FELIX UTRILLA LAYNA
Por Tomás Gismera Velasco.
"Desde la atalaya que te permite contemplarlo todo, pero sin detenerte en nada, a esas alturas en las que el mayor bien es pequeño y las cosas de este mundo nada cuentan, si no han sido dejadas para bien de los demás".
Tus líneas iniciales al prólogo del libro que nos unió, mucho antes de aquel viernes 10 de junio del año pasado cuando, mientras nuestras Casa celebraba su 72 aniversario, nos pediste que rezásemos por tí. Hacía, cuando nos lo pediste, dos o tres horas que te diagnosticaron el mal que, desde el pasado 21 de febrero nos impedirá tenerte a nuestro lado, a pesar de que, desde esos cielos que dominan Ruguilla, en el origen de tu fe, nos estarás mirando. Minutos después de hacernos aquel ruego subiste por última vez a nuestro escenario. Se te hizo un nudo la garganta y nadie, ni siquiera quienes conocimos que te acababan de diagnosticar la enfermedad, sospechamos que esa tarde comenzabas a desprenderte de nosotros porque, con esa admirable y envidiable fortaleza que acompañó tu vida, sin temor, querías enfrentarte, en soledad, a tu último destino. Esa tarde te hiciste la última foto en nuestra Casa, ante la Virgen de la Antigua, imagino que, para tus adentros, repetirías aquellos versos escapados de tu fácil pluma:
Más no olvides, ¡oh María!
Que allí, a los pies del calvario,
como a madre te tenía.
Y es que tu amor a esa madre ha sido una parte de tu existencia, llámala Antigua o Almudena. Y esa madre ha sido, durante estos meses, tu compañera, y lo ha de ser ya en Ruguilla, la cuna de tu fe, hasta la eternidad.
Aquel día que pediste que rezásemos por tí, añadiste: "no para que me cure, si no para que sea su voluntad".
En estos días en los que esa Alcarria que conociste niño se ha teñido de blanco inmaculado, hemos acudido, tus amigos, compañeros del alma y aventura, a Brihuega. A renovar, en homenaje a tí, que se nos fueron las ganas, a renovar decía, nuestro voto de amor pasional a la provincia y nuestros pueblos y, por vez primera, hemos sentido que tú nos empujabas, y hemos cumplido, con la mano en el corazón, nuestro deber. Como hubieras deseado que hiciésemos.
Todavía hay quien, a los que como tú, como yo, como los que allí nos encontramos, en nombre y por nombre de nuestra Casa de Guadalajara en Madrid, nos llama nostálgicos. ¡Qué sabrán ellos! Dichosos aquellos que no tuvieron que abandonar, como nosotros, su cuna, su casa, su calle, su pueblo y su provincia... de Guadalajara, y no tienen, como nosotros, ese sentimiento de raigambre, a la cocina inmensa, a la fuente, al lavadero, al camino, al castillo o a la iglesia. Dichosos.
Alcarria, que eres sobria en hidalguía,
que, en el DAR ES SEÑORÍO, está tu fuerte.
Versos tuyos Félix. Tu esperanza, que la Alcarria se vuelque en nuestro sueño. Esa austera provincia, como tantas veces nos dijiste.
Dar es señorío. Lema de ese cardenal Mendoza alcarreño, por tí tan admirado. Tú quisiste darlo todo, y lo has dado, a tu provincia, a tus amigos, y a tu Casa. En silencio, sin ruido, en la esperanza de que nadie se enterase.
Las obras, hechas con amor, se inflaman,
y se han salido del corazón, ya no se olvidan.
No te olvidaremos. Aquel viernes 10 de junio comenzaste a acostumbrarnos a tu ausencia, y quisiste desprenderte de nosotros, para preparar la partida, y que fuese tu viaje más ligero.
¿Cómo acostumbrarnos a tu ausencia? Viéndote, día a día, en nuestras vidas.
Austero puñetero atencino, me llamabas, camino de Sigüenza, de Luzón, de Horche, de Cifuentes... En esos escenarios que compartimos al lado de tío Paco, de ese Francisco Layna que se cruzó caprichoso en nuestras vidas. Perdona que la emotividad aflore a este papel, pero este austero atencino puñetero, que te consideró como a un segundo padre, un hermano mayor, un compañero y, por encima de todo un gran amigo, no tiene tu fortaleza.
Nos has dejado huérfanos de tu palabra, de tu verso, de ese saber estar en los momentos duros, y nos has mostrado, por encima de todo, el camino. Ejemplo de humanidad y de humildad.
Vestigios de esta tierra de hidalguía,
Alcarria, de labiadas que adormecen.
Siempre Guadalajara, la Alcarria, en tu palabra, con ese deseo oculto del regreso a los orígenes.
Con saltarinas corrientes,
es de la Alcarria, colmena
de cien sabores, ¡Cienfuentes!
Y por amar nuestra tierra nos llaman, algunos, nostálgicos. A quienes como nosotros tratamos de entregarnos a la tierra que nos oprime el corazón, con la única esperanza de continuar siendo, por encima de todo, hijos de esa tierra que algún día nos ha de cubrir, como a tí te cubre ya, cual capa de estameña parda, el cuerpo entero.
Flotaba en el ambiente, el día de tu adiós definitivo, una sensación de alivio, conocedores de que, desde allá arriba, nos tenderás la mano.
Cuando la lumbre se apaga,
cuando el tiempo se eterniza,
cuando ya todo es ceniza,
surge con fuerza el recuerdo,
que da más luz que una vela,
proyectando en la cancela,
la sombra larga de un cedro.
Esta fue tu despedida a Soledad Santamaría, y eso esperamos de tí, que tu sombra de padre, hermano, compañero y amigo, se eternice y prolongue sobre todos nosotros, los que aquí abajo quedamos, manteniendo vivo el pábilo del sueño que a todos nos unió, ser y querer siendo parte de esa Guadalajara común a nuestras vidas, ahora un poco más, porque tú te fuiste a ella y desde ella, y para ella, continuarás viviendo, por la Dama, por la Alcarria, por Guadalajara. Todo para ella. ¿Recuerdas?
Nos has dado una lección, de fe, de amor, de sentimiento. Vela, junto a esa Madre que fue tu sentimiento, por nosotros. No nos dejéis desfallecer.
Todos quienes te aprecian se me unen al recuerdo, en agradecimiento tuyo, con un apretado abrazo, compañero del alma, compañero...