jueves, octubre 31, 2024

PASTRANA: UN CATAFALCO Y LA DANZA DE SUS TORRES

 

PASTRANA: UN CATAFALCO Y LA DANZA DE SUS TORRES

El de los duques de Pastrana, y el terremoto de 1755

 

   El primero de noviembre de 1755, a eso de las diez de la mañana, cuando Pastrana temblaba, la mayoría de sus vecinos, al decir de don Manuel Antonio Herrero de Tejada, Corregidor de la villa  ducal, la mayor parte de los vecinos se encontraban en la Colegiata, asistiendo a los Divinos Oficios del día de Todos los Santos, previo al de Difuntos y, justo entonces, mediada la celebración, las profundidades de la tierra comenzaron a hacer presente que algo comenzaba a suceder: “en conformidad que todos la desampararon…”

   Los celebrantes quedaron en el altar mayor, sin duda y como tantos hicieron, hincando la rodilla en tierra temiendo, como se temió por los cuatro puntos cardinales, que llegado era el fin del mundo y la prueba estaba en que “hasta los Santos se salían de los tronos”, como apuntase don Joseph Antonio Cestero, prebendado y cura de la Santa Iglesia Colegial.

   Probablemente, el singular y hermoso túmulo o catafalco labrado para fúnebres ocasiones de los duques de Pastrana y nobles de su sangre, había de encontrarse en lugar de honor en semejantes honras, pues costumbre era en este tiempo que en estos días uno de estos monumentos honrase con su presencia la nave central de la iglesia, recordando que polvo somos y en polvo nos convertiremos. Que la muerte es el final de nuestro camino desde el mismo momento en el que llegamos a él con el principio de la vida.

 


 

 

El escenario de la muerte

   Doscientos años, o pocos más o menos, hacía que en España se empleaban este tipo de monumentos fúnebres, los catafalcos o túmulos. La historia dice que por vez primera se lució uno de ellos en las fúnebres exequias del emperador Carlos V cuando en Yuste rindió cuentas de su vida en 1558; después de él continuaron empleándose, a las puertas del Siglo de Oro por los Felipes III y IV y, a partir de aquí, por la nobleza entera. Sin duda, los reales fueron mucho más aparatosos, o monumentales, que los de los Grandes de España a quienes, como es natural, trató de emular el pueblo llano, o mejor, la iglesia, que puso a disposición de quienes partían al otro mundo los medios más aparentes. Desde las simples parihuelas, de las que disponía cualquier templo que se preciase; al inquietante, ornamentado de huesos, que lució la iglesia de San Juan de Atienza, y hoy lo hace el Museo de la Santísima Trinidad y que, a su tiempo, le sacamos los colores, o desciframos su contenido, en estas mismas páginas.

   El catafalco, o túmulo ducal de Pastrana, con sus paños fúnebres de brocado y oro, sus ricas maderas de ébano y candelabros de bronce, se fecha en torno a 1635, con lo que sin duda es uno de los más antiguos y ricos de la provincia. Catafalco o túmulo que llegó para dar realce a las exequias de una de las familias de más recia hidalguía nacional. Exequias sin duda acompañadas por la Cofradía de las Benditas Ánimas del Purgatorio, que en Pastrana se fundó en los inicios de ese mismo siglo XVII en el que el túmulo se fecha. El hoy conocido no debió de emplearse en las honras de doña Ana de Éboli, salvo los candelabros de ébano que, a ella, parece ser, pertenecieron.

   El suelo de las iglesias era entonces, cuando se labraron estos túmulos, cementerio para gentes de bien; del mismo modo que lo eran capillas y criptas; la de la Colegiata de Pastrana continúa siendo una de las más notables de la provincia, de alguna manera heredera del gran panteón ducal de San Francisco de Guadalajara o viceversa. En la de Pastrana reposan los restos de la princesa más popular de la literatura española, como lo hace la momia de quien ha sido identificado como Fray Juan Bautista de Buencuchillo. El cronista de Pastrana, don Mariano Pérez Cuenca, nos retrató mediado el siglo XIX el modo en el que, en la Colegiata, se llevaban a cabo los oficios litúrgicos del Día de Todos los Santos y Difuntos, presidiendo el túmulo ducal desde este día hasta el de San Eugenio, el 15 de noviembre. Del túmulo, a juzgar por lo que se cuenta, desaparecieron algunas piezas en época inconcreta. El de los duques era el único que se autorizaba a levantar en la Colegiata, pues tiempo hubo en el que cada cual quiso alzar el suyo propio. La representación mortuoria era en este tiempo, sin duda, una especie de espectáculo dramatizado a través del que se nos daba cuenta de que la muerte no era, en manera alguna, el olvido del que partió; de ahí que se labrasen esculturas, o que, sobre el lugar de reposo, se grabase la lápida con virtudes, más que defectos, de quien reposó bajo ella, dando cuenta de títulos y, en su caso, haciendas.

