MEMORIA DE RAFAEL ALMAZÁN GARCÍA.
El Alcarreño que batalló contra el cólera en Aranjuez
La mañana del 2 de julio de 1885, a Su Majestad el Rey, que lo era don Alfonso Francisco de Asís Fernando Pío Juan María de la Concepción Gregorio Pelayo de Borbón y Borbón, o con mayor brevedad, Alfonso XII, se levantó decidido a pasar a la historia. Al romper el alba se levantó, se aseó, salió a la plaza de palacio, pidió una berlina de las que a modo de taxi del siglo XX circulaban entonces por las calles de Madrid, a la que ordenó marchar a la estación del Pacifico, tomó el tren y dos horas más tarde se encontraba en Aranjuez, donde le recibían las altas autoridades del Real Sitio, con su Alcalde al frente. Desde la estación comunicó al Presidente del Consejo de Ministros, don Antonio Cánovas del Castillo, el lugar al que se dirigía.
Cánovas movilizó a las autoridades todas del reino ante lo que vieron como una auténtica locura. La mayor locura que un Rey podía llevar a cabo. El Rey, con su asistente personal, el coronel Angosto, y sin dar cuenta de sus actos, viajaba a un lugar en el que una epidemia hacía estragos entre la población, y entre los regimientos reales. Aranjuez se encontraba aquel 2 de julio de 1885, como media España, bajo la mayor epidemia de cólera entonces conocida. En el Real Sitio, en apenas unos días, los cementerios se quedaron chicos ante la inmensa mortandad causada por la enfermedad.
Rafael Almazán, Alcalde de Aranjuez
Es más que probable que a don Rafael Almazán García, el Alcalde entonces del Real Sitio, no tuvieran que despertarlo, aunque sí advertirle la próxima visita. Don Rafael, uno de los farmacéuticos más prestigiosos de aquella España que se debatía entre la vida y la muerte, seguramente, pasó la noche de un lugar a otro del lugar que gobernaba, asistiendo a sus pacientes y vecinos. En Aranjuez estaba considerado como un hombre de acción, de esos que no se doblegan ante las dificultades, al contrario, sacan pecho y se ponen al frente de quienes tratan de luchar contra la adversidad. Por ello en Aranjuez siempre fue un hombre admirado.
Contaba, don Rafael Almazán García, a la sazón, treinta y tres años de edad, y apenas hacía diez o doce que se encontraba en aquella población, a la que llegó una vez terminó sus estudios de Farmacia. Estudios que llevó a cabo siguiendo la tradición familia, su padre fue farmacéutico y su abuelo boticario en la ciudad capital de la Alcarria. En Guadalajara, donde don Rafael Almazán nació el año de gracia de 1852.
En Guadalajara dio sus primeros pasos; fue alumno de su Instituto, en el que se hizo Bachiller, y de donde salió para completar su preparación universitaria en el Real Colegio Universitario de San Carlos, en cuya Facultad de Farmacia se licenció en 1873.
EPISODIOS DE LA PRIMERA GUERRA CARLISTA EN GUADALAJARA (Pulsando aquí)
Aranjuez era, cuando don Rafael llegó a la población, un hervidero de gentes, superando incluso en número de habitantes, a nuestra capital de provincia.
Cuando el Rey llegó a la estación, aquella mañana del 2 de julio de 1885, don Rafael llevaba como Alcalde de Aranjuez un año escaso. Sus dotes para la oratoria, su saber estar y don de gentes atrajeron la atención de los sabios políticos del partido de don Antonio Cánovas del Castillo, a la hora de convencerlo para que se pusiese al frente de una localidad tan destacada. Y haciendo caso a la llamada dejó que su nombre ocupase lugar de honor en la Alcaldía a partir de 1884; cuando las alcaldías eran ocupadas por los mismos hombres, como mucho y por lo general, por espacio de dos años. Una manera como otra cualquier de luchar contra la corrupción, a la que parece que los españoles siempre le hemos tenido un cariño especial.
El Rey en Aranjuez
La historia y sus circunstancias nos han privado de conocer si Alfonso XII pudo ser un buen o mal Rey. De momento los historiadores de su tiempo le dieron el apelativo de “el Pacificador”, pues con su llegada se puso fin a un siglo lleno de vueltas y revueltas. Un siglo de guerras y alteraciones políticas que parece que se calmaron en cierta medida con el ascenso al trono de don Alfonsito; y con la boda de don Alfonsito con la infanta doña María de las Mercedes, que tranquilizó de alguna manera al mayor de los conspiradores españoles de aquel tiempo, su padre, el señor duque de Montpensier, quien retaba a duelo de sable o pistola a la menor ocasión.
