viernes, febrero 10, 2023

ROBLEDO, DE MEMORIA

 

ROBLEDO, DE MEMORIA

Historia y Tradiciones de Robledo de Corpes

 

   A Robledo, siguiendo el dictamen de la Comisión Geográfica Nacional, se le puso el apellido “De Corpes”, para distinguirlo de las numerosas poblaciones denominadas “Robledo”; como a Beleña se le añadió el “Sorbe”, o a Riofrío, “El Llano”.

   Hasta que eso sucedió, en la primavera-verano de 1916, Robledo era, simplemente, Robledo, o Robredo, nombre sin duda relacionado con la ingente cantidad de robles que pueblan sus montes. Robledales que se extienden a lo largo y ancho de esta tierra y ascienden por las faldas del Alto Rey, aproximándose a la cumbre de la montaña sagrada de la comarca.

   En aquel tiempo, cuando a Robledo se le puso apellido, todavía estaban en funcionamiento algunas de las minas de plata que dieron riqueza a la comarca de Hiendelaencina, y que no sólo horadaron los suelos de este pequeño emporio de la plata española, europea también. Los pozos mineros se extendieron más allá de Hiendelaencina, por Gascueña y Villares de Jadraque, Alcorlo, Congostrina, La Bodera y, por supuesto, Robledo de Corpes que fue, sin duda, una de las poblaciones más pujantes en número de explotaciones, parejas a las de Hiendelaencina, e incluso a Robledo le cabe el honor de que sus tierras fuesen pioneras en la explotación de preciosos metales con la plata relacionados, puesto que, dos años antes de que Pedro Esteban Górriz registrase su pozo “Santa Cecilia”, aquel famoso 14 de junio de 1844 en que cambió parte de la historia comarcal, en Robledo ya funcionaba la mina “La Abundancia”, en el paraje del Linarejo, perteneciente a la Sociedad Minera Alcarreña, que la dejó registrada el 19 de noviembre de 1842 ante el Gobierno Civil de Guadalajara. A partir de ahí, el número fue creciendo de año en año hasta alcanzar un número que pudo rebasar el centenar.

   Por supuesto que, junto a la minería, llegaron hombres que marcaron el tiempo, como lo fue don Clemente Lezaún Izquierdo, natural de Atienza, licenciado en Medicina y Cirugía por el Real Colegio Universitario de San Carlos de Madrid en 1845, y que llegaría a ser uno de los principales industriales, emprendedores y mandamases de la minería en la comarca, y de Robledo en particular, además de alcalde de la población, en la década de 1860.


 

 

El pasado de Robledo de Corpes

   Como la mayoría de las poblaciones del entorno, el nombre de Robledo no comenzará a sonar en la historia casi reciente de los últimos mil años hasta que, tras la reconquista cristiana de esta parte de la histórica Castilla, comenzaron a establecerse los pobladores que siguieron a los reconquistadores. Hasta que al obispo don Lope Díaz de Haro no se le ocurrió otra cosa que fundar en Atienza, en 1269, una Cátedra de Gramática, llamando para sostenerla con sus aportaciones económicas a la inmensa mayoría de las poblaciones que entonces pertenecían al Común de Villa y Tierra de aquella villa. Entre las poblaciones llamadas se encontró Robledo, o Robredo, sin que conozcamos muchos más datos en torno a la existencia de la población hasta que, dos siglos después, una buena parte de esta tierra, los llamados sexmos del Henares y Bornova, pasaron a pertenecer a Gómez Carrillo y después al todopoderoso Cardenal de las Españas, don Pedro González de Mendoza quien las pasaría a su hijo primogénito, don Rodrigo Díaz de Vivar y de Mendoza, de tanto grato recordatorio histórico como lo fue su padre.

   Al elaborarse lo que hoy conocemos como “Catastro de Ensenada”, fechado en Robledo el 13 de agosto de 1752, Robledo apenas superaba los doscientos habitantes, entre ellos, dos pobres de solemnidad y un cura, don Juan de Ortega.

