lunes, mayo 05, 2014

ATIENZA: LOS ORÍGENES DEL CASTILLO. LA TORRE DE LOS INFANTES



Introducción:
La fortaleza de Atienza
   Pocos lugares resultan tan propicios para levantar una fortaleza, en apariencia inexpugnable, como el peñón sobre el que se asentó la que dominó la villa de Atienza y desde ella las líneas fronterizas de los antiguos reinos de Castilla, el cercano de Aragón y los peninsulares de la Extremadura Andaluza en tiempo de dominio musulmán.

   Poco sabemos en cuanto a sus orígenes como fortaleza amurallada, si bien los testimonios escritos más antiguos nos hablan de ella en época de la invasión musulmana, siendo en ocasiones centro desde el que avanzar hacia el Norte.

   Se levantó la fortaleza sobre un enorme peñón que domina el cerro sobre el que se asienta la villa y desde el que pueden dominarse las fronteras de los reinos antedichos, así como el paso de la cordillera serrana que divide los antiguos territorios de Castilla la Vieja y Castilla La Nueva. Peñón de aproximadamente 130 metros de largo, por unos 30 de anchura máxima y 12 de altura media, o lo que es más o menos lo mismo, en las crónicas anteriores al siglo XIX, época de su parcial derrumbe: 152 pasos de largo de N. a S. y de 24 a 30 de ancho por algunas partes; mientras que la elevación de la roca es varia, teniendo por el punto más bajo unas 10 varas. Roca caliza cortada por la acción erosiva del tiempo en la práctica totalidad de su contorno, salvo en el meridional de acceso, que lo sería por el hombre.

   Por este lado se acedía, tras escalar la roca horadada formando escalera en ella, al recinto propiamente dicho del castillo o fortaleza, flanqueada en la actualidad por sendos torreones cuadrados y reconstruidos en torno a 1967, malinterpretando las construcción primitiva.

   En la actualidad el recinto no es sino una gran plataforma rodeada por restos del muro que sirvió de muralla, sin necesidad de que esta, dada la defensa natural de la fortaleza, tuviese una gran altura. Muralla a la que debieron de estar unidos los edificios que sirvieron para el uso y habitación de los moradores de la fortaleza, y de cuya existencia no queda, en apariencia, el menor rastro. Salvo la llamada Torre del Homenaje, de gran consistencia constructiva ya que sus muros llegan a tener un espesor de cerca de dos metros. Esta torre consta de tres plantas: la baja, por la que se accede, con un único habitáculo y de la que parte la escalera que conduce a las superiores; la intermedia, de estructura diáfana, con huecos quizá para tinajas, quizá para utilizarse a modo de dormitorio, y la terraza, desde que la que se dominan las fronteras antedichas, en cuyo esquinazo sobresale el consiguiente garitón. La antedicha crónica del XIX nos señala al respecto que: en las dos puntas de N. y S de la fortaleza hay dos torreones cuadrilongos, hallándose en el del N. la subida al castillo propiamente dicho, y en el del S. 2 habitaciones abovedadas; en la de encima existen 3 ventanas, otros tantos huecos, sin duda para colocar tinajas y 1 chimenea; se sube a esta habitación y a lo alto de la torre, por una escalera de piedra practicada en una de las paredes; encima del torreón y en su ángulo meridional, hay una garita que sobresale de la esquina.

  Hacía el centro de la plataforma, horadados en la roca, se encuentran dos aljibes de obra morisca, utilizados a lo largo de los siglos a modo de almacén, de agua, nieve u otros productos que llegarían a ser necesarios para la vida de la fortaleza. Ambos han perdido al día de hoy las escaleras de acceso así como parte del muro que los cubrió: bóvedas de ladrillo que les servían de cobertizo.                  
  Remontándonos en el tiempo a las crónicas medievales de las que toma notas Julián Paz para su obra: Castillos y Fortalezas del Reino, noticias de su estado y de sus alcaides y tenientes durante los siglos XV y XVI[1],  nos dice al respecto de la fortaleza de Atienza: Tenía esta fortaleza su torre del homenaje y otra torre que llamaban de los Infantes.



