RECORDANDO A JUAN CABRÉ
Y su paso por Atienza y Riba de Saelices
El 2 de agosto de 1862 nació, y el 2 de agosto se despidió de estos mundos andariegos, don Juan Cabré Aguiló, uno de los primeros arqueólogos con letras de molde que pisaron nuestro suelo. Entre ambos agostos mediaron 65 años, y dos tierras, las de Calaceite en la provincia de Teruel, que lo vieron nacer; y las de Madrid, donde se despidió del mundo.
Juan Cabré, fue uno de los encargados de escribir el Catálogo Monumental de España, dedicándose, entre otras, a la provincia de Soria, en los inicios del siglo XX, cuando por tierras de Retortillo se acudía al descubrimiento de decenas de huellas prehistóricas, influido ya por la personalidad de quien consideró como uno de sus maestros, el Marqués de Cerralbo. Al extenderse en tema que para el gran público en aquellos tiempos no llamaba demasiado la atención, la prehistoria, dejó escrito: “El extenderme con tanta atención y menudencia de detalles en la parte gráfica del arte rupestre de esta provincia no obedece a otro fin que al aprecio e interés que despiertan esta clase de estudios en el mundo sabio. Podría creerse que dichas investigaciones son el capricho de una moda pasajera…”
Que, como demostró, no lo era; puesto que, tras aquellas líneas, fue mucho más lo escrito y descubierto para el futuro de la prehistoria patria, entre lo que quedaría en nuestra provincia, ejemplo de su trabajo y dedicación, entre otras, la singular Necrópoli del Altillo de Cerro Pozo, en Atienza; y la no menos monumental Cueva de los Casares, en Riba de Saelices.
El Altillo de Cerro Pozo, en Atienza
Que Atienza estuvo poblada desde remotos tiempos, dan fe una serie de vestigios que en el primer tercio del siglo XX fueron apareciendo. Hallazgos estudiados mediado el siglo XIX al elaborarse la encuesta que, para la realización del inventario universal de los bienes históricos de España se remitió desde aquí con fecha 17 de diciembre de 1844.
Aquellas indagaciones en torno a la interesante necrópoli de Cerropozo, finalmente estudiada en 1929 por Juan Cabré y su equipo, entre el que figuraba el párroco de Membrillera, don Justo Juberías, nos dará alguna luz sobre los lejanos pobladores del valle cuando, de forma casual, olvidados los informes elaborados ochenta años atrás, al abrirse la carretera que desde Atienza conduce a Hiendelaencina, fueron descubiertas numerosas sepulturas que detallará el propio Juan Cabré al elaborar meses después el informe correspondiente.
De la inspección del Sr. Cabré resultó que: “Desde la primera visita que hicimos a esta localidad prehistórica, llamaron la atención varias piedras de caliza y cuarcita que se hallaron en el lecho del arroyo del Hontanar, las cuales parecían ostentar talla humana del paleolítico inferior”. Más adelante, el propio Cabré halló cerca de la ermita de Santa Lucía, ya en el mismo nivel de la gravilla, algunas piezas procedentes de diferentes ajuares. Unos ajuares que ya, desde meses atrás, corrían de mano en mano, entre los capataces de la obra, o entre algunos personajes de relevancia en la vida social y política de la comarca que, al conocerse los trabajos del arqueólogo, le serían entregadas y son hoy parte de las colecciones del Museo Arqueológico Nacional.
El yacimiento, estudiado con premura y en el que trabajarían obreros de Atienza y la vecina localidad de Naharros, dadas las urgencias de continuar la obra de la carretera, continuaría mostrando numerosas piezas que determinarían “la más alta antigüedad de los pobladores de la villa de Atienza, relacionados con los más remotos orígenes de la civilización humana”.
Notándose, a unos cien metros de la actual ermita de Santa Lucía “una gran extensión de restos de construcciones de aparejo muy tosco, tégulas de aspecto romano, cerámica, huesos humanos, mucha tierra negra y cenizas, y algunas piedras, al parecer todavía hincadas”. Algo más distante, a unos 400 metros “se acusan perfectamente cimientos de construcciones antiguas”.
