PUEBLOS
SERRANOS:
ALPEDROCHES,
NOTAS PARA SU
HISTORIA RECIENTE
Tomás Gismera Velasco
El 30 de mayo de 1974 el pueblo de
Alpedroches se incorporaba como pedanía al Ayuntamiento de Atienza, pasando a
ser uno de sus municipios anexionados. Ese día quedaba aprobada la
incorporación por el pleno de la Excma. Diputación Provincial de Guadalajara.
La solicitud había tenido carácter voluntario, al menos así lo recogía el
expediente de incorporación, junto al de Madrigal. Ambas poblaciones en los
últimos quince o veinte años habían perdido a la inmensa mayoría de sus
habitantes. En Alpedroches apenas vivían entonces media docena de personas, y
todas ellas pertenecientes a la misma familia.
Concluía entonces una parte de historia que
dio comienzo en los albores del medievo, cuando se fundó la población que poco
a poco fue creciendo en torno a su iglesia, levantada alrededor del siglo XIII.
Ya recogimos en Atienza de los Juglares
(Núm. 6. Septiembre 2009) las respuestas de Alpedroches al interrogatorio para
el Catastro de Ensenada, y algo apuntamos en torno a su población a lo largo
del siglo XIX. Población que se mantuvo en torno a los doscientos cincuenta
habitantes, cifra más que suficiente para mantener todos los servicios de una
población que como tantas otras padeció la distancia, y el olvido, de las
autoridades provinciales.
Continuó perteneciendo, a lo largo del siglo
XIX, y parte del XX, al marquesado de Belamazán, el marqués continuaba siendo
“Señor” de estas tierras, como anteriormente lo fueron sus antecesores, los
marqueses de Lanzarote, los Mendoza y López de Orozco, con alguna dispuesta por
cuenta de la marquesa de Lanzarote, doña Luisa Bravo de Laguna, de estirpe y
cuna atencina.
Para 1974 en que Alpedroches perdió su
municipalidad, había dejado también de ser cabeza de los tres pueblos que
conformaron el municipio, Alpedroches, Casillas y Bochones. Los tres
mantuvieron a lo largo del siglo XIX, y parte del XX, la rivalidad por ostentar
la capitalidad, que llevó durante cerca de cincuenta años Alpedroches, para ser
designado en 1887 el municipio de Casillas como capital municipal de los tres,
en un proceso que dio comienzo en 1884, cuando Casillas solicitó de la
Diputación ostentar la capitalidad, y Alpedroches se negó. Finalmente la
Diputación daría la razón a Casillas fijando allí la capital municipal.
Entonces tenía Alpedroches 36 vecinos, o lo
que era lo mismo, 137 habitantes; más o menos los mismos que un par de años después,
quedando compuesta la población por un total de 41 edificios, incluidos iglesia
y ayuntamiento, de los que se encontraban permanentemente habitados 33; 39 de
las casas contaban con 2 alturas y tan solo 2 eran de una sola planta; tan
detallados se nos muestran los censos.
De estos edificios algunos eran de propiedad
municipal, la herrería, la escuela, la taberna y dos hornos de pan cocer.
Herrería, taberna y hornos que el Ayuntamiento sacaba a subasta, quedando en
poder de quien más pujaba por ellos.
Conocemos los términos en que fue sacada a
subasta pública la herrería en 1848, ya que el anuncio se publicó en el Boletín
Oficial de la Provincia:
Se halla vacante la plaza de Maestro Herrero del lugar de Alpedroches,
cuya dotación consiste en treinta y ocho o cuarenta medias de trigo metadenco
cobradas en las eras por igual de yuntas de labor; advirtiendo que tiene local
y herramientas necesarias para el uso de gobernar las rejas y la mayor parte
del año puede trabajar para sí; el pliego de condiciones estará de manifiesto
en la Secretaría de su Ayuntamiento hasta el 1º de marzo, que se proveerá.