La Torre de los Infantes
   Prácticamente ninguna otra referencia encontraremos en épocas recientes, salvo la de Julián Paz, que nos hable de la Torre de los Infantes de la fortaleza de Atienza. Prácticamente desaparecida en 1912, cuando Paz da a la imprenta su trabajo, si bien sobre la plataforma de la fortaleza se encontraban los suficientes restos de sus muros como para poderla reconstruir. Muros que llegaron hasta los inicios de la década de 1960 y de los que toma testimonio el propio Benito Pérez Galdós para su obra “Narváez”, de la serie de Episodios Nacionales, cuando describe a sus personajes accediendo al castillo: Salvamos el boquete abierto en el adarve, pasamos junto al cubo, que enhiesto y amenazador se mantiene, desafiando al cielo…




   Tendremos que remontarnos algunos años atrás, 1879, cuando el cronista seguntino Manuel Pérez Villamil visite detenidamente la villa de Atienza e inspeccionando el castillo nos señale la noticia de que: Dos años hace que vino al suelo un torreón cuadrado que debajo de la torre del SE., se levantaba y en el cual subsistían perfectamente caladas las simbólicas ladroneras de los ballesteros, formando una cruz rasgada sobre la mira circular. Este género de ladroneras caracteriza tan fielmente el tiempo de las cruzadas, que no sería aventurado suponer que los caballeros templarios u hospitalarios tuvieron grande intervención en la construcción de esta fortaleza.

      A pesar de ello, todavía quedaban los suficientes restos como para advertir en ella una construcción representativa, y nos añade en cuanto a su reconstrucción medieval: Fundo mi opinión en los restos de construcción que subsisten caracterizando el tipo arquitectónico de esa época, en que el estilo gótico lucha con el sajón y revela las innovaciones introducidas en la arquitectura militar por los primeros cruzados, que trajeron del Asia importantes descubrimientos. El corte de las arcadas; el tipo de los muros, la disposición de los adarves y troneras, todo está declarando su abolengo[2].

   Nos habla igualmente de bóvedas desplomadas o de piedras obstruyendo los pórticos, y cierto era, puesto que no habían transcurrido demasiados años desde que en la última de las guerras carlistas, sobre la fortaleza de Atienza, refugio ocasional de distintas facciones, se tomase la decisión de dinamitar los muros y edificios principales con el fin de evitar de aquella manera que sirviese de defensa a los levantiscos. Muros y edificaciones que habían sido reparadas en parte después de que, igualmente y en evitación de que sirviese de resguardo a las tropas de Juan Martín, El Empecinado, durante la Guerra de la Independencia, el Gobernador Militar de Soria a las órdenes del Ejército francés procediese de la misma manera: volando a golpe de dinamita la parte principal de sus muros. Y de cuyas reparaciones posteriores nos dan cuenta las crónicas referentes a los acontecimientos que por la comarca tuvieron lugar con motivo de la Primera Guerra Carlista: Nótese que en Atienza hay un fuerte, casi inexpugnable, sobre roca viva, donde caben de 400 a 500 hombres, con aljibes, almacenes, edificaciones, etc., que se compuso y habilitó hace tiempo a costa de los pueblos del partido, sin gasto alguno del erario. Allí hubo una pequeña guarnición de seguridad que impidió a Merino alguna correría, pero ahora estaba abandonado y no ha servido de refugio a los leales, ni de defensa para el país, sus caudales y armamentos. Con una corta partida que lo guarneciese todos los Nacionales de los pueblos y personas comprometidas, tenían allí un seguro para estos casos; pero era menester más celo en las autoridades, más actividad en los pueblos, mejor espíritu en las gentes[3].

   Tenemos pues situada la torre, en la parte Norte de la plataforma sobre la que se levantó la fortaleza, a la izquierda del acceso principal, frente a frente de la actual Torre del Homenaje único resto de lo que fue castillo de Atienza. El nombre de “Torre de los Infantes”, nos aventuramos a señalar que fue debido a la estancia por algunas temporadas en ella de los reyes de Castilla, Alfonso VIII y Sancho IV en sus minorías de edad, entre otros.

El origen
   Todas las crónicas alusivas al castillo o fortaleza de Atienza nos describen el conjunto con una serie de edificaciones para el servicio de quienes lo habitaron, con distintas dependencias que no han llegado hasta nosotros, dándonos cuenta el propio Julián Paz de que en 1508 en la casa de la provisión había 22 tinajones de tener vino y harina; y en la de la armería un tiro de fuslera con su carretón, que parecía ribadoquín; un trueno de tiro de hierro; cinco cerbatanas con sus cureñas de hierro; una media lombarda de hierro con su cureña; un trueno de hierro viejo y un espingardón; un trueno de hierro muy viejo con su cureña quebrada; una cerbatana vieja e dos buzanos e un servidor de hierro, todo viejo; un servidor de media lombarda; un torno de madera de encabalgar ballestas; dos espingardones con sus cureñas; cuatro espingardas; siete espingardones; seis ballestas de acero de pasa, las tres con sus garrochuelas y las otras tres sin nueces; siete ballestas de palo, las tres con sus garruchas; cuatro cajones llenos de tiros de almacén; ciertas piezas de arneses viejos desguarnecidos; tres lanzas de armas; 65 paveses darzones y dos

lanzones viejos. La puerta de la barrera, y algunas otras edificaciones, por debajo de la actual fortaleza, en el lugar llamados “patio de armas”, “de caballos”, o “albacar”, perfectamente delimitado, con restos de los torreones que lo defendieron. Patio de caballos principalmente, ya que hasta la plataforma superior difícilmente podían acceder los animales por lo enriscado del terreno.

