viernes, julio 03, 2020

LA CAUSA DE MAZARETE


LA CAUSA DE MAZARETE
El crimen que nunca existió. Fue, sin duda, uno de los mayores errores de la justicia española


   Si alguien, en el mes de septiembre de 1906, celebró por encima de quienes hasta entonces fueron conocidos como “los reos de Mazarete” su puesta en libertad, fue sin duda uno de los más prestigiosos catedráticos de Medicina Legal que conoció la España del siglo XX, Tomás Maestre Pérez, quien desde que se hizo cargo de uno de los casos criminales más significativos de aquella España pasada, dedicó parte de su existencia a demostrar que los dos acusados en uno de los más tenebrosos crímenes que la provincia de Guadalajara conoció, eran inocentes.



   Apareció retratado junto a Juan y Eusebio García, padre e hijo, elegantemente vestidos y con la conciencia tranquila, tras un indulto que costó conseguir algo más que sangre, sudor y tinta. Padre e hijo fueron arrancados de la muerte por el insigne doctor tras prácticamente cuatro años de presidio a la espera de su ejecución, puesto que estaban condenados a la última pena. Ambos se mostraron tranquilos y perdonaron uno de los errores judiciales más sangrantes de la judicatura española. El error judicial que comenzó en Mazarete, continuó en Guadalajara y escribió en el Tribunal Supremo de Madrid sus últimos renglones.


El supuesto crimen
   Al hablar de un error judicial en la España de los inicios del siglo XX, quizá la memoria se nos escape al famoso y cinematográfico “crimen de Cuenca”, dejando en el olvido a este supuesto crimen en el que se conjugaron las rencillas comarcales y políticas con la insolencia de un juez, e incluso lo que podría denominarse como complicidad de médicos y guardias que amparados en su mando quisieron ver más allá de la realidad.

   Todo comenzó en una noche que para los tiempos podría denominarse “de lobos”, del mes de noviembre de 1902. Además, nevaba sobre los campos de Molina donde en las proximidades del pueblo de Mazarete fue hallado el cuerpo sin vida de un conocido vecino de Mantiel, Guillermo García, a quien se le consideraba dueño de un importante capital. El cuerpo apareció en las cercanías de la carretera, sin otra violencia que la de un disparo en el pecho, causa de la muerte. Junto a él se encontraba el arma de fuego que se la causó. Un revólver al que le faltaban las balas.

   Las indagaciones de la Guardia civil de Maranchón y del Juzgado de Molina condujeron a la detención de Juan y Eusebio García, titulares de la Posada de Vista Alegre, entonces a la entrada de Mazarete, en la que Guillermo pasó su última noche y en la que, a juzgar por las investigaciones de la autoridad, tuvieron lugar los sucesos. Juan y Eusebio, padre e hijo, le habrían dado muerte para robarle cuanto de provecho llevaba encima. Tras el crimen, arrojarían su cuerpo al lugar en el que apareció. Por si fuera poco, Juan García era a la sazón juez municipal de Mazarete, fue administrador de la resinera del pueblo y por ello íntimo del todopoderoso propietario de la misma, don Calixto Rodríguez; y no hacía mucho que la fortuna lo agració con un buen pico en la lotería de Navidad. Lo justo para despertar, más que la admiración, la envidia.






   Un pueblo vivo y lleno de vida era entonces Mazarete gracias al imperio de don Calixto y al trabajo que en el entorno ofrecía a cuenta de la resinera. Muchos de los hombres del pueblo trabajaban en ella.

   Nada indicaba que hubiera habido mano extraña en el percance. El cadáver se encontraba en una posición que, a juicio de algunos, pudiera parecer cómoda. Como si se hubiera sentado allí, en el arcén, a esperar la visita de la muerte. Las ropas no mostraban síntomas de haber sido descompuestas, y tampoco tenía señal alguna de lucha o defensa.

   A pesar de ello, tras llevar el cadáver al depósito del cementerio de Mazarete, a la espera de hacérsele la autopsia y que los forenses determinasen cómo murió, la Guardia civil inició sus actuaciones y el juez comenzó a tomar las primeras declaraciones.

