martes, julio 31, 2012

Lino Bueno

LINO BUENO.

Las crestas de Sierra Ministra mandan desde sus alturas el refresco de las tardes en forma de suaves movimientos de nubes, las que se dibujan en la lejanía y van creciéndose y engarzándose las unas a las otras hasta formar el rosario blanquecino que debió de servirle a más de algún Mendoza, obispo o cardenal, para seguir sus rezos vespertinos desde lo alto mismo de las torres castilleras de Sigüenza, desde donde la tierra parece querer volver a arrodillarse ante la mano del hombre, capaz de levantar piedra sobre piedra semejantes miradores, allá donde la naturaleza se muestra más esbelta. Así, dominándolo todo, se alza lo que fuera castillo palacio de los obispos seguntinos.

Desde la Sierra de La Raposa, a espaldas de Sigüenza, bajan los arroyos y caminos que llevan a Barbatona, al santuario por excelencia de toda la comarca, a pedir el milagro, la salud, y regresar posteriormente a agradecer el logro imponiendo en las paredes del santuario el signo de la gratitud a través de una placa de mármol con nombre y fecha.
No muy lejos de allí, en el valle del río Dulce, se encuentra Pelegrina, otra villa en la que los obispos tuvieron lugar en el que reposar, a lomos del cerro sobre el que se levantó su castillo, hoy un conjunto de piedras arrumbadas desde el que se domina, como desde otros tantos, la llanura.

Siguen luego los caminos, después de hacer estación de penitencia ante la Virgen de la Salud, camino de Alcolea del Pinar, que hace también un alto, esta vez en el antiguo camino de Aragón, como para que allí, ante la casa de roca brava de Lino Bueno, se pueda uno despedir a gusto de esta provincia de contrastes, antes de continuar hasta las cercanas cuestas de Soria, hacia la que la moderna carretera conduce.

La casa roca que Lino Bueno Utrilla horadó en las entrañas de la piedra es hoy testigo mudo de las dificultades de un siglo y de la entereza de muchos de sus personajes.

La historia de Lino es la historia de la voluntad de un hombre por tener una casa en tiempos bravos, llegó a ser padre de quince hijos, de ellos diez no alcanzaron a vivir mas allá de los diez años. Los cinco restantes habitaron la mansión horadada en la roca, una inmensa roca de arenisca que le fue concedida por el ayuntamiento de la localidad para que Lino les dejara en paz, ahí tienes tu casa, cuentan que le dijeron a comienzos de siglo, y Lino, como buen pedrero o mejor arquitecto, vio la roca y comenzó a excavar en ella, a esculpir su casa como si de un nuevo Miguel Angel se tratase, dando pábulo a quienes le tomaron por loco, trabajando unas veces solo y otras en colaboración con su mujer, Cándida Archilla, quien le iluminaba en la noche con un candil o le ayudaba a sacar las arenas y pedazos de piedra que le sobraban al roquedal.

A los siete años del comienzo del trabajo ya se trasladó a vivir a su nuevo hogar, había conseguido en ese tiempo arrancar dos cuartos a punta de pico, martillo y puntero.

Tras más de veinte años consiguió labrar en la piedra una cocina con su chimenea; la cuadra para la mula; el portal; la despensa y dos alcobas. Cuando ya los años comenzaban a pesar y rondaba los ochenta, la muerte le alcanzó mientras trataba de ampliar la casa buscando sitio para una nueva habitación.

Lino era cantero, se dedicaba a llevar piedras de un lugar a otro, labrarlas y hasta hacer los clásicos calzadizos de las acequias para ganar espacio de labranza a los terrenos por los que discurrían los regatos de agua, enterrando las acequias. Un cantero como tantos otros hubo, pero que mantuvo el ideal de su vida, construirse la casa con sus propias manos. Lo malo del caso es que cuando la tuvo concluida el ayuntamiento le reclamó el terreno. Más como no hay historia triste sin final feliz, dio la casualidad de que por allí pasó el rey Alfonso XIII, contempló la casa y le concedió la medalla al mérito en el trabajo, después hubo gentes que quisieron recompensar su meritoria labor, Manuel Serrano y Sanz, Francisco Layna Serrano, Tomás Camarillo Hierro, o José García Hernández, entre otros muchos, que entendieron que la voluntad debía de tener su premio, aunque fuese a través de una placa que recordase los méritos de un hombre de voluntad. También, entre todos, lograron que la casa contase con una escritura de propiedad a nombre de Lino.




LA CASA DE PIEDRA, EL LIBRO, PULSANDO AQUÍ

Entre todos consiguieron que el trabajo de aquel hombre sencillo sirviese de ejemplo para toda una provincia.

TOMAS GISMERA VELASCO