EN TORNO A LAS SALINERAS MOLINESAS
Las explotaciones salinas de la provincia, más allá del Valle del Salado
No cabe la menor duda que la provincia de Guadalajara fue, y de alguna manera lo continúa siendo, de las más saladas de España. Que la sal es necesaria para la vida, en cantidades moderadas, ya lo conocemos, de la misma manera que sabemos que por espacio de muchos siglos fue uno de los conservantes más habituales; cuando no existían o conocían otros.
Las fuentes salinas de la provincia son el resultado de aquel mar inmenso que cubrió, millones de siglos atrás, nuestra tierra. Quizá la veta de sal que quedó cuando aquellos se secaron siga una línea que desde los Pirineos hasta las costas de Levante atraviesa Guadalajara desde la sierra de Pela, por donde entra, hasta los límites con Teruel o Cuenca, por donde se despide. Cierto que también se buscó sal en la Campiña, muy a pesar de que estas prospecciones no dieron el resultado apetecible. Como que la sal se centra más que en otras comarcas, en las serranas de Atienza-Sigüenza, con las molinesas y una parte del antiguo partido judicial de Cifuentes.
Salinas en tierras de Molina
Desde los lejanos tiempos de la reconquista son conocidas las salinas molinesas, que pasaron a pertenecer a los conquistadores y señores de la tierra, hasta que como en tantas ocasiones sucedió, mayoritariamente pasaron a la Hacienda Real. Quedándonos, desaparecidos que fueron los salinares, sus rastros a través de la toponimia del terreno o de los caminos; puesto que las de Molina tuvieron su propia red: desde Molina a Megina, pasando por Valsalobre, Teroleja y Tierzo; por Traid, Almallá, Alcoroches o Taravilla.
De tiempos medievales unas, abiertas otras a partir del desestanco de la sal en el siglo XIX, camino de la capital del Señorío nos encontraremos con históricas salinas en Anguita, donde se explotó la salina Enriqueta, por Agustín Redondo Sanz y su descendencia, desde que obtuvo la concesión en 1888. A don Agustín, farmacéutico madrileño afincado en Alcolea del Pinar, sucedería en la salina don Dionisio García Jiménez, seguntino de adopción e industrial de renombre, quien llevaría a Sigüenza la luz eléctrica a través de uno de sus molinos.
La historia de las salinas de Anquela del Ducado se pierde en el tiempo; consta documentalmente su existencia a través de la donación que la señora de Molina, Sancha Gómez, llevó a cabo en el siglo XIII a favor de las monjas del cercano monasterio de Buenafuente del Sistal y su anterior fundación, el monasterio de Alcallech y, dando el gran salto en el tiempo que nos sitúa en el siglo XIX, tras años de silencio, solicitó su concesión uno de los grandes industriales de la sal en el señorío, D. Crispín Escolano, fundador de la Sociedad Salinera Molinesa. D. Crispín pidió que le diesen los terrenos en 1850, cosa que no sería posible hasta un par de decenios después. Aquí se solicitaron la San Marcelino, La Riqueza, la San Lucas y la Abrahán, que fue propiedad de D. Mamerto García hasta la década de 1930.
En el Prado de los Recueros, de Aragoncillo, se concedió la explotación de la salina Virgen del Mar a don Ildefonso José Garcés en 1873, cuando don Ildefonso era uno de los principales inversores mineros de la tierra en la que residía, Cendejas de la Torre, en las cercanías de Jadraque. En Cendejas fue don Ildefonso, además, Cura párroco por espacio de más de cuarenta años.
La salina La Estrella, de Armallones, se concedió a D. Cándido Arralde en 1870, sucediéndole en la titularidad y explotación su hijo D. Claudio, industrial de renombre en la comarca, hasta que cesó la extracción de sal en la década de 1960.
El origen de las de Castilnuevo se pierde en el tiempo; si bien es conocido que tras la reconquista fueron a parar a la casa del conde de Priego. No obstante de ellas gozaba el diezmo el obispo de Sigüenza Don Arnaldo, quien lo había recibido en época inconcreta de la reina María de Molina, conforme se desprende de la confirmación que en 1327 en Toledo hizo el rey Alfonso XI. Aquí se situaron las salinas de Alguile o Valdealguile, documentadas ya en los decenios finales del siglo XII; unos cuantos después nuestro ya conocido Crispín Escolano registraría La Victoria; D. Juan López Díaz, en 1871, La Caridad; y D. Francisco Soler, en 1922, La Josefina.
