VIDA PASTORIAL, O COSAS DE LOS PASTORES SERRANOS
Quizá el tratado más antiguo sobre la vida
de los pastores, desde el siglo XVII hacia acá, se deba a don Manuel del Río,
ganadero de la provincia de Soria. Su librito Vida Pastoril, apareció en 1828. Hasta entonces los pastores eran
simplemente pastores. A partir de esa obra comenzaron a ser algo más.
Manuel del Río siguió el camino de sus
rebaños a través de las cañadas sorianas y alcarreñas hasta los pastos de
Andalucía; con su rebaño de mil y cien cabezas de ganado y cuatro pastores,
cada uno con su cargo y nombre: rabadán, zagal, ayudador y rapaz.
Anteriores al trabajo de don Manuel del Río
fueron conocidos dos más, aunque no son tan amenos como el de don Manuel, pues
a la legua se puede apreciar que aquellos que los escribieron no eran pastores.
El uno pertenece a don Miguel de Leruela,
quien lo tituló Abundancia de España,
escrito a mediados del siglo XVIII, y sobre este escribió Fray Alonso Cano,
obispo de Segorbe en 1762, Las
definiciones de razas, ganados trashumantes y cañadas de la Real Mesta.
Todos los trabajos hacen relación a l grandes rebaños.
En la serranía de Guadalajara un rebaño, por
grande que fuese, era dominado por un solo hombre: el pastor; a veces con media
docena de perros desgarbados, sucios, sin raza, pero hábiles y listos como
ellos solos.
La Sierra, más que la Campiña o que la
Alcarria, por aquello de los pastos y del terreno, ha sido siempre de pastoreo,
y por qué no decirlo, de buenos pastores.
Hoy es difícil encontrar pastores, y eso que
el oficio ha dado un giro total.
Los pastores de hoy en día ya no son
aquellos hombres rudos y solitarios de tiempos pasados que guardaban para sí,
entre otras muchas cosas, los secretos de la montaña. Los de hoy están mucho
más abiertos al mundo.
Claro que también los rebaños se cuentan con
los dedos de la mano, entonces el sonido melódico de los cencerros anunciaba la
cercanía o lejanía de muchos.
El Pico de La Bodera, frente al Alto Rey,
parece el hermano menor de la montaña sagrada, tiene cuatrocientos metros menos
de altitud, en cambio, quizá porque está más solitario, la cresta del roquedal
es más arisca, como más respondona, con necesidad de llamar la atención.
Es la puerta de la fría y deshabitada
Serranía de Atienza y su descomunal estampa comienza a recortarse en el
horizonte, a veces envuelto en tibias brumas enseñando la pelambrera pizarrosa
y bajo ella los calveros por los que ascienden la jara y el romero.
Los pastores de La Bodera tuvieron fama
merecida en la provincia y fuera de ella, como los de La Huerce o El Ordial,
como la de toda la Serranía; y aún traspasaron la raya de la montaña para salir
a Soria y a Segovia, desde donde los venían a buscar para apalabrarlos, pues no
hacían falta papeles, desde el San Miguel de Mayo al de Octubre, o como
comúnmente solían decir, de San Miguel a San Miguel; o por San Pedro; y si la
cosa iba de buen entendimiento, de un año para el otro.
Pastores hubo que dedicaron su vida al mismo
rebaño del mismo amo y echaron raíces en aquellos otros pueblos en los que
hicieron vida, porque el oficio, dentro de lo que cabe, tenía al menos dos
ventajas para los tiempos difíciles, ambas importantes: casa gratuita
facilitada por el amo y comida también gratuita, con toda la leche que fuere
menester; lana, y alguna que otra machorra facilitada también por el amo si en
ello se hacía acuerdo.
La Bodera es hoy, como tantos otros, un
pueblo solitario, fuera de la conocida ruta de los pueblos negros, pero con la
misma arquitectura de aquellos. Las lajas de pizarra asoman en paredones y
tejados e imponen el color oscuro al terreno.
También, como consecuencia de aquella vida
errante, muchos de los pastores que no tuvieron la suerte de ajustarse de por
vida se quedaron solteros, y son ahora ancianos solitarios.
La Bodera es hoy también un pueblo
solitario, como La Huerce, El Ordial o Las Cabezadas.
