TIERZO, EL CRIMEN DE LA MALQUERIDA.
Un crimen por todo lo alto, digno de novela negra
Cuando el dramaturgo Jacinto Benavente escribió el drama rural al que
puso por título “La Malquerida”,
nunca pudo suponer que algo que él imaginó, pudiera convertirse, poco después
de su estreno, en un hecho casi real.
Como nos recordaba el recientemente
desaparecido José Ramón López de los Mozos, al hablar del libro que rememora
aquel suceso, el argumento de la obra teatral es más bien sencillo y sin
demasiadas complicaciones, como solía suceder con las obras de teatro en
aquellos tiempos, los de los comienzos del siglo XX: Doña Raimunda y su hija
Acacia viven en una finca apartada. Al quedar viuda la madre contrae nuevo
matrimonio con Esteban, que es denostado públicamente por Acacia, dado que
entre ellos había nacido un profundo amor que deseaban mantener a escondidas.
El nudo gordiano viene cuando Esteban, llevado por los celos, comienza a
deshacerse de los pretendientes de Acacia, a quien desde entonces comienzan a
llamar La Malquerida.
La obra llegaba a los teatros de Madrid dos
años antes de los sucesos de Tierzo, en el mes de diciembre de 1913. Y a punto
estaba la compañía de marchar a Barcelona, donde proseguir la representación,
cuando surgió la noticia.
Fue el 11 de
enero de 1915, cuando la totalidad del pueblo de Tierzo se sintió conmocionado
con uno de esos sucesos que alteran la vida, y la paz social, al conocerse el
hallazgo del cadáver de un hombre, probablemente asesinado, y comenzado a
devorar por alimañas y aves carroñeras. Unas y otras ya se habían cebado con
él.
La noticia, escueta, decía:
Comunican de Molina de Aragón que en término de Tierzo ha sido
encontrado el cadáver de Francisco V. P., que tenía cinco heridas de arma
blanca. El juzgado de Molina salió inmediatamente hacía el lugar del suceso,
con objeto de instruir el correspondiente sumario.
Las casualidades del destino, y los
titulares de prensa, lo relacionarían con aquella obra teatral por la similitud
entre la ficción y la realidad.
Casualmente, la noche anterior, mientras en
Tierzo se cometía este crimen, y en medio del clamor popular, María Guerrero y
Fernando Díaz de Mendoza ponían fin a las representaciones que tuvieron lugar
en el teatro de La Princesa. La obra pasaba a Barcelona con Margarita Xirgú en
el papel principal.
Eran tiempos revueltos en los que Europa se
hallaba inmersa en aquella orgía de sangre de la Primera Guerra Mundial.
Por aquellos días se combatía en Francia a
brazo partido; los turcos eran derrotados por los rusos; la todavía emperatriz
de Alemania ideaba la “semana de la lana”,
la recolecta de prendas con las que ayudar a mitigar el frío de las tropas en
guerra de su imperio; varios vapores ingleses se iban al fondo del mar,
arrastrados por las explosiones de las minas con las que los alemanes sembraron
las aguas del Mar del Norte y, en fin, medio mundo padecía de una u otra manera
las consecuencias de lo que estaba sucediendo.
España, afortunadamente, no participaba de
la fiesta organizada por el zar de Rusia, los reyes de Bulgaria, Holanda,
Rumanía, Inglaterra, Italia o Bélgica, ni mucho menos se encontraba al lado del
káiser alemán en aquella orgia de sangre que se dio en llamar “Primera Guerra
Mundial”. España, por fortuna, aunque la padeció a muchos niveles, no entró en
la guerra. Bastante tenía ya con sus propios problemas.
En España aquel día del asesinato de Tierzo
el rey Alfonso XIII dedicó la jornada a una de sus aficiones favoritas, la
caza, en la Casa de Campo; y almorzó con
sus invitados y parte de la familia real en la Casa de Vacas. Fue la noche del
debut de la Argentinita bailando, con fenomenal éxito, en el teatro Apolo. Todo
hay que decirlo, era un domingo, aunque frío, como casi cualquier otro domingo
de la época. En el que quienes podían se divertían con lo que había, y quienes
no tenían con qué hacerlo, se acostaban, como dirían nuestros bisabuelos, a la
hora de las gallinas.
Lejos de todo aquello, lejos de la capital
en la que bailaba la Argentinita o se despedía de los escenarios la conocida
representación teatral, quedaba Guadalajara. Provincia y ciudad. La ciudad, sus
vecinos, agarrándose la barriga, debido a una afección intestinal que afectó a
casi toda la ciudad originada por la mala salubridad de las aguas, y en estas
saltó la noticia de lo sucedido en Tierzo a Francisco V. P.