Don Alfonso se dirigió al hospital de coléricos, donde agonizaban decenas de hombres. Allí les dio la mano, los consoló, les dejó palabras de aliento y, hecho aquello, tomó el tren de regreso a Madrid. Allí los retrató la plumilla de Joaquín Comba, de los dibujos pasaron al óleo del pintor Bermudo, de visita en Aranjuez, de donde era su esposa, Rosa Ardura.
Claro está que la vuelta no pudo ser como la ida. El pueblo de Aranjuez, al conocer el gesto de Su Majestad, se echó a la calle y lo llevó prácticamente en volandas a la estación; y su llegada a Madrid tampoco fue como la silenciosa y escondida partida; incluso la reina, que ya lo era doña María Cristina Desolada de Habsburgo-Lorena lo aguardaba en la estación. Aclamado por las gentes de Madrid hizo el recorrido Su Majestad desde la estación hasta Palacio. Al paso por el Congreso de los Diputados salieron sus Señorías a aclamar el paso real, y cuando el carruaje entró en la Puerta del Sol para tomar la calle del Arenal por la que bajar a la plaza de Oriente, el gentío madrileño se echó sobre la carretela, desenganchó los caballos, y los madrileños llevaron en volandas al Rey, en su calesa, hasta las puertas de palacio. Sólo un grito se escuchaba: ¡Viva el Rey Valiente!
Don Rafael
Allá se quedó, en aquel Aranjuez que comenzó a ser parte de su ser, don Rafael Almazán García, quien como hijo de aquella Guadalajara que por los mismos días se debatía entre la vida y la muerte, ofreció su mano.
Acá batallaba contra el cólera otro de los hombres que se ganaron su lugar en la historia, don Román Atienza, y desde Guadalajara, conociendo la labor de nuestro hombre, se le remitió carta de gratitud, que don Rafael, con todo cumplimiento, agradeció. Sin embargo, los guadalajareños pidieron algo más, y en parte lo lograron. Los guadalajareños se echaron a la calle para, en organizada manifestación que se había de congregar en la plaza Mayor, recorriendo las calles principales, para dar las gracias. Una manifestación de gratitud de las que por entonces se hacían.
MADERADAS Y GANCHEROS EN EL TAJO (Pulsando aquí)
La prohibió, cuando ya las banderas de las asociaciones flameaban al viento, por lo que podía acarrear la reunión de un elevado número de gentes, el gobernador civil, que lo era don Juan del Nido Segalerva. En la cabecera de la manifestación, no podía ser de otra manera, se encontraba don Enrique Almazán García, hermano del homenajeado, farmacéutico en nuestra capital y a la sazón segundo teniente de Alcalde de la ciudad. Dejó el cargo de Alcalde Aranjuez, para dedicarse a sus oficios farmacéuticos al año siguiente, en 1886. A partir de aquí todo sería trabajo y dedicación a una profesión, la Farmacia, a la que dedicó su vida.
Después el paso del tiempo fue premiando su labor. En 1895 fue designado Farmacéutico de la Real Farmacia que por entonces abrió sus puertas en Aranjuez para el exclusivo servicio de la familia real, y de los empleados del Real Sitio. Sin dejar, por supuesto, de atender a los vecinos de Aranjuez, que lo volvieron a proclamar su Alcalde en aquellos tiempos en los que España comenzó a perder sus últimas colonias. Entre 1897 y 1902 volvió a dirigir el consistorio, y como primer edil fue el encargado de recibir al nuevo rey, el infantil Alfonso XIII, en su primera visita al Real Sitio.
También le premiaron con aquellas grandes cruces que cuelgan de la pechera y en unos son motivo de envanecimiento y otros las reciben porque obligación manda: la placa de Isabel la Católica, la medalla de la Regencia; de la Coronación; de… También fue gentilhombre de Su Majestad, y el encargado de inaugurar el monumento a Alfonso XII en Aranjuez el último día de mayo de 1897.
GUADALAJARA EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA (El libro, aquí)
Se quedó para siempre en Aranjuez el 11 de agosto de 1923, a los 71 años de edad. El Rey, aquel Rey valiente que tanto prometía se marchó a la tumba muy poco después de aquella inusual valentía; cuatro meses después de aquello, en el noviembre del fatídico año “del cólera”, se quedaba para la eternidad en la cripta del Escorial.
La historia, y sus sorprendentes memorias que, de cuando en cuando, hay que sacar del olvido. Porque de cuando en cuando, en alguno de sus aspectos, se repite.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 26 de marzo de 2021
EL CID EN TIERRAS DE GUADALAJARA (Pulsando aquí)
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