RESTITUTO
CENDEJAS
El
Escenógrafo de Maranchón
Cuando Restituto Cendejas Escudero –Resti para los amigos-, dejó
Maranchón en los primeros años de la década de 1920 tenía claro que deseaba
triunfar en algo que, al parecer, siempre le gustó, el mundo de la pintura, el de
la escenografía teatral. En un tiempo en el que en los teatros tan importante
resultaban la decoración como los buenos guiones.
En la actualidad las nuevas técnicas audiovisuales han dejado a un lado
los grandes decorados sobre los escenarios, pero por aquellos años al lado de
los autores de éxito figuraban los pintores y escenógrafos de fama, desde
Picasso a Dalí, para que ambientasen las escenas que los actores
representarían.
En ese mundo entró, con apenas veinte años de edad, Restituto Cendejas Escudero, quien marchó a Madrid desde su Maranchón de nacimiento para ganarse la
vida en el taller mecánico de un paisano, de donde pasó a ser dependiente en una
librería y de esta a aprender el oficio de la pintura en la Escuela de Bellas
Artes, y en el taller de un escenógrafo de éxito en aquellos años, el
valenciano Manuel Martínez Mollá, de cuyo taller pasó al del catalán Manuel
Fontanals, uno de los directores de escena más representativos de las décadas
de 1920 y 1930. Con Manuel Fontanals recorrió los teatros de Madrid hasta que
llegó la Guerra Civil que paralizó una parte de la vida artística de España, la
de Resti Cendejas –que se afilió a los partidos de izquierda- también; una
actividad que volvería a recobrar en la década de 1940, con proyectos teatrales
para los grandes escenarios de Zaragoza, Barcelona o Valencia. En Zaragoza se
estrenó por su propia cuenta firmando el decorado de la obra “La Mala Uva”, de
Pedro Muñoz Seca; y en Barcelona llevó a cabo la escenografía de “Las
Maravillosas”, de Antonio Paso Cano y Tomás Borrás.
Al final de la década de 1940 ya volaba por sí sólo, fundando su propio
estudio de artes escénicas, desde el que llevó a cabo numerosos montajes para
el Teatro Español, entre los que figuraron obras como “Bodas de Sangre”, de
Lorca; “Electra”, de Benito Pérez Galdós, o “Tierra Baja”, de Ángel Guimerá; e
incluso se encargó de montar la exposición fotográfica de Tomás Camarillo y
Francisco Layna en el Círculo de Bellas Artes en 1944 que sería el inicio del
reconocimiento nacional al gran fotógrafo guadalajareño. Recibiendo la pública
felicitación de las autoridades provinciales, al tiempo que el nacimiento de
una amistad con los adalides de la cultura de Guadalajara que permanecería hasta
su ocaso vital.
No sólo para el Teatro Español trabajó, también lo hizo para el Teatro
de la Zarzuela, el Pavón o el Reina Victoria y, en definitiva, para todos los
de la capital del reino, e incluso recorrió una parte de Europa con sus
montajes, triunfando en París o Londres; viajando hasta el Japón, donde en
Tokio montó varios espectáculos en el Sankey Hall, llegando a residir en Los
Ángeles para triunfar igualmente en los
EE.UU con espectáculos de honda raíz española, líricos y de zarzuela. Y recorrer
medio mundo, desde Egipto, a Nueva Zelanda.
No fue ajena su mano a la pintura, dejando su nombre junto a los
maestros provinciales que triunfaron en las décadas de 1950 y siguientes,
compartiendo titularidad pictórica con Fermín Santos, Rubén Torreira, Domingo
Huetos o Regino Pradillo, entre otros muchos, en las exposiciones y certámenes
provinciales que le llevaron a obtener no pocos premios con sus espectaculares
bodegones y, ante todo, con sus numerosas obras pictóricas sobre Sigüenza,
además de ser uno de los primeros copistas de obras de Goya y Velázquez.
Tampoco el cine se quedó fuera de su mirada, colaborando en algunas famosas
producciones de aquellas décadas junto a Sigfrido Burmann, dejando el sello de
su autoría en cintas como “El último Cuplé”, “Cañas y Barro” o “Los amantes del
desierto”.
Colaboró
intensa y desinteresadamente con el Grupo de Teatro Antorcha, de Guadalajara,
desde su lejana fundación en la década de 1950 hasta que la edad lo retiró del
trabajo diario. Para Antorcha realizó numerosos y exitosos decorados, como el
que sirvió de telón de fondo para “La muerte de un viajante”, de Arthur Miller;
también lo hizo para “La mordaza” de Alfonso Sastre; “La camisa”, de Lauro Olmo;
“Los años de Bachillerato”, de Andrés Lacour; “La estrella de Sevilla”, de Lope
de Vega”; “Fuenteovejuna”, de Calderón, y tantos y tantos más.
Claro está que, como de bien nacidos es ser agradecidos, El Grupo
Antorcha reconoció la labor de Restituto Cendejas. Fue de las pocas entidades
que dedicaron un espacio de tiempo a agradecer la labor de un hombre que llevó
el nombre de Maranchón, y el de Guadalajara, por medio mundo.
El homenaje de Antorcha tuvo
lugar en los primeros días de septiembre de 1962, con motivo de la puesta en
escena de la obra “Fuenteovejuna”, ofreciéndosele una comida de homenaje en el
Hotel España, de Guadalajara; haciéndole entrega de su medalla de oro y al cabo
de la tarde en el patio de las Adoratrices, donde tendría lugar la
representación, del pergamino correspondiente, tras las palabras de
presentación de quien fuese uno de sus más celebrados amigos, el poeta José
Antonio Ochaíta. Tampoco faltó en su cuadro de amistades otro de los grandes
autores españoles, y de Guadalajara, Antonio Buero Vallejo quien, como buen
autor teatral, admiró y elogió sus escenografías como parte del éxito de la
obra teatral. Escenografías que, como el propio Cendejas confesaría, se
contabilizarían por cientos para la gran mayoría de autores y teatros españoles
de las décadas de 1950, 60 o 70, hasta que la edad le hizo apartarse del mundo
de la escena para retornar a sus orígenes, a Maranchón.
Maranchón, un pueblo que siempre llevó en el corazón a través de los
cinco continentes, y al que volvió siempre que pudo, también para descansar a
la eternidad. Un pueblo que lo supo reconocer y admirar como lo que era, un
hombre de gran cultura y mano dispuesta a la colaboración que, por supuesto, su
pueblo supo agradecer.
Contaban de él que entraba en el escenario sin hacer ruido y se marchaba
con discreción. Como discreta fue su vida, a pesar de haberse movida en un
escenario casi público, y discreta lo es su memoria, que siempre merece el
recuerdo y, por supuesto, figurar entre los grandes guadalajareños que hicieron
patria de la provincia, y de su pueblo natal, allá donde hicieron un alto.
Restituto
Cendejas Escudero,
escenógrafo teatral y pintor, nació en Maranchón (Guadalajara, en 1906;
falleció en Nerja (Málaga), el 9 de abril de 1997; recibió sepultura al día
siguiente en el cementerio de Maranchón.
En: Henaresaldía.com
Junio 2020
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