El herrero entonces estaba obligado a
trabajar para el municipio y los labradores y agricultores del mismo, ya que
entre todos pagaban esa porción de grano. Algo parecido a las igualas médicas
de la
mitad
del siglo XX. El “metadenco” es un
término poco utilizado en la comarca, y casi nos atreveríamos a decir que se
centró en este rincón provincial. Se trataba de una forma de determinar que la
mitad se pagaba en trigo y la otra en centeno. Un término derivado de “mitad”,
o de “metá”, término más utilizado en la zona.
De la misma forma se contrataban los
servicios médicos, los de la secretaría municipal y, hasta finales del siglo
XIX, los de maestro de primeras letras.
Venía cobrando el médico una cantidad
similar a la del herrero a mediados del siglo XIX, que fue aumentando, muy
poco, hasta finales de siglo, cuando su soldada se vino ajustando en torno a
las quinientas pesetas anuales y las cincuenta o sesenta fanegas de trigo,
cobradas en las eras, es decir: a cosecha vencida, a finales de septiembre.
Distinta fue la forma de contratarse, y de
pago, del secretario municipal. Cobraba en 1883 la nada despreciable cantidad
de 350 pesetas anuales; en 1895 ya cobraba 400 pesetas y en 1909 ascendía su
salario a 500 pesetas. Algo más debía de cobrar en el siguiente decenio, no
obstante al entonces Secretario municipal, D. Santos Alonso Barrrena, debió de
parecerle escaso ya que fue protagonista de uno de los más sonados escándalos
de la década de 1920, pues desapareció de Alpedroches llevándose, según parece,
parte de los fondos municipales. Fue denunciado por falsedad en documento
público, malversación, estafa… Tuvo una buena abogada, Clara Campoamor, que
consiguió en recurso de casación que únicamente fuese condenado por estafa a la
pena de cuatro meses y unos días de prisión. Anteriormente la Audiencia de
Guadalajara lo condenó a catorce años y ocho meses de cárcel.
Tratamiento distinto, como en la mayoría de
los pueblos de la zona, llevaron los maestros y maestras, ya que a pesar de que
como decía Ortega y Gasset esta era la tierra que más escuelas mantenía, lo que
no nos contaba el filósofo es que era la tierra en la que, igualmente, las
autoridades mostraban menos interés por la cultura de sus habitantes. A pesar
de ello, los maestros y maestras se ganaron a pulso un lugar en la historia de
estos municipios.
Mal pagados, y en ocasiones perseguidos
incluso por los políticos que debían protegerlos, no se rindieron en eso de
educar y enseñar a los muchachos.
Comenzaron a funcionar las escuelas en la
década de 1860. Para 1880 tenía Alpedroches dos maestros, Manuel de Mingo y
Dionisio María de Marcos, quienes aguantaron en la población por espacio de
tres o cuatro años. A partir de la década de 1890 la escuela comenzó a ser de
carácter interino, sucediéndose los maestros con periodicidad prácticamente
anual. En ocasiones porque eran trasladados a otras escuelas, y en ocasiones
también porque no aguantaban las presiones municipales o el Ayuntamiento
incumplía las más elementales normas como pagarles el suelo, o dotarles de
vivienda.
Los años finales del siglo XIX y comienzos
del XX tuvo Alpedroches por maestro de niños a D. Juan de Mingo Asenjo, hombre
que se dejó la vida por estas tierras. Dejó Alpedroches en 1911 para ocuparse
de Cañamares, donde falleció en 1914 cuando tan sólo contaba con 55 años de
edad. Poco después de su marcha lo hizo también la maestra de niñas, doña
Guadalupe López, por desacuerdos con la autoridad.
