martes, enero 21, 2014

ENERO, CUANDO LAS BOTARGAS SACAN LA LENGUA



Por Tomás Gismera Velasco

     Tradicionalmente el carnaval es el período de tiempo que precede a la cuaresma, durante éste se celebran fiestas populares, máscaras, comparsas, bailes, comidas y toda una serie de ritos a veces exagerados, que anteceden al abandono de la carne, al recogimiento para la celebración de la Pascua, el silencio y el luto ante la conmemoración de la muerte del Redentor.

   Las crónicas medievales lo presentan como una forma latino morisca de las carnestolendas, con las sucesivas adaptaciones al calendario festivo, discrepando sobre su comienzo oficial, sea en Navidad, Año Nuevo, Reyes, San Antón, San Sebastián, San Blas, la Candelaria..., Domingo de Carnaval o de Quincuagésima, o bien determinado simplemente por el llamado "Martes de Carnaval".

   Sin embargo en el siglo pasado se consideró que el carnaval propiamente dicho tenía su comienzo en la madrugada del 7 de enero, algunas botargas provinciales salieron y salen en éste día, para concluir en la del miércoles de ceniza, aunque con la consideración de que únicamente habían de ser tenidos en cuenta los cuatro anteriores a la cuaresma, siendo por demás, días en los que no debían llevarse a cabo determinadas labores de las que hace  referencia el refranero popular castellano, "el buen hilar de San Miguel a Navidad", o "de mayo ayuso no rabea bien el uso", en función a costumbres antiguas, basadas por lo general en leyendas y supersticiones de época medieval.

Uno de los personajes centrales del carnaval provincial es la figura del botarga, que con ligeras variantes en cuanto a su función o vestimenta, aparece en una buena parte de las poblaciones y en las festividades anteriormente reseñadas.

   Sin lugar a dudas ésta es la figura más llamativa por su colorido y por supuesto representativa del período. Una persona disfrazada con aspecto diabólico al que se da el artículo la, siendo en todos, o casi todos los casos representación masculina, y concretándose sus orígenes en el siglo XVI.

   Sin embargo sus antecedentes  son sin duda mucho más remotos y herederos de zarrones, zamarrones o cagarrones de otros puntos de la península, esencialmente Galicia, Asturias, León, Zamora o Palencia, donde aún perduran como resto de los nacidos en la Alta Edad Media, que fueron tenidos como una especie de actores callejeros que divertían al público con grotescas funciones juglarescas.

   Dentro del ámbito provincial es escaso el número de éstos personajes, zamarrones, zarrones o cagarrones en su estado puro, hay, eso sí, casos conocidos en los que la figura central del carnaval recibe el nombre de zamarrón, como el de Alarilla o Galve de Sorbe, éste acompañaba a los danzantes en el mes de agosto, si embargo su actitud va más en línea con los clásicos botargas que con los del legendario y representativo figurante descrito en el noreste, diferenciado del botarga ante todo por su vestimenta, menos colorista, y si lo hubo, quedó absorbido por la figura del botarga.

   En un estado natural estuvo presente en la villa de Atienza, de donde desapareció en torno a los años veinte, con la denominación de zarrón, descrito a principios de siglo por Ramón Menéndez Pidal, y también estuvo presente en ritos semejantes en las poblaciones cercanas que delimitan la provincia de Guadalajara con la de Soria.

   Es común a todos ellos, con ligeras variaciones, el vestuario con el que aparecen, y por supuesto sus funciones.

   Estos personajes salen durante un largo período de tiempo que comienza en Navidad, alcanza su máxima representación en torno a San Blas, Santa Agueda y la Candelaria y finaliza con anterioridad al miércoles de ceniza.

   Común a todas las botargas es hacer sonar cencerros o campanillas, arrojar paja, pelusa o ceniza, cobrar por entrar en la iglesia, robar confituras etc., sin embargo cada uno de ellos tiene sus propias señas de identidad que si bien comienzan siendo fieras, terminan en un buen número de casos invirtiendo sus papeles, siendo la mayoría representaciones demoníacas o de animales, pues los animales, esencialmente los de pastoreo, vacas, cabras, etc., tuvieron alta incidencia en el nacimiento de éste tipo de festejos entre los pastores, así como la representación del mal encarnada en el demonio y personajes diabólicos, y sin embargo es curioso advertir que la tradición cuenta en muchas de las poblaciones en las que el personaje se ha mantenido a través de los tiempos, que su origen está en el curioso divertimiento que éste trató de hacer entre el público para que mientras tanto la Virgen acudiese con su hijo a  la presentación en el templo.

