sábado, marzo 23, 2024

EL MILAGRO DE FUENTELENCINA

 

EL MILAGRO DE FUENTELENCINA

Ocurrió en el siglo XVII, cuando una niña de pocos meses pronunció su primera palabra

 

    Es Fuentelencina uno de esos pueblos que ha querido no sólo mantener, sino que también ha aumentado, con el respeto que se deben a costumbre y tradición, su legado etnográfico, añadiendo a lo pasado lo reciente. Dado que aquí se representa una de las Pasiones Vivientes, junto a Hiendelaencina, más sentidas, y seguidas, de la provincia de Guadalajara.

   Fuentelencina es nombre que proviene de Fuentelaencina, y este de la Fuente de la Encina que, no hace falta profundizar demasiado, puesto que la imaginación nos lleva al pie de una encina en la que brotó una fuente, o creció, junto al brotar del agua, la encina que dio nombre al entorno.

 

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El libro de Fuentelencina, aquí

 

   Los encargados de dar respuesta al interrogatorio para llevar a cabo las conocidas Relaciones Topográficas ordenadas en tiempos de Felipe II, ya nos contaron algunas leyendas de las que circulaban en el siglo XVI, diciéndonos que: este, es pueblo muy antiguo según su asiento y cercas y señal de cavas (fosos), aunque de la primera fundación no se tiene memoria, sí hemos de entender que cuando se ganó Zorita, o entró en poder de los cristianos como su cabeza y castillo de esta tierra, también entrarían los lugares de esta tierra y comarcas y anexos de ellas. Parece que cuando Doña Zaida, hija del Rey Abenabet de Sevilla, que para casarse con el Rey Don Alonso el sexto que ganó a Toledo, que fue su sexta mujer, se tornó cristiana, y aunque el Rey mandó que no se llamase María por reverencia a la Madre de Dios, sin embardo de esto se llamó Doña María Zaida, aunque al Rey al principio le dijeron que se llamaba Isabel. Leyendas que llegan, desde el remoto siglo XVI, a nuestros días, y alegraron las noches invernales al amor del fuego del hogar.

   Fuentelencina fue en su tiempo villa murada, con puertas y torres que la defendieron de intrusas incursiones como la que se vivió, contaron, en el lejano siglo XV, cuando los navarro-aragoneses que ocuparon una parte de la provincia, probablemente desde Torija, intentaron continuar su conquista de la Alcarria. Aquellos derribaron las murallas, y los de Fuentelencina las volvieron a levantar para hacer frente a los comuneros guadalajareños que, nuevamente, la trataron de conquistar. En esta ocasión fueron los caballeros de Calatrava, fieles a la realeza de Carlos I, los que se les opusieron.

 

Fuentelencina, su convento y sus reliquias

   Contó Fuentelencina con la institución de un convento de monjas franciscanas fundado cuando el siglo XVI concluía y que, a pesar de su vida breve, dejaría su poso histórico en la villa cuando, tras algún tiempo en búsqueda de fundadora, el concejo la encontró en doña María de Heredia, como contase el historiador de la orden franciscana, Fr. Pedro de Salazar: El año 1602 se fundó el sobredicho Monasterio (de Fuentelencina), y se tomó la posesión el mismo año, día del Glorioso San Diego. Y vinieron a fundarle de los Monasterios de La Concepción de Guadalajara y de Santa Clara de Alcocer. La fundación fue de esta manera: En el pueblo se deseaba tener un monasterio y trataron de ello. Y sabido esto acudían religiosos de distintas órdenes a querer fundar en la dicha Villa, y por tener muy cerca el religiosísimo convento de La Salceda, nunca se convinieron en que el sobredicho monasterio fuese de religiosos

   Así pues, lo fundaron de religiosas. Doña María de Heredia, finalmente la fundadora, donó su hacienda a tal fin, e ingresó en el convento como monja, siendo parte importante en ello la ayuda económica del Concejo, junto con la aportación vecinal, sin despreciar la hacienda y posesiones que en el pueblo tenía el Cabildo de San Nicolás, motivo por el que la nueva institución recibiría el nombre de “Convento de Religiosas de la Purísima Concepción y San Nicolás”. Aquí vivieron las religiosas en paz y gracia de Dios hasta que, en aquellos días de la invasión francesa, sintiendo de cerca el galope de los caballos de napoleónicos decidieron dejar el apartado rincón de Fuentelencina por el más bullanguero, y probablemente seguro, ruedo de Pastrana, en donde encontraron cobijo, sintiéndose sin duda más cómodas, pues a Fuentelencina ya no regresaron.

