UN ATENCINO EN LA
CORTE: LORENZO DE SERANTES,
El carcelero del Duque
de Riperdá
Don Lorenzo de Serantes Fernández de Sandoval Vigil y Orozco,
fue uno de aquellos caballeros que nos legó la historia de Atienza cuando el
siglo XVIII abría sus puertas a la modernidad. Uno de aquellos caballeros que
lució blasones cuando el rey Felipe V pasó por Atienza camino de coronarse rey
en Madrid y dejar en esta villa, como siglos atrás lo hiciese el infantito don
Alfonso VIII su seña de identidad. Una seña de identidad más prolongada de lo
que las cuatro líneas que marcan su trayectoria en el libro de la historia, se
piensa.
El paso del primero de los Borbones, mucho
antes de que la batalla de Villaviciosa pusiera punto final a las disputas por
el trono, dejó su huella en la real villa, donde hizo noche, en el crudo enero
de 1702 cuando, camino de Guadalajara y Madrid, el temporal de nieve lo retuvo
en las casas palacio de don Sebastián de Olier, uno de sus hombres de
confianza.
Familia de don Sebastián, y descendiente de
una de las muchas familias que llegaron a la villa al promedio del siglo XVI, tras
la pacificación de los reinos bajo la corona de doña Isabel de Castilla, don
Lorenzo de Serantes nació en los primeros días de mayo de 1682, siendo
bautizado el 8 de mayo de aquel año en la iglesia de San Juan. Entonces, y
desbancando ya a las que fueron iglesias principales de Atienza, Santa María
del Rey y la Santísima Trinidad, convertida en una especie de colegiata para la
nobleza segundona que poblaba la villa.
Era hijo de Francisco de Serantes, natural
de Atienza, donde nació en 1640 y de María Antonia Fernández de Sandoval,
nacida de Huete, en la provincia de Cuenca. Población unida tradicionalmente a
Atienza por vínculos de historia.
El matrimonio de los padres se llevó a cabo
en Huete el 18 de marzo de 1663, y de él nacieron varios hijos que fallecieron
niños, quedando con vida nuestro don Lorenzo, junto con Ana, Tomasa, Ignacio,
Martín, Miguel, Francisco y Josefa. Las familias, en aquellos tiempos, solían
ser de prolongada prole.
En Atienza desempeñaba don Francisco de
Serantes el cargo de Caballero de Campo del Rey, heredando los cargos que
desempeñó su padre, abuelo de nuestro protagonista, de nombre, igualmente,
Lorenzo Serantes. Cargos tan propios como los de Alcaide y Regidor perpetuo de
Atienza, a donde llegó para desempeñarlos desde Madrid, su patria de
nacimiento. A cuyo capital regresaron los descendientes a fines del siglo
XVIII, cuando Atienza comenzó a perder una parte importante de su antiguo
abolengo.
Nuestro don Lorenzo continuó la tradición militar
de la familia, entrando en el ejército y tomando parte activa, como capitán de
caballos, en la Guerra de Sucesión, donde tantos atencinos de recio apellido de
distinguieron para la historia del reino, inclinándose por el rey Felipe V
quien, al término de las batallas, le dio distintos cargos en la Corte que era
el final de todo pretendiente a alcanzar gloria.
A pesar de ello estuvo ligado a la villa
hasta su muerte, en torno a 1765 bajo el reinado de Felipe VI. Su huella se
deja sentir en Atienza durante los principales años de su vida, los que medían
entre el éxito en las batallas y la muerte, pues perteneció a un buen número de
cofradías atencinas, entre las que figura la de Hidalgos Caballeros de Santiago,
en la que ingresó el 9 de mayo de 1710. En esta desempeñó todos los cargos a
que se comprometían sus cofrades, llegando a ser alcaide, o prioste de la
hermandad, máximo cargo de la misma.
En la Corte, y a la cercanía del rey, fue también
Alcalde de la Santa Hermandad en 1715 y Caballero de Campo entre 1717 y 1719.
La Santa Hermandad, que tras la creación del cuerpo por Isabel la Católica ha
sido definida como el primer cuerpo policial de Europa.
