jueves, noviembre 12, 2015

ATIENZA, ENTRE EL MITO, EL RITO Y LA SUPERSTICIÓN. UN PEDRISCO



ATIENZA, ENTRE EL MITO, EL RITO Y LA SUPERSTICIÓN. UN PEDRISCO.


Tomás Gismera Velasco

   Como todo pueblo que se precie, también Atienza echó mano de las creencias populares, transmitidas a través de generaciones, para justificar alguno de los actos de la vida. De la vida cotidiana de sus vecinos.

   Alguno de ellos nos fue transmitiendo a través de sus escritos Isabel Muñoz Caravaca, sobre todo en aquel significativo artículo que tituló: El terror del día, haciendo referencia a las tormentas.

   Tradición fue en Atienza, a lo largo de los tiempos, como de otros muchos lugares, hacer sonar la campana del tentenublo, a la llegada de las tormentas, de lo que ya se dio cuenta en Atienza de los Juglares. También fue costumbre inmemorial, sin lograr encontrar el por qué de la cuestión, situar a la puerta de las casas, cuando la tormenta amenazaba, un hacha (de las de cortar troncos) invertida. E igualmente fue costumbre arrojar piedras a través de las ventanas, piedras que servían para muchos fines, recogidas la noche de San Juan, mientras sonaban las campanas de la medianoche, en costumbre compartida con alguna que otra celebración en torno a las ánimas.



   El artículo de doña Isabel venía a cuento de una buena granizada caída en el pueblo, y de otra gran tormenta que estaba por llegar. A la caída, en 1906, se la trató de buscar explicación razonable en los malos comportamientos de los hijos de Atienza, concretamente, de los cofrades de La Caballada:

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   Por el pueblo corrió la voz de que, a finales del mes de julio de aquel año, llegaría la tormenta que acabase con el mundo, comenzando por Atienza, y parece ser que para el día señalado, el 29, se aconsejó a las gentes reunirse en la plaza:
 
   Nos decía doña Isabel, añadiendo aquello ya sabido de que no nos preocupamos de la muerte individual, hoy tú, mañana yo; pero nos aterroriza la idea de morirnos a la vez, de que se acabe el mundo…

   Por supuesto que nada sucedió, y que tampoco se conoció el origen del bulo, que se extendió como reguero de pólvora creíble de casa en casa. Imagino que más de cuatro atencinos prepararon las hachas para situarlas en las puertas de sus casas en el momento en el que apareciesen las nubes y comenzasen a descargar piedra sobre la villa, y que las piedras santificadas por las ánimas, recogidas mientras sonaban las campanas, se situaron en lugar preferente al borde de las ventanas, e incluso que la capilla de las Santas Espinas, por si acaso, se abrió de par en par.

   Concluía doña Isabel:

   Se acabó el tiempo de encogerse de hombros, y cuando los ignorantes desbarran hay que hacerles comprender que están desbarrando. Se acabó el tiempo de reír a consta de la ceguera ajena, eso era aún posible hace doscientos años. La luz está hoy al alcance de cualquier, de cualquiera de nosotros, y aquel que posea aún un rayo de ella sepa que al conquistarlo, contrajo el deber de difundirlo.

   También se cuenta que, cuando se anunció la llegada de la luz, y conociendo que vendría de la sierra a través del camino de Riaza, no fueron pocos los que salieron a esperarla al juego de pelota de Portacaballos. También se dice que uno de aquellos que trabajaron en la instalación del alumbrado, escuchando que la luz tardaría en llegar a la villa, porque discurría lentamente a través del entramado de hilos, apostó su hacienda a que, desde Somolinos, a lomos de su burra, saliendo al mismo tiempo que se pusiesen en marcha los motores, llegaría a Atienza antes de que las bombillas iluminasen la noche de sus calles. Cuando llegó a la villa, efectivamente, no había luz. Amanecía un nuevo día.

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