UN VIAJE A GUADALAJARA.
Por Tomás Gismera Velasco.
Camilo José Cela definió en
su momento Guadalajara como "un hermoso país al que a la gente no le da la
gana de ir", estaban entonces muy avanzados los años cuarenta, y él, con
ganas o sin ellas, acudía a la provincia para dejar el retrato de su
"Viaje a la Alcarria", empujado por dos entusiastas amigos, el uno de
Torija, José María Alonso Gamo, y el otro de Cifuentes, Benjamín Arbeteta,
ambos poetas de fina pluma.
Pero antes y después de Cela,
cuyo nombre a partir de entonces va inexorablemente unido a nuestra Alcarria,
un buen número de relatos viajeros de nuestra tierra vieron la luz, un tanto velada por los lejanos tiempos en los que la vida romántica y bohemia del
siglo pasado y los primeros años del presente, empujaban a un buen número de
pensadores a esparcir su mente en busca del sosiego de nuestros pueblos y
paisajes, y no sólo de éstos dos últimos siglos, también de los anteriores,
quedan para la posteridad un buen número de retratos literarios de una
provincia que por humilde, apenas destaca.
Benito Pérez Galdós fué un
viajero de postín por los caminos españoles, enamorado de las tierras y pueblos
de Guadalajara, desde que por vez primera, como corresponsal del diario Las
Cortes, con objeto de cubrir el viaje triunfal del General Serrano a Zaragoza,
en 1870, el tren en el que viajaba tardó un par de días en atravesar la
provincia, y se detuvo en Guadalajara y en Sigüenza, aquí para que el general
saludase a un gran amigo, el obispo Benavides, que en la pluma de Galdós era
"un señor muy campechano". De éste primer viaje sacó el escritor
muchas y buenas impresiones.
Veinticinco años más tarde
Galdós visitaba con frecuencia la provincia y acudía, también de cuando en
cuando, a descansar de largas jornadas de paseos a la medieval villa de
Atienza, donde pasó agradables jornadas en la casa familiar que mis bisabuelos
poseian en el barrio de Portacaballos, y en Atienza, a raíz de éstas visitas y
las escenas familiares narradas al amor de la lumbre, nació uno de sus mejores
personajes, el Pepe Fajardo, marqués de Beramendi, de sus Episodios Nacionales,
que tanta gloria dejó en sus escritos.
Viajero incansable fué don
Miguel de Unamuno, que a principios de siglo vino a nuestra tierra para empaparse
de historia el alma recorriendo la ruta del Cid; estuvo en Atienza y en los
pueblos aledaños, se hospedó en la villa
en la pensión de Eustaquio Ranz, en Casa Maquinilla, desaparecida en los
años cuarenta; y no menos viajero fué don José Ortega y Gasset, que partió de
Sigüenza por senderos de dificil andadura al encuentro con la historia, las
gentes y los pueblos de nuestra provincia.
Don Gaspar Melchor de
Jovellanos, amigo de los atencinos afincados en Jadraque, Arias Saavedra, nos
legó la impresión de su recorrido por la provincia en sus "Diarios",
y no menos hicieron Pascual Madoz o Leopoldo Alas, Clarin, en sus obras, como
la Condesa de Pardo Bazán.
Son relatos que nos hablan de
otro tiempo y hasta casi de otra vida, aunque no tan desconocida, pues son los
recuerdos que tuvieron nuestros antepasados, la vida que ellos vivieron,
reflejada en su tierra madre, unida al relato literario de las grandes plumas.
Otro tipo de viajes quedó reflejado en la poesia,
la Alcarria ha sido y es patria grande de buenos poetas y fué refugio de otros
de nombre ilustre, Felipe Camino Galicia, el León Felipe universal, fué
boticario en Albalate al tiempo que hilvanaba versos. Gerardo Diego, el
santanderino universal, se vino a refugiar a Naharros, al pie del cerro de
Atienza en 1927, y desde aqui dedicó a un atencino, Tomás Gopmez, uno de los
mejores retratos versados que sobre Atienza se han escrito.
Viajero impenitente de la
Alcarria y su provincia fué nuestro Francisco Layna, y su tio, don Manuel
Serrano Sanz, ellos hicieron de sus viajes otro tipo de relato, ésta vez,
histórico, a través de sus plumas encendidas de leyenda hemos heredado otro
tipo de pasado, el que unen la tierra con la historia.
No hablaré de los viajeros
medievales, porque sería mucho extenderme, y hasta me podría perder por los
vericuetos de un ciento de ilustres relatos que hablan ante todo de esa
Guadalajara capitalina, la Atenas Alcarreña a la que tanto lustre dieron los
apellidos Mendoza, que fueron también gentes de viaje y pluma, desde el Marqués
de Santillana hasta las últimas generaciones, porque ante todo ha sido
Guadalajara, y lo sigue siendo, tierra de leyendas, muchas desconocidas o por
descubrir, de paisajes nobles, como sus gentes, naturaleza y pueblos, de
escritores, aunque sean de nombre familiar, y
de paso hacía otros reinos, casi un castigo para una provincia que es en
sí patio de palacio real.
Pero siempre Guadalajara es
tierra amiga, de esas en las que don Miguel de Unamuno gustaba, para saciar el
alma y volver a la urbe y al trajín diario con el cuerpo descansado y la mente
presta.