sábado, octubre 12, 2024

ALBENDIEGO, CAPITAL DE LA SERRANÍA

 

ALBENDIEGO, CAPITAL DE LA SERRANÍA

El próximo día 19 se celebra en la localidad el Día de la Sierra

 

 

   Sin duda, los alarifes que forjaron en piedra románica el espectacular ábside de la actual ermita de Santa Coloma, en Albendiego, no pudieron imaginar que, mil años después de que pusiesen en el entorno la última piedra, aquel se iba a ver arropado por el silencio de estos campos castellanos que, con la llegada de cada otoño, pintan la arboleda que la arropa de colores similares a la piedra dorada con la que se levantó aquel templo, ermita, santuario o casa santa, a la que se acogieron desde sus comienzos medievales los monjes de San Agustín, los mismos monjes que, en el tiempo bueno, cuando la primavera calentaba el ambiente, ascendían por estar más cerca de las divinas alturas, al Santo Alto Rey de la Majestad, lindando casi con los cielos azules, limpios, sanos y dominantes, de esta castellana y eterna tierra, en la que se juntan las de Soria con las de Segovia y descienden hacia estas de Guadalajara, tan castellanas como las demás.

   Desde aquí, desde Santa Coloma, Colomba o Columba, salió año a año la procesión de frailes, clérigos y aldeanos que todas las primaveras ascendía a la cumbre, a rendir tributo a la Majestad de las alturas, con sus cruces y con sus cantos. La leyenda, tan pareja en tantas ocasiones con la historia, nos enlaza la ermita con los caballeros Templarios, tan místicos en las páginas del libro de la historia. Alguien escribió aquello, añadiéndolo a la tradición, por el siglo XIX, después las plumas se han ido afinando al contarnos historias de las que incluso el gran cronista provincial, Juan-Catalina García López, se hizo eco: “Se supone no sé con qué fundamento, que los templarios construyeron en aquellas heladas alturas una ermita, y junto a ella una casa de residencia, dependientes una y otra de la iglesia de Santa Colomba, junto a Albendiego, pueblo que está a la parte norte de la sierra y del que aún es anejo el santuario”.

 


 

 

Albendiego, historia y arte

   Complejo resulta descifrar en qué momento de la historia aparece la población de Albendiego, agazapada bajo montes y riscos que dan pie a la leyenda y a la historia, de la que tantos ecos nos quedan.  Por aquí anduvieron las huestes árabes siguiendo al caudillo Al-Mansur; y por aquí rondaron las huestes castellanas de Rodrigo de Vivar; y las no menos feraces del gran condestable castellano, don Álvaro de Luna, quien hizo a la espada y a la pluma. De don Álvaro son las mejores y mayores referencias que de Albendiego y el entorno llegan hasta nuestros días pues fue, en las páginas de la historia, el primer señor natural de estos contornos serranos, que se tendían desde la raya de Albendiego a las almenas del castillo de Gormaz, luego que echase por tierra las defensas de la murada Atienza en aquel nefasto verano de 1446, dejando para la historia de esta tierra su página más negra: “Que no se entregó (rindió) Atienza porque el Maestre (Don Álvaro), alzó el real tocando sus trompetas, indignado de que el Rey no le quiso hacer merced de aquella fortaleza; y así se hubo de retirar desairado”. O lo que es lo mismo, que como el Rey no concedió al de Luna el Señorío de Atienza, mandó arrasar la villa de arriba abajo y, por si algo quedaba en pie, a la retirada le prendió fuego, para que no quedasen dudas de su inquina. Mal recuerdo dejó el condestable en la Serranía. En cambio sí que recibió el Señorío de Albendiego, los Condemios, Campisábalos, Somolinos, y algunos otros terruños de esta parte que, con el tiempo, acabarían en ramas segundonas de los Mendoza, que también por aquí alzaron pendones. También los levantaron los Beladíez, los Manrique y los Lozano, que fueron señores propietarios de grandes rebaños de ganado lanar con cuyo producto hicieron fortuna, hasta que se apagaron sus vidas, dejando sus señoriales casonas, andado que fue el siglo XIX.

   Para entonces, las piedras hablan, todavía Albendiego era, y se mostraba, como una de las principales poblaciones de esta parte de la eterna Guadalajara; su capital humano se cifró, a lo largo del tiempo, en torno a los quinientos habitantes, cuando no más; hasta que llegaron los años de la partida; los de hacer la maleta y buscar nueva vida en otras tierras; tiempos que llegan a nuestros días, con una población adormecida en su medio centenar de habitantes censados, que no residentes.

   Atrás quedó el cencerreo de las miles de cabezas de ganado lanar que descendieron por aquí en tiempo de trashumancia; y el sonido de los disparos de la escopeta del conde de Romanones, sus hijos y conocidos, a la caza de las sabrosas codornices que por esta tierra supieron escabechar como por ninguna otra; y quedó, oteando los horizontes, la joya en piedra de Santa Coloma; tal vez, uno de los monumentos del periodo románico más significativos de toda la provincia, y no solo de Guadalajara, de Castilla entera, podríamos aseverar.

