, accediendo a una de las salas principales
con escaleras de subida a la torre y de bajada a las estancias en las que se
acomodó a los prisioneros en número, al menos, de cuatro celdas. Una de ellas
ocupada por el Mariscal Pedro de Navarra, en la que había una cama harmada questaba en la dicha prisión, de las que llaman de
campo, en que el dicho mariscal dormía, e halláronse en la dicha cama ciertas
bergas e barras de hierro con que la dicha cama estaba armada. Sustituyendo
los herrajes, en evitación de que fuesen utilizados a manera de arma, por
maderas y cordeles. Ordenando igualmente el cambio de la puerta que cerraba el
acceso a la cámara del Mariscal, por una
puerta de red dejando en ella una ventanilla con su compuerta e cerradura para
servicio de dar lo que ovieren menester sin abrir ninguna salvo la que de antes
estaba hecha. Igualmente ordenó que una ventana por la que se divisaba la
población y por
donde
entra claridad, le pusiesen unas verjas de hierro, las cuales se pusieron e
fueron cuatro barras de hierro e dos travesas que entran las dichas barras, que
pesó todo veintiocho libras.
El mismo escribano que levanta acta nos dirá que: Doy fe que en una puerta que sube a lo más alto de la dicha torre está
puesta una puerta que parece ser nuevamente puesta, lo cual dicha puerta está
diferente de la dicha prisión, e están después della para haber de llegar a los
dichos presos, tres puertas con tres salas con cuatro cerraduras.
En otra de las celdas o estancias se encontraban Pedro Enriquez de Lacarra, Juan Ramírez de Baquedano, el capitán Petri
Sánchez y Juan de Olloki. Estancia reparada en los días anteriores a su
llegada, como apunta el escribano: Vi que
en la dicha sosota (celda o calabozo), estaba hecho un suelo de tablas que
parecía nuevamente hecho, e ansimismo vi que en una saetera por donde entra
claridad a la dicha sosota estaban puestas tres verjas de hierro, e ansimismo
en la antecámara vi que estaba una puerta con su cerradura, e luego tras
aquella otra puerta de red de madera que parecía nuevamente hecha con su cerradura
y en ella misma una ventanilla para servicio con su cerradura, e tras aquella
esta otra puerta con su cerradura. Y lo mismo nos relatará de las estancias
en las que se encuentran Antonio de Peralta, Francisco de Espeleta y Valentín
de Yatsu o de Jaso, así como del resto de prisioneros.
Cumplida la inspección de las estancias, compuesta de cuatro
compartimentos con sus antecámaras en la planta baja, otros tantos en la
principal con sus respectivas cámaras de acceso, donde se mantendrá la guardia,
y dos más en la terraza a la que se accede por escalera de piedra pegada a la
pared, ordenará la recomposición de una campana mediante la cual poder pedir
auxilio a la villa en caso de necesidad; para terminar requiriendo al alguacil
Blas Vallejo para que busque en la villa herrero capaz de echar a cada uno de los dichos presos navarros questan en la dicha
fortaleza unos grillos muy bien echados porque cumple así al servicio de sus
altezas.
El encargo lo recibió Sebastián Martín,
quien hubo de jurar en forma debida de
derecho que echaría e sobraría bien los dichos grillos e chavetas el cual
Martín dijo que hacía todo lo susodiho lo mas fuerte e firme que pudiera.
El primero en recibir los grillos, de
seis libras y media de peso, fue el capitán Petri Sánchez, al cual hizo echar unos grillos con su chaveta bien roblada e tornole a
la de los otros. Al Mariscal de Navarra los grillos que se le echaron
dieron un peso de seis libras roblando
cada chaveta dellos en cama de una bigornia.