   Era, sin temor a ningún tipo de duda la Torre de los Infantes, el edificio principal de la fortaleza desde que fuese fortificada por los almohades con anterioridad al año 900, y en la que se enfrentaron, conforme nos relatan las crónicas, los caudillos Galib y Al-Mansur en el 980, pues de otra manera no hubiese sido posible la escapada de Al-Mansur de la fortaleza: una vez que estuvieron a solas Galib comenzó a hacerle reproches a Al-Mansur; después se abalanzó sobre él espada en mano y lo alcanzó cortándole parte de los dedos y haciéndole una gran señal en la sien. Huyó Al-Mansur ante él y se desplomó desde lo alto de la ciudadela, alcanzando en su arriesgado lanzamiento un pasadizo adosado a la construcción. Escapó herido, salvándose prodigiosamente de un peligro, como una muestra más de su buena fortuna[4].

   Andado el tiempo, reconquistado el territorio y reparada la torre tras la ruina a que Almanzor redujo la Villa en torno al año 995, sería residencia ocasional de alguno de los distintos reyes castellanos que habitaron la fortaleza por breves espacios de tiempo hasta que los disturbios ocasionados en Castilla durante la llamada Guerra de los Infantes de Aragón, mediado el siglo XV, relegaron la Villa de Atienza, tras la ruina a la que fue sometida en el intento de conquista por las tropas castellanas tras la ocupación de los navarros, quienes se hicieron fuertes en el recinto de la fortaleza a las órdenes del capitán Rodrigo de Rebolledo, sin que nunca se llegasen a rendir.

La torre de los Infantes, Prisión de Estado
   Con la pérdida de la muralla, derribada en algunas partes por las tropas castellanas a lo largo del verano de 1446, y la posterior unión de los reinos peninsulares, la Villa de Atienza dejó de tener el carácter defensivo de siglos anteriores, sin embargo su alejamiento de los caminos principales y el buen estado de la fortaleza la hicieron figurar en los años finales del siglo XV y comienzos del XVI como uno de los enclaves principales para convertir la Torre de los Infantes de la fortaleza atencina en una de las más seguras prisiones de Estado durante la regencia castellana de Fernando de Aragón, así como del Cardenal Ximénez de Cisneros, quien ya la utilizó siendo Arzobispo de Toledo, en 1496, como más adelante veremos.

   Con anterioridad a que Fernando de Aragón enviase a la torre a los primeros prisioneros ya había cobijado entre sus muros al autoproclamado obispo de Sigüenza, el deán de aquella catedral Diego López de Madrid entre 1467 y 1470, en que fue puesto en libertad tras su arrepentimiento. Junto a López de Madrid se encontraban sus hermanos y criados.

   No era la de Atienza la única fortaleza convertida en prisión de Estado por orden real. Otros castillos y fortalezas cumplían idéntico papel en aquel tiempo para miembros de la alta nobleza. Por la misma época cumplían el mismo fin el castillo de Simancas, el de Santorcaz, Villalba del Alcor, Mora o los mismos alcázares de Segovia y Toledo.

   De esa manera en la primavera de 1502, y tras ser derrotado por las tropas del Gran Capitán cumpliendo órdenes de Fernando El Católico en su intención de repartirse con Francia aquellas tierras tras los tratos de Nápoles con Turquía, fue llevado a la Torre de los Infantes el duque de Calabria, heredero del reino Nápoles, apresado el primero de marzo de aquel año, y mantenido preso en la Torre, si bien y según las crónicas con cierta libertad en el interior del recinto, donde permaneció por un espacio de tiempo de 11 años: Allí permaneció el desventurado duque once años hasta 1513, en que fue trasladado al castillo de Játiva, donde sus cuitas, lejos de suavizarse, arreciaron de modo que asombra cómo un temperamento tan delicado, culto, sensible y dado á la música como el suyo, pudo resistir pruebas rigurosísimas capaces de blandear, así la voluntad como la salud del hombre más entero. Nos cuenta la crónica de Vicente Castañeda en torno a la prisión del joven Fernando de Aragón que el duque, tras ser hecho prisionero y enviado a Atienza con sus servidores, estos fueron ahorcados en su presencia.

