MEMORIA DE ALEJANDRO MIGUEL RUIZ DE TEJADA
Un músico para Hiendelaencina
Pudo llegar a ser Hiendelaencina, de no haberse secado antes de tiempo el filón de la plata que dio origen a no pocas fortunas y muchas frustraciones, la capital de la provincia de Guadalajara; y si no lo consiguió no fue porque no se pusiera empeño en ello, que desde dentro de la localidad, tanto como desde fuera, manos hubo que trataron de elevar la población a los más altos estrados de la política, la industria y, por supuesto, la cultura. La antigua localidad agrícola y ganadera que fue, se vio de la noche a la mañana tocada por la fortuna de hallarse bajo su suelo el gran filón de plata que atrajo inversores, busca fortunas y jornaleros. Hiendelaencina se convirtió, mediado el siglo XIX, en la California europea, con la mala dicha de que tantos fueron que no tardaron en convertir, Hiendelaencina y sus alrededores, en un auténtico colador por cuyos agujeros se escapó la gallina de los huevos de oro. Hiendelaencina y sus poblaciones aledañas, desde Alcorlo a Membrillera; de Villares a Zarzuela de Jadraque; de Robledo a La Bodera, y desde las peñas de estas sierras a las faldas del Alto Rey, se llenaron de manos; surgiendo alrededor de la minería un ciento de industrias, negocios y sueños. Con ellos llegaron desde otros lugares de España, Ingenieros, Técnicos, y, en general, profesionales en todas las materias que durante más de cincuenta años enriquecieron el entorno y dieron a la población y sus vecinas una categoría que se echaba a faltar en este rincón serrano de la provincia de Guadalajara.
Ingenieros en Hiendelaencina
Numerosos de los ingenieros que llegaron para encargarse de las explotaciones mineras lo hicieron desde Inglaterra y Francia, convirtiéndose en inversores. La mayoría, al término de su inversión, o aventura de su negocio, regresaron a sus lugares de origen, tras dejar aquí sus pequeñas historias. Algunas, en las lápidas de su cementerio, en el que pueden adivinarse nombres y apellidos que nos conducen a las remotas tierras de Escocia o Irlanda y dan al sencillo camposanto un aire romántico, ante todo en los otoños e inviernos fríos y ventosos. En él tampoco faltan los apellidos vascos o navarros, como que algunos de estos estuvieron también en el origen de la prosperidad serrana, desde la minería de la plata, a la industria de la sal.
Y tampoco faltarían los hijos de aquellos inversores, a la hora de llevar, por medio mundo, el lugar de su nacimiento cosido al éxito de sus profesiones. Por aquí, a más de los conocidos Orfila y Górriz, grabaron sus nombres con tesón de barreno Juan Stuyck Roig, quien llegó a dirigir una de las grandes empresas del sector, La Plata Roja; Jhon Taylor, de Holwell (Inglaterra), fundador de La Constante; Guillermo Pollard, quien llegó a Hiendelaencina procedente de Méjico, acompañado de Juan Trenear; Edward Rosse, nacido en el inglés condado de Cornall, y quien padeció uno de los secuestros express más mediáticos de su tiempo, en los peligrosos pasos del Congosto; e incluso Eugenio Bontoux, quien escapó de Francia por la puerta falsa a causa de sus deudas, y regresó convertido en hombre rico; o Eugene Pierat, que a punto estuvo de ser linchado en Cogolludo, por retratar a sus vecinos en procesión.
Alejandro Miguel Ruiz de Tejada
Hijo de uno de aquellos Ingenieros que hicieron alto en Hiendelaencina en lo mejor de su plata, aquí nació Alejandro Miguel Ruiz de Tejada, en 1864; aquí dio sus primeros pasos y aquí se inició en el mundo de la cultura, mientras sus padres vivieron de la minería.