   Por entonces el pueblo vivía, mayoritariamente, de la ganadería; de la elaboración de queso y carbón; de cuidar sus rebaños y extraer de la tierra el poco fruto que esta daba; poco pero suficiente para mantenerse a lo largo del año, y celebrar sus festejos principales en honor de San Roque y de Santa Quiteria, sin duda, con música, danzas, cantos, rezos y una caridad que por cuenta del concejo se ofrecía a los vecinos.

   Un siglo después, cuando lo del apoteosis de la plata, Robledo llegó a tener una población que rondaba los mil y pico de habitantes, a pesar de que los censos oficiales situaron su vecindario en torno a los ochocientos, que se mantuvieron durante algún tiempo hasta que, conforme se fueron secando los filones, se fueron marchando los aventureros por el camino que trajeron quedando, al término del siglo de la plata, el XIX, en Robledo, una población cercana a los quinientos, hasta que las décadas de 1950 y 60 comenzaron a vaciar nuestros pueblos.

 

Robledo, de memoria

   A pesar de ello, de ese vaciarse nuestros pueblos, y con ellos Robledo de Corpes, quienes se quedaron mantuvieron costumbres, lenguajes, canciones, trabajos, vestuarios u oficios tradicionales que quienes nacimos en aquellas décadas tuvimos el gusto de conocer y, en ocasiones, conforme se nos van echando encima los años y mudan los tiempos, incluso añoramos.

   De ahí que, al abrir las páginas del libro de la memoria de Robledo nos demos un paseo por todos aquellos oficios de felice recordación, y se nos plasmen ante nuestros ojos las imágenes de nuestras abuelas o vecinas hilando o cardando lana; se nos vengan al presente los olores de la matanza, de la cochura de dulces, pan y mantecados, al calor del horno de leña; escuchemos el tintinear suave de las campanillas de las mulas; asistamos, aunque sea en la distancia de la memoria del tiempo a la recolección, a extender la parva y, subidos sobre el trillo, pasar una tarde en la era mientras alguien lanza al aire su copla, templando al aire la bota:

Un polvo tras otro polvo,

hacen una polvareda.

Un trago tras otro trago,

hacen una borrachera.

   La historia de Robledo de Corpes es íntima y es densa. Es una historia que va más allá de la propia historia. Robledo es pueblo que se quedó a un lado de los caminos principales; de la carretera que desde Atienza, a través del siniestro Barranco del Hierro, llevó a Hiendelaencina y, después, a correr mundo. La historia de Robledo, de sus gentes, de sus cantos, de su pasado y su presente se quedó allí; la ha rescatado con pulso y tiento quien mejor lo podía hacer, un hijo de la población, en este caso compañero de páginas en este Nueva Alcarria que a tantos lugares lleva el sentir de Guadalajara, José Antonio Alonso Ramos, añadiendo a su ya larga historia de títulos y publicaciones el que, quizá, haya de figurar entre los más importantes de su bibliografía, pues nada hay más hermoso que escribir la historia, el devenir, del pueblo de nacimiento; y cuando el pueblo de nacimiento lo agradece, como es el caso, porque Robledo de Corpes es pueblo agradecido, miel sobre hojuelas.

   El libro en cuestión vio la luz hace unos meses: Pero es, sin duda, de esos libros que no tienen fecha de caducidad, pues pasarán cincuenta, cien años y, como los buenos vinos, se sacará de la alacena para observar una imagen, quizá la de la tía Marta peinándose en las Peñuelas; o la de María escarmenando lana; o la de Eugenio retomando en el aire el romance de Gerineldo, o cualquiera otro de los que, entresacados de las páginas de la memoria de Robledo, nos llevan a las calles de la juventud:

En el alto de aquel cerro/ hay un pastor asentado,

Haciéndose una zamarra/ para guardar su ganado.

  Y es que, Robledo de Memoria, es de esos libros que llenan las horas. Dichoso sea el autor por este inmenso trabajo; y dichosos aquellos que no dejen pasar la ocasión de hacerse con él.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 10 de febrero de 2023

 


 Robledo de Corpes, más sobre el libro pulsando aquí

El libro de Robledo, aquí

 

 

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