   Compartió presidio el joven duque con el obispo de Badajoz, Alonso Manrique, mandado apresar por Fernando El Católico en 1508 cuando el obispo, contrario a la política castellana de Fernando, trataba de escapar de Castilla con rumbo a Flandes, siendo apresado por Francisco de Luján el Domingo de Ramos, 16 de abril de 1508, en las costas cántabras, llevándolo el propio Luján con sus hombres a la torre de Atienza, en la que permanecería por espacio de dos años, hasta ser trasladado a Toledo. Lo que nos hace imaginar la torre como un lugar con varias dependencias y cierta amplitud para mantener en su interior a distintos personajes, entonces con su servicio; sin contar con las destinadas probablemente al alcaide y, por supuesto, a los custodios de los prisioneros. Algo imposible de sustentarse en la actual torre del Homenaje, como algunos autores sugieren al relatar los episodios en los que la fortaleza de Atienza ejerció como prisión de Estado.

   A pesar de ello, las estancias destinadas a los prisioneros debían de carecer de las más mínimas medidas de comodidad, a juzgar por la queja que años después, con motivo de la llegada a la fortaleza de los principales caballeros navarros derrotados en la batalla del Roncal, envió el alcaide de la fortaleza, Juan Ortiz Calderón, al Cardenal Ximénez de Cisneros, recibiendo Ortiz Calderón la orden de adecentar en lo posible la torre para cobijar a los nuevos “huéspedes”, en número superior a los anteriores. Teniendo en cuenta, además, de que habían pasado cuatro años sin que la torre tuviese utilidad o fuese reparada.

Los navarros de la Torre de los Infantes
   Con motivo de la estancia en Atienza de algunos de los principales capitanes de las derrotadas tropas navarras, tendremos la oportunidad de conocer con absoluta seguridad la estructura de la torre.

   Será en 1516, en uno de los últimos intentos por la restauración del reino de Navarra en la cabeza de Juan de Albret cuando se enfrenten en el campo de batalla las tropas navarras y las enviadas por el Cardenal Ximénez de Cisneros, como Regente del Reino por Carlos I, siendo derrotados los navarros el 22 de marzo de 1516 por las tropas castellanas al mando del coronel Cristóbal de Villalba.

   Para algunos de aquellos principales caballeros derrotados señaló el Gobernador de Castilla el envío a la fortaleza de Atienza, como más segura y alejada de posibles intentos de liberación, y para que allí fuesen guardados a muy buen recaudo.

   Eran estos el Mariscal don Pedro de Navarra; Juan Ramírez de Baquedano, señor de San Martín y Ecala; los capitanes Petri Sánchez y Juan de Olloquí y Yatsu, señor del palacio de su apellido, primo carnal de San Francisco Javier; el cascantino Pedro Enríquez de Lacarra; Antonio de Peralta, primogénito del marqués de Falces y de doña Ana de Velasco, defensora del castillo de Marcilla; el capitán Francés de Ezpeleta, señor de Catalaín hijo del Vizconde de Valderro y pariente del santo; y por último Valentín de Yatsu, igualmente primo carnal de San Francisco Javier.

   Previamente a su llegada a Atienza, tras una breve estancia en Valladolid, visitaron la fortaleza, conforme a la carta que remitió el alcaide del castillo de Atienza a Ximénez de Cisneros: el aposentador Juara y los criados de sus altezas Juan de Velasco y Diego Ortiz con el fin de ver y mirar la dicha fortaleza y lugar donde habían de estar los caballeros que a ella vienen presos e así mismo para que recibiese a los dichos monteros para guarda de los dichos caballeros prisioneros.

   En la misma carta que Ortiz Calderón remite al Cardenal Regente, le da cuenta de que la torre no se encuentra en las mejores condiciones para recibir a tan señaladas personalidades por lo desapacible del clima que la rodea, ni dispone de las medidas de seguridad necesarias. A pesar de ello, y no sin ciertas prisas, se acometerán algunas obras menores en una primera fase, a fin de recibir a los prisioneros a mediados del mes de abril de ese mismo año. Los prisioneros navarros llegarán en compañía del licenciado Francisco Galindo, el cual será portador de una provisión real dirigida al alcaide para que: Los recibiese y tuviese a mucho recaudo porque importaba mucho al servicio de sus altezas.

