EL SEÑOR DE POZANCOS
Su escultura funeraria forma parte de la historia de un pequeño pueblo
Sin duda, don Martín Fernández, titulado Señor de Pozancos, buscó pasar a la eternidad a través de una de las más significativas esculturas funerarias que nos muestra su imagen en alabastro, incrustado en un arcosolio de la capilla que se mandó levantar en la iglesia de la Natividad de la hermosa y siempre placentera población de Pozancos, hoy pedanía de Sigüenza; ayer, una de las numerosas poblaciones que fueron seña del poder de los obispos desde los tiempos de la reconquista y puesta de la primera piedra de una catedral que, a poco que se pegue la oreja al horizonte, deja escuchar el tañer del bronce por estos campos, silenciosos de voces y faltos de manos.
Pozancos, un libro y una historia (Pulsando aquí)
Pozancos de los Obispos
Fue don Martín Fernández, nuestro cura alabastrino, según declara la piedra, canónigo de Sigüenza, arcipreste de Hita y cura de Las Inviernas. En tiempos en los que los curas poderosos, como don Martín, o como don Alfonso Fernández de la Cuesta, que fue cura de las tres Cendejas y Jirueque y emprendió el sueño eterno en 1510, podían pagarse este tipo de retratos; el de Pozancos para terminar embutido en la pared y, a cuenta de ello, mellado en algunas partes; el de Jirueque, convertido en una de las obras más singulares de esta parte de la provincia, a costa del trabajo del artista que legó el “dorado”, admirado y admirable. Al decir de los entendidos en escultura funeraria ambas obras, la del “Dorado” de Jirueque y esta de don Martín, fueron ejecutadas por la misma mano, y puede que también alguna otra más de las que nos miran por las misteriosas naves de la catedral seguntina, tal que la de don Juan Ruiz de Pelegrina, en la capilla de San Marcos.
Y, puestos a corregir, nos corrigen los hidalgos al decirnos que tal vez don Martín Fernández, titulado en la obra de alabastro como “Señor de Pozancos”, puede que no lo fuese tanto, sino un simple mandadero de los obispos, encargado tal vez de la administración de esta parte de las tierras del verdadero Señor, el obispo de turno.
Hasta aquellos días en los que la majestad de don Felipe II estuvo necesitada de fondos con los que acudir a tantas empresas como emprendió. Pozancos, con Valdealmendras, Ures y tantas poblaciones más, estuvo bajo el poder episcopal; cuando el rey los sacó de la iglesia Pozancos pasó a ser dominio de un nuevo Señor, y aquí entraron en juego las enrevesadas tramas mercantiles de los banqueros genoveses y los caballeros castellanos buscando unos aumentar sus arcas; otros hidalguear con propiedades señoriales. Pozancos cayó del lado de don Alfonso de Mora, Chantre de la catedral quien, el 25 de junio de 1581, recibió la carta de pago que por algo más de 1.600.000 maravedís, le ponían en disposición de ser Señor de Pozancos, de Ures y de Valdealmendras. Los vecinos de Pozancos buscaron, convirtiéndose en Villa, comprar su libertad. Poblaciones hubo que por aquel entonces se hipotecaron para lograr alzar sobre su suelo la conocida picota o rollo jurisdiccional, hipoteca que les costaría dos o tres siglos pagar. A los de Pozancos se conoce que nadie les dejó fiado, pues tras los intentos del concejo, se quedaron bajo el señorío de aquel don Alfonso de Mora.
Los Señores de Pozancos
Poco conocemos de los descendientes del clérigo, en esta ocasión sin duda de ningún tipo, Señor de Pozancos, don Alfonso de quien, a su fallecimiento, en los primeros años del siglo XVII, debió dejar Pozancos y el resto de sus bienes en manos de sus familiares; quienes, al término del siglo, llevaban en la comarca un apellido sonoro: Lagúnez.