Concluida la operación el Licenciado
Galindo ordenó al alcaide de la fortaleza que
de parte de sus altezas no acoja ni de lugar a que ningún navarro ni criado de
los dichos presos suba a la torre ni entre en la dicha fortaleza ni consienta
que se den ni echen cartas ni mensajerías a los dichos presos sin su licencia,
e que lo vea él, e que los que han de estar en la dicha villa de Atienza que
son dos criados de los dichos presos para proveerlos de los bastimientos que
fueran necesarios, pongan los dichos bastimentos en una casa e allí embién los
monteros por ello, lo cual le mandó so pena de perdimento de bienes e de la
vida a merced de la reyna e del rey nuestros señores.
Y todavía, dirigiéndose a los vecinos de
la villa, mandó publicar bando el 6 de mayo mediante el cual prohibía a
cualquier vecino el acceso a la fortaleza, salvo caso de acudir en su auxilio,
bajo la pena de cien azotes la primera vez; pérdida de un pie la segunda y pena
de muerte la tercera, con iguales penas si en sus casas acogían a algún
ciudadano venido de Navarra. Estando obligados a socorrer la fortaleza en el
momento en que sonase la campana.
Sepan todos los vecinos y moradores desta villa de
Atienza e de todos estos reynos de Castilla e los que allí rijeren, como la
reina y el rey nuestros señores y el licenciado Francisco Galindo en su nombre
mandar que ninguna persona del reino de navarra, nin ningunos criados del
mariscal de navarra ni de don Antonio ni de los otros presos navarros questan
en esta fortaleza sean osados de entrar en la dicha villa de Atienza ni en sus
pies ni en ajenos, so pena que por primera vez que entraren les sean dados
cient azotes e por la segunda le corten un pie e por la otra muera por ello
salvo pietres de amatria criado de don Antonio eraso criado del mariscal, los
cuales pueden entrar en la dicha villa de Atienza, más no entren en la
fortaleza, so pena de muerte, ni salgan de la dicha villa de Atienza ni fagan
mensajeros a ninguna parte sin mostrar las cartas y el despacho que traxere al
alcaide o monteros que entran en la dicha fortaleza e a cada uno de ellos so
pena que salieren o de otra manera embiaren mensajero les den cient azotes
sobre lo cual la justicia que es o fuere en esta dicha villa de Atienza ponga
mucho diligencia so pena de perdimiento de bienes e privación de los ofiçios si
en esto fueren negligentes o remisos e ansi mismo manda a todos los vecinos e
moradores de la dicha villa de Atienza que no acojan ni visiten a los dichos
navarros que ansy a esta villa vinieren so pena de veinte mil maravedís para la
cámara e fisco de sus Altezas e de entrar en la cárcel dos meses, la cual dicha
pena mandamos a los dichos vecinos e a cada uno dellos que supiese en cualquier
manera que alguno navarro es venido a la dicha villa de Atienza que lo venga a
decir e manifestar luego en la hora a la justicia de la dicha villa e al
alcalde de la dicha fortaleza e ansy mismo manda a todos los vecinos e
moradores desta dicha villa de Atienza que todas las personas que en ella se
hallaren de diez e siete años arriba y de sesenta abajo cuando oyeran algún
redoble de campanas en la dicha fortaleza que acudan y vayan luego a ella con
sus armas para defensa de la dicha fortaleza las dichas penas e porque venga a
noticia de todos e ninguno pueda pretender inorancia mandándolo a pregonar
públicamente y a fixar esta carta de pregon en el adurvio publico de esta villa
que fue hecho en Atienza a seys días de mayo de mil e quinientos e diez y seis
años==Licenciado Francisco Galindo ==por mandado del dicho señor licenciado
Baltasar Rodriguez, escribano.
Pasados los meses serían trasladados algunos de los prisioneros a
distintos castillos, permaneciendo el Mariscal de Navarra en Atienza hasta bien
avanzado el año 1518, puesto que en Atienza recibió, el 29 de mayo, la oferta
de perdón de Carlos I a cambió de su fidelidad, que el Mariscal no aceptó;
siendo trasladado después al aparentemente más confortable castillo de
Simancas, donde encontraría la muerte en extrañas circunstancias el 24 de
noviembre de 1522.