    Tiempo antes de la fundación del convento debió de ser cuando a la villa llegaron un incontable número de santas reliquias, de las que se tuvo conocimiento de su existencia, y de su pertenencia. La manera en la que arribaron a la población se la contaron en el siglo XVI al rey Felipe II, que se pirraba por estas cosas.

 

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   Desde Fuentelencina le dijeron que en la iglesia de la parroquial de esta villa hay muchas reliquias notables que parece que el padre Valentín Josef, de la Compañía de Jesús, natural de esta Villa, hixo donación a esta iglesia en el Ayuntamiento de ella, por donación de quince de Enero de mil quinientos setenta y cinco, de estas Reliquias Siguientes: Un pedazo de la cruz de Nuestro Señor, y una cruz pequeña sobre el Agnus Dei. Un hueso de San Vicente, otro de del Sr. San Andrés, otro de Santa Cristina, otro de los Santos Macabeos Mártires. Otro de san Gil Abad. Dos piedras del sepulcro de Nuestro Señor. Otro de San Francisco de Paula. Dos huesos de San Mauricio y compañeros. Otro de San Timoteo y otro de Santa Bárbara…

   Sigue la relación con otras veinte Reliquias de otros tantos Santos y mártires, y concluye diciendo: Las cuales están en un relicario bien puestas, y en medio una imagen ante la qual el que reza gana muchas Indulgencias.

   Y, además, en 1552, se encerraron en una pared, o se tapiaron en ella, con su correspondiente rótulo, junto al altar de San Nicolás, a la subida de la torre, por no tener testimonio de su veracidad, bastantes reliquias más.

 

El milagro de Fuentelencina

   Quizá en alguna de ellas estuviese el origen del famoso milagro que traspasó los confines de la población, y del tiempo. Milagro que recorrió las plazas de los pueblos de la Alcarria y se instaló en las páginas de los libros de la historia, hasta llegar a través de ellos a nuestros días.

   Sucedió el 1º de noviembre de 1652, en medio de la discusión real en torno al dogma de la Inmaculada. A alguien de renombre, dentro de la Villa, se le ocurrió decir aquello de: ¡Esto lo saben hasta los niños de pecho!

   Y dándole el pecho a una niña se encontraba una buena mujer de Fuentelencina cuando, quien aquello dijo, preguntó a la infantil criatura, de apenas unos meses. Y la criatura, a la pregunta de si era o no cierto que ella lo sabía, respondió con, al parecer, un rotundo: ¡!

   La noticia trascendió el ámbito local, puesto que los intervinientes en el caso eran personas de sesudo juicio, con nombre y apellidos sonoros; llegando a oídos del Cardenal Arzobispo de Toledo, a la sazón don Baltasar de Moscoso, quien envió hasta Fuentelencina al vicario de Alcalá para recabar la información testifical sobre el suceso; que lo hizo. Don Juan-Catalina García López, quien nos legó el hecho a través de su obra, nos añadirá que: El milagro de Fuentelaencina, como se le llamó, fue muy divulgado, y alguna mención he visto de él en los libros de aquel siglo.

   También nos dejó escrita otra curiosidad en torno al caso, y es que, a partir de aquel día en el que por vez primera la chiquilla pronunció su ya conocida palabra, en todo momento, y cuando la preguntaban por lo mismo, la respuesta era invariable: ¡Sí!

   Pequeñas historias, o leyendas, de nuestros pueblos, que también tienen cabida en los libros de sus grandes hazañas.

   Algo que añadir a la visita que, casi obligada, debemos a la localidad. En ella, repetimos, se representa una de las Pasiones Vivientes más sentidas; en este curso, el próximo día 29.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 22 de marzo de 2024

 

 

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