   A los pocos días de recibir a aquellos llegarían tres nuevos prisioneros. Prisioneros llevados a Atienza por el capitán Gonzalo de Oviedo para que nuevamente: de parte de sus altezas los  recibiese, que habían sido tomados en la misma demanda que los otros. Y por ser cosa que tocaba al servicio de sus altezas  acordé de lo hacer hasta que vuestra reverendísima señoría lo supiese para mandallo remediar y de manera señor que ellos quedan aquí por quince días y en tan trabajoso y estrecho lugar, que si no se remediase yo desconfiaría de su salud, de lo cual más larga relación podrá hacer el dicho licenciado y el dicho aposentador[5].

   Consta en la misma información testimonial que los prisioneros llegaron con parte de sus posesiones, cofres con armas y vestuario, así como con algunos criados y sus cabalgaduras, en número próximo al medio centenar entre jacas, caballos y mulas, que les fueron confiscadas a su llegada a Atienza, despachándose igualmente a los criados, de los que únicamente quedaron dos.
   En la misma carta Ortiz Calderón solicita del Cardenal que nos mande aliviar destos presos y repartirlos o nos mande reparar los aposentos donde más seguros los podamos tener.

   La respuesta de Cisneros no se hará esperar, pues pocos días después de la llegada de aquellos, el 25 de abril, firmará la cédula por la que comisiona al mismo licenciado Galindo que a Atienza los llevó, para que: entienda en facer un aposentamiento conveniente en esa dicha fortaleza para que los presos navarros puedan estar a buen recaudo, ordenando a las autoridades de la villa y su comarca que le proporcionen los materiales necesarios que fuesen menester pagaderos al precio que entre ellos valen; igualmente que pongan a su disposición para el acarreo las bestias y carretas y bueyes e otras cosas que oviere menester, pagándoles su justo jornal.

     El Licenciado Francisco Galindo llegaría de nuevo a la fortaleza de Atienza el dos de mayo de aquel mismo año y tras notificar al alcaide su misión y obtener de él acatamiento a la orden, el día cinco se dedicó a examinar las prisiones en compañía del alguacil Vallejo y de los monteros del castillo.

   Su primera visita fue a la torre: que se dice de los Infantes, donde están presos el Mariscal de Navarra e don Antonio de Peralta, e Francisco de Espeleta e Valentín de Jaso. De todo lo cual levantó acta el escribano Baltasar Rodríguez[6].

   A partir de aquí el propio Galindo en su informe al Cardenal nos dará cuenta de cómo era la Torre de los Infantes, en la que encontró una puerta tapiada por la que se accedía al lugar en el que se guardaban los prisioneros, y no encontrándola con el suficiente grosor ordenó derribarla y reconstruirla nuevamente, obra encomendada al cantero atencino Juan Alonso, quien la remató más ancha que estaba, lo cual el dicho cantero la puso luego por la obra e cerró la dicha puerta de cal y hieso e piedra, de siete palmos de gordo e aun de algo más.

   Cerrada pues la puerta de acceso a la torre, situada a ras de suelo, ordenó que la entrada se hiciese por la planta media, a través del adarve de la muralla, accediendo a una de las salas principales con escaleras de subida a la torre y de bajada a las estancias en las que se acomodó a los prisioneros en número, al menos, de cuatro celdas. Una de ellas ocupada por el Mariscal Pedro de Navarra, en la que había una cama harmada questaba en la dicha prisión, de las que llaman de campo, en que el dicho mariscal dormía, e halláronse en la dicha cama ciertas bergas e barras de hierro con que la dicha cama estaba armada. Sustituyendo los herrajes, en evitación de que fuesen utilizados a manera de arma, por maderas y cordeles. Ordenando igualmente el cambio de la puerta que cerraba el acceso a la cámara del Mariscal, por una puerta de red dejando en ella una ventanilla con su compuerta e cerradura para servicio de dar lo que ovieren menester sin abrir ninguna salvo la que de antes estaba hecha. Igualmente ordenó que una ventana por la que se divisaba la población y por
donde entra claridad, le pusiesen unas verjas de hierro, las cuales se pusieron e fueron cuatro barras de hierro e dos travesas que entran las dichas barras, que pesó todo veintiocho libras.

   El mismo escribano que levanta acta nos dirá que: Doy fe que en una puerta que sube a lo más alto de la dicha torre está puesta una puerta que parece ser nuevamente puesta, lo cual dicha puerta está diferente de la dicha prisión, e están después della para haber de llegar a los dichos presos, tres puertas con tres salas con cuatro cerraduras.

