RUTAS DE NUESTRO ENTORNO, LA RUTA DE LA
LANA
CIFUENTES,
por
Tomás Gismera Velasco
Desde la lejanía se aprecia que Cifuentes es
villa importante, con un caserío que se extiende y crece entre las arboledas
que riegan las aguas de sus famosas cien fuentes, más o menos, que le dieron
nombre. Un pueblo limpio, hermoso y bien urbanizado.
Hoy Cifuentes lucha como tantos pueblos de
Guadalajara por mantenerse, aunque sea a la sombra del castillo de los Silva,
cuyos muros protectores emergen del libro de la historia, olvidado su palacio,
que el primer rey Borbón de la historia peninsular, Felipe V, ordenó derribar y
sembrar su solar de sal, por castigar al conde cuando en la Guerra de Sucesión apoyó
a su enemigo, el de Austria.
Las calles de Cifuentes tienen ese aire que
mezcla lo rural con lo moderno; los caserones de piedra y argamasa con el
ladrillo y el cemento, pero como sucede con tantos otros pueblos, la
combinación entona, respetando lo que se ha de respetar. Una placa en el
antepecho del muro de la iglesia recuerda que en Cifuentes nació; a su lado
otro dice que allí fue proclamado Hijo Adoptivo de la Villa el Cronista
Provincial por excelencia, don Francisco Layna Serrano.
Junto al convento de San Blas, la grandiosa
nave de la desaparecida iglesia acicala su interior para convertirse en sala de
exposiciones, como lo es ya una parte del edificio, donde se muestran las obras
que año a año, han dado a Cifuentes fama nacional en sus concursos de pintura.
Hay en el conjunto y la palabra una evocación, como si todas las miradas
tuviesen una obligada perspectiva del pasado cuando nos visita el recuerdo;
pero la evocación de la historia se prolonga a través de la magnífica portada
románica de la iglesia del Salvador, donde los personajes parecen jugar a un
equilibrio que les hace presentes desde su remoto ayer, mostrando a través de
sus a veces grotescas estampas, la vida de toda una época, con sus diversiones,
trabajos y poderes mundanos.
Desde el patio de la iglesia se tiene una
de las mejores vistas de la villa; ésta al pie; el castillo al frente; a un
lado los umbrosos parajes de la Cueva del Beato y alrededor la Alcarria
A un paso se escuchan salir al mundo, al
arrullo del naciente río, las aguas de alguna de las cien fuentes que formarán
el suntuoso caudal que riegue huertos y al que le crezcan estiradas arboledas
camino del padre Tajo, el río Cifuentes, que nace claro, austero y cantarín,
remansándose en la Balsa, donde es obligado beber para volver, como en tantos
otros lugares donde el agua es vida. Acompaña el recuerdo, en la salida de la
villa, la figura enigmática del ermitaño de la cueva, Bibiano, que fue a morir
a manos de quien menos lo esperaba, los santeros de la ermita de Loreto.
Cuentan las crónicas que descubierto el crimen y sus culpables, mientras
escuchaba la sentencia la mujer del santero, cómplice del homicidio, al conocer
su pena en años de cárcel y que no habría remisión por indulto, gritó a los
cuatro vientos:
- ¡En este país no existe la justicia!