MEMORIA DE LA CASA DE GUADALAJARA EN MADRID.
Abrió sus puertas el 4 de junio de 1933
Y las cerró, sus puertas, para los socios en
general, el 19 de enero de 2015. Algunos directivos nos quedamos unos días más,
a recoger los trastos, como quien dice, para cerrarlas detrás de nosotros, y
para siempre, después de que los últimos furgones de la Excma. Diputación
Provincial de Guadalajara con aquellos “trastos”, o sea, nuestras bibliotecas,
nuestros archivos, nuestras colecciones…, los recuerdos que caben en poco menos
de cien años, emprendiesen camino de la ciudad que quienes los fuimos/fueron
almacenando, llevábamos en el corazón: Guadalajara.
Eran los últimos días de un enero que se nos
antojó demasiado gris. Días antes, el 13, habíamos tenido aquella Junta General
Extraordinaria en la que se acordó la disolución, porque había llegado el
momento. Los directivos nos habíamos dado cuenta de que, como algún periodista
provincial escribiese “Guadalajara no se quería”, o se quería poco, o había
dejado de creer en románticas aventuras, o sueños, como lo era el de mantener
una Casa que en cuanto al acogimiento de los provinciales fuera de su tierra,
había dejado de tener sentido. Los últimos años fueron de una intensa
dedicación a la promoción cultural y turística, sin perder el sentido de “casa
de pueblo” en la capital de España. Los viejos románticos que nos vimos
obligados a dejar el pueblo, teníamos allí nuestro rinconcito de Plaza Mayor.
Los intelectuales o los artistas, o los
promotores, un escenario desde el que anunciar a la capital del Reino, y desde
él a toda España, sus obras o productos. Muy pocos de los que en los últimos
años pasaron por él, a pesar de las invitaciones a la participación, se
ofrecieron a colaborar con la Casa, haciéndose socios. Daba a veces la
impresión de que la Casa era una cosa de usarse y ya está. Ignorando que la
inmensa mayoría de sus muchos gastos, los pagaban religiosa y anualmente su
medio millar, poco más o menos, de asociados. Incluso los políticos, que
siempre tuvieron muy buenas palabras para la Casa, pasaron de largo. Claro está
que desde el cariño, a quienes nos esforzábamos por abrir las puertas todos los
días, todo nos pudiera parecer poco, porque en los últimos tiempos no
llegábamos a fin de mes y había que estirar la peseta, o el euro.
Hubo políticos que pasaron por la Casa y
fueron vistos y no vistos, llegaron, prometieron y marcharon, eso sí, sin
cumplir la promesa; y políticos comprometidos que trataron de engrandecerla,
sin tintes políticos, aunque son de destacarse nombres como Jesús Alique,
Francisco Tomey, José María Brís o María Antonia Pérez León que llegó a reunir
en Diputación, en un ideado plan de salvación de la Casa, a los principales
industriales de la provincia. De los congregados y comprometidos, que fueron
todos, únicamente dos cumplieron la promesa. Y en ese no olvido no me da la
gana dejar de lado a Magdalena Valerio Cordero quien, a la menor, pasaba por la
Casa, porque, decía, estaba donde debía de estar, ella, como representante de
los guadalajareños. O de Enrique Núñez Guijarro, porque era casi de Atienza y
debía su corazón a la tierra de su padre.
En aquella triste junta en la que se iba a
aprobar la disolución de la Casa, la del 13 de enero, todos los directivos
estuvimos conformes en que no había otra solución. La Directiva siempre mantuvo
que antes de comprometerse en deudas impagables era mejor el cierre, con
valentía aunque con tristeza; pero con la cabeza alta. A última hora dos
directivos cambiaron su voto, sorprendiendo al resto; y de los cerca del
centenar de socios presentes, tan solo hubo diez o doce votos en contra. La
mayoría por añoranza, pero concienciados en que no había otra solución. Uno de
los socios del “no”, antes de emitir su voto preguntó si decir “no” le
comprometía a algo –asumir deudas o cosa parecida.
Conforme a los Estatutos, todo lo que había
en la Casa, salvo lo que eran particularidades, iría a parar a la Excma.
Diputación Provincial: Bibliotecas, Archivos, Trofeos, Cuadros, colecciones
fotográficas…. Cuanto atañía a aquello que ha de tener un interés para futuros
investigadores de los movimientos migratorios provinciales.
Mientras empaquetábamos, un equipo de
Televisión Española se presentó en la Casa para rodar un reportaje sobre
nuestra vida cultura y, encontrándonos haciendo las maletas, al Bibliotecario y
a un servidor, tuvieron que cambiar el sentido de su crónica.
Por supuesto que nadie quería cerrar las
puertas. Aunque las cerrábamos con la alegría de haber dedicado a nuestra
tierra unos cuantos años de nuestra vida. Como aquellos pioneros que las
abrieron por vez primera para que, quienes en Madrid no tenían Casa, la
tuviesen. Cuentan las crónicas que se llegaron a reunir, en la calle de Alcalá,
donde entonces las abrió, más de un millar de guadalajareños. La mayoría,
sucesores de otros guadalajareños que a comienzos del siglo XX abrieron el
llamado Centro Alcarreño de Madrid. La Casa de Guadalajara era su continuación.
