sábado, septiembre 22, 2018

TIERZO, EL CRIMEN DE LA MALQUERIDA. Un crimen por todo lo alto, digno de novela negra


TIERZO, EL CRIMEN DE LA MALQUERIDA.
Un crimen por todo lo alto, digno de novela negra


   Cuando el dramaturgo Jacinto Benavente escribió el drama rural al que puso por título “La Malquerida”, nunca pudo suponer que algo que él imaginó, pudiera convertirse, poco después de su estreno, en un hecho casi real.

   Como nos recordaba el recientemente desaparecido José Ramón López de los Mozos, al hablar del libro que rememora aquel suceso, el argumento de la obra teatral es más bien sencillo y sin demasiadas complicaciones, como solía suceder con las obras de teatro en aquellos tiempos, los de los comienzos del siglo XX: Doña Raimunda y su hija Acacia viven en una finca apartada. Al quedar viuda la madre contrae nuevo matrimonio con Esteban, que es denostado públicamente por Acacia, dado que entre ellos había nacido un profundo amor que deseaban mantener a escondidas. El nudo gordiano viene cuando Esteban, llevado por los celos, comienza a deshacerse de los pretendientes de Acacia, a quien desde entonces comienzan a llamar La Malquerida.



   La obra llegaba a los teatros de Madrid dos años antes de los sucesos de Tierzo, en el mes de diciembre de 1913. Y a punto estaba la compañía de marchar a Barcelona, donde proseguir la representación, cuando surgió la noticia.

   Fue el 11 de enero de 1915, cuando la totalidad del pueblo de Tierzo se sintió conmocionado con uno de esos sucesos que alteran la vida, y la paz social, al conocerse el hallazgo del cadáver de un hombre, probablemente asesinado, y comenzado a devorar por alimañas y aves carroñeras. Unas y otras ya se habían cebado con él.

   La noticia, escueta, decía:

   Comunican de Molina de Aragón que en término de Tierzo ha sido encontrado el cadáver de Francisco V. P., que tenía cinco heridas de arma blanca. El juzgado de Molina salió inmediatamente hacía el lugar del suceso, con objeto de instruir el correspondiente sumario.

   Las casualidades del destino, y los titulares de prensa, lo relacionarían con aquella obra teatral por la similitud entre la  ficción y la realidad.



   Casualmente, la noche anterior, mientras en Tierzo se cometía este crimen, y en medio del clamor popular, María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza ponían fin a las representaciones que tuvieron lugar en el teatro de La Princesa. La obra pasaba a Barcelona con Margarita Xirgú en el papel principal.

   Eran tiempos revueltos en los que Europa se hallaba inmersa en aquella orgía de sangre de la Primera Guerra Mundial.

   Por aquellos días se combatía en Francia a brazo partido; los turcos eran derrotados por los rusos; la todavía emperatriz de Alemania ideaba la “semana de la lana”, la recolecta de prendas con las que ayudar a mitigar el frío de las tropas en guerra de su imperio; varios vapores ingleses se iban al fondo del mar, arrastrados por las explosiones de las minas con las que los alemanes sembraron las aguas del Mar del Norte y, en fin, medio mundo padecía de una u otra manera las consecuencias de lo que estaba sucediendo.

   España, afortunadamente, no participaba de la fiesta organizada por el zar de Rusia, los reyes de Bulgaria, Holanda, Rumanía, Inglaterra, Italia o Bélgica, ni mucho menos se encontraba al lado del káiser alemán en aquella orgia de sangre que se dio en llamar “Primera Guerra Mundial”. España, por fortuna, aunque la padeció a muchos niveles, no entró en la guerra. Bastante tenía ya con sus propios problemas.

   En España aquel día del asesinato de Tierzo el rey Alfonso XIII dedicó la jornada a una de sus aficiones favoritas, la caza,  en la Casa de Campo; y almorzó con sus invitados y parte de la familia real en la Casa de Vacas. Fue la noche del debut de la Argentinita bailando, con fenomenal éxito, en el teatro Apolo. Todo hay que decirlo, era un domingo, aunque frío, como casi cualquier otro domingo de la época. En el que quienes podían se divertían con lo que había, y quienes no tenían con qué hacerlo, se acostaban, como dirían nuestros bisabuelos, a la hora de las gallinas.