  

Y el temblor de las torres

   En ambiente semejante, de recuerdo y luto, fue cuando comenzaron las torres a oscilar. Eran los vaivenes producidos por aquel famoso terremoto de Lisboa de 1º de noviembre de 1755, del que ya nos hemos ido haciendo eco de su pasar por alguna de nuestras poblaciones. A Pastrana llegó como decimos a eso de las diez de la mañana y, a juicio del señor Corregidor, hizo que los edificios de la villa retemblasen por espacio de ocho o nueve minutos. Para don Joseph Antonio Cestero, el prebendado de la Colegiata, las primeras oscilaciones llegaron un cuarto de hora antes, en el momento de entonarse el “Gloria”, cuando el órgano lanzaba sus notas más sobresalientes sobre la nave central, haciendo que tremolase el facistol.

   Sor Nicolasa de la Concepción, abadesa del Convento de la Purísima, ajustó el tiempo del temblor a cosa de media hora, causando algunos daños en la capilla, de la que se desprendió una viga de la bóveda; y Fray Isidro Fernández, del Convento de San Francisco, contó que se sintió el espasmo terrestre por más de medio cuarto de hora, afectando igualmente a la nave de su capilla.

   Los daños en la Colegiata no fueron demasiados, algunos desconchones y grietas que se repararon al poco; y la población tampoco padeció más quebrantos que los sustos de rigor, y ver cómo se derramó el agua del pilón de la fuente de la plaza.

   Como en el resto del reino, días después del sucedido se llevaron a cabo, como ordenaron desde las altas esferas, acciones de gracia y hubo, en Pastrana, procesión general con todas las cofradías “y función de iglesia, que se hizo con la mayor pompa y solemnidad posible, autorizándola con el Señor Sacramentado, y las soberanas imágenes del Santísimo Cristo de los Milagros y María Santísima de la Soledad, a que asistió todo el Cabildo de dicha Colegial”, el día dieciséis de noviembre, como contó don Joseph Antonio Cestero; procesión general previa a otra gran ceremonia que tuvo lugar el día veintiuno, en la que había de predicar el deán, don Francisco Galante. También lo hizo el lector de los padres Carmelitas, Fray Joaquín de Burgos.

   Por espacio de muchos años se recordó este día, unido el del temblor al de los misterios que acompañan la noche de ánimas, hoy vestida de negro, como antaño; iluminada por el espectro de unas calabazas huecas que nos remiten a la noche aquella en la que, sobre las ventanas de la casa de don Deogracias García Ibares, en Mazuecos, descubrieron sus vecinos, la noche del 1º de noviembre de 1925, unas calabazas que, simulando calaveras, a juicio del párroco de la población, don Ceferino Rodríguez y Álvarez, hacían burla de la muerte. ¡Si don Ceferino levantase la cabeza! Claro que aquella de 1925 era la primera vez.

    Sirva el recuerdo para viajar a Pastrana, visitar su Colegiata y, por supuesto, recordar que polvo somos y, en ello, nos hemos de convertir.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 31 de octubre de  2024

 

 PASTRANA (Guadalajara) La Villa de la Princesa

 

   Pastrana es, al día de hoy, una localidad una hermosa población de la provincia de Guadalajara; unida a uno de los nombres más repetidos de la historia provincial en los últimos siglos: Ana de Mendoza, Princesa de Éboli.

   El autor, en su recorrido a través de los pueblos de la provincia, llega a Pastrana y a través de los testimonios escritos a lo largo del tiempo por cronistas e historiadores, entre los que cabe destacar a Mariano  Pérez Cuenca, Francisco Layna Serrano, Juan-Catalina García López, y numerosos más, nos adentra en el ayer de Pastrana, su palacio, historia, monumentos y gentes; tomando los textos publicados por aquellos, para darnos cuenta de la importancia que Pastrana y su tierra alcanzaron a través de los siglos; acompañando la obra con líneas de aquellos quienes, cada uno en su sentir, opinó en torno a lo que admiraron sus ojos y conocieron en su debido momento.

   Puede, en ocasiones, parecernos confuso el discurrir del texto de unos y otros; ha de ser el lector quien, observando y analizando, llegue a la conclusión que las páginas siguientes buscan.

   Junto a la villa o el palacio, y como parte de la propia obra, el autor nos lleva a conocer, siquiera de manera somera, los acontecimientos históricos del entorno; así como las costumbres que acompañaron la vida de esta parte de la provincia de Guadalajara; empleando investigaciones y fuentes propias.

   Sin duda, las páginas siguientes, como otras anteriormente escritas y publicadas, nos acercan a un entorno que siempre merece una atención; una detenida mirada…

 

 


 El libro de Pastrana, pulsando aquí

 

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