 

Gentes y temples

   También, de aquel capital humano que pasó y dejó huella, quedan en Albendiego nombres para su historia; desde Diego de Aguilera, que fue paje de la emperatriz Isabel, coronada como tal por Carlos I, a Diego de Bellosillo, que tomó parte en los concejos de Atienza a lo largo del siglo XVIII; o Marcos Luengo, que dejó estos campos para pasar a ser uno de los más  soñadores copistas del Museo del Prado y murió en soledad y de improviso en una pensión de la madrileña calle de las Delicias, cuando el decenio de 1960 comenzaba. Los guadalajareños de Madrid, con Francisco Layna Serrano a la cabeza, costearon la tristeza de sus honras fúnebres, que a ellas apenas pudieron llegar desde Albendiego sus deudos.

   En la nómina no falta Mateo Núñez, confitero de aquí, que por un ¡vaya usted a saber!, alcanzó a tener entre sus tesoros un trocito de la Cruz en la que Cristo murió, y un pedacito del velo de su Santa Madre. El confitero los donó, antes de su muerte, a la Virgen de los Dolores, patrona de la hidalga villa de Atienza que, con su “auténtica”, aprobó el 24 de junio de 1786 el dignísimo Señor Obispo de Sigüenza, Don Juan Díaz de la Guerra.

 

El Día de la Sierra

   Este será el marco sobre el que, el próximo día 19, se pinte en Albendiego el Día de la Sierra, reuniendo aquí a todos los serranos de corazón y sentimiento, amparados bajo el manto de esa Asociación Cultural, surgida por estos lares, la Asociación Serranía de Guadalajara que ya, próximo a sus dos decenios, recorre año a año una cualquiera de nuestras poblaciones, con esta diecisiete.

   A lo largo de la jornada se sentirá el vivir serrano y las calles de Albendiego volverán a vibrar con la música de la dulzaina y el sonido del tambor; con los libros y cantos de la Serranía; con las gentes que la sienten y celebran.

   Santa Coloma volverá a vibrar una vez más con la visita de decenas de curiosos que, ávidos de conocer, fijarán su mirada en la filigrana de piedra de su ábside milenario, y lo harán también con la historia lejana que nos habla de un tiempo en el que, por estos campos, las manos se apretaban en el trabajo carpintero que dio fama a la población, integrada en aquellos Cinco Gremios Mayores de Madrid, que liquidaron su hacienda de aquí mediado el siglo XIX.

   Será, sin duda, un día para vivir y compartir; para celebrar que Albendiego, como la sierra de Guadalajara, como todos y cada uno de nuestros pueblos, mantienen la vida y la esperanza.

   Viajar hasta allí, para sentirlo, merece la pena.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 11 de octubre de 2024

 

ALBENDIEGO. DONDE LA PIEDRA SE HACE ARTE



Albendiego (Guadalajara) es nombre que suena a historia lejana, tanto que nos invita a descubrir su pasado; o al menos dedicar unas páginas a una población que fue importante, en habitantes y arte, a lo largo de la historia, y que el avance de los siglos ha condenado al  silencio y la despoblación.




   Suena el nombre mucho antes de la reconquista cristina de esta parte de la tierra de Atienza. Nombre que se irá repitiendo a través de los siglos, desde que por vez primera, o segunda o tercera, que nunca la historia, o los historiadores, se pondrán de acuerdo, en los años finales del siglo XI o en los comienzos del XII.





   De lo que no podemos dudar es de que en los diccionarios y enciclopedias, nacidas en los últimos años del siglo XVIII y que alcanzan la gloria en el siguiente, a Albendiego, el hoy pequeño y  apartado municipio de la Serranía de Atienza, o de Guadalajara, ocupa su lugar. Un lugar en el que, antes de entrar en los diccionarios, tuvieron asiento los caballeros templarios, o los hospitalarios de San Juan de Jerusalén. En donde se labró la piedra y dejó para la posteridad uno de los más hermosos conjuntos románicos de la provincia de Guadalajara y, por qué no, de Castilla también.




SUMARIO

MEMORIA DE ALBENDIEGO  /  9

LA GEOGRAFÍA  /  19

LA HISTORIA REMOTA  /  29

ALBENDIEGO EN LA EDAD MEDIA  /  37

DE LA EDAD MODERNA AL SIGLO XIX  /  55

EL PATRIMONIO RELIGIOSO  /  63

ALBENDIEGO SIGLO XIX  /  77

ALBENDIEGO, EL URBANISMO Y EL CONCEJO  /  83

NOMBRES PARA LA CRÓNICA DE ALBENDIEGO  /  99

LA ROMERÍA AL ALTO REY  /  103

LOS APÉNDICES  /  119


EL  LIBRO:
  • Tapa blanda: 299 páginas
  • Editor: Independently published
  • Idioma: Español
  • ISBN-10: 1071396552
  • ISBN-13: 978-1071396551





 

 

 

 

 

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