También en Cuevas Minadas trató D. Crispín Escolano de industrializar la sal, a través del registro de La Obligada; y en Establés, nuestro ya conocido cura párroco de Cendejas, D. Ildefonso José Garcés, demarcó la Virgen del Valle de las Flores, en 1873.
En Ocentejo fueron más que conocidas las salinas de La Inesperada, que registró D. Gerónimo López en 1875 y, con el tiempo, pasaron a pertenecer a la familia Arralde; en Orea registró D. Manuel Sanz Megina la Aníbal; D. Cándido Arralde, la Linda; y sobre la Linda, D. Martín Madrid, la San Juan. D. Martín Madrid también demarcó junto a la San Juan otra salina con el nombre de El Porvenir, en término municipal de Terzaga.
Ampliamente documentada se encuentra la tierra salinera de Saelices, donde sobre las históricamente conocidas, D. Juan López Díaz presentó solicitud oficial de nueva concesión una vez caducados todos los trámites anteriores, el 2 de agosto de 1876. A finales de la década de 1880 la salina figurará bajo la titularidad de Anastasio García López, residente en Madrid, calle de Goya número 1, quien anuncia públicamente su venta a través de la prensa provincial en los meses de diciembre de 1888 y enero de 1889, sin que al parecer tenga éxito en el intento, ya que continuará figurando como titular al menos hasta 1905, con todo un rosario de problemas gubernamentales al estar, prácticamente desde su concesión en deudas con la Hacienda al no regularizar los trimestres del impuesto de superficie minera que le hacen incurrir en sanciones y requerimientos una y otra vez. Será solicitada con posterioridad por la sociedad compuesta por los hermanos Genaro y Faustino Clemente Alda, quienes tras la Guerra Civil romperán la sociedad a causa de distintas desavenencias familiares hasta el punto de que Genaro denuncia a su hermano Faustino en reclamación de una importante cantidad de dinero, siendo embargada la salina y sacándose a subasta en el mes de julio de 1944 en 45.000 pesetas. No obstante esto la salina continuó en manos de la misma familia hasta la década de 1970.
En Terraza hubo explotación de salinas desde los tiempos de la Alta Edad Media, como reflejan los antiguos documentos molineses, desprendiéndose de aquellos que estas ya estaban en explotación con anterioridad a la Reconquista. Y aquí encontraremos a nuestro buen amigo D. Crispín Escolano registrando La Paloma, el Reintegro y la Sal del Mundo, al final de la década de 1850. No faltó su nombre en las de Valsalobre. Las referencias más lejanas a la existencia en Terzaga de minas o pozos de sal, se remontan a los tiempos de la Reconquista del territorio y el dominio de este por los señores de Molina. En el testamento de Blanca de Molina, dictado el 10 de mayo de 1293, entre las mandas y ordenamientos que deja otorga el lugar de Terzaga a Juan Fernández, hijo de Pedro Fernández, con sus salinas. La San Antonio y Nuestra Señora del Pilar, de Tierzo, también se vincularon a Crispín Escolano; el Mar al banquero D. Segundo de Mumbert, y Neptuno a D. Nicanor Torrecilla. D. Román Morencos Araúz, de Checa, registró sobre las históricas de Traid, la denominada Salina Santa Lucía; y D. Félix Llorente, la Jerónimo.
De lo que se desprende que, como arriba indicamos, Guadalajara es tierra más que salada, y aquí la prueba.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 19 de septiembre de 2025
HISTORIA DE LAS SALINAS DE TIERRA DE ATIENZA
HISTORIA DE LAS SALINAS DE TIERRA DE ATIENZA: IMÓN, LA OLMEDA, ALMALLÁ, SAELICES, MEDINACELI Y GUADALAJARA
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- Editor: Createspace Independent Pub (23 de junio de 2016)
- Idioma: Español
- ISBN-10: 1534852484
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