En La Bodera conoció el viajero a dos
pastores, ancianos ambos y también solteros, Paco el Periquillo y Galo, a
secas.
Ambos parecían estar cortados por el mismo
patrón; la piel muy morena, las manos huesudas, los ojos vivaces y despiertos,
los cabellos blancos y espesos y la edad indefinida, pero por encima de los
setenta años; con gorra negra a la cabeza y garrote en mano, otrora para
dominar el rebaño y ahora para mantenerse en pie un paso tras el otro.
-El
garrote era muy importante, de tronco de salga para cortarlo bien verde y
domarle la horquilla con el paso de los días a base de meterlo en agua y
dejarlo secar, y pulirlo tantas veces como hiciera falta, hasta conocerlo tanto
o más que la propia mano, porque al final terminaba siendo como un tercer
brazo.
Paco el Periquillo tenía en casa una docena
de garrotes, horquillándose, los regalaba a quien le apetecía. Antes, cuando la
agilidad andaba pareja con los años, cazaba con ellos, a la carrera, las
liebres, que era capaz de adivinarlas tumbadas en su cama. Les tiraba la gorra
para que dieran el salto y cuando lo hacían les arrojaba el garrote.
Unas cuantas llevaba cogidas por ese sistema
a lo largo de su vida, pero nunca en la cama, eso para Paco era como un
asesinato a traición.
Galo en cambio atrapaba erizos, aseguraba
que tienen una carne muy fina, aunque no sabría definirla, eso sí, nunca se
clavó una púa, ni al cogerlos ni al despellejarlos.
-Antes
se comía de todo, se conoce que éramos menos melindrosos, y los pastores aún
más, a ver, con todas las cosas que había por el campo, lagartos, culebras..,
también es verdad que eran otros tiempos, había menos cultura y mucha más
hambre.
Ya no quedan pastores así. Aquellos formaban
parte de otro mundo. Tampoco las ovejas son las mismas que ellos pastorearon,
antes tenían un cordero al año por febrero o marzo, o por septiembre u octubre,
y ahora en cambio tienen dos partos al año, a los corderos se les destetaba
tarde y ahora pronto para criarlos con pienso artificial, mientras antaño se
les metía en los trigos para que se comiesen el brote, la porrina primaveral,
para que los trigos saliesen con muchos más bríos.
Todavía conservaban ambos los cueros que se
ponían a los pies, los borceguíes, que les llegaban hasta la mitad de las
pantorrillas, permitiéndoles tener los pies calientes y sin mojarse en tiempo
húmedo; y los zurrones de piel de oveja, y algún que otro cencerro, y alguna
piel reseca de zorro, de los muchos que mataron y pasearon de puerta en puerta,
a la espera de la propina de los ganaderos; porque con la muerte del zorro
habían eliminado a una alimaña, una fiera salvaje que podía matar unos cuantos corderos.
Los pastores conocieron los mejores seteros,
y en sus zurrones entraron los mejores quesos, y sus manos pusieron los mejores
badajos a los cencerros, badajos de hueso para darle un sonido más tibio al
cobre. Los mejores badajos a las zumbas que llevaban los machos, y a las zumbas
que colgaban a las ovejas más listas, que aún con fama de tontonas, siempre hay
alguna que destaca por encima de las demás y capitanea el rebaño.
Paco, a su sabiduría del campo, siempre
añadía algún refrán alusivo al oficio.
-La oveja vale lo que come y mucho vale lo
que deja.
Galo, entonces ya lo ha dejó de hacer, era
un especialista en seguir las cabañuelas.
Antes de despedirse del viajero, Paco el
Periquillo lo llamó a su casa, entró en ella, remiró sus garrotes, eligió el
que creyó más adecuado, salió con él y se lo entregó:
-Ya que anda usted por esos mundos de Dios
sin saber a dónde, tome, por si tiene que escarmentar a alguien.
Tan sólo un pensamiento vino a la cabeza del viajero al escuchar aquello:
tanta gente tendría que ser escarmentada…
PD: Galo y el Periquillo son
personajes reales. Periquillo falleció hace poco. Galo todavía vive recordando
sus viejas historias.
Tomás
Gismera Velasco