Las cabañuelas, dicen los diccionarios, son un método de predicción
meteorológica. Los seguidores de las cabañuelas, cada vez menos, son gente
especial que sabe del campo y del clima con el docto conocimiento que enseña la
naturaleza a fuerza de observarla día a día y mimarla noche a noche.
Este aprendiz de la vida tuvo la ocasión
de conocer a Ruperto Román Campanero quien formó quipo con su hija Gema y su
hijo José Antonio, y es que seguir día y noche, uno tras otro las evoluciones
del clima, además de paciencia necesita descanso, por eso se turnaban para
hacerlo.
Ruperto Román no era un hombre del
tiempo al uso, de esos que se asoman a las pantallas de la televisión, era
hombre de campo entrado en la recta de los años en los que se vive ya de una
pensión y, además, pasaba el tiempo hilvanando versos, cultivando el huerto y
leyéndose a diario el libro de la vida, de vivir y sentir la vida.
Confeccionar las cabañuelas tiene su
arte, y su misterio. Arte y misterio que Ruperto aprendió de sus mayores y
estos de los suyos en esa sucesión que va llegando, si nos aventuramos un poco,
hasta el comienzo de los tiempos.
Hacer hoy un seguimiento de las
cabañuelas tiene demasiadas complicaciones, pues la modernidad que tanto ha
influido en el clima ha trastocado demasiadas cosas y por ello es preciso poner
mucha más atención en las observaciones… Al confuso vuelo de los aviones, a las
luces de las poblaciones, al sonido de las campanas…
Son los efectos de los desajustes
climáticos tan traídos y llevados que, al decir de los seguidores de las
cabañuelas, nos acercan al precipicio.
El observatorio de Ruperto se encontraba
en un cerro desde el que se domina toda la amplitud de las campiñas de Madrid y
Guadalajara, las crestas serranas y las alcarrias, porque para ver el mundo a
conciencia hay que mirarlo desde lo alto, y para seguir las evoluciones del
clima poder ver por donde vienen las marañas, los cejos, las calimas, las nubes
de evolución, los vientos, las retorneras, los estancamientos nubosos, seguir
las fases lunares…
Ruperto anotaba meticulosamente en su
cuadernillo todo aquello de lo que era capaz de ver, ante todo los primeros 25
días de agosto, los de enero y los de marzo, para confeccionar su calendario.
Casi siempre correcto y acertado. Sin necesidad de tener que recurrir a las
modernas técnicas de los satélites, los ordenadores, los…
-Todos esos trastos terminarán por
arruinarnos la existencia.
Lo contó Ruperto, señalando al cielo,
imaginando que por algún lugar uno de aquellos satélites enviaba las señales a
su ordenador correspondiente para que al otro día, y a través de la televisión,
el mundo se enterase de que a tiempo de invierno, correspondía fría, y al de
verano, calor.
-Aunque la Naturaleza siempre es
caprichosa y nos da alguna que otra sorpresa, por eso la tenemos que mimar, más
que a los chiquillos, aunque me temo que eso de mimar nuestro entorno ha pasado
a mejor vida, la industria y la política prefieren el dinero a cultivar la
Naturaleza sana, hasta que la Naturaleza nos pida cuentas y entonces ¿quién
será el guapo capaz de rendirlas?
Ruperto, además de confeccionar
cabañuelas, era una especie de… ¿sabio de pueblo con conciencia?
Tomás Gismera Velasco