Los
últimos de la Torre
No estará muchos años la torre deshabitada, puesto que nuevamente, y con
ocasión del último intento de restauración del reino de Navarra, volverá a
albergar a algunos personajes, en esta ocasión de procedencia portuguesa. El
dato nos lo proporciona el diplomático Martín de Salinas en sus diferentes
cartas, y concretamente en la que signa en Pamplona el 16 de diciembre de 1523,
dirigida al Sr. Infante (Fernando de Habsburgo, hermano de Carlos I, a cuyo
servicio se encontraba adscrito); en ella, además de darle cuenta del estado de
la guerra en Navarra pone en su conocimiento que: Aquí están embaxadores del Rey de Portugal, los cuales trabajan de
haber su especiería; y según se cree y se dice, no llevan tan buen recaudo como
querrían. Hanme certificado que ya tienen recibida la conclusión de su
respuesta y están de partida. Mucho temor tengo que les ha de acaecer lo que al
Rey de Navarra. Aquí estaba un caballero principal de Portugal, el cual decía
estar desavenido de su Rey; y S.M. le trataba bien, y ah pocos días que fue
preso y un fraile con él, y llevados a Atienza; dícese que por espías del Rey
de Francia, porque este caballero era mucho su servidor.
Pocas noticias más tenemos de este
principal caballero de Portugal y del fraile que lo acompañaba detenidos por
espías, salvo el nombre del caballero, incluido en una nueva carta al Infante
fechada en Burgos el 24 de marzo de 1524, en la que entre otras cosas le
comunica que: Yo había escrito a V.A.
cómo S.M. había mandado prender a un caballero portugués que se llamaba Don
Bernaldo y fue llevado al castillo de Atienza, el cual, viéndose en aventura de
muerte, procuró su deliberación, el cual con buenas artes se soltó. La causa de
su prisión había sido porque tenía tratos en Francia y les daba aviso de lo que
acá pasada.
Ignoramos lo sucedido con el tal Don
Bernaldo, así como con el fraile, si bien de la carta se desprende que tanto
pudo escapar de la prisión como que, llegado a un acuerdo con sus captores, fue
puesto en libertad.
Más no fueron únicamente personajes contrarios a la realeza quienes
ocuparon las celdas de la Torre de los Infantes de Atienza; ya señalamos el
caso del proclamado obispo Diego López de Madrid, teniendo igualmente la reseña
de otro ilustre prelado como ocupante de la torre a raíz de las reformas que en
el clero en general y en el toledano en particular introdujo, el Cardenal
Ximénez de Cisneros siendo a la sazón Arzobispo de Toledo, en 1496. Se trató
del enérgico Alonso de Albornoz, quien ejerciendo el cargo de capellán mayor y canónigo
de la catedral de Toledo fue comisionado por los canónigos de aquella para que
en nombre de todos fuese a llevar cartas de queja al propio pontífice de Roma, suplicándole amparase el estado presente del
Cabildo e Iglesia contra el Arzobispo. Supo el Arzobispo lo que pasaba, y con
su gran valor y magnanimidad, despachó al punto con provisiones reales para que
si no se hubiese embarcado el canónigo, le prendiesen, y por otra parte
despachó a Roma con gente de mucha inteligencia, para que Garci Lasso de la
Vega, embaxador de los Reyes Católicos, embiase preso a España al dicho
canónigo antes que llegase a Roma. El embaxador tomó el negocio con veras y
llegó antes que el canónigo a Ostia, donde lo estuvo esperando cinco días, y lo
envió preso a España y con gente de guarda hasta Valencia y de allí lo pasaron
al castillo de Atienza.
Desde Atienza, uno o dos meses después,
fue llevado a presencia de Cisneros, quien se encontraba entonces en Alcalá de
Henares, donde volvió a estar retenido por espacio de dieciocho días,
poniéndose posteriormente en libertad bajo fiado[7].
