lunes, agosto 20, 2012

LINO BUENO

LINO BUENO.

Siguen luego los pasos camino de Alcolea del Pinar, que hace también un alto, esta vez en el antiguo camino de Aragón, como para que allí, ante la casa de roca brava de Lino Bueno, se pueda uno despedir a gusto de esta provincia de contrastes antes de continuar hasta las cercanas cuestas de Soria, hacia la que la moderna carretera conduce.

La casa roca que Lino Bueno Utrilla horadó en las entrañas de la piedra es hoy testigo mudo de las dificultades de un siglo y de la entereza de muchos de sus personajes.

La historia de Lino es la historia de la voluntad de un hombre por tener una casa en tiempos bravos, llegó a ser padre de quince hijos, de ellos diez no alcanzaron a vivir mas allá de los diez años. Los cinco restantes habitaron la mansión horadada en la roca, una inmensa roca de arenisca que le fue concedida por el ayuntamiento de la localidad para que Lino les dejara en paz, ahí tienes tu casa, cuentan que le dijeron a comienzos del siglo XX, y Lino, como buen pedrero o mejor arquitecto, vio la roca y comenzó a excavar en ella; a esculpir su casa como si de un nuevo Miguel Angel se tratase, dando pábulo a quienes le tomaron por loco, trabajando unas veces solo y otras en colaboración con su mujer, Cándida Archilla, quien le iluminaba en la noche con un candil o le ayudaba a sacar las arenas y pedazos de piedra que le sobraban al roquedal.
A los siete años del comienzo del trabajo ya se trasladó a vivir a su nuevo hogar, había conseguido en ese tiempo arrancar dos cuartos a punta de pico, martillo y puntero.

Tras más de veinte años consiguió labrar en la piedra una cocina con su chimenea; la cuadra para la mula; el portal; la despensa y dos alcobas. Cuando ya los años comenzaban a pesar y rondaba los ochenta, la muerte le alcanzó mientras trataba de ampliar la casa buscando sitio para una nueva habitación.

Lino era cantero, se dedicaba a llevar piedras de un lugar a otro, labrarlas y hasta hacer los clásicos calzadizos de las acequias para ganar espacio de labranza a los terrenos por los que discurrían los regatos de agua, enterrando las acequias. Un cantero como tantos otros hubo, pero que mantuvo el ideal de su vida, construirse la casa con sus propias manos.

Lo malo del caso es que cuando la tuvo concluida el ayuntamiento le reclamó el terreno. Más como no hay historia triste sin final feliz, dio la casualidad de que por allí pasó el rey Alfonso XIII, contempló la casa y le concedió la medalla al mérito en el trabajo, después hubo gentes que quisieron recompensar su meritoria labor, Manuel Serrano y Sanz, Francisco Layna Serrano, Tomás Camarillo Hierro, o José García Hernández, entre otros muchos, que entendieron que la voluntad debía de tener su premio, aunque fuese a través de una placa que recordase los méritos de un hombre de voluntad. También, entre todos, lograron que la casa contase con una escritura de propiedad a nombre de Lino.

Entre todos consiguieron que el trabajo de aquel hombre sencillo sirviese de ejemplo para toda una provincia.

Todavía parecen resonar las palabras pronunciadas, cuando el siglo XX comenzaba a partirse por la mitad, a las puertas de la roca, en el momento de volver a poner la placa aquella que recordaba el paso de un rey y la voluntad de un hombre sencillo:

“… nos reunimos hoy en Alcolea del Pinar, para rendir un tributo de admiración y respeto a Lino Bueno, hijo que fué de ésta villa. El acto será solemne y emotivo, aunque tenga la sobria sencillez característica de los habitantes de esta tierra; esa sencillez le dará mayor solemnidad; de ahí que me agrada no ser orador, porque he de referirme a una hazaña realizada calladamente por una persona modesta, y los floripondios verbales no contribuirían precisamente a la grandiosidad del acto, sino a bastardearlo y perjudicarle.

Nuestro deseo es rememorar una fecha histórica, la más destacable en los Anales de Alcolea del Pinar. Me refiero al 5 de junio de 1928, cuando yendo el Rey don Alfonso XIII y el General Primo de Rivera a Molina para inaugurar el monumento al glorioso capitán Arenas, el monarca expresó su propósito de visitar al regreso la "casa de piedra". Efectivamente, a las tres de la tarde se presentaron en ella, deparando a Lino Bueno el momento más emocionante de su vida, conforme me lo refirió años adelante sin poder contener las lágrimas; aquél Rey caballero, sencillo y cordial, recorrió la casa muy despacio, alabó calurosamente la obra realizada, aceptó y comió gustoso unos bollos caseros y abrazando a nuestro paisano exclamó: "Lino, si todos los españoles fuésemos tan laboriosos y perseverantes como tú, nuestra Patria sería lo grande que deseamos"; la emoción del buen hombre, aún sólo al recordarlo, no es para dicha. Esta escena, vecinos de Alcolea, debeis referirla a cuantos hableis de la "casa de piedra", sin olvidar el siguiente añadido o colofón: Días más tarde de la regia visita, el monarca mandó a Alcolea a los Infantes sus hijos, para que vieran y admiraran la obra de Lino, y entregaran a éste la ofrecida Medalla del Trabajo…”

T. Gismera



LA CASA DE PIEDRA, EL LIBRO, PULSANDO AQUÍ