RUGUILLA:
MEMORIA DE ELENA SANZ
Los hijos del
rey Alfonso XII dieron sus primeros pasos en Ruguilla
Elena Sanz ha pasado a la historia con ese
nombre. Otros la hemos rebautizado, como “La Favorita”, o “La Perla de París”.
Servidor incluso se atrevió a darle el título de “Reina”, porque pudo reinar en
España en unos tiempos, los del último tercio del siglo XIX, en los que España
tenía un rey joven al que le buscaban, precisamente, una reina.
Su verdadero nombre era digno de las casas
aristocráticas, Elena Armanda Nicolasa Sanz y Martínez de Arizala Carbonell y
Luna. Pateando, sus apellidos llegaban a tocar la hidalguía de sus parientes,
los condes de Cabra, a pesar de que Elena, muerto el padre, y sin posibles, lo
más que aspiró fue a educarse en un colegio de niñas huérfanas de buena
familia, el de las “Niñas de Leganés” que, costeado por el duque de Sesto y
marqués de los Alcañices, se levantaba en la calle de la Reina de Madrid, junto
a la iglesia de la Presentación en la que las niñas, los domingos y fiestas de
guardar, endulzaban los oficios con la miel de sus voces en lo que era el mayor
atractivo que Madrid ofrecía a propios y extraños en la década de 1860.
Elena Sanz junto a sus hijos Alfonso y Fernando |
La reina, doña Isabel II, aficionada al
cante como ella sola, solía pasearse de cuando en cuando por la capilla de la
Presentación, ante todo cuando en las cuaresmas las niñas ofrecían lo mejor de
su ser, y de su voz, para goce y disfrute de quienes costeaban sus estudios.
Entre aquellas voces, a juicio de su director, un hombre que pasó a la historia
de la composición, Baltasar Saldoni, destacaba la voz melosa y dulce de Elena
Sanz. Tanto que hasta la reina la quiso conocer, y se la presentaron. Se
conocieron en vísperas de la Gloriosa que terminó con el reinado de doña Isabel
II. Aquel septiembre de 1868 Elena Sanz salió para París, a educar su voz para
dedicarse al cante y doña Isabel camino del exilo. Antes de separarse, sin
sospechar que no tardarían en verse, y por si pasaba por allí, la reina encargó
a la joven Elena que si caía alguna vez por Viena no dejase de saludar a su
hijo: Alfonsito, príncipe de Asturias, quien en la Viena de Austria, Francisco
José y Sissí, se preparaba para ser un día el rey de las Españas.
Se conocieron, y contamos, quienes hemos
seguido la historia, que de aquel encuentro surgió la flecha del amor sin
fronteras ni barreras. Elena tenía unos cuantos años más que Alfonso. Por
supuesto que nadie pensó que de aquellos encuentros, discretos y sin ataduras,
pudiera surgir el amor. Fueron un par de años, los primeros de la década de
1870, algo tórridos para la pareja. Después llegó la separación. Elena se
dedicó a lo suyo, el cante; y Alfonso a lo suyo también reinar.
Para encontrarse de nuevo tuvieron que pasar
unos años. Cuando lo hicieron Alfonso estaba convertido en la esperanza de
España y Elena, tras una gira gloriosa por Argentina y Brasil, junto a Julián
Gayarre, se preparaba para ser la estrella de la nueva temporada del Teatro
Real de Madrid, que la abrió el 4 de octubre de 1877 con aquella obra que la
dio sobrenombre: “La Favorita”. Gayarre era el rey. El verdadero, Alfonso XII,
se presentó en el teatro al día siguiente, y el amor suspendido encontró de
nuevo el haz de su luz.
Fue una historia melosa. Al uso de las
novelas por entregas a las que tan aficionados eran por entonces los
madrileños. Una historia tan real que Elena comenzó a ser admirada mucho más
allá de los escenarios, y a ser vista, con malos ojos por la alta nobleza y el
Gobierno, como reina de España. Es por ello que a don Alfonso le buscaron
reina, su prima, Merceditas quien, desgracias del destino, no vivió demasiado.
