EL
SEÑORÍO DE ATIENZA
Tomás Gismera Velasco
Artículo finalista del premio de
periodismo
“José de Juan”, de la Excma.
Diputación
Provincial de Guadalajara, 1983.
Hubo un tiempo, no por lejano totalmente
olvidado, en el que desde la planicie calva de la torre del homenaje del
castillo de Atienza la mirada se perdía entre sierras y picachos, sin alcanzar
a contemplar enteramente el fin de lo que entonces se denominaba “Tierra de
Atienza”, más tarde señorío real, parece que por petición hecha por los propios
atencinos y concedida por los reyes, que siempre llevaron entre sus títulos el
de “Señor de Atienza”. Desde el Pico del Ocejón al río Guadiela, en las
cercanías del Tajo; desde las sierras de Pela y del Bulejo a Pastrana, y todo
cuanto con la mirada se podía abarcar estaba dentro del señorío atencino, a
excepción de una pequeña laguna en el terreno, compuesta por la histórica
Sigüenza.
En medio de tan extenso campo,
dominándolo todo, como la auténtica Niké, la Victoria de Samotracia como
comparó el doctor Layna Serrano al rocoso peñón de Atienza, el castillo se
levantaba impetuoso, como si el propio Poliórcetes hubiese querido con él
ensalzar la victoria de los griegos sobre los egipcios.
El crecimiento de Atienza y de su
señorío en tiempos remotos fue inmenso, hasta el punto de que los reyes
llegaron a conceder grandes privilegios a quienes, abandonando estas tierras,
marcharon a repoblar otras más pobres y recién conquistadas, y ya, en 1133, el
rey Alfonso VII, Señor de Atienza, concedió a sus tierras propio fuero, con el
cual gobernar pueblos y haciendas, que por entonces se sumaban en gran número,
contando por aquellos tiempos en su señorío con más de ciento cincuenta pueblos
y poblados dentro de su contorno, y con los más inexpugnables castillos de la provincia,
dominando el paso de los reinos de Castilla y de Aragón.
Con el pasar de los tiempos se fueron
segregando de sus tierras poblaciones que luego los reyes donaban a sus
súbditos más leales, en premio a los servicios que estos prestaron a la Corona,
vistos con disgusto por los atencinos, aunque respetando siempre a su rey y
señor. De tierras de Atienza se formaron condados, ducados y señoríos como el
concedido a don Alvaro de Luna, entonces condestable de Castilla, por el rey
Juan II, donándole extensos terrenos a los pies del Alto Rey. Alfonso X el
Sabio incluyó dentro de su fuero real al señorío de Atienza, y de él formó los
señoríos que luego concediese a doña Mayor de Guillén; pueblos como Cifuentes o
Palazuelos, engrandeciendo señoríos cercanos y formando otros con la tierra a
él perteneciente.
En contadas ocasiones los reyes dejaron
de ejercer el derecho de señorío sobre estas tierras, cediendo títulos y
haciendas a terceros, aunque son contadas las veces que lo hicieron, sin
embargo la historia lo reseña, y cuando las tierras fueron gobernadas por el
infante don Enrique, por cesión del rey don Fernando IV, o cuando el rey que
instauró la Casa de Trastamara en España, Don Enrique, donó estas tierras a don
Beltrán Duglesclin en premio a sus trabajos por alzarle a la Corona, o cuando
fue señor de Atienza don Beltrán de la Cueva. En todas las ocasiones, tarde o
temprano, de nuevo las tierras de Atienza volvieron a pertenecer al rey, y
aunque los atencinos vieron con malos ojos el desgranarse de su tierra, lo
aceptaron por respeto a la Corona, guardando el silencio de la ira y
ateniéndose a las órdenes dadas por su señor.
Prueba del afecto que tanto atencinos
como reyes se guardaron mutuamente quedan historias como La Caballada, o as
ocasiones en las que los reyes instalaron la Corte en el pueblo y su señorío; y
aún quedan rastros en los emblemas de la villa que recuerdan el pasar de los
monarcas, y así, en tiempos no tan lejanos, el entonces duque de Anjou, más
tarde rey de España, nos dejó en el pueblo su enseña, la flor de lis de los
primeros Borbones, en gratitud al acogimiento que el pueblo le demostró cuando
tuvo que instalarse en él por largo tiempo. Reseñas y actas que no por contadas
son únicas.
Y en los tiempos que corren, cuando las
campanas de la historia se lanzan a los aires pregonando a los cuatro vientos
la noble hidalguía de tantas y tantas tierras que se esparcen por todos los
puntos de España, también es hora de que las campanas de Atienza resuenen en
los bronces centenarios y de que Atienza, saliendo del olvido en el que durante
muchos años anduvo, vuelva de nuevo a asumir en la historia el papel que tan
dignamente se ganó, dejando en el empeño ajados muros, murallas
dormidas que recuerdan el paso de los siglos, tierras con historia y casonas
blasonadas que realzan el tiempo que en ellas vivieron reyes y grandes señores.
Cuando tanto se habla en los tiempos que
corren de múltiples historias, es hora de que Atienza saque a la luz la suya
propia y dejando de vivir de recuerdos viva, también, la realidad olvidada de
su sueño, porque paseando por sus calles angostas, soñolientas, cada rincón nos
recuerda un momento de la historia en el que el nombre de Atienza se escribió
con letras de oro.
Y mientras en los aires se escucha el
sonido de sus campanas, que pregonan a los vientos el resurgir de Atienza, no
hay que olvidar los esfuerzos que tanto la Diputación Provincial como los
distintos organismos de la provincia, hacen para que resuenen a los vientos sus
hazañas, y recordando La Caballada, el sitio que a la villa puso don Alvaro de
Luna; el decaer de sus murallas; el señorío real de sus tierras…, no olvidemos
todos que Atienza también tiene señorío, y que en un rincón pequeño, entre
tanta hidalguía, entre los títulos de Su Majestad, el rey don Juan Carlos I,
uno de ellos es el de Señor de Atienza.
Nueva Alcarria, 1 de enero de
1983