A partir de entonces se sucederían los
maestros: a D. Juan lo sustituyó ese año Baldomero Polo, quien renunció a la
plaza al año siguiente para ser sustituido por Fernando Sánchez, y meses
después a este lo sustituyó Juan Pablo Alonso, hombre para recordar ya que
luchando contra viento y marea llegó incluso a abrir una escuela de adultos en
horario de noche, siendo reconocida su labor por el municipio el cual llegó a
reunir en cuestación pública 65 pesetas para ofrecérselas como gratificación.
Fue Presidente de la Junta de Maestros del Distrito de Atienza, que dirigió
desde Alpedroches, y fecundo articulista de los medios de prensa provinciales
en su lucha por la dignidad de los maestros.
D. Juan Pablo fue sustituido en 1914 por
Feliciano Monje y este por Plácido Gómez, y a este lo sustituyó Rufino Ruiz, y
a Rufino, en 1916, Felipe Rodrigo, quien fundaría una de las primeras
mutualidades escolares de la comarca: la Mutualidad Escolar Nuestra Señora de
la Asunción, de la que formaban parte el cura y el Alcalde, y que apenas se
mantuvo por un año.
Al estallar la Guerra Civil el Ayuntamiento
tenía pedidas, para arreglo de la escuela, 500 pesetas a la Diputación
provincial que nunca llegaron. Su entonces maestro, Jacinto Garijo Contreras,
fue denunciado por “rojo”, y sometido a proceso de depuración; se defendió ante
el tribunal diciendo: que si fuese de
izquierdas me hubiese pasado al campo rojo como hicieron otros funcionarios…
No le sirvió de mucho, había participado en algunos actos de las “misiones
pedagógicas” en la comarca, y eso y poco más fue suficiente para ser separado
del servicio, expulsado de la provincia e inhabilitado para continuar en la
docencia.
Las escuelas se arreglarían muchos años
después, hasta que se cerraron definitivamente, como lo habían sido con
anterioridad a los años de la República, época en la que funcionaron con casi
total regularidad, ya que en el primer cuarto del siglo XX, como anteriormente
apuntábamos, dar clases en Alpedroches, como en tantos otros lugares, fue una
aventura desde que en el mes de mayo 1905 un incendio fortuito redujera las
escuelas, y casa de los maestros, a escombros.
Se reconstruyeron poco tiempo después, con
tan precarios materiales que fueron clausuradas en 1921, permaneciendo cerradas
hasta 1925, decenio ese en el que las autoridades de la provincia, y en
ocasiones nacionales, por el Conde de Romanones, únicamente se acordaban de que
existía Alpedroches en época de caza. El Conde de Romanones y el industrial
aragonés afincado en Atienza, quien llegó a militar en el partido del Conde,
Luciano Más Casterad se alternaban a la hora de ajustar el coto de perdices y
codornices municipal para ellos solos. En el término de Alpedroches, cazando
perdices, fue donde a Luciano Más le reventó su escopeta el primero de
septiembre de 1921 perdiendo en el accidente la mano izquierda.
Por esa época comenzó su declive. A mediados
del siglo XIX la población rondaba los trescientos habitantes; a 303 ascendía
en el censo de 1866; con 275 contaba en 1885; 282 en 1902; 290 en 1905; 156 en
1909….
Aun así, siempre será uno de esos pueblos dignos de
recordarse, con una historia que, poco a poco, iremos descubriendo. Porque
siempre, tras cada una de sus casas, habrá una historia que contar. Historia
que entronca con uno de esos apellidos exclusivos de la provincia: Gismera, o
con mayor propiedad: Xismera.
Alpedroches fue la cuna de los primeros
Xismera (Gismera), conocidos en la provincia a finales del siglo XVII. Al lugar
llegaron desde Burgos. En Burgos se cantó a un alguacil “xismera” (por
chisme/chismera, origen del apellido), en el siglo XV. Desde Alpedroches se
extendieron a Cañamares, La Miñosa, Atienza, Miedes y por último, hacía 1855, a
Hiendelaencina. Pero esa es ya otra historia.