Los Lagúnez serán en Sigüenza, a lo largo de los últimos años del siglo XVII y siguientes, gentes de respeto, de poder y saneada economía. Desde que don Andrés Lagúnez de Villanueva fuese, en 1635, chantre y canónigo de la catedral. Un siglo más tarde, don Luis Lagúnez, Señor de Pozancos, será uno de los vecinos más distinguidos de la Sigüenza de 1752, cuando se lleva a cabo el Catastro de Ensenada. Para entonces Luis Lagúnez era hombre de cuantiosa fortuna. Entre sus posesiones se encontraban diez casas arrendadas en la ciudad episcopal, a más de las habitadas por la familia, siendo uno de los ganaderos más significativos del entorno de Sigüenza, con rebaños por aquí, y por los pastizales extremeños. Y, por si fuera poco, la práctica totalidad del término de Pozancos, le pertenecía. Sin duda, fue don Luis Lagúnez quien ordenó levantar en la plaza de Pozancos el palacio o palacete que dignificó el poder familiar, el palacio de los Lagúnez, que se mira sobre la fuente con la que dotaron a la plaza sus descendientes.
Hijo de don Luis Lagúnez será don Francisco Javier Lagúnez, quien continuará en el Señorío, y en la dedicación ganadera, siendo además Capitán del Regimiento Provincial de la Ciudad de Sigüenza; en 1791 era Acalde ordinario, y casi siempre figuró como miembro del Ayuntamiento. Su hijo, Manuel María, heredó el señorío y 1.800 cabezas de ganado lanar, entre otras numerosas propiedades. Siendo el hijo de este, don Manuel Demetrio Lagúnez quien, junto a don José María González Nieto, representaría a la ciudad de Sigüenza cuando el 18 de junio de 1814 acudan en nombre de la ciudad de los obispos, a dar la bienvenida al rey Fernando VII tras la Guerra de la Independencia: “…habiendo pronunciado el primero un breve discurso, manifestando a S.M. que preciándose ser de las primeras que habían levantado el grito de la Independencia, tenía la satisfacción, a pesar de las agitaciones y miserias de sus habitantes, errantes por los montes con tantos y continuos saqueos, de ser la única que puede gloriarse de no haber tenido un solo individuo que haya sucumbido a las pérfidas ideas del tirano, y haber sido la última que persistió con las armas en la mano hasta su total exterminio…”
En los años finales del siglo XIX ostentaba el señorío de Pozancos don Ángel Bayo de Lagúnez, quien al igual que sus antecesores tendrá un importante papel en la vida de Sigüenza hasta mediados de la década de 1890. Don Ángel Bayo de Lagúnez fundará en Sigüenza, junto a Luis Tamarit, el primer periódico conocido aquí, el “Eco Seguntino”, que vivirá entre 1890 y 1894. Antes de finalizar el siglo marchará a Madrid, para continuar su dedicación a la abogacía, contrayendo matrimonio con la riojana, de Santo Domingo de la Calzada, Ángeles Ugarte, en cuya localidad terminará estableciéndose, llegando a ser Alcalde de Santo Domingo y diputado provincial.
A don Ángel, señor de Pozancos, fallecido en Madrid el 4 de abril de 1916; le sucedería su hijo, don Humberto (o Huberto) Bayo Ugarte, quien como su padre se dedicaría a la abogacía, llegando a ocupar altos argos en la administración del Estado, visitando regularmente Pozancos, de donde continuaría titulándose Señor, muy a pesar de la derogación de los señoríos en el siglo XIX; encargándose de la construcción de la fuente local, e incluso de algunas obras de reconstrucción de la iglesia en la década de 1950; don Humberto tenía el privilegio, por herencia familiar, en la catedral de Santo Domingo de la Calzada, de “alzar la rueda”, rememorando el milagro de Santo Domingo, con el que se iniciaban los festejos de la ciudad. Pero eso, es otra historia. Don Humberto falleció sin descendencia, en Madrid, el 17 de abril de 1963. Sin duda, será menos recordado que aquel cura, Martín Fernández, quien desde su escultura de alabastro nos recuerda que, al final, cualquiera de nuestros pueblos tiene curiosas páginas del libro de su historia por descubrirnos.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 29 de noviembre de 2024
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