   Al cabo de la tarde del hallazgo, camino de la cárcel de Molina, custodiados por la Guardia civil, la cuerda de presos salía de Mazarete y tomaba el camino del desconocido futuro con catorce personas. Alguna de ellos para no regresar jamás con vida. Otros, para continuar con un calvario comenzado la tarde de la víspera, cuando a Guillermo García se le ocurrió pasar las últimas horas de su vida en la posada del tió Juan,  el Vedijas por mal nombre.


El error judicial
   En la cárcel de Molina, a causa del disgusto, murió uno de los detenidos, y tras delimitar responsabilidades el juez dictaminó que fueron Juan y Eusebio los únicos culpables, dejando al resto en libertad. El informe forense no tardó en llegar al juzgado molinés.

   Lo practicó don José López Cortijo, a quien la fama de buen y sabio doctor acompañaban desde Tendilla a Molina: la bala entró por el esternón y atravesó el corazón, ocasionando la muerte prácticamente en el acto.

   Además, nadie de quienes declararon en Mazarete pudo aportar prueba o indicio alguno que señalase a los detenidos como responsables. Nadie los había visto al lado del muerto, ni siguiéndolo, ni vigilándolo, ni los vieron hablar con él y tampoco, en las inspecciones que se llevaron a cabo en la posada, apareció cosa alguna que perteneciese al difunto.

   Ni rastro de sangre en la cuadra, donde determinó el cabo de la Guardia civil que fue muerto. Nadie en el pueblo escuchó el disparo que lo mató. A pesar de ello, el juez de instrucción de Molina, tras la toma de declaraciones de la Guardia civil, elevó a definitivo, en un par de días, el informe por la muerte del Aceitero.

   Tras el juicio, la condena. Y tras la condena la lucha de los abogados defensores por librar a sus patrocinados de la muerte. Junto a la casualidad de que entrase en escena el doctor Maestre, después de que contactase con él uno de los defensores. Maestre demostró, con todas las habilidades de un hombre de ciencia, que en la muerte de Guillermo García no intervinieron terceras personas, que él mismo se quitó la vida. La justicia, al condenar a dos inocentes se había equivocado.

   Pero la justicia no podía admitir semejante error, ni lo admitió; a pesar de las múltiples pruebas que fueron apareciendo dando cuenta de las irregularidades cometidas en el proceso. Mucho menos iba a admitir su error tras las charlas y conferencias que Tomás Maestre y algunos abogados y periodistas fueron dando por media España en lo que se definió como “un motín de intelectuales”. Admitió, eso sí, llevar al rey la petición del indulto a la última pena, a cambio de la cadena perpetua.

   El 11 de enero de 1905 el Tribunal Supremo de Madrid confirmó la sentencia de la Audiencia de Guadalajara; el 6 de junio el Consejo de Ministros aconsejó al Rey el indulto y finalmente, ante la carencia de pruebas que de forma clara los acusasen, en el mes de agosto se ordenaba su puesta en libertad, que todavía hubo de esperar hasta los primeros días de septiembre para ser efectiva.

   Sin embargo, mucho tiempo después, la injusticia continuaba reclamando. Ya estaban embargados sus bienes, sus casas y tierras en Mazarete, Tobillos, Ciruelos y Luzón. Incluso las pertenencias personales de su casa: una cama de matrimonio; un reloj de pared; una mesilla de noche; media docena de sillas, tres taburetes, una capa parda, una caldera, una sartén, un calentador…

   Todo lo embargado, tasado en 3.880 pesetas, salía a subasta pública en el juzgado de Molina, el 29 de agosto de 1908. La injusta justicia les había arruinado la vida por uno de esos errores judiciales que parecen el guion de una novela o de una película cinematográfica. Y no hubo reparación. Porque la justicia, a pesar de haberse demostrado el error, nunca lo admitió.

   Memoria de un tiempo que, por fortuna, quedó en el olvido. Reparación justa de dos inocentes a los que la mala justicia los privó, tal vez, de su honor. Juan García Moreno y su hijo, Eusebio García Valero.

   Guillermo, el muerto, se quitó la vida por un amor no correspondido, como entonces se escribía, el de Bernarda, una de las mozas más guapetones de toda la comarca molinesa.

Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 3 de julio de 2020

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