    Nunca podremos saber cual fue el origen de su nacimiento, son muchos los estudios que han tratado de enlazarlo con antiguos ritos paganos, herencia cultural de nuestros antepasados, y por extraño que parezca en ninguna de las poblaciones en las que tienen representación, existe documentación que verifique su inicio o confirme su presencia más allá de la Alta Edad Media, sabemos sin embargo que personajes similares salían en procesiones y actos públicos de significativo interés vestidos tal y como lo hacen ahora nuestros personajes en cuestión, con el fin de ahuyentar a los niños y de imponer silencio y orden con su presencia, especialmente en las procesiones del Corpus, de donde derivaron muchos festejos populares de los que ahora se celebran en un buen número de poblaciones. Cada una de ellas mantiene sus propias creencias en cuanto a su nacimiento, así pues, en Fuencemillán tratan de reflejar con la presencia de éste una parte de la vida e historia de San Pablo.

   Existen poblaciones en las que éste personaje actuaba o actúa como recaudador de fondos para festejos, cera, aceite de lámparas votivas, etc... sin  embargo, en un buen número de ellas se mantiene la vieja tradición de la salida de la Virgen al templo, y de los botargas llamando la atención a su paso a las gentes que les miraban, de ahí que el viejo villancico popularmente repetido adquiera por estas fechas toda su vigencia:

Esta noche nace el niño,
y mañana lo bautizan,
y el día 2 de febrero,
sale con su madre a Misa.

   Por supuesto, que igualmente y con lo anteriormente expuesto, está la respuesta de la Virgen a San Blas, que es uno de los personajes centrales en cuanto a botargas:

“No Blas yo delante tu detrás".

   Encontramos, igualmente, toda una serie de ritos añadidos a ellas, la de Arbancón no habla para que no la reconozcan, mientras otras son representadas a lo largo de generaciones por los miembros de una misma familia. Las de Almiruete no están adscritas a ninguna fiesta, y como los diablos de Luzón actúan como personajes propios de carnaval.

   La de Beleña recauda y acompaña como otras muchas, mientras que otras lo hacen respondiendo a una promesa.

   Y junto a los botargas tenemos igualmente toda una serie de personajes y enmascarados, que como acompañantes, estuvieron o están presentes durante estos días en una interminable sucesión de ritos carnavalescos que ponen colorido en la fiesta provincial por excelencia, vaquillones, zorramangos, lilis, etc., vienen por estos días a visitar las poblaciones respectivas, o lo hicieron hasta no lejanos tiempos. Por desgracia la despoblación de muchos de nuestros pueblos terminó con un incontable número de representaciones folclóricas, aunque otras se han recuperado con fuerza y donde, por supuesto  y dependiendo de la persona encargada de desempeñar el papel de botarga, puede resultar más o menos gracioso, ser sus bailes o danzas más o menos artísticas, dándose el caso de crear en algunas poblaciones un toque de personalidad, al ser desempeñado año tras año por el mismo  individuo.

   Un buen número de enmascarados y botargas que fueron paulatinamente desapareciendo del mapa folclórico provincial, unos como consecuencia directa de la posguerra y otros a raíz de la masiva emigración y consecuente despoblación de nuestros pueblos a partir de la década de los años 50, han vuelto a recorrer las calles de las poblaciones respectivas en un singular despertar que tiene como punto de partida la década de los años 80, sin duda cercana en el tiempo, pero que en unos pocos años han logrado no solo afianzarse, también han conseguido  ser en muchos casos seña de identidad local para sus respectivos municipios. La brecha abierta entre su desaparición y su reciente recuperación ha hecho en algunos casos que gestos, actos e incluso vestuario, hayan variado en ciertos detalles, tenidos hoy como mínimos, resultado lógico de los tiempos modernos. Son sin embargo y a pesar de ligeros adornos, inevitables por otro lado, digna representación de lo más tradicional de nuestro folclore costumbrista.

Atienza de los Juglares. Núm. 10. Enero 2010, http://es.calameo.com/read/000148551ece4f8d48fe1