   En otra de las celdas o estancias se encontraban Pedro Enriquez de Lacarra, Juan Ramírez de Baquedano, el capitán Petri Sánchez y Juan de Olloki. Estancia reparada en los días anteriores a su llegada, como apunta el escribano: Vi que en la dicha sosota (celda o calabozo), estaba hecho un suelo de tablas que parecía nuevamente hecho, e ansimismo vi que en una saetera por donde entra claridad a la dicha sosota estaban puestas tres verjas de hierro, e ansimismo en la antecámara vi que estaba una puerta con su cerradura, e luego tras aquella otra puerta de red de madera que parecía nuevamente hecha con su cerradura y en ella misma una ventanilla para servicio con su cerradura, e tras aquella esta otra puerta con su cerradura. Y lo mismo nos relatará de las estancias en las que se encuentran Antonio de Peralta, Francisco de Espeleta y Valentín de Yatsu o de Jaso, así como del resto de prisioneros.

   Cumplida la inspección de las estancias, compuesta de cuatro compartimentos con sus antecámaras en la planta baja, otros tantos en la principal con sus respectivas cámaras de acceso, donde se mantendrá la guardia, y dos más en la terraza a la que se accede por escalera de piedra pegada a la pared, ordenará la recomposición de una campana mediante la cual poder pedir auxilio a la villa en caso de necesidad; para terminar requiriendo al alguacil Blas Vallejo para que busque en la villa herrero capaz de echar a cada uno de los dichos presos navarros questan en la dicha fortaleza unos grillos muy bien echados porque cumple así al servicio de sus altezas.

   El encargo lo recibió Sebastián Martín, quien hubo de jurar en forma debida de derecho que echaría e sobraría bien los dichos grillos e chavetas el cual Martín dijo que hacía todo lo susodiho lo mas fuerte e firme que pudiera.

   El primero en recibir los grillos, de seis libras y media de peso, fue el capitán Petri Sánchez, al cual hizo echar unos grillos con su chaveta bien roblada e tornole a la de los otros. Al Mariscal de Navarra los grillos que se le echaron dieron un peso de seis libras roblando cada chaveta dellos en cama de una bigornia.

   Concluida la operación el Licenciado Galindo ordenó al alcaide de la fortaleza que de parte de sus altezas no acoja ni de lugar a que ningún navarro ni criado de los dichos presos suba a la torre ni entre en la dicha fortaleza ni consienta que se den ni echen cartas ni mensajerías a los dichos presos sin su licencia, e que lo vea él, e que los que han de estar en la dicha villa de Atienza que son dos criados de los dichos presos para proveerlos de los bastimientos que fueran necesarios, pongan los dichos bastimentos en una casa e allí embién los monteros por ello, lo cual le mandó so pena de perdimento de bienes e de la vida a merced de la reyna e del rey nuestros señores.

   Y todavía, dirigiéndose a los vecinos de la villa, mandó publicar bando el 6 de mayo mediante el cual prohibía a cualquier vecino el acceso a la fortaleza, salvo caso de acudir en su auxilio, bajo la pena de cien azotes la primera vez; pérdida de un pie la segunda y pena de muerte la tercera, con iguales penas si en sus casas acogían a algún ciudadano venido de Navarra. Estando obligados a socorrer la fortaleza en el momento en que sonase la campana.

Sepan todos los vecinos y moradores desta villa de Atienza e de todos estos reynos de Castilla e los que allí rijeren, como la reina y el rey nuestros señores y el licenciado Francisco Galindo en su nombre mandar que ninguna persona del reino de navarra, nin ningunos criados del mariscal de navarra ni de don Antonio ni de los otros presos navarros questan en esta fortaleza sean osados de entrar en la dicha villa de Atienza ni en sus pies ni en ajenos, so pena que por primera vez que entraren les sean dados cient azotes e por la segunda le corten un pie e por la otra muera por ello salvo pietres de amatria criado de don Antonio eraso criado del mariscal, los cuales pueden entrar en la dicha villa de Atienza, más no entren en la fortaleza, so pena de muerte, ni salgan de la dicha villa de Atienza ni fagan mensajeros a ninguna parte sin mostrar las cartas y el despacho que traxere al alcaide o monteros que entran en la dicha fortaleza e a cada uno de ellos so pena que salieren o de otra manera embiaren mensajero les den cient azotes sobre lo cual la justicia que es o fuere en esta dicha villa de Atienza ponga mucho diligencia so pena de perdimiento de bienes e privación de los ofiçios si en esto fueren negligentes o remisos e ansi mismo manda a todos los vecinos e moradores de la dicha villa de Atienza que no acojan ni visiten a los dichos navarros que ansy a esta villa vinieren so pena de veinte mil maravedís para la cámara e fisco de sus Altezas e de entrar en la cárcel dos meses, la cual dicha pena mandamos a los dichos vecinos e a cada uno dellos que supiese en cualquier manera que alguno navarro es venido a la dicha villa de Atienza que lo venga a decir e manifestar luego en la hora a la justicia de la dicha villa e al alcalde de la dicha fortaleza e ansy mismo manda a todos los vecinos e moradores desta dicha villa de Atienza que todas las personas que en ella se hallaren de diez e siete años arriba y de sesenta abajo cuando oyeran algún redoble de campanas en la dicha fortaleza que acudan y vayan luego a ella con sus armas para defensa de la dicha fortaleza las dichas penas e porque venga a noticia de todos e ninguno pueda pretender inorancia mandándolo a pregonar públicamente y a fixar esta carta de pregon en el adurvio publico de esta villa que fue hecho en Atienza a seys días de mayo de mil e quinientos e diez y seis años==Licenciado Francisco Galindo ==por mandado del dicho señor licenciado Baltasar Rodriguez, escribano.

