LAS COMENDADORAS DE CALATRAVA.
Por Tomás Gismera Velasco.
Uno de los episodios más
desconocidos de la Historia de la Villa de Atienza, hábilmente hilvanada por
quien fuera nuestro ilustre Cronista e Historiador, don Francisco Layna
Serrano, es cuanto hace referencia a las fundaciones llevadas a cabo por los
hijos de Atienza en el esplendor de unos siglos que dieron forma y ser a lo que
hoy no es más que una ruina gloriosa del tiempo pasado.
Son muchas, y a cual más
interesante, pero hoy quiero hablaros de una, quizá de las primeras, y quizá
también de las más significativas, Las Comendadoras de Calatrava.
La Alta Edad Media, con sus
misterios y sus fantásticas aventuras, si por ello entendemos la conquista y
repoblación de nuevas tierras, dejó para la posteridad el recuerdo imperecedero
de un buen número de nombres convertidos en hidalgos, y pertenecientes a la
burguesía rural, que han de gravar su memoria para recuerdo de futuras
generaciones.
Uno de éstos fué don Ruy
Fernández de Atienza, caballero de la Orden de Calatrava, que al final de sus
días reunió todos sus bienes, para en unión de su esposa, doña Toda, ponerlos
en manos del entonces obispo de Sigüenza, don Rodrigo, a fin de que, con el
beneplácito del rey de Castilla, don Fernando III, y con autorización del
Maestre de la Orden, don Martín Fernández de Quintana, se fundase en tierras de
su propiedad un monasterio de monjas Bernardas, acogidas a la Orden del Cister,
y amparadas por la Orden Militar de Calatrava.
Don Ruy de Atienza, junto con
sus hermanos y parientes, que quisieron tomar parte en la fundación, donaron
para tal fin una casa que poseían en Pinilla, en el paraje entonces denominado
Sothuel de Hachan, con dos yugadas de tierras de labor, huertas, y ocho
aranzadas de viñas.
En ésta finca, a orillas del
río Cañamares, cercana a Jadraque, se
levantó el Monasterio de San Salvador de Pinilla, de monjas Bernardas, en el
que pudieran recogerse las hijas de los Caballeros de Calatrava y donde
pudieran educarse, y si así lo deseaban, profesar como religiosas de la Orden.
La escritura fundacional se
firmó el 17 de junio de 1218, y a éstas primeras donaciones se sumaron algunas
más.
En Torremocha les concedió
don Ruy tres yugadas de tierra, una dehesa y cuatro aranzadas de viñas. Su
hermano don Martín les cedió un molino en Ledanca, con su correspondiente
huerta, su hermana doña Ucenda, una yugada de tierra y dos aranzadas de viñas
en Bujalaro, y en Medranda y Cogolludo los bienes que la familia poseía.
La primera abadesa, familiar
de los fundadores, fué doña Urraca Fernández, hasta entonces lo era del
Monasterio de Valfermoso, y a ésta sucedió doña Mayor Gómez, cuando ya el
Monasterio estaba en todo su esplendor,
añadiéndose a las posesiones antes reseñadas, otras nuevas en Argecilla,
Pálmaces, e incluso, llegando a dominar la totalidad de Torremocha, bienes que
servirían para el mantenimiento del Monasterio y la crianza y educación de las
hijas y hermanas de los caballeros calatravos.
Tras ésta, y por parte de la
Orden, llegarían nuevas fundaciones en Almagro, Toledo y Burgos, todas ellas
desaparecidas.
En San Salvador de Pinilla
campearon los blasones de los fundadores y más tarde las de Carlos I, el
Emperador, cuando ya las monjas Calatravas habían perdido buena parte de sus
posesiones primitivas y se encontraban en Pinilla alejadas de la sociedad.
Sin permiso del Maestre,
pidieron licencia al rey, Felipe II, para marchar a otro lugar, y se asentaron
en 158O en Almonacid de Zorita, donde se comenzó a construirles un nuevo
monasterio. Pero las Damas de Calatrava estaban atraídas por la Corte, y la
Abadesa, doña Jerónima de Velasco, en compañía de doña María de Jesús, tras
rogar al rey Felipe Iv, en visita secreta a Aranjuez, donde el monarca se
encontraba, lograron autorización para
llegar a Madrid en el otoño de 1623.
La Reina, doña Isabel de
Borbón, envió a Almonacid ocho carruajes para traer a las monjas y un buen
número de carros para sus pertenencias.
Entraron en la Corte el 31 de
octubre de aquél año, llegaron de día e hicieron oración en la Basílica de
Atocha, de allí pasaron al Real
Monasterio de Santa Isabel, hasta su presentación oficial en la Corte el 5 de
Noviembre, en uno de los actos más significativos que tuvieron lugar aquél año
en la capital del reino, eran 22 monjas y 3 novicias.
Para ellas se edificó, con
rapidez y elegancia, un nuevo Monasterio en el lugar más céntrico de Madrid, en
la calle de Alcalá, que no tardó en convertirse en lugar de cita de la nobleza
madrileña, donde se discutían en Capítulos de Caballeros, los asuntos de la
Orden, y se resolvían algunas cuestiones laicas, que tenían más que ver con las
intrigas de las gentes que con la necesidad de la religión.
El locutorio llegó a ser el
primer salón de la Corte, y las Calatravas, las primeras señoras que supieron
recibir con finos modales y elegantes formas a sus invitados.
Cierta mañana del siglo
pasado se levantaron de mal humor, como asevera un cronista de la época,
algunos caballeros profesos de la Orden y acordaron exclaustrar a las monjas y
echar abajo el convento. El templo quedó a salvo gracias a la duquesa de Prim,
y las Comendadoras Calatravas se acogieron al amparo de las Comendadoras de
Santiago.