Hecho el examen del terreno, arrojó como resultado el descubrimiento y estudio de, al menos, una veintena de sepulturas con sus correspondientes ajuares; sepulturas y ajuares pertenecientes a dos poblados separados entre sí, ubicados en el ya citado Altillo de Cerropozo, en el que fue descubierta la necrópoli, y en el de Los Casarejos, a algo más de cuatrocientos metros del anterior, en el que se ubicaron los cimientos de la posible ciudadela. Materiales que se dataron en el principio de la segunda Edad del Hierro, fechándose las piezas entre los siglos I a.C., y I, después de Cristo.
Anotando como punto final que: “Esta necrópolis ofrece singularidades propias muy dignas de consideración para el estudio de la Segunda Edad del Hierro de la Meseta castellana, y su mayor parte pertenece, probablemente, al pueblo celtibérico, pero al primer periodo de su desarrollo”.
Historia de Naharros de Atienza, el libro, pulsando aquí
La Cueva de los Casares, en Riba de Saelices
A punto estuvo don Celso Gomis Mestre, periodista y escritor costumbrista del último tercio del siglo XIX e inicios del XX, de ser el primer hombre en describir al completo la Cueva de los Casares en el mes de agosto de 1880 cuando, recorriendo esta parte de la provincia, se introdujo en la Cueva con dos linternas de aceite; un resbalón, a mitad de recorrido, le impidió llegar hasta las profundidades, puesto que se adentró con dos linternas, una para la entrada y otra para la salida, en el resbalón se derramó el aceite de una de las linternas. A pesar de ello dejó su relato para la posteridad en el mes de febrero de 1881.
Y tendrían que pasar unos cuantos años, hasta que en el verano de 1932 el insigne Francisco Layna Serrano, buscando castillos llegó a Riba de Saelices, aquí se encontró con los hermanos Claudio y Rufo Ramírez y estos lo llevaran a conocer la Cueva. Layna Serrano se introdujo hasta donde pudo, y de su inspección surgió la llamada a quien era el hombre más afín, Juan Cabré.
Llegó, el gran arqueólogo, en el mes de julio de 1934, acompañado entre otros del propio Layna Serrano, dando inicio a sus indagaciones, que lo llevarían a pasar en Riba de Saelices los últimos días del mes de agosto y primeros de septiembre; días en los que, acompañado de su familia, mujer e hijos, desentrañó por vez primera, los entresijos de la Cueva de los Casares. Cabré entró y salió en numerosas ocasiones de la gruta, principalmente junto a su hija, Encarnación, quien como buena dibujante se encargó de calcar y retocar los grabados que encontraron a lo largo de las galerías, levantar planos y ayudar a su padre en el trabajo de campo, que continuó con la vecina Cueva de la Hoz, entre los términos de Rata y Santa María del Espino.
El propio Juan Cabré, dado que para entonces la Cueva comenzaba a ser demasiado visitada por alguno que otro “buscador de tesoros”, y antes de que la oficialidad ministerial tomase cartas en el asunto, costeó la primera puerta que, en siglos, cerró la gruta, cuya llave entregó al entonces alcalde de la población.
Desde Madrid, y dado cuenta de lo que aquellas entrañas de la tierra guardaban, puso el caso en manos de La Junta Nacional de Excavaciones, que lograría, en aquel otoño, que la Cueva de los Casares en tierra de Riba de Saelices fuese declarado Monumento Nacional, que hoy conocemos como Bien de Interés Cultural.
De entonces a hoy los estudios han continuado en busca de dar con las líneas de nuestro remoto pasado; un pasado que, como Gomis, Layna, los hermanos Ramírez, Barandiarán o el propio Cabré nos demostraron, tenemos a la vuelta de un viaje, o de las páginas de un libro.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 21 de febrero de 2025
Riba de Saelices, un libro y una historia (pulsando aquí)
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