Los primeros quince o veinte años de su existencia, al menos, se centraron en la población minera, como así se justificó cuando, llamado por la música, dio comienzo en Madrid a sus estudios de solfeo en el mes de septiembre de 1876, matriculándose en la Escuela Nacional de Música y Declamación, previo examen de ingreso, para cursar el primer curso de violonchelo y tercero de solfeo, no sin aplicación, pues en los exámenes y concursos que se celebraron en el mes de junio siguiente obtuvo el primer premio en esta última asignatura y nota de sobresaliente en aquella; y en los seis años sucesivos completó los ocho cursos reglamentarios de la enseñanza de violoncelo, ganando por unanimidad iguales notas y primeros premios, no obstante, decían sus promotores, haber simultaneado tres cursos de Armonía y tres más de Composición. En las oposiciones celebradas años después de su incorporación a la Escuela, mereció la propuesta unánime por parte del tribunal examinador, de la concesión de una nueva beca de ampliación de estudios en el Conservatorio de París, cuando corría el año de gracia de 1883; a partir de aquí su carrera sería meteórica, al comenzar a recorrer Europa y sus conservatorios, en los que completar pasión musical: “en París obtuvo un segundo premio; otro primer premio en Viena, también premiado en París en 1884 con segundo premio; otro primer premio en Turín, y dos primeros premios en Madrid; los otros concurrentes eran holandeses, alemanes y franceses. Los dos alumnos del de Madrid quedaron muy por encima de los demás oposicionistas, en cuanto a escuela, según confesión del profesor de violoncello del Conservatorio de París, Mr. Delsrt, quien dijo: que la gloria del concurso de este año había sido para el Conservatorio de Madrid, pues se había probado la excelencia de su escuela en la especie de certamen universal que acababa de celebrarse”; se contó en la prensa de aquel tiempo.
Ruiz de Tejada viajó por media Europa, en un tiempo en el que los espectáculos musicales dominaban una gran parte de los escenarios, en las principales capitales del mundo; viajando por Alemania, Austria o Inglaterra, antes de hacer su presentación, por todo lo alto, en el Madrid musical; mereciendo gracias a su fama, la Gran Cruz de Isabel la Católica, en justa recompensa a su aplicación y merecimientos, mediaba la década de 1880; su fama llenaba teatros y salas particulares.
El artista del violoncelo
En el difícil arte de sacar música de las cuerdas del violoncelo se hizo maestro nuestro paisano, llegando a formar un terceto musical que recorría España y Europa en los años siguientes, acompañándose al piano por don Emilio Moreno Rosales y por don Antonio Fernández Bordas al violín; hasta que encontró el amor y, con el amor, otra vida.
Sucedió en Granada donde, tras uno de sus más exitosos conciertos, conoció a quien había de ser su mujer, Ana María Toledo, de cuyo matrimonio nacerían cuatro hijos. El matrimonio tuvo lugar en 1890. A partir de aquí dejó los grandes escenarios para dedicarse a la vida familiar. En alguna ocasión tornó a los conciertos, si bien esporádicamente. La última vez que se le recuerda junto a su violoncelo fue en el homenaje nacional al maestro Federico Chopin, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid el 30 de noviembre de 1926.
Compaginó sus estudios musicales con los administrativos y jurídicos, licenciándose en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid e ingresando en el ministerio de Hacienda donde desempeñó altos puestos, llegando a ser Delegado en las provincias de Granada, Almería y Segovia, además de Tesorero de la casa de la Moneda, hasta alcanzar el puesto de Vocal del Tribunal Económico Administrativo Central, desde donde pasó a ser Magistrado del Tribunal.
Falleció en Madrid el 9 de mayo de 1940, siendo enterrado en el cementerio de San Isidro, y la conducción del cadáver desde su domicilio, en el Paseo de Recoletos, a la Sacramental, fue seguido por un numeroso público que todavía lo recordaba con admiración.
Gentes de esta tierra, que hicieron historia.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 8 de noviembre de 2024
Más sobre Hiendelaencina (Pulsando aquí)
Hiendelaencina, crónicas para una Historia (aquí)
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