   Pasados los meses serían trasladados algunos de los prisioneros a distintos castillos, permaneciendo el Mariscal de Navarra en Atienza hasta bien avanzado el año 1518, puesto que en Atienza recibió, el 29 de mayo, la oferta de perdón de Carlos I a cambió de su fidelidad, que el Mariscal no aceptó; siendo trasladado después al aparentemente más confortable castillo de Simancas, donde encontraría la muerte en extrañas circunstancias el 24 de noviembre de 1522.



Los últimos de la Torre
   No estará muchos años la torre deshabitada, puesto que nuevamente, y con ocasión del último intento de restauración del reino de Navarra, volverá a albergar a algunos personajes, en esta ocasión de procedencia portuguesa. El dato nos lo proporciona el diplomático Martín de Salinas en sus diferentes cartas, y concretamente en la que signa en Pamplona el 16 de diciembre de 1523, dirigida al Sr. Infante (Fernando de Habsburgo, hermano de Carlos I, a cuyo servicio se encontraba adscrito); en ella, además de darle cuenta del estado de la guerra en Navarra pone en su conocimiento que: Aquí están embaxadores del Rey de Portugal, los cuales trabajan de haber su especiería; y según se cree y se dice, no llevan tan buen recaudo como querrían. Hanme certificado que ya tienen recibida la conclusión de su respuesta y están de partida. Mucho temor tengo que les ha de acaecer lo que al Rey de Navarra. Aquí estaba un caballero principal de Portugal, el cual decía estar desavenido de su Rey; y S.M. le trataba bien, y ah pocos días que fue preso y un fraile con él, y llevados a Atienza; dícese que por espías del Rey de Francia, porque este caballero era mucho su servidor.

   Pocas noticias más tenemos de este principal caballero de Portugal y del fraile que lo acompañaba detenidos por espías, salvo el nombre del caballero, incluido en una nueva carta al Infante fechada en Burgos el 24 de marzo de 1524, en la que entre otras cosas le comunica que: Yo había escrito a V.A. cómo S.M. había mandado prender a un caballero portugués que se llamaba Don Bernaldo y fue llevado al castillo de Atienza, el cual, viéndose en aventura de muerte, procuró su deliberación, el cual con buenas artes se soltó. La causa de su prisión había sido porque tenía tratos en Francia y les daba aviso de lo que acá pasada.

   Ignoramos lo sucedido con el tal Don Bernaldo, así como con el fraile, si bien de la carta se desprende que tanto pudo escapar de la prisión como que, llegado a un acuerdo con sus captores, fue puesto en libertad.

   Más no fueron únicamente personajes contrarios a la realeza quienes ocuparon las celdas de la Torre de los Infantes de Atienza; ya señalamos el caso del proclamado obispo Diego López de Madrid, teniendo igualmente la reseña de otro ilustre prelado como ocupante de la torre a raíz de las reformas que en el clero en general y en el toledano en particular introdujo, el Cardenal Ximénez de Cisneros siendo a la sazón Arzobispo de Toledo, en 1496. Se trató del enérgico Alonso de Albornoz, quien ejerciendo el cargo de capellán mayor y canónigo de la catedral de Toledo fue comisionado por los canónigos de aquella para que en nombre de todos fuese a llevar cartas de queja al propio pontífice de Roma, suplicándole amparase el estado presente del Cabildo e Iglesia contra el Arzobispo. Supo el Arzobispo lo que pasaba, y con su gran valor y magnanimidad, despachó al punto con provisiones reales para que si no se hubiese embarcado el canónigo, le prendiesen, y por otra parte despachó a Roma con gente de mucha inteligencia, para que Garci Lasso de la Vega, embaxador de los Reyes Católicos, embiase preso a España al dicho canónigo antes que llegase a Roma. El embaxador tomó el negocio con veras y llegó antes que el canónigo a Ostia, donde lo estuvo esperando cinco días, y lo envió preso a España y con gente de guarda hasta Valencia y de allí lo pasaron al castillo de Atienza.

