RAFAEL PEDROS, EL PINTOR DE LOS MENDOZA.
El 28 de marzo nos presentó ese gran hombre que, por cierto también estará en próximas fechas de 75 aniversario, Rafael Pedrós Lancha, su BARAJA MENDOCINA”.
Hablar de Rafael Pedrós en éstas páginas y desde esta Casa es hacerlo desde el cariño, desde la amistad, desde la cordialidad que da el sentirse unidos por el mismo sentimiento de dedicación correspondida, a la Casa y a la Provincia de Guadalajara, Provincia con mayúsculas, adrede.
A Rafael Pedrós, tras pintar en sus cuadros a toda esa pléyade mendocina que pobló los cuatro rincones de nuestra patria chica, no se le ha ocurrido mejor cosa que, también en las partidas de naipes, nos encontremos a los nuestros, a la tuerta princesa de Eboli; al caballo del Cid, del don Rodrigo surgido del pecado bello del cardenal de las Castillas, don Pedro; al conde de Tendilla y al señor de Torija. Todos unidos, y reunidos, en la baraja mendocina.
Para quienes hemos tenido el placer de verla hemos de confesar que, a más de ser una hermosa obra de arte surgida de la magnificencia del pincel de un gran autor, nos llena de orgullo poder clamar a los cuatro vientos que Guadalajara tiene ya baraja de naipes con la que cantar las cuarenta y veinte más, hacer un arrastre con pinta de espadas, y llevarse las diez de últimas con el virrey de Nueva España guardado en la manga.
Y es que, a Rafael Pedrós, que cocina unas migas alcarreñas exquisitas, no se le ha ocurrido mejor cosa que pintar a los reyes con severo gesto, al cardenal don Pedro; a don Iñigo, primer duque del Infantado; a don Diego, el duque grande, y a don Antonio el virrey. Los caballos van montados por otros cuatro mendozas de insigne recuerdo, don Pedro, aquel que al rey lo cedió en la rota de Aljubarrota; a don Iñigo, de Tendilla el segundo conde; a don Rodrigo, que por ventura de su padre quiso que heredase el nombre del Campeador, y a aquel otro Pedro González de Mendoza que fue, si mal no recuerda el escribano, heredero de la princesa tuerta.
Son las sotas doña Aldonza, la que pudo ser, o es, según quienes, la autora de los días del descubridor de las Américas; Doña Ana, la hermosa tuerta que encandiló al rey más culto que en España hubo, don Felipe el segundo que la enclaustró en Pastrana dejándole una hora para que admirase el hermoso paisaje de sus tierras, con un ojo; doña Ana, Mendoza de ilustre cuna, y doña Brianda que pudo ser, según cuentan, reina.
Baraja mendocina con emblemas y blasones mendocinos en los ases, y cenefas bordadas en “aves marías”, gratia plena, en las figuras.
Una imagen más de esta Guadalajara nuestra que, ahora y desde ahora, podrá jugar al julepe, la brisca, el tute, el mus o el subastao, con los Mendoza; y soñar con llevarse, en un arrastre, a la princesa que, por tuerta, encandiló las historias de tantos alatristris que se batieron a espadas por los callejones que, en Madrid, rodearon el alcázar.
Y este escribano, que es mal jugador de naipes, lo confiesa, a lomos del caballo del conde del Cid, lo mismo, a través de la baraja, se anima a escalar ese castillo, el del Jadraque mendocino y, como en un juego de oca, saltar a Cifuentes, a Pastrana, Tendilla o a Torija, donde también guisan buenas migas alcarreñas. Por cierto que el pintor, al escribano, debe unas.
Otra manera de amenizar nuestra provincial historia.
Tomás Gismera Velasco
Mayo 2009