EL ROBO DE HIJES
O cuando los buitres desvalijaron la
iglesia…
Bien podría parafrasear el título de uno de
los capítulos de aquella novela que escribiese el molinés Andrés Berlanga, “La
Gaznápira”, para relatar lo sucedido en Hijes hace poco más de ciento cincuenta
años.
El pueblo, hoy agazapado a los pies de la
Sierra de Pela, era entonces, 1858, un pueblo representativo en la comarca de
Atienza; el número de sus habitantes se multiplicaba por muchos más de los que
hoy tiene, y el producto de su creciente ganadería daba de comer a muchos
vecinos. Rivalizaba en número de cabezas de ganado con Miedes, de Pela o de
Atienza, tanto da, y por supuesto, con la mayoría de las poblaciones que desde
esa parte de la provincia continúan hasta los límites de las de Segovia y
Soria.
El auge de los nuevos caminos, que trataban
de convertirse en carreteras, sobre todo la que ya se auguraba como un eje
principal entre las provincias de Segovia y Guadalajara, la que comunicaría
Sigüenza a través de Atienza con Sepúlveda, Aranda y el Norte de España, hizo
que por aquellos años todas estas poblaciones, entonces ya un tanto olvidadas,
quisieran unirse a ese plan de caminos carreteros que los uniese al mundo, a
través del comercio. Comenzaron a establecerse fondas y posadas en la ruta, y
algunos de los pueblos vecinos, como Paredes, Miedes, Galve, Campisábalos, e
incluso el propio de Hijes, solicitaron la concesión gubernamental del
establecimiento de feria o mercado, con lo que atraer público y conseguir algo
de riqueza para sus respectivos municipios. Por supuesto que no todos lo
lograron, las ferias ya estaban asignadas desde siglos atrás y las concesiones
no estaban a la orden del día, no así los mercados, que podían establecerse
incluso por acuerdo municipal, siempre, claro está, con el permiso superior.
De esa manera se estableció un importante
mercado de trigos en Paredes de Sigüenza, así llamada aunque siempre haya
pertenecido a Atienza, cuando ya la carretera estaba concluida, en 1893; se
estableció mercado de trigos y ganados en Miedes, confirmado por el entonces
regente del reino (en 1842), don Baldomero Espartero, duque de la Victoria; y
así podríamos seguir por una parte de los pueblos que nos llevan a Segovia.
La población de Hijes se dedicó
mayoritariamente a la ganadería, como anteriormente decíamos, también a la
carpintería, y a la arriería, a la que se dedicaban, en el siglo XVIII, media
docena de familias.
Alguno
de sus vecinos, desconocemos su oficio, aunque debió de ser de categoría, dada
su esplendidez, ya residía por aquellos tiempos en Madrid. Aunque, claro está,
sin olvidar el lugar de origen.
Hijes debió de padecer lo suyo en los años
en los que por aquí anduvieron las tropas francesas, esquilmando unas veces y
espoliando otras. Decimos esto ya que un vecino de Hijes, Andrés Muñoz, vecino
entonces de Madrid, dotó a la iglesia del lugar en 1815 de unas cuantas piezas
de plata, de las que entonces la iglesia carecía y que, por la tipología de las
mismas está claro que alguien se las llevó.
El caso es que Don Andrés Muñoz se encargó
de que a su costa llegase a la iglesia de su pueblo una hermosa custodia de
plata, con un peso de 13 libras, que al cambio vendrían a ser como 25 o 26
kilos; entre otras cosas. Se sabe que la dicha custodia la mandó llevar a su
pueblo el tal señor porque había ordenado que aquello quedase grabado en la
pieza. También en un viril, en cálices, en cruces…
Pero como todo no es para siempre,
aprovechando aquel incesante paso, las ferias y los mercados, por Hijes pasó,
mediado el mes de julio de 1858, un vendedor de telas llamado José, de buen
vestir y mejor hablar. Anduvo por el pueblo, y por la comarca, durante varios días,
acompañado de una mujer, que decía ser su prima, y de un criado.
En la madrugada del 24 de julio, cuando el
pueblo menos lo esperaba, el tal José “vecino de Madrid, tendero de telas, como
de 40 años, con patillas grandes, falto de la dentadura inferior, vestido con
pantalón de mahon azul rayado, chaqueta clara corta con cordón negro, reloj en
el bolsillo y montando en un caballo bueno, castaño”, junto con su prima y el
criado, entró en la iglesia y…
Del sujeto y sus acompañantes nunca más se
supo, por mucho que trató la justicia y guardia civil de buscarlos, tampoco de
las piezas de plata que se llevaron de la iglesia:
-Una cruz de plata con armazón de madera,
con alguna chapa de hoja de lata. Su peso 27 libras.
-Una custodia grande del mismo metal, con un
letrero alrededor que decía fue regalada por Don Andrés Muñoz, vecino de Madrid
en 1815, su peso como de 13 libras y media.
-Un viril como de tres y media, con el mismo
letrero, también de plata.
-Un incensario, en las mismas condiciones,
como de 4 libras.
-Tres cálices del mismo metal, uno
sobredorado, y en todos el peso como de 7 a 8 libras. Tres patenas, tres
cucharillas, un par de vinajeras, con platillo, todo de plata; una crismera,
otra para la unción. Una inicial de Nuestra Señora del Rosario, como de media
libra, toda de plata. Un alba, dos sobrepellices, un cíngulo…
Desconocemos al autor de aquellas piezas,
alguna de indudable mérito, como debieron de ser la Custodia, por su peso y
tamaño, así como la cruz procesional, de la que nos han llegado escasos datos,
si bien podemos asegurar que ya se encontraba en la iglesia de Hijes desde al
menos cien años atrás, ya que, hacía 1752, el platero Gabriel Baquer, a la
sazón residente en Atienza, desde donde se trasladaba a las poblaciones vecinas
para arreglar y reparar, cobró 136 reales y 8 maravedís al párroco de la
localidad por componer y echar unos remates que faltaban en la cruz, según
recogen las cuentas parroquiales de la época. De donde se deduce que el tal
Baquer pudiera haber sido incluso su autor, del que apenas se tienen otros
datos que los figuran en los libros de cuentas de Atienza e Hijes.
No sería el único caso, por aquellos años,
antes y después, el expolio, o robo sacrílego, como se le denominó, revoloteó por
toda la provincia, dejando a muchas iglesias sin su plata, en Tamajón, en
Pozancos, Baides, Alarilla, Matillas, Guijosa, Cubillas…
Lo que está claro es que aquella madrugada,
24 de julio de 1858, Hijes perdió una parte de su legado artístico.