ATIENZA, ENTRE EL MITO, EL RITO Y LA SUPERSTICIÓN.
UN PEDRISCO.
Tomás
Gismera Velasco
Como todo pueblo que se precie, también Atienza echó mano de las
creencias populares, transmitidas a través de generaciones, para justificar
alguno de los actos de la vida. De la vida cotidiana de sus vecinos.
Alguno de ellos nos fue transmitiendo a través de sus escritos Isabel
Muñoz Caravaca, sobre todo en aquel significativo artículo que tituló: El terror del día, haciendo referencia a
las tormentas.
Tradición fue en Atienza, a lo largo de los tiempos, como de otros
muchos lugares, hacer sonar la campana del tentenublo,
a la llegada de las tormentas, de lo que ya se dio cuenta en Atienza de los
Juglares. También fue costumbre inmemorial, sin lograr encontrar el por qué de
la cuestión, situar a la puerta de las casas, cuando la tormenta amenazaba, un
hacha (de las de cortar troncos) invertida. E igualmente fue costumbre arrojar
piedras a través de las ventanas, piedras que servían para muchos fines,
recogidas la noche de San Juan, mientras sonaban las campanas de la medianoche,
en costumbre compartida con alguna que otra celebración en torno a las ánimas.
El artículo de doña Isabel venía a cuento de una buena granizada caída
en el pueblo, y de otra gran tormenta que estaba por llegar. A la caída, en
1906, se la trató de buscar explicación razonable en los malos comportamientos
de los hijos de Atienza, concretamente, de los cofrades de La Caballada:
Por el pueblo corrió la voz de que, a
finales del mes de julio de aquel año, llegaría la tormenta que acabase con el
mundo, comenzando por Atienza, y parece ser que para el día señalado, el 29, se
aconsejó a las gentes reunirse en la plaza:
Nos decía doña Isabel, añadiendo aquello
ya sabido de que no nos preocupamos de la muerte individual, hoy tú, mañana yo; pero nos aterroriza la
idea de morirnos a la vez, de que se acabe el mundo…
Por supuesto que nada sucedió, y que
tampoco se conoció el origen del bulo, que se extendió como reguero de pólvora
creíble de casa en casa. Imagino que más de cuatro atencinos prepararon las
hachas para situarlas en las puertas de sus casas en el momento en el que
apareciesen las nubes y comenzasen a descargar piedra sobre la villa, y que las
piedras santificadas por las ánimas, recogidas mientras sonaban las campanas,
se situaron en lugar preferente al borde de las ventanas, e incluso que la
capilla de las Santas Espinas, por si acaso, se abrió de par en par.
Concluía doña Isabel:
Se acabó el tiempo de encogerse de
hombros, y cuando los ignorantes desbarran hay que hacerles comprender que
están desbarrando. Se acabó el tiempo de reír a consta de la ceguera ajena, eso
era aún posible hace doscientos años. La luz está hoy al alcance de cualquier,
de cualquiera de nosotros, y aquel que posea aún un rayo de ella sepa que al
conquistarlo, contrajo el deber de difundirlo.
También se cuenta que, cuando se anunció la llegada de la luz, y
conociendo que vendría de la sierra a través del camino de Riaza, no fueron
pocos los que salieron a esperarla al juego de pelota de Portacaballos. También
se dice que uno de aquellos que trabajaron en la instalación del alumbrado,
escuchando que la luz tardaría en llegar a la villa, porque discurría
lentamente a través del entramado de hilos, apostó su hacienda a que, desde
Somolinos, a lomos de su burra, saliendo al mismo tiempo que se pusiesen en
marcha los motores, llegaría a Atienza antes de que las bombillas iluminasen la
noche de sus calles. Cuando llegó a la villa, efectivamente, no había luz.
Amanecía un nuevo día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
No se admitirán mensajes obscenos, insultantes, de tipo político o que afecten a terceras personas.