   Desde Atienza, uno o dos meses después, fue llevado a presencia de Cisneros, quien se encontraba entonces en Alcalá de Henares, donde volvió a estar retenido por espacio de dieciocho días, poniéndose posteriormente en libertad bajo fiado[7].





      No nos constan nuevas intervenciones en cuanto a la Torre de los Infantes como prisión de Estado, si bien continuó siendo residencia de los alcaides del castillo representantes, desde 1504 hasta bien avanzado el siglo XVI, de los condes de Cifuentes, y si anteriormente fue morada de los reyes de Castilla no lo será en adelante, puesto que en las visitas efectuadas a la Villa por monarcas posteriores, Felipe II, Felipe III y Felipe IV, consta su alojamiento en lo que fue Casa Real del Convento de Padres Franciscanos, extramuros de la población; lugar de alojamiento igualmente de Felipe de Borbón, futuro Felipe V, cuando en el transcurso de la Guerra de Sucesión reunió sus tropas en tierra de Atienza previamente a la decisiva batalla de Villaviciosa, si bien los capitanes de sus ejércitos ocuparon al completo las dependencias de la fortaleza.

Conclusión
   Llegó la Torre de los Infantes en perfecto estado, como al comienzo reseñábamos, hasta los aciagos años en los que se libró la Guerra de la Independencia, quedando parcialmente inutilizada el 8 de enero de 1811 por las tropas francesas tras entrar en la villa la noche anterior, saqueando e incendiando parte de la población.

   A pesar de ello, y como pudimos comprobar por testimonios de la época, la torre fue reparada a conveniencia, quedando de nuevo a expensas de las aventuras guerreras carlistas, derrumbándose parcialmente en 1877.

   Como puede comprobarse a través de las imágenes más antiguas que de la fortaleza atencina se conservan, en la década de 1930 todavía podía observarse en el extremo señalado de su ubicación, el cuadrón que servía de almenar a la torre, eliminado durante las obras de consolidación y reinterpretación de la entrada al recinto, en la década de 1960.

  Creemos, con este trabajo, haber dado una luz nueva a la antigua fortaleza de Atienza, hoy apenas un símbolo, significado en una torre cuadrada, la torre del Homenaje, único resto de lo que fue su auténtica e inexpugnable fortificación. Aportando los datos precisos para el conocimiento de una de las torres más significativas del recinto, silenciada hasta la fecha por los cronistas modernos.

   Un conveniente y necesario trabajo de arqueología podría redescubrir los restos, sino los cimientos que la sustentaron, de la auténtica fortaleza, al día de hoy ocultos bajo el espesor de sus muros derruidos, rescatando así la memoria de una de las más significativas fortificaciones de la vieja Castilla.

Atienza: los orígenes del castillo. La torre de los Infantes
Obra finalista del premio nacional de investigación castellológica J.L. Moro 2013
Asociación E. A. de los Castillos.
Tomás Gismera Velasco
Atienza de los Juglares. Enero 2014
Boletín de la A. E. de Amigos de los Castillos 2014

[1] Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, Año XVI, núms. 3-4; Marzo-Abril 1912.
[2] Manuel Pérez Villamil: Viaje al Alto Rey. La Ilustración Católica, núm. 27. Madrid, 25 de septiembre de 1885.
[3] El Eco del Comercio, Madrid, sábado 20 de febrero de 1836.
[4] Historia de España. Dirección de Ramón Menéndez Pidal. Tomo IV. Madrid, 1950.

[5] Carta de Ortiz Calderón a Cisneros. Archivo de Simancas. Secretaría de Estado, leg. 3. Folio 96.
[6] Archivo de Simancas. Patrón Real, legajo 13, folio 91: Testimonio del reparo e de la manera de la prisión de los prisioneros que están en Atienza.
[7] Dos tratados históricos tocantes al Cardenal Ximénez de Cisneros. Baltasar Porreño. Madrid, 1918. Porreño a su vez transcribe literalmente lo relacionado con el episodio de Alonso de Albornoz de la obra: Descripción de la Imperial Ciudad de Toledo de Thomas Tamio de Vargas, impresa y editada en aquella ciudad en 1635..