Su
matrimonio con una sobrina del marqués de la Paz, don Juan Bautista de
Orendaín, lo llevó a aquellas y más altas misiones en la Corte, ante todo
cuando el marqués alcanzó el nombramiento de Secretario de Estado, y para no
ser menos que sus antecesores en el cargo, se enemistó con el duque de Riperdá,
quien ocupó el mismo puesto con anterioridad. La rivalidad entre ambos llegó al
extremo de que, en medio de un sinfín de acusaciones, don Juan Bautista de
Orendaín mandó encarcelar al duque de Riperdá, don Juan Guillermo, un
aventurero flamenco que llegó con su majestad e hizo fortuna, y algunas cosas
más, al calor de sus cargos.
El marqués de la Paz encerró al duque en las
torres del Alcázar de Segovia, acusado de un delito que hoy nos suena
demasiado, y juzgan los jueces. Y que entonces juzgaban los políticos, y se
escuchaba un poco menos: malversación de caudales públicos.
En el alcázar segoviano se encontró Riperdá
durante algunos meses, custodiado por el entonces Alcaide de la fortaleza, don
Antonio González Clavo, de quien cuenta la historia, trató al prisionero con
los cuidados y corrección que merecía su categoría hasta que la muerte, a causa
de unas fiebres malignas, sorprendió a don Antonio el 22 de junio de 1727 y su
lugar, por mandato de su tío consorte, el marqués de la Paz, lo ocupó nuestro
paisano, de quien vuelve a contar la historia que al prisionero, tras unos
meses de buena convivencia, le retiró todas las comodidades que le diese su
anterior carcelero, haciendo su vida incómoda e injusta, como entendió don
Lorenzo que había de ser la de un hombre acusado de graves delitos contra el
reino, y que en los calabozos los comenzaba a pagar.
Don Lorenzo de Serantes, quien vivió en el
Alcázar junto a su mujer, hijos y criados, llevada entre ellos, como asistenta
de su esposa, a una joven natural de Tordesillas, Josefa Faustina Martina
Ramos, de quien igualmente se cuenta que, enamorada del duque de Riperdá, no
paró de urdir engaños y, sirviendo de enlace entre el duque, la duquesa y sus
amistades, comprando voluntades e interesando en el asunto a algunos miembros
de la guardia, logró que el duque de Riperdá escapase de la prisión
descolgándose a través de los muros del alcázar en la noche del 30 de agosto de
1728, huyendo del reino en dirección a Toledo, para terminar refugiándose en
Portugal, desde donde trató de alcanzar el perdón real y, sin conseguirlo, y
ante el temor de que la cercanía lo devolviese a los calabozos españoles marchó
al más lejano reino de Marruecos, donde murió, en Tetuán, años después. Josefa
Faustina Martina Ramos, la criada enamorada, lo acompañó hasta el final de sus
días, demostrando que el amor era sincero.
No nos cuenta mucho más la historia en
cuanto a lo sucedido con posterioridad a nuestro Don Lorenzo Serantes, de quien
se dice que, salvo el tropiezo de la fuga de Riperdá, fue un buen alcaide que
levantó de las ruinas el alcázar, tras muchos años de abandono. Antonio Ferrer
del Río lo hizo coprotagonista de una de aquellas novelas históricas a la moda
del siglo XIX: De Patria en Patria,
editada en París en 1861, en donde Atienza también ocupa el lugar que le
corresponde, como patria natal del carcelero burlado. Y es que, en ocasiones,
la vida de nuestros personajes se convierte en guion de novela, cuando no de
cuento.
De cualquier forma, la historia, tan amena
en tantas ocasiones, nos depara sucesos que, adentrándonos en ellos, nos guían
por los enriscados senderos de lo desconocido y abren puertas al conocimiento
de hechos, y gestas, que pudieran parecernos impensables, por la distancia del
tiempo. Y, emparentados con la leyenda, son tan reales como la vida misma.
Tomás
Gismera Velasco
Guadalajara
en la memoria
Semanario
Nueva Alcarria
Guadalajara, 14 de septiembre 2018
Excelente blog. ;) Familia mía. Soy desciente de los Olier y Serantes
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