La del Centro Alcarreño, la de la Sociedad Benéfica Briocense, la de la Peña de
Amigos de Cifuentes, de Atienza, de Sigüenza…, todos aquellos grupos de amigos
que se fueron reuniendo en la capital y quedaron retratados en aquella gran
historia de la Casa de Guadalajara en Madrid que un valiente alcarreño, Javier
Blánquez Alcalde, con Budia en el corazón, animosamente se ofreció a
patrocinar, aun a sabiendas de que la Casa tenía los días contados y su empresa
no obtendría otro beneficio que el del cariño de su autor, y de quienes,
gracias a él, pudieron tener en sus manos una historia irrepetible.
Decenas de símbolos, emblemas, anécdotas y
recuerdos quedaron de la Casa: El hermanamiento con las guadalajaras del otro
lado del mar, la de México o la Colombiana; el melero en Peñalver; el Pairón en
Madrid; calles, fiestas, recuerdos… De la Casa salió Camilo José Cela para su
segundo “Viaje a la Alcarria”, y en la Casa celebró alguno de sus más
significativos galardones; de la Casa salió el primer Festival Medieval de
Hita, con su colaboración se llevaron a cabo los “Días de la Provincia”… y
tantas cosas más. En una entrevista, creo que la única que se la hizo, me
contaba doña Isa Borasteros de Criado de Val que si no hubiese sido por la
Casa, y porque la Casa ponía los autocares en aquellos primeros y difíciles
comienzos de los años 60, el Festival no hubiese sobrevivido a los cuatro o
cinco años primeros. Después de la entrevista llegó la bronca de don Manuel,
porque a don Manuel no le gustaba que doña Isa hablase para la prensa sin estar
él presente.
El Viaje a la Alcarria cincuenta años
después, con el andarín Mariano Escolano a la cabeza; o el Viaje a la Alcarria
sesenta años después; o la reivindicación del primer obispo de Madrid con
naturaleza molinesa; o el traer los cantos y bailes y danzas y paloteos desde
los más apartados rincones de la provincia, a Madrid. Su teatro, su poesía, su
literatura, los colores de sus lienzos naturales… Y tantas cosas más que se
quedan en el tintero.
Rafael Pedrós Lancha, gran pintor que se
afincó en la Alcarria, nos pintó su “Alegoría de nuestra tierra”, en la que
estaba representada toda ella, con sus horizontes, sus castillos, sus
tradiciones, sus personajes…, toda. En color miel. Miel de la Alcarria. Rafael
se nos murió, de improviso, un día próximo a la Almudena, y en su catedral,
esperando a que la Excma. Diputación Provincial de Guadalajara, a donde fue a
parar su “Alegoría”, encuentre un lugar en el que exponerla a los ojos de todos
los guadalajareños.
No es de extrañar que en Guadalajara sus
autoridades no hayan tenido tiempo de recibir a los últimos directivos de la
Casa de Guadalajara en Madrid para decirles que recibieron sus Archivos,
Bibliotecas, recuerdos…, todo aquello que los corazones de unos cuantos miles
de guadalajareños atesoraron durante cerca de ochenta años. Han sido tantos y
de tanta importancia los acontecimientos vividos por la ciudad y provincia que,
lógicamente, no se puede estar a todo y en todas partes. Las Carmelitas de San
José, a donde mandamos nuestra patrona, la Virgen de la Antigua, nos recibieron
encantadas. Claro que las monjitas, entre rezo y meditación, tienen más tiempo.
No estaría mal que alguien, cualquiera de
estos intelectuales que pasaron por la Casa (levante el dedo quien no),
pidiesen que Guadalajara tuviese un recuerdo a esa Casa que les abrió las
puertas, a ellos y a los guadalajareños que llegaban a Madrid a buscarse la
vida; que alguien, desde alguna institución provincial o local, tuviese tiempo
para llamar a alguno de sus directivos, aunque fuese su presidente para, en
acto institucional, decirle: “gracias, en nombre de la provincia, por lo que
hicisteis”. No estaría mal que alguien, desde esas instituciones que
incesantemente trabajan por el bien provincial, sacase tiempo para decir:
Recibimos lo vuestro, vuestras bibliotecas, libros, recuerdos…. Muchas gracias.
No estaría mal que, antes de que poco a poco vayamos desapareciendo, pudiéramos
ver, en algún lugar, esa “Alegoría”, que con recuerdos de miel, presidió
nuestra sede en Madrid. No estaría nada mal que alguien recordase que en Madrid
hubo una Casa que trabajó por, y para Guadalajara. Porque el silencio es el
olvido; el olvido duele y el dolor mata, como el tabaco, poco a poco.
P.D. El
autor fue el último Secretario General de la Casa; y Secretario de su Junta de
Liquidación.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 2 de junio de 2017
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