No nos constan nuevas intervenciones en cuanto a la Torre de los
Infantes como prisión de Estado, si bien continuó siendo residencia de los
alcaides del castillo representantes, desde 1504 hasta bien avanzado el siglo
XVI, de los condes de Cifuentes, y si anteriormente fue morada de los reyes de
Castilla no lo será en adelante, puesto que en las visitas efectuadas a la
Villa por monarcas posteriores, Felipe II, Felipe III y Felipe IV, consta su
alojamiento en lo que fue Casa Real del Convento de Padres Franciscanos,
extramuros de la población; lugar de alojamiento igualmente de Felipe de
Borbón, futuro Felipe V, cuando en el transcurso de la Guerra de Sucesión
reunió sus tropas en tierra de Atienza previamente a la decisiva batalla de
Villaviciosa, si bien los capitanes de sus ejércitos ocuparon al completo las
dependencias de la fortaleza.
Conclusión
Llegó la Torre de los Infantes en perfecto estado, como al comienzo
reseñábamos, hasta los aciagos años en los que se libró la Guerra de la
Independencia, quedando parcialmente inutilizada el 8 de enero de 1811 por las
tropas francesas tras entrar en la villa la noche anterior, saqueando e
incendiando parte de la población.
A pesar de ello, y como pudimos comprobar por testimonios de la época,
la torre fue reparada a conveniencia, quedando de nuevo a expensas de las
aventuras guerreras carlistas, derrumbándose parcialmente en 1877.
Como puede comprobarse a través de las imágenes más antiguas que de la
fortaleza atencina se conservan, en la década de 1930 todavía podía observarse
en el extremo señalado de su ubicación, el cuadrón que servía de almenar a la
torre, eliminado durante las obras de consolidación y reinterpretación de la
entrada al recinto, en la década de 1960.
Creemos, con este trabajo, haber dado una luz nueva a la antigua
fortaleza de Atienza, hoy apenas un símbolo, significado en una torre cuadrada,
la torre del Homenaje, único resto de lo que fue su auténtica e inexpugnable
fortificación. Aportando los datos precisos para el conocimiento de una de las
torres más significativas del recinto, silenciada hasta la fecha por los
cronistas modernos.
Un conveniente y necesario trabajo de arqueología podría redescubrir los
restos, sino los cimientos que la sustentaron, de la auténtica fortaleza, al
día de hoy ocultos bajo el espesor de sus muros derruidos, rescatando así la
memoria de una de las más significativas fortificaciones de la vieja Castilla.
Atienza: los orígenes del castillo. La torre de los Infantes
Obra finalista del premio nacional de investigación castellológica J.L. Moro 2013
Asociación E. A. de los Castillos.
Tomás Gismera VelascoAtienza de los Juglares. Enero 2014
Boletín de la A. E. de Amigos de los Castillos 2014
[2] Manuel Pérez Villamil: Viaje al Alto Rey. La Ilustración Católica, núm.
27. Madrid, 25 de septiembre de 1885.
[3] El Eco del
Comercio, Madrid, sábado 20 de febrero de 1836.
[4] Historia de
España. Dirección de Ramón Menéndez Pidal. Tomo IV. Madrid, 1950.
[5] Carta de Ortiz
Calderón a Cisneros. Archivo de Simancas. Secretaría de Estado, leg. 3. Folio
96.
[6] Archivo de Simancas. Patrón Real, legajo 13, folio 91: Testimonio del
reparo e de la manera de la prisión de los prisioneros que están en Atienza.
[7] Dos tratados
históricos tocantes al Cardenal Ximénez de Cisneros. Baltasar Porreño. Madrid,
1918. Porreño a su vez transcribe literalmente lo relacionado con el episodio
de Alonso de Albornoz de la obra: Descripción de la Imperial Ciudad de Toledo
de Thomas Tamio de Vargas, impresa y editada en aquella ciudad en 1635..