Las penas de la viudez las pasó don Alfonso
junto a Elena, en el palacio de Riofrío. Hasta que llegó la hora de buscarle
nueva reina, porque Elena, una cantante de ópera, a pesar de que fuese una de
las más aplaudidas y celebradas de Europa, no podía ser. Cuando lo casaron, con
prisas, Elena esperaba un hijo del rey. La enviaron, para evitar el escándalo,
a París. Allí nació Alfonso Enrique Luis María Sanz Martínez de Arizala, el 28
de enero de 1880 y, de vuelta a Madrid, un año más tarde, Fernando, el 25 de
febrero del 81. Para entonces nuestro rey tenía nueva reina en el trono, María
Cristina quien, en duelo de mujeres, y por todos los medios, trató de apartar a
Elena de Madrid. Y lo logró.
Pero antes de que aquello sucediese Elena,
junto a su madre, doña Dolores, y no pregunten cómo ni a través de quién,
conocieron a una mujer joven que podía criar a los niños. Era algo habitual en
un tiempo en el que las damas de la alta nobleza reservaban sus cuerpos, y
pechos, para la mirada pública. Para amamantar a sus hijos buscan “un ama de cría”. Elena la encontró en
Ruguilla. Un pueblecito de la Alcarria, en lo más hermoso de Guadalajara. En
Lucía de la Roja.
Los chiquillos, Alfonso y Fernando, llegaron
a Ruguilla en la primavera de 1881, y por allí anduvieron y corretearon ajenos
a cuanto sucedía con su madre y ocurrió con su padre, don Alfonso, que bajó a
la tumba sin reconocerlos, a pesar de que a punto estuvo.
Casi todos los domingos, un elegante coche
de caballos llegaba a Ruguilla, hiciese mal o buen tiempo y, junto a la ermita
de la Soledad, dos mujeres cubiertas de velos descendían de él y buscaban la
casa en la que aquellos chiquillos vivían. Al cabo de la tarde las damas
partían. La escena se repitió una y otra vez a lo largo de tres o cuatro años.
Muerto el rey, en aquel nefando otoño de
1885, los niños cambiaron Ruguilla por París y la Alcarria perdió su memoria.
La reencontró muchos años después, cuando los hijos de Elena llevaron a los
tribunales a la familia real, en busca de su legitimación. Fue un pleito
farragoso que llenó páginas de prensa, nacional y extranjera. Los hijos de
Elena, y de Alfonso XII, pleiteaban por su reconocimiento legal en la España de
1908, llevando a los juzgados a príncipes, infantes, duques, ministros… También
se pidió el recuerdo de aquella familia de Ruguilla.
Elena Sanz, la Perla de París (La novela, pulsando aquí) |
La historia de amor entre Elena y Alfonso se
cuenta en una obra que, quienes la han leído, no han dejado de aplaudirla: “Elena Sanz. La Perla de París”, que
llegó a obtener el accésit del premio “Hispania”
de novela histórica hace dos o tres años.
Elena murió joven, del mismo mal que su
Alfonso; en Niza, donde se refugiaban las reinas sin trono y las emperatrices
sin imperio. Aquella familia de Ruguilla tuvo mejor suerte, dentro de la suerte
que acompaña a los humildes. Al marido de aquella ama de cría, Domingo Recuero,
le buscaron empleo en la Delegación de Hacienda de Guadalajara. Ascendido en el
cargo terminó sus días en la Barcelona de la década de 1920.
Memoria y recuerdo de tiempos pasados, en
una Ruguilla, patria también de Francisco Layna Serrano, que tantas cosas tiene
todavía por contar.
Tomás Gismera Velasco
Nueva
Alcarria, 22 de septiembre 2017
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