jueves, julio 26, 2012

Atienza, la de los Cristos famosos

ATIENZA, LA DE LOS CRISTOS FAMOSOS.

Por Tomás Gismera Velasco.

Hace cerca de cuarenta años uno de nuestros mejores poetas, José Antonio Ochaita, se hacía una pregunta al hilo de una visita a las iglesias de Atienza, "¿porqué se atiborró la villa con tanta dorada chuchería?".

Acababa de contemplar con admiración su famoso "Cristo de los Cuatro Clavos", en la iglesia de la Santísima Trinidad, guiado por la mano experta del entonces arcipreste local don Julio de la Llana Hernández.

No fué el único que contemplaron, y si éste causó admiración, no lo harían menos el del Amparo, rebautizado como Santo Cristo de Atienza, o el más famoso Del Perdón, éstos, junto a otros de menor renombre, le dieron a la villa el título del presente artículo, y una coplilla que por aquellas tierras quedó grabada en el recuerdo de nuestros mayores, adaptando viejos cánticos a tradiciones populares:

San Isidro está en Madrid,

La Virgen de la Mayor en Sigüenza,

y el Santo Cristo está aquí,

en nuestra villa de Atienza.

El Santo Cristo de Atienza, patrono de la localidad, así rebautizado desde 1755, forma parte de un grupo escultórico compuesto por cuatro figuras, que representan el Descendimiento de la Cruz. El Santo Cristo aparece con una mano desclavada, apoyada sobre el hombro de José de Arimatea, y le acompañan la Virgen y San Juan. Es obra de los siglos XIII al XIV, de transición al gótico, pero conservando aún ciertas reminiscencias románicas. Con anterioridad se llamó Del Amparo, y fué conocido como Cristo de los Milagros, por los muchos que se le atribuyeron, al punto de que el obispo Santos Bullón mandó que éstos fuesen recogidos en un libro, así llamado, "Libro de los Milagros".

El conjunto escultórico, de autor anónimo, estuvo en una pequeña capilla de su iglesia de San Bartolomé, hasta que se trasladó a su actual en octubre de 1755, levantada con las donaciones de sus fieles, y construida y ornamentada en el más puro estilo renacentista y barroco, entre 1694 y 1754.

Una de las joyas del románico provincial, en la iglesia de la Santísima Trinidad, es la imagen del llamado "Cristo de los Cuatro Clavos", que preside la capilla de su nombre, conjuntado con un retablo barroco y el acompañamiento de dos tallas más pequeñas procedentes del retablo de la iglesia de Santa María del Rey, la Virgen y San Juan. En ésta misma capilla tuvo el Cristo compañeros de excepción, un San Sebastián, atribuido a Berruguete, y un Ecce Homo de la escuela de Gregorio Fernández.

El Cristo de los Cuatro Clavos, obras de finales del siglo XII, mantiene una estrecha unión con la Cofradía de la Caballada, en cuyas ordenanzas figura representado sin la corona real, que con posterioridad se añadió a la imagen en torno al siglo XV.

Pero es sin duda alguna el Santo Cristo del Perdón la representación por excelencia de los Cristos de Atienza.

Se trata de una obra de Luis Salvador Carmona que éste talló a mediados del siglo XVIII para la capilla del entonces recién edificado Hospital de Santa Ana.

Del taller de Salvador Carmona había ya en Atienza una imagen de la Virgen del Rosario, y a él se encomendó la obra escultural que había de presidir aquella capilla, ideada por doña Ana Hernando, cerera de la reina y viuda del Comendador de Huélamo.

La talla llegó a Atienza en 1753, procedente del taller madrileño del autor, y en ella su imaginero quiso plasmar, en palabras de un antiguo clérigo atencino, "toda la hermosura de la salvación". El Cristo se representa con una rodilla apoyada sobre la bola del mundo, donde están pintadas las escenas del pecado original y el diluvio. Tiene los ojos entristecidos, dirigiéndolos a lo alto, con los brazos extendidos, coronado de espinas, flagelado, dolorido... La leyenda dice que el autor se inspiró en un moribundo.

Hoy preside una capilla en la iglesia parroquial de San Juan del Mercado.

Hay muchos más, éstos son solo ejemplo de una villa que fué en tiempos cuna de arte, y que siempre merece una mirada.

No es de extrañar, que como Ochaita escribiese, "en Atienza, ante tanta dorada chuchería, aprendiesen los Angeles a bailar un rigodón".