FRANCISCO LAYNA SERRANO.
Por Tomás Gismera Velasco.
Uno de los personajes más relevantes de la cultura de Guadalajara de éste siglo que parece dar los últimos coletazos, fue sin lugar a dudas, Francisco Layna Serrano, un hombre que tuvo un solo objetivo a lo largo de su vida, dar a conocer la historia y el costumbrismo de una Guadalajara que llevaba prendida en su corazón.
Pronto hará treinta años que murió, pero a lo largo de setenta y ocho de vida, dejó en la provincia la huella de su paso, varios libros sobre su historia, decenas de artículos y un número bastante elevado de síntesis históricas, sobre muchas de las poblaciones, costumbres, arte y monumentos de esa Alcarria que abarcaba para él toda la provincia.
Fué Académico Correspondiente de las Reales de la Historia y Bellas Artes de San Fernando y de la Hispanic Society of América, de Nueva York. Presidente de la Comisión Provincial de Monumentos, Delegado Provincial de Bellas Artes, Comisario Provincial de Excavaciones Arqueológicas, Vocal de la Comisión Provincial de Turismo, Cronista Provincial, etc.
Obtuvo los títulos de Hijo Predilecto de la Provincia, se le concedió la Medalla de Oro de Guadalajara, el Primero Fastenraht de la Real Academia Española de la Lengua, El de la Labor en Pro de los Castillos, la Medalla de Plata de la Fundación Marqués de Sales... entre otros variados galardones, distinciones y nombramientos, sin contar, claro esta, la Cruz de Alfonso X el Sabio, como placa y Encomienda, la Medalla de la Beneficencia, etc.
Cofundador y Presidente de la Asociación Médico Quirúrgica de Correos, Teléfonos y Telégrafos, de la Casa de Guadalajara en Madrid, de un Movimiento Cultural, La Colmena, y abanderado en cualquier lugar de su provincia.
Al morir legó a Guadalajara y en su nombre a la Diputación Provincial, su despacho, Biblioteca, apuntes, archivos, etc., para que fueran expuestos en lugar adecuado y sirvieran para el estudio de futuros investigadores, que como él, deseasen para Guadalajara lo mejor. La cláusula testamentaria en la que esto quedó indicado, forma parte de la personalidad de su autor, que decidió descansar, al final de su viaje, en el Cementerio Municipal de Guadalajara, tras llegar a la capital de la Alcarria cubierto su féretro por un repostero amarillo de su propiedad, con el escudo de Guadalajara, que tras el funeral y según lo dispuesto en su testamento, se entregó al Ayuntamiento de la Ciudad como recuerdo suyo.
No cabe la menor duda de que la obra de Layna sigue viva, su recuerdo se extiende por toda la provincia, calles y plazas, en los más apartados lugares, llevan su nombre, e incluso uno de los Premios de la Diputación Provincial, Historia, se llamó en su memoria, Layna Serrano.
Don Francisco Layna merece algo más que un simple recuerdo, su despacho y su obra permanecen, casi en el anonimato, en las dependencias del Centro San José.
El pidió que a ser posible su legado, junto al de don Tomás Camarillo, se expusiera en un digno lugar, yo pido lo mismo, y me atrevería a más, que la Ciudad de Guadalajara, su Diputación Provincial, y todas las personas que un día le conocieron, trataron y admiraron, los vecinos de Atienza, Ruguilla o Cifuentes, que le nombraron Hijo Adoptivo, los de Luzón, que lo hicieron Predilecto, los de Motos, que le pidieron y les consiguió una Biblioteca, los de Riba de Saelices que les llevó a Juan Cabré para que estudiase la cueva de los Casares, los miembros que fueron del Núcleo González de Mendoza, que para él solicitaron un monumento, los de Palazuelos, que con su Alcalde Pedáneo al frente pidieron la Medalla de Oro, a todos sus admiradores, que se uniesen para solicitar un lugar digno, un Museo Layna Serrano, ningún lugar mejor que el Palacio del Infantado, donde en una pequeña sala se pudiese admirar su despacho, presidido por el retrato que le pintó Montiel, un pequeño Museo dedicado a su Memoria, con su obra y sus recuerdos, que pudiera servir de ejemplo para generaciones venideras, de quien todo lo dio por una Dama, Guadalajara.