   Lejos de todo aquello, lejos de la capital en la que bailaba la Argentinita o se despedía de los escenarios la conocida representación teatral, quedaba Guadalajara. Provincia y ciudad. La ciudad, sus vecinos, agarrándose la barriga, debido a una afección intestinal que afectó a casi toda la ciudad originada por la mala salubridad de las aguas, y en estas saltó la noticia de lo sucedido en Tierzo a Francisco V. P.

  En medio de todo ello, esa pequeña nota en la prensa de media España ponía en el mapa el pueblo de Tierzo, comenzando a dar cuenta de lo sucedido. Algo tan increíble como cierto, en un remoto pueblo de la provincia de Guadalajara, añadiéndose los escabrosos detalles del hallazgo:

   Al descubrimiento del cadáver contribuyó la circunstancia de que el cura y el juez municipal recibieron unos anónimos en los que se decía que en La Barranquera había un cadáver.

   A pesar de todo, del mal estado del cuerpo, no tardó en ser identificado. Porque todos en el pueblo conocían al difunto. Como tampoco tardaron en señalar a su mujer, sino como autora, al menos como instigadora del hecho.

   Tierzo, la población en la que tuvo lugar era un pequeño pueblo de apenas dos centenares de vecinos, con buen monte de sabinas, medio centenar de casas, una iglesia, dos o tres ermitas, una fábrica de sal, y poco más.

   No es que se siga paso a paso, en el crimen que tuvo lugar en Tierzo el 11 de enero de 1915, el guion de la obra estrenada en el Teatro de la Princesa de Madrid, el 12 de diciembre de 1913. Pero algo confluía de la obra de teatro en el drama real que en aquel pueblo se vivió.



   El crimen atrajo la atención popular, puesto que el guion lo parecía requerir: un marido despechado; unos asesinos a sueldo; una mujer que engañaba a su marido… además de las circunstancias en que fue encontrado el cadáver, que conducían a pensar en cualquier cosa, dado que la víctima poseía un buen capital (lo que en un principio indujo a pensar que el motivo fuese el robo). Sin embargo, la mujer de Francisco parecía estar muy alegre tras el asesinato, recién estrenada su viudez, como si se hubiese quitado un peso de encima. También llamó la atención el que el cura y el juez recibiesen sendos anónimos en los que se indicaba el lugar donde había un cadáver: La Barranquera, un lugar inhóspito al que costaba llegar y más aún en los días en que el tiempo era inclemente: lluvia, nieve y mucho frío, por lo que se pensó que el crimen había tenido lugar en otra parte.

   Poco después, miembros de la Guardia Civil y del Juzgado sonsacaron a Consuelo, la viuda, y a su padrastro, la trama de lo sucedido; además, la casa de Consuelo y del difunto ofreció algunos datos que no pasaron desapercibidos a los inspectores: algunas manchas, al parecer de sangre, en las paredes; el hallazgo de una pistola que el difunto solía llevar en sus viajes; las ropas de abrigo, que nunca se olvidan cuando se sale de viaje en invierno; las mulas en la cuadra… Un crimen en el que no se había considerado que si alguien salía de viaje necesitaría alguna mula y que, por lo general, se hacía llevando dinero, por lo que no se olvidaría la pistola. 


   Al final, como solía suceder, la trama fue descubierta. Para ello tuvieron que pasar algunos días. Los suficientes para que quienes habían ejecutado aquella obra regresasen de Madrid, a donde habían acudido a gastar los poco más de mil duros que Consuelo, tras no pocos regateos, pagó a los tres ejecutores. Mil duros que gastaron en vino, mujeres y un traje nuevo. Tan poco se valoraba la vida, y tan alegremente se pasaban las penas en una España tintada en gris, y en negro, en un tiempo que tan lejano nos parece y tan cercano está en el tiempo.

   El juicio, celebrado en una de las salas de la Diputación Provincial de Guadalajara, porque en la Audiencia no había espacio suficiente para tanto público como se esperaba, sacó a relucir todas aquellas pasiones bastardas, como definió el fiscal las despertadas entre Consuelo, la inductora, y su padrastro. También aquella nota que Consuelo mandó a su madre, luego que todo pasó: madre, el domingo aviaron a mi marido. La condena final, dados los tiempos que corrían, la podemos suponer.


   El guion, la página negra, el suceso oscuro con el que alimentar las páginas de una buena novela de ese género, en unos días en los que, en Guadalajara, se habla de novela negra. La Crónica Parda, de una Guadalajara en la memoria, que también escribió crímenes por todo lo alto.


Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Nueva Alcarria, Guadalajara, 21 de septiembre de 2018

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