En medio de todo ello, esa pequeña nota en la
prensa de media España ponía en el mapa el pueblo de Tierzo, comenzando a dar cuenta
de lo sucedido. Algo tan increíble como cierto, en un remoto pueblo de la provincia
de Guadalajara, añadiéndose los escabrosos detalles del hallazgo:
Al
descubrimiento del cadáver contribuyó la circunstancia de que el cura y el juez
municipal recibieron unos anónimos en los que se decía que en La Barranquera
había un cadáver.
A pesar de todo, del mal estado del cuerpo,
no tardó en ser identificado. Porque todos en el pueblo conocían al difunto.
Como tampoco tardaron en señalar a su mujer, sino como autora, al menos como
instigadora del hecho.
Tierzo, la población en la que tuvo lugar era
un pequeño pueblo de apenas dos centenares de vecinos, con buen monte de
sabinas, medio centenar de casas, una iglesia, dos o tres ermitas, una fábrica
de sal, y poco más.
No es que se siga paso a paso, en el crimen que tuvo lugar en Tierzo el
11 de enero de 1915, el guion de la obra estrenada en el Teatro de la Princesa
de Madrid, el 12 de diciembre de 1913. Pero algo confluía de la obra de teatro
en el drama real que en aquel pueblo se vivió.
El crimen atrajo la atención popular, puesto
que el guion lo parecía requerir: un marido despechado; unos asesinos a sueldo;
una mujer que engañaba a su marido… además de las circunstancias en que fue
encontrado el cadáver, que conducían a pensar en cualquier cosa, dado que la
víctima poseía un buen capital (lo que en un principio indujo a pensar que el
motivo fuese el robo). Sin embargo, la mujer de Francisco parecía estar muy
alegre tras el asesinato, recién estrenada su viudez, como si se hubiese
quitado un peso de encima. También llamó la atención el que el cura y el juez
recibiesen sendos anónimos en los que se indicaba el lugar donde había un
cadáver: La Barranquera, un lugar
inhóspito al que costaba llegar y más aún en los días en que el tiempo era
inclemente: lluvia, nieve y mucho frío, por lo que se pensó que el crimen había
tenido lugar en otra parte.
Poco después, miembros de la Guardia Civil y
del Juzgado sonsacaron a Consuelo, la viuda, y a su padrastro, la trama de lo
sucedido; además, la casa de Consuelo y del difunto ofreció algunos datos que
no pasaron desapercibidos a los inspectores: algunas manchas, al parecer de
sangre, en las paredes; el hallazgo de una pistola que el difunto solía llevar
en sus viajes; las ropas de abrigo, que nunca se olvidan cuando se sale de
viaje en invierno; las mulas en la cuadra… Un crimen en el que no se había
considerado que si alguien salía de viaje necesitaría alguna mula y que, por lo
general, se hacía llevando dinero, por lo que no se olvidaría la pistola.
Al final, como solía suceder, la trama fue descubierta. Para ello
tuvieron que pasar algunos días. Los suficientes para que quienes habían
ejecutado aquella obra regresasen de Madrid, a donde habían acudido a gastar
los poco más de mil duros que Consuelo, tras no pocos regateos, pagó a los tres
ejecutores. Mil duros que gastaron en vino, mujeres y un traje nuevo. Tan poco
se valoraba la vida, y tan alegremente se pasaban las penas en una España
tintada en gris, y en negro, en un tiempo que tan lejano nos parece y tan
cercano está en el tiempo.
El juicio, celebrado en una de las salas de la Diputación Provincial de
Guadalajara, porque en la Audiencia no había espacio suficiente para tanto
público como se esperaba, sacó a relucir todas aquellas pasiones bastardas, como definió el fiscal las despertadas entre
Consuelo, la inductora, y su padrastro. También aquella nota que Consuelo mandó
a su madre, luego que todo pasó: madre,
el domingo aviaron a mi marido. La condena final, dados los tiempos que
corrían, la podemos suponer.
El
guion, la página negra, el suceso oscuro con el que alimentar las páginas de
una buena novela de ese género, en unos días en los que, en Guadalajara, se
habla de novela negra. La Crónica Parda, de una Guadalajara en la memoria, que
también escribió crímenes por todo lo alto.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Nueva Alcarria, Guadalajara, 21 de
septiembre de 2018
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